La trama es en apariencia sencilla: Miguel Garay, un impagable Manolo Solo, es un escritor y director de cine fracasado, derrotado por la vida, que malvive apartado de todo en lo que parece el Cabo de Gata. Su amigo Julio, actor, desapareció hace más de veinte años durante el rodaje de su filme, y lo han dado por muerto. A Miguel lo llaman de un programa de tele realidad (Erice sitúa la cinta en el 2012, recién estrenado el reinado de Rajoy) para que hable del suceso. Y visita los restos de su pasado en un Madrid intemporal: su amigo Max, proyeccionista, otro derrotado, Ana, la hija de Julio, no mucho más adaptada, y Lola, un antiguo amor, otra que se refugia en su música y su soledad. Vuelve Miguel a su rincón del sur, donde pesca y cultiva tomates y traduce libros del francés para subsistir, hasta que lo llama Marta, la conductora del programa: tachán, han encontrado a Julio en una residencia para ancianos, no lejos de su retiro. Y se produce el encuentro con Julio, que ha perdido la memoria y hace chapuzas para las monjitas del asilo a cambio de un cuartucho. Miguel decide proyectar en un cine ya cerrado en final de la película que quedó sin rodar, para intentar despertar a su amigo. Y ahí se cierra el mágico círculo, en un final antológico, con una chica que se tapa los ojos con un abanico, un excelso Josep María Pau que cae muerto ante su hija y un José Coronado que cierra él mismo los ojos.
Pero todo esto es lo de menos para hacer un recorrido por la memoria ("La memoria no lo es todo, están los sentimientos"), la vejez y su aceptación, el amor, la amistad, el paso del tiempo y la muerte. Y referencias literarias y cinéfilas por todas partes: quien vende caligrafía de los sueños a Miguel es la propia Berta Marsé, ese "soy Ana, soy Ana", cincuenta años después (Ana Torrent, de lo mejorcito del país, merecía mejor suerte en su irregular carrera), los "rosebud" de Julio /Coronado, la foto de la niña y la pieza de ajedrez, la segunda parte de "el sur" y la malograda "el embrujo de Shangai...En fin, para qué seguir, gracias y suerte, maestro.

Y este estupendo documental de Remedios Álvarez y Arturo Andújar se centra en la fosa de Pico Pala, una de las siete que hay en un cementerio de Sevilla, donde hay enterrados miles de represaliados. Y mezclando con habilidad imágenes de los cadáveres, otras de archivo de Queipo de Llano o una pareja de poeta y cantaora que van trenzando una nana que va a entrecuzar el documental, así como los testimonios de familiares de asesinados, consigue interpelar al espectador y hacerle pensar por sí mismo. Dos mujeres no ancianas pero sí de edad, descendientes de asesinados en la atroz represión que desató el carnicero a cargo del golpe en Sevilla, hablan sin odio, sin resentimiento, en busca de concordia, de normalidad. Hagamos todos un esfuerzo y pidamos al partido popular, al que tanto le cuesta perder y estar en la oposición y ser normal, que se esfuerce de una vez por todas en desprenderse de sus tics franquistas y ponga su granito de arena en favor de la concordia, nos lo debe a todos.

Los paisajes de la sierra de Jaén son impresionantes, así como el travelling áereo inicial, que nos indica a lo Hitchcock que nos introducimos en una mansión de los horrores, y la música de Vetusta Morla añade la suficiente tensión a un filme no redondo, como decimos, pero mucho más meritorio que la media que nos suele ofrecer el cine patrio, muy inmerso a mi juicio últimamente en un empeño de "cinema verité" rural que llega a cansar. La hija es dura, sin concesiones, con silencios que duelen, una espléndida fotografía de esos parajes helados, verdaderos protagonistas y compañeros. Pero es dudoso, por ejemplo, que el inspector no llegue a atar cabos, o que Adela pueda fingir un embarazo sin pasar por ninguna revisión médica. Respecto de las interpretaciones, sobresale López Arnaiz en su papel de desquiciada madre frustrada, mientras que a Javier Gutiérrez lo noto en exceso meloso en su trato de una joven problemática que deberiá quizá estar menos equilibrada. La tensión va en aumento hasta ese clímax final, con imágenes propias de un Peckinpah. Una película que no debería defraudar a los espectadores exigentes.

Y no es que me decepcione la película, que está bien ambientada, debe ser fiel a los hechos, está rodada con buen pulso y bien interpretada, no haciendo falta, creo, a estas alturas subrayar en estratosférico talento actoral de Darín, Pero el filme peca en su exceso de buenrollismo, de búsqueda de la lágrima fácil, o sea, de seguidismo de los clichés de Hollywood. Y es una pena pues de no ser así podríamos estar ante la cinta del año.