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Críticas de Kasanovic
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Críticas 400
Críticas ordenadas por utilidad
5
9 de julio de 2014
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Pese a que después de Bonnie & Clyde y ochenta mil sucedáneos más ya nos hemos acostumbrado a que las mujeres también puedan ser unas perfectas atracadoras, lo cierto es que hubo una época en la que simplemente mencionarlo parecía un disparate. Hablamos de los años 60, concretamente en un banco de Hamburgo donde entra una señora de bien con una pistola y solicita todo el dinero de la caja. La primera reacción de los cajeros es reírse, pero pronto descubrirán que subestimaron a la mujer. Ésta, de nombre Gisele Wiler, fue la primera atracadora de bancos en Alemania y, siguiendo el estilo de la época, fue icono más de la llamada revolución sexual que llevó a las mujeres a alzarse en verdadera libertad. Todo esto se nos cuenta en Banklady, obra dirigida por Christian Alvart (que ya pasó por Hollywood para rodar Expediente 39) acompañado por la actriz Nadeshda Brennicke, indudable rostro visible de la película.

En primer lugar, llama la atención el peculiar estilo con el que está filmada la película. Se podría considerar cercano al de Guy Ritchie, aunque no tan pasado de rosca y, desde luego, sin prácticamente carga de violencia. De hecho, alterna momentos donde la cámara se comporta con seriedad con otros donde las pantallas partidas y las acciones simultáneas alcanzan su máximo esplendor. Incluso llega a dar la sensación de que en ella se mezclan dos estilos diferentes, como si se hubiera cambiado de realizador a mitad del rodaje (cosa que, hasta donde sabemos, no ha sucedido).

Es innegable que Banklady tiene sus momentos, pero la verdad es que en su conjunto la película no acaba de funcionar. O mejor dicho, no da todo lo que podría haber dado. Un thriller de atracadores cuyo protagonista puede resultar tan carismático debe dar más de sí. Combina escenas realmente logradas (los atracos en general y algún momento de tensión puntual) con otras tramas secundarias que al final no llegan a ningún lado. También hay algún detalle inexplicable en el guión que hace que el personaje protagonista de Gisele Wiler no sea tan redondo como en un principio se podía pensar. Aunque la interpretación de Brennicke es buena y la evolución del personaje es lógica, sus motivaciones no están del todo bien explicadas y sobran bastantes minutos donde su figura circula por otros derroteros distintos al argumento central.

El caso es que, dentro de sus altibajos, Banklady sabe estirar la trama con bastante soltura hasta llegar a las casi dos horas de película. La obra sigue casi al pie de la letra el clásico esquema de los thrillers de atracos (Origen humilde – Deseo por la aventura – Éxito – Fuga – Resolución) y por no faltar ni siquiera echamos de menos a los típicos personajes secundarios (el amante y compañero de atracos, el segundón que no se sabe de qué lado está, el jefe de policía que les sigue la pista de cerca…). Buenas ideas para una ejecución no tan brillante, podríamos decir.

Puestas todas las cartas sobre la mesa, queda a juicio de cada uno decidir hasta qué punto Banklady es o no una obra satisfactoria. Influirá en el resultado primordialmente el número de películas de este estilo que haya visto cada uno, el peso que se le quiera dar a la obra como instrumento simbólico (aquello de la revolución sexual) y el propio peso que se le dé al factor sorpresa (algo escaso en esta ocasión). Lo que parece seguro es que es una película que a pocos les parecerá grandiosa o despreciable, ya que arriesga poco, convence en diversos momentos, tiene protagonistas comedidos que no terminan de reventar a un lado o a otro y, sobre todo, su trama permanece pendiente de resolución hasta el mismo final. En resumen, una propuesta no demasiado arriesgada, pero decente.


Álvaro Casanova - @Alvcasanova
Crítica para www.cinemaldito.com (@CineMaldito)
Kasanovic
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5
28 de abril de 2014
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
El mujeriego a la par que bonachón Valentín, no deja de recordar aquellos días en que su padre trataba de eliminar cualquier atisbo de miedo en el cuerpo de quien todavía era un niño. Saltando a un acantilado o pasando la medianoche en un cementerio, el gran Johnny Bravo pretende que a su hijo no le asuste ni la mismísima mirada de un lobo. Y parece que lo acabó consiguiendo, aunque por el camino dejó bastantes lagunas en la educación de Valentín, que cada día goza de un buen momento con una mujer diferente. El caso es que al final llega una joven, que para más inri es estadounidense, y le entrega en brazos una preciosa niña que, como no, es su hija. Por desgracia, como reza el propio título de la película, No se aceptan devoluciones, así que el wey tendrá que hacerse cargo de ella.

