Mientras Omirbayev nos recuerda, a través del audio que una persona escucha en un colectivo, que el capitalismo y la sociedad industrial han triunfado, la pregunta que me queda rebotando, después de ver esta hermosa película, es la más banal: por qué el protagonista, para completar el cupo mínimo que requiere la proyección de la película (la última según el título), invita a tres soldados cuando podría simplemente haber pagado las entradas ostentando el poder de su dinero. Refuerza incluso esta idea el mínimo gesto de dar el dinero a los soldados para que saquen la entrada y no ser él quien pague.
El cine como encuentro y redención en lo colectivo. Más que una película, me parece un hermoso manifiesto.

La historia va de que sos un cultivador de lirios al que, después de multiple premios, el capitalismo te traicionó con una bancarrota al final de tu vida. Entonces encontrás la salvación, para contestarle al sistema, uniendote como mula a una banda de chicanos narcotraficantes. Lo consigues con un poco de inocencia y un poco de no sabemos bien qué, porque los personajes son de una profundidad psicológica nula. ¿Cómo llega un cultivador de lirios en bancarrota a conocer a los narcos? Fácil, te los presenta un invitado a la boda de tu hija que te escuchó decir que sabías manejar. Te dá una tarjeta de los chicanos, porque esto es Holiway y acá hasta los narcos tienen tarjeta de presentación.
Todo es tan obvio, tan inconsistente, tan cliché, que hasta consiguieron para el papel de cappo mafia al donado Andy García (sí, otra vez).
Si pudiera ver a Clint le preguntaría como hizo el protagonista, con un vivero de lirios derruido, para llevar todas las flores a la boda de su hija y al velorio de su esposa. ¿Debería detenerme en esos detalles? Lo destaco porque lo destacan.

Por último: Me tiene podrido Clint haciendo chistes racistas y homofóbicos. Una vez, bueno. En todas las películas, es político. No le cabe a un republicano hacer chistes de lesbianas y "negratas". Ya en el Gran Torino me había resultado insoportable.

En serio, no vayan.

Cineastas del mundo: Cuando se encuentren ante la tentación de llevar al celuloide una obra de la talla, pongamos por caso, de Ray Bradbury, libro que fue filmado además por un genio de la estatura de François Truffaut, pregúntense, profunda y sinceramente: es necesario? Si les cuesta, miren a Ridley Scott y después a Denis Villenueve y reflexionen a cerca de lo que es “estar a la altura”. Entiendo que la productora insiste y que tienen deudas de juego, o colegiaturas, o drogas, o fiestas en Malibú pero en serio pregúntense, profunda y sinceramente: es necesario? Piensen que no basta llenar de drones la película, piensen que no basta con poner a un afroamericano en el protagónico si en el libro era un caucásico o poner a un oriental si era un aborigen. Tampoco alcanzará con un actor de la talla de Michael Shannon. En serio, les juro que no alcanzará, no tendrán ni para arrancar con eso.
Absurda, torpe, obvia, ridícula, cercana para estar simplemente inspirada y lejana en puntos absolutamente esenciales del libro. Un bodrio, una bazofia de proporciones épicas. Los dos puntos que le pongo son todos para Michael Shannon y a llorar al campito.

Brillantes actuaciones (especialmente la de Josh O'Connor), una fotografía deslumbrante del paisaje del condado de Yorkshide, un drama familiar potente y personajes complejos dan inicio a lo que promete ser una película bella, profunda, conmovedora. La ópera prima de Francis Lee (inevitable pensar en este punto la coincidencia argumental y de apellidos con Ang Lee y su Brokeback Mountain) cumple estas expectativas en gran parte. Sin embargo es una pena que sobre el final el guión no haya encontrado una mejor solución que las convenciones de una historia de amor con reconciliación hollywoodense.

La historia de un diseñador de modas en la Inglaterra de posguerra que se enamora de una camarera a la que convierte en su modelo favorita. Creador sádico atrapado por su musa. El fetiche al poder en la nueva película de Paul Thomas Anderson, donde la elegancia de la puesta rivaliza con el de las prendas que se confeccionan en el sofisticado taller del modisto Reynolds Woodcock (guiño a la vida de Hardy Amies). La historia es un delicado encaje de sutilezas psicológicas que bien podrían haber sido escritas por Henry James. Soberbio (y al parecer último) trabajo de Daniel Day Louis. Se lo extrañará. Más allá de las posibles críticas a la película, la mejor del año para mí y lo más alto en la filmografía de Paul Thomas Anderson.