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Colombia Colombia · Bucaramanga
Críticas de Andres Botero
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Críticas 324
Críticas ordenadas por utilidad
8
11 de junio de 2020
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Vi “Final Portrait” (RU, 2017) dirigida y escrita por Stanley Tucci [1960-], quien es más reconocido como actor de reparto de Hollywood, pero poco se sabe de sus cintas como director, en especial de su intachable primer largometraje “Big Night” (1996). Por cierto, “Final Portrait” es su primera película que no protagoniza. La música y la fotografía son méritos de Evan Lurie y Danny Cohen, respectivamente (aplausos para ambos). El reparto es de lujo: Geoffrey Rush (aplausos), Armie Hammer (aplausos), Clémence Poésy y Tony Shalhoub, entre otros. Estamos ante un filme que pivotea entre el drama y el biopic. Narra una parte de la vida del pintor y escultor suizo Alberto Giacometti [1901-1966], interpretado por Rush, en la que él retrata al crítico de arte y escritor estadounidense James Lord [1922-2009], actuado por Hammer, retrato que terminó siendo de las obras más célebres del suizo. Antes que nada, estamos ante una película que, estéticamente, es meritoria, en especial por la escenografía (no fue filmada en París, como se creería, sino en Londres, pero con una exactitud en los detalles que merece aplausos, en especial la recreación del estudio del pintor), el vestuario (observen los colores reiterados en las prendas de los personajes, pasando de los opacos de la esposa a los colores vivos de la amante de Giacometti), la ambientación (con detalles bien pensados para hacernos creer que estamos en los años 60 del siglo pasado), el manejo de la cámara (maravillosas tomas circulares y algunas otras sin cortes), la fotografía (que supo donde debía ponerse el lente en cada caso) y la dirección de actores. Una joya, en todo el sentido de la palabra, la que nos ofrece Tucci.
Pero la trama no se queda atrás. Estamos ante un retrato (fílmico) sobre un retrato (pictórico). Un retrato tan intimista como entretenido, con algunos toques cómicos, que dan cuenta del dolor que implica la creación artística, en general, y la de Giacometti, en particular. Claro está que para comprender de mejor manera el drama particular que se nos muestra, se requiere del espectador unos presaberes en historia del arte que la cinta no ofrece, ni puede ofrecer por falta de tiempo. Tal vez habría sido útil una conversación inicial que le permitiera al auditorio familiarizarse con el contexto artístico al que responde Giacometti y la importancia de su obra para la historia del arte (obra elogiada por Sartre, entre otros, como la mejor expresión artística del existencialismo), aunque de todas maneras, quien no sepa mayor cosa del tema, sabrá apreciar, sin duda alguna, que le están contando de muy buena manera, aunque en una versión libre, cómo fue que surgió una de las obras más aclamadas por la crítica del arte en la segunda mitad del siglo XX. De todas formas, la buena narración motiva al espectador, en tanto que desata curiosidad, a que indague sobre los meollos ante los cuales la cinta guardó silencio.
Y digo que es una versión libre porque el director no quiso hacer un biopic tradicional, uno religiosamente apegado a los hechos que efectivamente sucedieron, en especial porque Giacometti, con su creatividad, hubiera condenado, si pudiera, una biografía sobre él que no buscase ser una novela. Es por ello que los actores y el director permitieron una flexibilidad en los giros dramáticos; eso sí, sin atentar contra las líneas gruesas de lo que realmente pasó.
Ahora, volviendo sobre el tópico central de la historia, se nos quiere mostrar con crudeza el parto (alegoría de dolor y de creación) que supone el arte. Es por esta necesidad de creación que el retrato (fílmico) del retrato (pictórico) no podía ser una mera descripción (de allí la libertad narrativa que se permite el director), de la misma manera que el retrato de Lord tampoco puede ser poner en un lienzo lo que solo una fotografía puede dar. Una pintura no es para imitar, sin más, la realidad, sino para poner en el lienzo algo diferente a lo que está allí para todos. Pero saber cuándo eso diferente está allí, pintado, es algo difícil y doloroso. En este caso, terminar un cuadro es como dar por terminado un libro. Siempre se quiere mejorarlo, siempre se quiere agregarle algo; el cuadro, como el texto, siempre quiere más. El retrato, a diferencia de la fotografía, no se puede terminar (como se dice en la propia película), pues es dinámico, pero saber cuándo es hora de dejar que siga su propio destino, que salga de las manos del artista, es algo muy complejo. De allí que Giacometti continuamente destruya en la tarde lo que inicio en la mañana, como la esposa de Ulises, dando tiempo al tiempo (lo cual es aprovechado para afianzar la amistad entre el retratista y el retratado), para que llegue lo anhelado, la perfección. Y esa lucha por la perfección es muy dolorosa, y no solo para el artista, sino también para los que lo rodean (de lo que da cuenta muy bien el filme con los roles que desempañaron el hermano y la esposa de Giacometti). Un artista así, perfeccionista, termina en la peor de las obsesiones compulsivas. Entonces, esta cinta termina siendo una pieza para entender lo que es la pintura, de un lado, y la creación artística, del otro. Por todo lo anterior, no dejo de recomendar este retrato de un retrato. 2020-06-11.