El mexicano Eugenio Derbez dirige, co-escribe el guión y también es el actor principal de una película que ya desde el principio adivinamos lo que va a ser: una desenfadada comedia que por el camino irá dejando varias moralejas y segundas lecturas. A simple vista, es la típica película para toda la familia que combina todos los elementos: el hombre que reencuentra su vida, la mujer malvada, la pobre y marginada niña a la que le encantan las aventuras, el jefe egoísta pero enrollado y la típica docena de freaks que van completando personajes secundarios hasta dar sentido a la totalidad de la obra.

Dos líneas que analizar por tanto: el nivel de risas y el poso que deja el conjunto de la película. Lo primero obviamente es algo básico en casi toda comedia. Aquí hay bastantes gags que hacen gracia, sobre todo porque usan el (fácil) recurso de tirar de personajes conocidos. Aun así, hay cosas ingeniosas con las que hasta servidor, poco dado al arte de la carcajada cuando está delante de un amasijo de píxeles, tiene que caer rendido y esbozar una sonrisa al darse cuenta de que lo que ha dicho tal o cual personaje ha tenido gracia. Aunque bien pensado, quizá también pueda ser debido a que, en estas latitudes, el acento mexicano resulta un tanto cómico. En cuanto al otro apartado, que reúne aquello que podemos extraer de la película, la verdad es que uno no puede ser benévolo, puesto que quitando las escenas graciosas el resto de la obra es una concatenación de situaciones repetidísimas hasta la saciedad. Hasta lo que parecen giros de guión no lo son, porque de tanto usarlos ya nos son tan familiares como las zapatillas de estar por casa.

Lo más reseñable de la película es, al fin y al cabo, su final. Sin ninguna intención de revelar lo más mínimo del argumento, por supuesto, hay que decir que se trata de un desenlace imprevisible, arriesgado, valiente, que a buen seguro no deja a ningún espectador indiferente. Un final que casi obliga a reinterpretar la cinta de principio a fin. Y aquí no hay trampas, realmente era algo que se podía adivinar con las numerosas pistas que nos van dejando a lo largo del metraje, pero el propio espectador piensa que, habiendo tirado de tópico hasta esas alturas, lo lógico es rematar la obra con un desenlace a base de cliché. Pues nada más lejos de la realidad. Bofetada en la cara.

Acertado o desacertado, el mencionado final es el punto culminante de No se aceptan devoluciones, una película que, por otra parte, ha recaudado un verdadero pastizal allá donde se ha estrenado (unos 85.000.000 de dólares, 25.000.000 de espectadores y éxito rotundo en EEUU), algo que no hay que desdeñar si tenemos en cuenta de que es una película mexicana y rodada en su mayoría en español (aunque hay bastantes partes en inglés). Después de su visionado, esas cifras no extrañan tanto, porque estamos ante una comedia ligera y que resulta bastante agradable de ver, no nos plantea grandes desafíos, no requiere una especial atención y tampoco hay escenas demasiado incómodas… Hasta que llegamos al final, por supuesto.


Álvaro Casanova - @Alvcasanova
Crítica para www.cinemaldito.com (@CineMaldito)
Kasanovic
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Se fa saber (Se hace saber)
Documental
España2013
5,6
39
Documental
4
21 de abril de 2014
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Zoraida Roselló Espuny analiza en Se fa saber la vida diaria de un pueblo cualquiera situado en la provincia de Tarragona. El municipio en cuestión es Santa Bárbara, de casi 4.000 habitantes. Allí, los ciudadanos alternan su duro trabajo (en algunos casos la jornada empieza alrededor de las 5 o las 6 de la mañana) con las típicas fiestas multitudinarias en las que se reúne no sólo la flor y nata de la localidad, sino también todo aquel que quiera hacer acto de presencia por tal convite.

Lo que más llama la atención de este documental es que se deja libertad total a la cámara. Efectivamente, la directora se limita a colocar el objetivo y dejar que todo suceda frente al aparato, sin ninguna interferencia ni por parte de la máquina ni tampoco de quien lo graba, puesto que sólo hay intervención de éste cuando los ciudadanos con los que está hablando así lo requieren.

Ante todo, es un documental de personas. No nos encontramos aquí con los típicos planos largos de paisajes en medio del silencio o de la típica melodía chill-out, al estilo de Vimeo. Sólo se centra en la vida de los habitantes de Santa Bárbara, su día a día, qué hacen, qué piensan, les preguntan sobre sus ideas políticas, sobre fútbol, sobre diferentes aspectos cotidianos que no tienen por qué ser necesariamente trascendentales. Por lo tanto, es un documental que no requiere ningún tipo de esfuerzo extra por parte del espectador, simplemente es sentarse a ver las imágenes y meditar sobre si lo que está viendo merece la pena o no.

