Southland Tales arranca de manera excelente, con una explosión nuclear en el sur de EEUU que marca el inicio de la WWIII. A partir de ahí, la trama se dispersa y el batiburrillo de situaciones /personajes/ mensajes se eterniza hasta alcanzar unos insufribles 144 minutos. Cuatro o cinco fogonazos hilarantes no bastan para soportar el peso de un dilatado metraje satí­rico por el que pululan senadores republicanos, células neomarxistas, ex-actrices porno metidas a presentadoras de TV, veteranos de la guerra de Irak y una familia de freakies que controlan el suministro energético del planeta. Caso flagrante de film cuyo resultado esta muy por debajo de sus pretensiones.

Un protagonista carismático y humanizado, caracterizaciones espectaculares (como la del 'pez' o la del nazi enmascarado), una dirección artística inigualable, pendiente de hasta el más mínimo detalle. Todo ello en el haber del largometraje. En el debe, una trama que apenas despierta el interés, secundarios antagonistas desaprovechados (como el mismo Kronen), un archienenmigo (Rasputín) que no da la talla en ningún sentido y determinadas explosiones infográficas demasiado agresivas. Pecato.

En esta ocasión, los susodichos zombies adquieren la capacidad de aprendizaje, lo que, paradójicamente, los hace menos terroríficos. El reparto es atractivo (Dennis Hopper, Leguizamo, Asia Argento), la habitual dosis de crítica social (demasiado evidente) y el desfile de casquería y hemoglobina gratuita no faltan a su cita, pero la inspiración tan sólo aparece de forma dispersa. Diríase que la fórmula está agotada. O no ?