Andres Botero
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7
8 de junio de 2020
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Vi “Amazona” (Colombia, 2016), dirigida por Clare Weiskopf, directora, productora, guionista y periodista colombiana, siendo este su primer largometraje. El guion es de la directora sumado a Gustavo Vasco y Nicolas van Hemelryck. La música y la fotografía son mérito de Camilo Sanabria y Nicolas van Hemelryck, respectivamente. El reparto está integrado por Valerie Guarnizo, Clare Weiskopf, Diego Weiskopf y Nicolas van Hemelryck, entre otros. Estamos ante un documental que, en lo estético, puede considerarse, llanamente, como correcto. La fuerza del documental está en otra parte: es demasiado íntimo y, por tanto, veraz. El documental explora la tensa relación entre Valerie, la madre, y Clare, la hija, por la férrea determinación de la primera de mantener su libertad (su independencia) y no asumir los roles preasignados a la maternidad (como el de que la maternidad exige el sacrificio continuo de la madre para el bienestar presente y futuro del hijo). Es importante agregar que esta obra fue nominada a los premios Goya como mejor película hispanoamericana, a los Premios Fénix como mejor fotografía documental y música y a los Premios Macondo como mejor documental, montaje y banda sonora.
Pasemos directamente a asuntos de contenido. En primer lugar, estamos ante un documental tan íntimo que cualquier espectador podría preguntarse cómo fue que la familia permitió que todo esto saliese a la luz intensa y no siempre imparcial de lo público. Y esa intimidad tan bien retratada da lugar, como juego de causa y efecto, a la veracidad, la empatía y la crítica moral del auditorio. Me explico: la intimidad, tal cual como fue reflejada, permite que el auditorio le dé credibilidad a lo que ve, pero además de ello, genera un debate, dándole puntos a cada perspectiva, sobre el dilema entre la libertad-independencia de la mujer y cuál debería ser su rol como madre, teniendo en cuenta que están en juego no solo intereses de la mujer sino de los hijos quienes, sin pedirlo, fueron traídos a este mundo tan hostil como bello. Interesante obra para una reflexión feminista, así como para una de filosofía práctica sobre cómo resolver la antinomia entre (los deberes de) la maternidad con (los derechos de) la libertad.
En segundo lugar, el título de la película remite, alegóricamente, tanto a las míticas guerreras amazonas, como a la selva que lleva su nombre, una tan libre como agreste. Es la tenacidad de la selva, de ser como es, la mejor representación de una mujer que ni la maternidad ni sus amores le doblegaron su espíritu de ser como quiere ser o como cree ella que solo puede ser. Ambos aspectos (el de las guerreras como el de la selva) le caben claramente a Valerie. Además, el Amazonas fue el lugar que escogió la madre para estar en su mundo, lo más opuesto a lo que se esperaría de una mujer europea culta y de mundo como lo es Valerie. Ella misma busca su espacio entre lo más agreste de Colombia, para así ser una parte más del paisaje marañoso (uno que reclama sacrificios, vidas, y de allí la escena del gato recién nacido que se le entrega a una serpiente) y poder entonces reclamar, como premio por su regreso a lo “natural”, su libertad.
En tercer lugar, la cinta recrea, entre otras cosas, un encuentro entre madres. Valerie que sobrepuso su propia independencia a la maternidad, y la de Clare de buscar acercarse y comprender a su madre cuando queda en embarazo. Este reencuentro de madres no solo propone cuestionar qué es y qué se debe esperar de la maternidad, sino también una reconciliación íntima entre dos mujeres en medio de la selva, en medio de la madre tierra. Claro está que la reconciliación no puede ser completa, pues el olvido no está al orden del día. Pero, de todas maneras, la reconciliación fruto de la comprensión da lugar a una superación que es necesaria para que Clare pueda continuar su camino. Seguro Clare no será, como madre, igual a Valerie, pero algo de la tenacidad de la abuela quedará en la nueva generación.