Y ahí vamos. El gran problema de este documental es que contiene muchas escenas intrascendentes, demasiadas podríamos decir. Se centra excesivamente en el aspecto más lúdico, en los momentos de evasión, en lugar de reflejar otro lado de la vida rural. Parece que uno de los objetivos que se persiguen en Se fa saber es demostrar que los ciudadanos de Santa Bárbara, y por ende seguramente los de muchísimos pueblos, están orgullosos de vivir en una pequeña localidad y no desean ni nunca han deseado mudarse a una gran ciudad, como mucha gente parece creer (defecto de los ciudadanos capitalinos, sobre todo). Pero tampoco en este sentido resulta satisfactorio. Por ejemplo, en una escena dada se nos presenta a una mujer enfundada en una bandera del Barça y entonando el himno antes de jugarse el Clásico ante el Madrid. Pues bien, en vez de mostrarnos durante breves segundos cómo se vive el partido entre la gente del pueblo, la acción salta directamente al final, donde la mujer está radiante por la victoria de su equipo y le defiende de alguna que otra acusación vertida por un convecino. Cualquiera que haya visitado alguna vez un bar de pueblo conoce lo cómico que resulta ver un partido, máxime de tamaña envergadura como el que aquí nos ocupa, en este ambiente rural. Los insultos a los jugadores están a flor de piel, hay frecuentes disputas entre los espectadores, unas riñas que van in crescendo conforme la cerveza discurre por los gaznates de unos hombres tan enfurecidos que despiertan una mezcla entre lo cómico y lo entrañable.

Por tanto, aquí podemos vislumbrar un error no tanto en la intención de realizar este documental, que es del todo loable, sino en su ejecución. Uno se cree perfectamente que lo que se ve en las imágenes es la realidad y no hay nada fingido, pero en ese caso cabe preguntarse por qué se ha elegido reflejar este pueblo como si tuviera un modo de vida tirando a lo neoburgués, en vez de mostrarnos a los campesinos trabajando de sol a sol, o por qué se les pregunta por cuestiones ya añejas (como la Guerra Civil) en vez de los problemas que hoy en día atañen a los que subsisten con estas labores, como el precio cada vez más bajo al que se ven obligados a vender los productos que trabajan. Y sucede algo parecido con otras varias cuestiones realizadas a los ciudadanos, muy alejadas de lo que verdaderamente podría resultar interesante.


Álvaro Casanova - @Alvcasanova
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Kasanovic
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Viaje a Agartha
Japón2011
6,5
3.035
Animación
7
15 de noviembre de 2013
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Pese a ser apenas una adolescente, Asuna está acostumbrada a vivir sola. Ella se encarga de mantener limpia la casa, hacerse la comida, controlar sus estudios e incluso le queda tiempo para atender a un adorable felino que insiste en entrar al calor de su hogar. Perdió a su padre hace muchos años y su madre trabaja la mayor parte del día, así que Asuna se las tiene que apañar como puede. Pero pese a todo el trabajo que tiene que realizar, aún le queda tiempo para soñar.

Ésa es la premisa de Viaje a Agartha, una película de animación japonesa dirigida por el cineasta japonés Makoto Shinkai (5 centímetros por segundo). Un mundo onírico se abre camino ante la vida de la protagonista que, acompañada por el espectador, se sumerge en una nueva dimensión que nos plantea la siguiente pregunta: ¿hasta dónde estaríamos dispuestos a llegar para devolver la vida a nuestros seres queridos que hayan fallecido? La respuesta está clara ya desde el título de la obra: hay que llegar a Agartha.

Pasados unos minutos, Shinkai ya deja claras sus intenciones. Aquellos que estén dispuestos a escuchar una historia racional, donde haya personajes buenos y personajes malos claramente diferenciados, mejor que le den al botón de pausa y dediquen el tiempo a otra cosa, porque esta no es su película. Pero a todos los que deseen acompañar a Asuna en un viaje mágico, plagado de juegos morales de los que no se puede escapar sin perder algo y con un cuarto de hora final de aúpa, no hará falta consignarles a permanecer las dos horas bien atentos a la pantalla, porque la obra despide tal magia que quien quede atrapado en su red no volverá a escaparse hasta los créditos finales.

Está claro que, aunque recuerde vagamente a Miyazaki, Viaje a Agartha no llega a resultar una obra maestra de la animación al estilo de, por ejemplo, El viaje de Chihiro. Y no lo es porque hay una excesiva saturación de líneas argumentales en varios momentos, cerrándose alguna trama interesante y abriendo otras con menos interés. Paradójicamente, se deja un poco de lado el plano interior de la protagonista y la acción se centra más en desarrollar una tropa de personajes secundarios, cuando el comienzo nos podría haber hecho creer todo lo contrario. La variedad de estos secundarios es bastante amplia, algunos con más empaque (sobre todo los malvados) y otros que están de relleno.

