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Primeras soledades

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Documental Adolescentes de un instituto de la periferia parisina discuten durante largas horas, ya sea en clase, en los pasillos o en el recreo, sobre sus aspiraciones, sus deseos de huir y abandonar su zona de confort para descubrir un nuevo mundo solos. La familia, los amigos, su vida hasta ese momento, pero sobre todo la soledad. Cada uno de estos alumnos irá mostrando su percepción y sentimiento hacia estar solos y el deseo de querer cambiar esa situación o no. [+]
La palabra adolescente
"Nadie puede escribir diálogos como estos y reproducirlos delante de la cámara. Son completamente de verdad. Mi trabajo se centra en dirigir y ayudar a los alumnos a escuchar a los demás, descubrir sus vidas e interesarse por sus historias". Son palabras de Claire Simon, directora de "Primeras soledades". Y no pueden ser más certeras, porque ningún guionista podría atrapar a los jóvenes protagonistas de este documental con tanta evidencia, con tanta verdad, como la que exhiben ellos mismos con sus palabras, con sus gestos, con sus miradas.

"Primeras soledades" nace desde un interesante proyecto educativo: el rodaje de un corto, con el tema de la soledad como base, en un instituto en las afueras de París, el Romain Rolland de Ivry-Sur-Seine, en el aula de prácticas de cine de los alumnos de 'première' (que cuentan con 16 y 17 años). Los jóvenes participantes acabaron por implicarse de tal manera que Claire Simon tuvo claro que, a partir de sus historias personales, tenía en sus manos un largometraje. Desde su debut en 1990, Simon se ha manejado con igual soltura en el documental, con títulos imprescindibles como "Recreos" y "Le concours" y en la ficción, donde ha entregado dos películas capitales del cine francés del nuevo siglo, "Les bureaux de Dieu" y "Gare du Nord".



La palabra como protagonista. Esa es la esencia de "Primeras soledades": Simon filma a chicos y chicas que hablan sobre sus propios conflictos. Hablan y nos hablan. Y en sus emociones, sus miedos, sus certidumbres y sus esperanzas vive un retrato social y humano que trasciende la propia película para convertirse en un espejo en el que se podrían mirar miles de adolescentes.

En los títulos de crédito, la cámara de Simon se adhiere a los rostros de los alumnos, que van llegando al instituto. Se aferra primero a ellos para más tarde dejarlos respirar, es decir, hablar. Porque el cine puede ser así de sencillo. Los chavales del Romain Rolland permiten que nos asomemos a sus existencias, algunas de ellas marcadas por vivencias duras, dramáticas, y abren su intimidad en diferentes espacios cotidianos como las aulas, los pasillos, los rincones de su instituto… pero también un banco de un parque, el autobús o un supermercado. Arropados por la cámara de Claire Simon, siempre atenta, y refugiados en los entornos que más conocen.



Así sabremos que su preocupación más inmediata es la de su círculo íntimo, el familiar, en el que querrán afianzarse o del que querrán escapar, mientras conversan sobre su pasado y su incierto futuro ("Aún no me veo en el futuro. Me da miedo", asegura la primera de las jóvenes a la que nos acercamos, pasados apenas diez minutos de metraje). Lo hacen con la inmediatez y la urgencia de los 17 años. Esos que todos tuvimos y que, en mayor o menor medida, se han esfumado.

Claire Simon eleva su película hasta un retrato social de primer orden, un viaje desde lo particular a lo general, un espejo que refleja la multiculturalidad, la lucha de clases, los estratos sociales, la pelea por los propios derechos… todo ello nacido del territorio de las preocupaciones personales e íntimas. Asombra la sinceridad con la que estos adolescentes se desnudan ante la cámara. Conmueve su franqueza, su renuncia al artificio para abordar a tumba abierta asuntos universales como el desencuentro entre generaciones, el miedo al porvenir, el pavor ante la soledad en una etapa vital en la que la pertenencia es la principal seña de identidad...

De este modo, "Primeras soledades" acumula muchos méritos. No solo el de recordarnos que una pantalla es el lugar idóneo para que pueda latir la vida. También el de reflejar a conciencia, crudamente, la herencia emocional que las antiguas generaciones dejan en las que ahora llegan. Y, aún más, el de obligarnos a recordar al adolescente que fuimos y, así, exigirnos que miremos con otros ojos a aquellos con los que nos cruzamos. En la espontaneidad de estos chicos y chicas, en su incertidumbre vital, en su anhelo de personalizarse, vive buena parte de la sociedad que nos rodea y que, casi siempre, preferimos desdeñar desde nuestra atalaya adulta.
Escrita por Miguel Ángel Palomo (FilmAffinity)
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