Y, finalmente, esta búsqueda de Clare conllevaría a pensar que este documental tiene elementos de los road movie, donde los personajes se transforman, como Ulises, mientras viajan a la añorada Ítaca, en este caso, a la agreste Amazonas. En la selva nace y termina el camino de la humanidad.
En conclusión, el mérito del filme es que, sin tomar partido, plantea un dilema moral al espectador de una forma tan íntima que conlleva la veracidad y la empatía. Nadie juega con cartas escondidas, y eso conmueve al espectador y le conduce a plantearse debates en escenarios reales, bien diferentes a los debates supuestos de manual de clases; debates reales donde cualquier decisión significa una pérdida. Parafraseando a Sartre, toda decisión es una derrota, toda decisión es una renuncia a un mundo, pero lo peor sería no decidir. La recomiendo, entonces. 2020-06-07.
Andres Botero
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6
29 de mayo de 2020
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Vi “Churchill” (RU, 2017) dirigida por Jonathan Teplitzky, escritor y director de cine australiano, más Famoso en el mundo de la TV que en el del cine, y quien cuenta en su haber cintas como “Better Than Sex” (2000), “Gettin' Square” (2003), “Burning Man” (2011) y “The Railway Man” (2013). De esta última hice una reseña, algo negativa, hace algún tiempo. El guion es de Alex von Tunzelmann [1977-], historiadora y guionista británica. La música es mérito de Lorne Balfe y la fotografía de David Higgs. El reparto es muy bueno: Brian Cox (aplausos), Miranda Richardson y John Slattery. La película, en términos generales, ha sido duramente tratada por la crítica, porque el director hace una obra correcta destinada al entretenimiento, pero atendiendo la notoriedad de los hechos que narra (el “Día D”, que fue un punto de inflexión en la Segunda Guerra Mundial) se esperaba algo más. Esto es una seria dificultad de los filmes que recrean hechos históricos de gran envergadura, de la que casi todos ya tienen ideas preconcebidas. Para lograr captar la atención del auditorio en esos casos se requiere que la obra sea demasiado notoria, por lo que no basta que sea simplemente correcta. Sobre las actuaciones, brillante fue la de Cox, quien interpreta a Churchill, a un punto tal que debió haber obtenido un premio por ello.
Pasando a temas más de contenido, debo indicar que el guion es una interpretación libre de un hecho del que todos tienen alguna información (el “Día D”) pero sobre una faceta concreta de la que no se sabe mucho que digamos (¿qué opinaba Churchill, en sus adentros, del Día D?), por lo que el espectador no puede tomarse a pie juntillas lo que allí se narra. En este sentido, la cinta es una mezcla de elementos propios del biopic con cine histórico, pero reitero que la interpretación ofrecida es una versión libre, demasiado libre si se quiere, que tiene por objetivo el entretenimiento del Gran Público, aunque muchos de los espectadores se pueden perder ante los detalles por algo que mencionaré a continuación.
Como se centra en un punto muy concreto de la vida de Churchill, es muy difícil para el actor poder reflejar el carácter complejo de su personaje, lo que solo puede hacerse si el tiempo que abarca la película es más amplio. Al concentrarse todo en un momento de la vida de alguien, se requiere (y allí está lo difícil) de unos conocimientos previos por parte del auditorio para que pueda llenar los vacíos que el filme, conscientemente, deja. Por ejemplo, ¿por qué ese temperamento del personaje?, ¿por qué sus miedos?, ¿quién es ese político que se opone dramáticamente al protagonista?, ¿qué los enemistó? Tristemente, no todos los espectadores conocen, por ejemplo, los intríngulis de la política inglesa de entreguerras como para poder entender las tensas relaciones que la obra muestra de Churchill con su propio partido. Entonces, a pesar de que fue destinado al Gran Público, realmente esta cinta la podrá disfrutar quien conozca la historia de la Segunda Guerra Mundial más allá de las vagas nociones que al respecto ofrece el sistema educativo institucional.
Otro aspecto para mencionar es que, a pesar de tratarse sobre los miedos de Churchill –por su experiencia militar en la Primera Guerra Mundial– al desembarco aliado en Normandía, no estamos ante una película bélica ni mucho menos de acción. Una decepción para más de uno que creyó encontraría escenas militares a raudales. El propósito del director era adentrarse en la complejidad de un hombre que siempre se mostró como seguro y firme externamente, pero que, en su interpretación libre de los hechos, estaba lleno de dudas e inseguridades que, a pesar de todo, no evitaron que Churchill se volviera el líder que el Ruino Unido requería en ese momento para enfrentarse a la amenaza nazi. Finalmente, hay mucha literatura histórica que pondría en entredicho ese papel de “estorbo” que la cinta quiere mostrar de Churchill frente a los militares que planeaban la invasión y de su poco compromiso con el “Dia D”. Por decir algo, quien defendió esa operación militar ante De Gaulle, quien sí tenía fuertes reservas ante tal acción, fue el propio Churchill.
