Dicen que los actores quieren alguna vez en su vida representar el papel del malo. Algunos no pueden evitar interpretarlo siempre, por su naturaleza o su físico, pero a otros les resulta más rentable hacer de héroe. En Diario de un Escándalo, Judi Dench logra el propósito de ser la más odiada, y eso no es fácil cuando acostumbras a ser la buena, o la heroína, o la jefa. Un elenco que vive a su sombra hace lo que puede para eclipsarla, pero es ella, sólo ella, la gran protagonista de este filme verosímil y más cercano a la realidad de lo que muchos piensan. Un sobresaliente para ella, un notable para el resto.

En ocasiones veo muertos... que diría el joven Joel Osment. Así me quedé al salir del cine. El gastado comentario de Mickey Rourke haciendo de sí mismo es fidedigno, y si tanta gente lo dice será por algo. La película es un más que digno relato sobre el infierno terrenal de un hombre que quiere vivir el resto de sus días haciendo lo único que sabe: luchar en un teatral ring de Wrestling. Si a esto añadimos que hay cosas en la vida que precisan la juventud, no es difícil concluir el por qué de la frustración y declive personal de este luchador.

Es una historia contada muchas veces en el cine, pero ni por asomo una historia tan buena como muchos nos quieren hacer creer. Marisa Tomei está espléndida, pero casi como en todas sus películas, y aún así me sigo quedando con la Tomei de "Antes que el Diablo sepa has muerto". Rourke se come la cámara, construyendo un personaje tanto mental como físico asombrosos aunque, una vez más, no tan extraordinario como muchos afirman.

Un aprobado con nota, y así lo dejo.

Son pocas las veces que en el cine ha existido el binomio celebridad-normalidad. Marion Cotillard es el alma mater de este largo, quizá demasiado, en el que lo único familiar para el que escribe es la voz de Edith Piaf. Cada película basada en un personaje famoso coincide en resaltar la parte negativa de esa persona como el combustible para la genialidad (y cito Ali, Malcolm X, o Ciudadano Kane entre otros muchos). Esta reflexión imprime desasosiego en cualquiera que aspire a llegar a lo más alto, ya que te hace preguntarte si es necesario vivir en el extremo de la perdición y el vicio para conseguirlo. Supongo que ese elemento es el que hace atractivos a los biopics.

Lo que sí ha logrado esta película es que las próximas veces que la voz de La Móme recaiga en mis oídos pueda estremecerme tanto como al ver la interpretación de Cotillard. Es una película lenta, desordenada y algo aparatosa, pero actrices de este calibre merecen todos y cada uno de los céntimos que pueda costar la entrada. ¿Si la recomiendo? Segurísimo.

Es cierto que para apreciar las cosas buenas hay que haber experimentado las malas. En este caso no creo que hiciera falta. La película no merece ni tan siquiera una valoración, porque de hacerlo tendríamos que considerarla parte del mundo del celuloide. Alyson Hannigan es tan mediocre en su interpretación que te hace desear que los vampiros contra los que lucha en Buffy se la hubieran llevado al otro mundo para nunca más volver. ¿Cómo se puede hacer una parodia de una comedia ya de por sí considerada parodia? Triste y desagradable, y no puedo decir más.

Los hermanos Hughes han logrado un filme decente en medio de una trama muy edulcorada. Es una historia demasiado americana, demasiado moralista y demasiado adoctrinadora, y aunque no deje de entretener por culpa de unos planos muy cuidados, es su protagonista el que se lleva el gato al agua y las miradas casi exclusivas del espectador. Gary Oldman sigue siendo un villano notable, y del resto del reparto sólo destaco a Jennifer Beals, esa irrepetible bailarina de Flashdance que nos deja perplejos ante tal derroche de belleza y buen hacer.

Una película entretenida sin más, que resulta convincente por su factura, pero desastrosa en el mensaje final.