A pesar de que esté catalogada como una película para todos los públicos, Viaje a Agartha requiere en realidad una comprensión sobre las cualidades humanas que la infancia no está en disposición de conocer. Hay ciertos detalles en la obra (atención al momento en el que se repasa la historia occidental contemporánea) que nos alejan de cualquier transfondo con pretensiones de enternecer, moldeando una atmósfera que bien podría haber sido digna de un film de terror.

Olvidando la mencionada vacuidad del guión en algunos momentos, la obra de Shinkai merece una reverencia por abordar el lado más débil del ser humano (muerte) a través de un mundo irreal en el que la fantasía campa a sus anchas, que a algunos les hará aguantarse las lágrimas pese a huir de casi toda racionalidad posible. Sería injusto realizar una comparación directa con Miyazaki, aunque es evidente que bebe mucho de él, pero Viaje a Agartha tiene cualidades suficientes como para hacerse un hueco entre la filmografía de animación japonesa en lo que va de Siglo XXI.


Álvaro Casanova
Crítica para www.cinemaldito.com
@CineMaldito
Kasanovic
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2
17 de octubre de 2012
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
En el año 2020, el boxeo es cosa de robots. Los combates entre seres humanos han dejado paso a mega-construcciones de metal que luchan hasta la desintegración. En estas circunstancias, antiguas glorias del ring como Charlie Kenton se dedican a enseñar el deporte a estas máquinas, de una manera muy similar a la de un videojuego. Pero mientras, Charlie también se tendrá que ocupar de su hijo Max, que se ha quedado huérfano de madre y que también dejará huérfanos los dedos de la mayoría de los espectadores, que tendrán que comerse las uñas para paliar la crispación que genera su personaje.

En principio, el planteamiento parece aceptable. De hecho, es bastante creíble que en un futuro no muy lejano pueda existir una competición similar a la que nos presenta Acero puro. Además, los efectos especiales que adornan los movimientos de los robots están muy conseguidos (algo lógico, teniendo en cuenta el dinero que hay de por medio). Desgraciadamente, es lo único positivo que acabaremos sacando de esta obra.

Porque, como decíamos, no puede existir una película mínimamente aceptable si uno de los actores protagonistas no hace más que irritar al espectador fotograma tras fotograma. Hablamos de Dakota Goyo, un niño que posiblemente tenga poca culpa de lo que sucede con su personaje en las dos horas de película. Cuando sea más mayor, y vuelva a ver la que fue su primera gran película, quizá se tape la cara con una almohada y reniegue de la interpretación por siempre jamás.

Shawn Levy tiene el dudoso honor de dirigir a uno de los niños más repelentes de la historia del cine. Hay que dejar claro que el pabellón estaba bastante alto, si tenemos en cuenta casos como el de Jurassic Park o el Anakin de La amenaza fantasma. Pero nos tememos que, después de ver Acero puro, el personaje de Goyo ha superado todos los listones en lo que a repulsión se refiere. Desde la primera vez que aparece en pantalla, ya intuimos que algo no va bien. Si nos imagináramos a un niño de 11 años que acaba de perder a su madre, veríamos a un joven hundido, con la cabeza gacha y los ojos rojos del llanto. Pues bien, Goyo es la antítesis de ello: un niño con semblante chulesco y actitud prepotente. Esto, unido a la pinta de pijo y consentido que luce el susodicho, hace despertar un carácter asesino en el espectador tan feroz que ninguno de los poderosos robots de la cinta conseguiría aplacar.

A partir de ahí, ya era difícil arreglar la situación, pero si seguimos viendo la película (cosa difícil, ya que a la media hora dan ganas de perder el tiempo de otra manera), comprobaremos que no hace más que empeorar. La historia se mueve entre tópicos y momentos más que trillados, dando la sensación de que estamos ante un mero copypasteo de otras películas. Todo esto, aderezado con un niño que a cada minuto que pasa resulta más odioso (cuando se pone a bailar ya es algo surrealista), un Hugh Jackman que se ve desbordado ante tanta inutilidad (menos mal que le han pagado bien) y una Evangeline Lilly que está ahí para lucir palmito (desgraciadamente, sólo en un par de escenas).

Por tanto, Acero puro parece una película que sólo se puede recomendar a los tiernos infantes que en su corta vida todavía no han visto mucho cine. Para el resto de mortales, la mejor opción sería hacer una sesión doble: primero Acero puro y, acto seguido, Carrie. Con el paso de los días, posiblemente tengas la sensación de que ambas películas son en realidad la misma y que la mítica niña demoníaca Carrie fulminó con una buena tunda al odioso pijo de Acero puro.
Kasanovic
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