En fin, tomé el filme como un momento de esparcimiento con el mérito de que buscaba encontrar el demonio detrás del santo, es decir, la complejidad del héroe, lo que me recuerda una frase de Hesse en “Siddhartha”: “No obstante, el mundo mismo, lo que existe a nuestro alrededor y en nuestro propio interior, nunca es unilateral. Jamás un hombre o un hecho es del todo samsara o del todo nirvana, nunca un ser es completamente santo o pecador. Nos parece que es así porque nos hacemos la ilusión de que el tiempo es algo real. Y el tiempo no es real”. La recomiendo, entonces, pero con los matices ya expuestos. 2020-05-29.
Andres Botero
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7
25 de junio de 2019
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Vi “Mi obra maestra” (Argentina, 2018), dirigida por Gastón Duprat [1969-], siendo este su primer largometraje como director en solitario (ya había hecho algunas buenas cintas como codirector). El guion es mérito de Andrés Duprat [1964-], quien, además de guionista, es comisario artístico, rol que es determinante en la película, como ya veremos. El reparto es imponente: Guillermo Francella (reconocido en el mundo de la comedia, pero aquí luce su versatilidad como actor, aplausos), Luis Brandoni (además de actor, político argentino, aplausos) y Raúl Arévalo, entre otros. El filme está a mitad de camino entre la comedia y el drama, pero la palabra que mejor le encaja es la de sátira. Narra la amistad, con sus altibajos, entre un comisario artístico y galerista inescrupuloso, Arturo (Francella), y un pintor inadaptado que no está en sus mejores momentos, Renzo (Luis Brandoni). Ellos dos no se parecen en nada y tienen motivos de sobra para odiarse, pero la amistad y una gran mentira (realmente, una estafa) los mantiene unidos. El miedo a ser descubiertos en dicha mentira logrará que tomen riesgos peligrosos para la carrera de ambos. Antes que nada, esta obra me parece un contrapunto de la anterior de la dupla de los Duprat: “El ciudadano ilustre” (Argentina, 2016). Son muchos aspectos en común, en especial el retrato desnudo de la genialidad, de un novelista (en la obra de 2016) y de un artista (en el largometraje que ahora reseño). Estéticamente, la cinta es muy correcta, y destaco entre otros aspectos la fotografía (aplausos). La edición me pareció impecable y las actuaciones protagónicas logran dar todo de sí. Paso de inmediato al análisis de la narración. En primer lugar, la clave de esta comedia es un truco bien conocido: los contrarios que, a pesar de todo, continúan siendo amigos. Sin embargo, el ingenio de muchos diálogos, en especial los de Renzo, agregan un elemento, este sí más interesante, a la comedia que fundamenta la obra. En segundo lugar, la película logra retratar con argucia unos personajes complejos, pero no complicados. No es común que se logre desarrollar de esta forma las características de los personajes principales, especialmente antes del clímax (la mentira que los unirá aún más). Luego de este clímax ambos personajes cambiarán drásticamente, pero sus caracteres en movimiento ya no son tan bien descritos, pues el filme los perdió de foco en tanto ya no eran el quid dramático de la sátira. En tercer lugar, la comedia y el drama terminan fusionándose en una sátira, justo cuando la mentira compartida lo cambia todo. A esta transformación del género se le añade, con gracia, la intriga que se sabe manejar muy bien, con sus consecuentes e inesperados giros narrativos (necesarios, obviamente, para la intriga). En cuarto lugar, resalto la visión de lo intelectual y del arte que la dupla de los Duprat (tanto en la obra de 2016 como en esta del 2018) le manifiesta al espectador: no se representa al arte ni al artista de forma romántica. Es una reivindicación del artista contradictorio (demonio, humano y ángel, según el momento), egoísta, individualista a la vez que irónico, y pesimista, todo lo cual lo obliga a refugiarse en sí mismo y rechazar el mundo, pero una crisis con los otros logra sacarlo de ese estado nihilista para volverlo un ser-para-la-vida, de nuevo “productivo” (incluso en lo económico) y de alguna manera vitalista. Se retrata, pues, tanto a un héroe como a un antihéroe, según la perspectiva desde la que se le vea. Todo desnudar supone la acción de poner a la vista lo agradable como lo desagradable y esta cinta desnuda la condición de artista en medio de la zozobra del mercado y de la inspiración. Entonces, además de ser una comedia negra entretenida, la recomiendo en un cine de artistas e intelectuales, por su capacidad de mostrarnos la complejidad de los ídolos culturales. La recomiendo. 2019-06-25.
