La leyenda del Llanero Solitario

Tardes de sábado en el pueblo a comienzos de los 60. "¿A qué hora echan El Llanero?". A las seis, lo vemos en el Casino. No teníamos los niños muchos sitios más donde poder ver en la televisión nuestro programa favorito. El domingo compraríamos el tebeo del Llanero, o el del Guerrero del Antifaz o el del Capitán Trueno. ¡Voto a bríos! ¡Voto al gaznápiro verde!
Hemos vuelto a ver después de tantos años a este personaje de leyenda, al fiel Toro (Horse), a las cabriolas de "Plata", a las balas que regalaba de este mismo metal, a su antifaz ... y nos ha defraudado bastante. Sobre todo al romper el hechizo del anonimato desde el primer momento, con esa voz oculta que nos narraba una historia cien veces escuchada y bien conocida. Transformar a un mito enmascarado, a un héroe, en un hombre de carne y hueso con sus melenas, con sus rizos y cuya identidad conoces desde el primer momento nos ha resultado decepcionante.
El comienzo está bien con esos paisajes fordianos como fondo, el ataque a la diligencia donde se conocen John Reid (Spilsbury) y Emil (Clay), las escenas festivas en la ciudad Delrío, junto a la frontera mejicana, con sus procesiones de muertitos mientras suena al fondo la canción "De colores", el tiroteo en el angosto desfiladero donde torpemente acuden los rangers que persiguen a los hombres del malvado Butch Cavendish (Lloyd).
Es precisamente cuando Reid adopta la personalidad enmascarada el momento en que se empieza a torcer la cosa. La cinta adopta un ritmo cansino solo roto por las galopadas frenéticas, tan frecuentes en la serie, al ritmo de la música de la obra de Rossini. Tampoco nos ha gustado el guion que se alarga demasiado en los preámbulos y deja poco espacio para que se luzca el Llanero, ni la elección del protagonista. Sobran algunas frases grandilocuentes y cursis, "Aprendió la sabiduría de los bosques y los camino del viento" para seguir "El camino de la Justicia", tal vez buenas para una tira de cómic pero no para la pantalla.
Interesante el vendedor de gafas ahumadas para protegerse del sol tejano, la presencia en el pueblo del inevitable dentista, o la sabiduría de los curanderos indios para extraer los proyectiles del cuerpo de Reid y sanarlo a base de hierbas y de sahumerios.
En fin, película muy menor que al menos nos ha transportado por unos momentos a una infancia rural y feliz, de pantalones cortos con nuestro llaverito del Real Zaragoza colgado en la trabilla delantera del pantalón.