Andres Botero
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7
17 de junio de 2019
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Vi “Swing Vote” (“El último voto”, 2008, EE.UU.) dirigida por Joshua Michael Stern [1961-], un cineasta con solo tres películas en su haber, siendo esta su segunda. El guion es del propio director junto con Jason Richman y cuenta con un reparto interesante: Kevin Costner, Madeline Carroll y Paula Patton, entre otros. El género es una comedia política, pero con pretensiones de entretener al gran público, asunto que no podemos perder de vista. La trama es sencilla, pero logrará un efecto satírico importante del que luego hablaré: Bud Johnson (Costner) representa al ciudadano promedio estadounidense, de clase baja, apático ante el mundo político y que solo busca pasarla bien. En cambio, su hija Molly (Carroll) es brillante y comprometida con su entorno, lo que incluye en ella una valoración importante de lo que es participar en política. En las elecciones presidenciales, por una serie de infortunios, las cosas quedan en empate entre el candidato republicano y el demócrata, y el voto de Johnson lo decidirá todo. Ahora bien, dentro de los temas estéticos, la cinta es correcta. Cumple el rol que se le asignó: dar paso al entretenimiento. Tal vez la ambientación es algo más que correcta, pero nada que permita aplausos estrepitosos. El mérito del filme está en otro lugar: en la sátira política. A pesar del formato light, las sobreactuaciones de Costner y los múltiples clichés del género (un papá flojo con una hija sabionda, al mejor estilo de Los Simpson), hay algo que salva la obra: la crítica al trasfondo político estadounidense que tanto atrae al público de dicho país. Alguna vez escribí un artículo al respecto (y me arrepiento de no haber sabido de esta película en ese momento), donde señalaba que el género cinematográfico de elecciones es uno de los que garantiza algún éxito comercial en los teatros estadounidenses, en tanto que en dicho género hay una representación trágica del acontecer político, de algo que les causa tanto miedo como asombro a los estadounidenses en especial y a las personas que viven bajo democracias electorales en general: la forma en la que funciona el sistema electoral, en este caso, el estadounidense. Esta obra representa, con toques de humor, lo que muchas otras películas, que se remontan incluso a Frank Capra [1897-1991], dejan en claro sobre lo que hay en dicho país: las elecciones se han vuelto como ir al supermercado, donde los asesores de campaña dirigen tras bambalinas ese mercado de ideas, donde votar es como comprar un champú o cereales para el desayuno. No obstante, a pesar de esta mercantilización indebida de la política (representada en esta cinta con los asesores de campaña), cede ante el asombro que genera considerar que este, a pesar de sus problemas, es el mejor sistema posible, y que, a pesar de todo, los candidatos serían personas que piensan en su país. Sí, como lo mencioné, este filme sugiere que hay una brecha moral entre el asesor y el candidato (asunto muy nacionalista y ridículo: pensar que los candidatos, a pesar de todo, logran sobrevivir al mundo que los rodea, algo así como que salen secos de la piscina donde han nadado) por lo que termina arrojando una visión positiva de los segundos. Así, el ingenuo Johnson, al conocer mejor a los candidatos más allá de los asesores, termina por asumir con seriedad sus compromisos políticos como un héroe americano, eligiendo al mejor según su criterio. Pero como ya lo dije, el entretenimiento del gran público, mientras de fondo se proyecta una sátira, está en la comedia, algo superficial pero que funciona pues de otra manera no la entenderían todos, aunque es una comedia que en varios casos es hilarante, como la forma en la que la obra se ríe de los puntos históricos que han identificado a republicanos y demócratas. Con tal de ganar el voto de Johnson, los demócratas terminan por asumir el discurso republicano y viceversa. En conclusión, es una obra que, a diferencia de otras de su género, intenta mostrar la triste realidad de las campañas electorales estadounidenses, pero centrándose en una dualidad asesor-candidato que es algo más o menos innovadora. Igualmente, esta película ratifica la mirada de miedo-asombro con que el público estadounidense observa su sistema político, mirada que suele garantizar algún éxito comercial de las cintas que logren atraparla. En este sentido, si bien este filme no logrará ser un hito en su género y fácilmente se borrará de la memoria del espectador, no por ello dejará de ser un ejemplo bueno de aquella línea de trabajos académicos sobre el cine y las elecciones que a tantos ha cautivado. Vale la pena pues como motor de reflexiones políticas y como ejemplo de sátira del entorno del ciudadano y del gobierno. 2019-06-17.
Andres Botero
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