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Críticas de Rubén Sánchez Díaz
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Críticas 51
Críticas ordenadas por utilidad
9
2 de julio de 2023
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
«Cine: cinta de fotogramas estáticos interrumpidos por oscuridad entre cada uno de ellos, que, gracias al defecto del nervio óptico, si se mueve a 24 fotogramas por segundo, crea la ilusión del movimiento, la ilusión de la vida. Así no ves la oscuridad, si no un haz de luz, y nada sucede sin luz».

Con esta maravilla de diálogo que sucede en la cabina de proyección de un magnífico cine de un precioso pueblo costero de Inglaterra, se podría resumir la obra que Sam Mendes filma con una delicadeza poética de quien ha vivido con amor su profesión desde ser un espectador de este arte, compartiendo con otros la emoción de sentarse en una butaca a disfrutar de unos fotogramas en movimiento, hasta convertirse en todo un cineasta de gran reconocimiento que, en su madurez artística ha decidido escribir y dirigir una obra de metacine que, más allá de ser un homenaje, luce fantásticamente en la gran pantalla, con unos actores principales que bordan sus papeles, un argumento que, sin ser un gran historia dramática, aborda temas sociales de una manera muy realista y con una ambientación, música y fotografía que ponen el detalle de calidad que Mendes siempre nos aporta.

Una película sentida, cuidada y muy disfrutable, fiel reflejo de lo que quiere transmitir la historia que en ella se nos cuenta. Hay que disfrutar de esta vida y de los momentos de luz, para que los de oscuridad pasen desapercibidos.
Rubén Sánchez Díaz
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10
17 de noviembre de 2021
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Esta película refleja cómo nuestra mente infantil juega con la variación de los elementos que conoce para crear universos infinitos, con ilimitadas posibilidades, en los que el proceso de elegir es una decisión continuamente pospuesta, como casi todo en nuestros primeros años de vida.

Se nos representa una evasión, la de la infancia, totalmente abstraída del funcionamiento del mundo real, o adulto —donde las decisiones tienen consecuencias—, y absolutamente inmersa (abundan las continuas referencias al agua) en el mundo de la imaginación, donde solo existen los posibles futuros que podamos construir. Un auténtico juego de aventura y azar, de novedades continuas, de decisiones —desde la más banal a la más dramática— en el que todo importa a un nivel muy intenso. El puzzle de escenas y la dificultad técnica que conlleva el montaje de esta obra cinematográfica es bastante semejante a los procesos de la mente a la hora de imaginar (entremezclada, caótica, impulsiva...) y, en parte, por ello, no nos cuesta entender esos saltos tan radicales. Por eso, y porque la película esta perfectamente narrada, en lo visual y en lo literal, de manera que toda historia, tenga la profundidad que tenga, encaja en un hueco concreto y con una unión coherente con respecto al resto. Este mundo nos es perfectamente conocido, hemos vivido 12 años en él, y por eso nos resultan tan familiares los mecanismos narrativos de este filme, pues contemplan una necesidad básica del ser humano, la de la abstracción, que durante nuestra primera etapa de crecimiento es casi nuestra única manera de vivir.

Si piensas todas las realidades de una decisión, jamás tendrás que elegir; imaginar es lo más parecido a vivir múltiples vidas. Para mí, esta es la premisa básica de Van Dormael para trasladar ese estado mental de la infancia a la historia que se nos cuenta. Para ello, el director belga utiliza herramientas narrativas muy poderosas, aunque, eso sí, con alguna trampa. El más destacable y poderoso de los elementos es el uso de personajes ficticios e historias no necesariamente verídicas —que no reales— para representar tanto a los personajes reales como sus pensamientos, sus frustraciones, sus preocupaciones y su evolución. La imaginación es lo que nos permite salir de los problemas o, al menos, apartarlos por un momento para no ahogarnos en él, y creo que es la más potente de las ideas reflejadas en esta película, de una manera sublime y bellísima, empatizando con cada una de las historias que salen de cada toma crucial de decisiones.

Otro tema importante de esta película es la realidad. ¿Qué es real? ¿Es real algo con tan solo pensarlo en nuestra mente? ¿Qué no es real? O, más bien, ¿cuándo deja de serlo? Todas estas preguntas son desarrolladas de manera directa o indirecta por los protagonistas y, de manera implícita, nos son cuestionadas, casi como apuntándonos con ese dedo que guía a Nemo al final del largometraje. Continuamente nos preguntaremos “¿es esta la trama «real»?”, “¿es este el Nemo «auténtico»?”, o incluso “¿es esto «posible»?”. Posible o imposible, auténtico o alternativo, real o ficticio, son adjetivos que no son catalogables para lo que sucede en la imaginación y solo a través del desarrollo y reflexión de las acciones —y consecuencias— de las posibles vidas de Mr. Nobody podremos encontrar una explicación. Y ahí esta la trampa, en el anciano Mr. Nobody. Aunque no nos importa, es un trampa necesaria y muy bien ejecutada.

Algunos detalles que también me han parecido interesantes han sido la recurrencia temática y visual de elementos como la máquina de escribir —a la hora de explicar metanarrativamente y dirigiéndose a la audiencia el proceso creativo, muy en relación con la imaginación— la imagen simbólica de la hoja cada vez que se habla de la muerte o de un posible final, o, quizás el más obvio, el de la mariposa para reflejar que se acerca un momento «efecto mariposa». Por supuesto, uno de los más importantes, y donde se nos desvela toda la trama a partir de la escena de la decisión más definitiva de toda la película, es la aparición de muchos elementos que ya hemos conocido a lo largo de la película en las «posibles vidas» y que, al fin, encontramos origen y razón de ser, al igual que la mente infantil juega con los elementos ya conocidos y los tergiversa para crear posibilidades infinitas, aquí se le da la vuelta a ese concepto para atraparnos en las distintas historias que se enlazan.

Aunque esta película pueda quedar sepultada bajo la intensidad del amor adolescente que se desarrolla en parte de su metraje —aunque tan solo es una de las posibles vidas— posee muchos otros puntos de vista interesantes que, sin desprenderse de la belleza y dramatismo de esa sección, pueden dar un valor muy superior a esta pieza, escrita por el propio director de manera certera y precisa y con cierta reiteración de recursos que no hacen más que mostrar la importancia que para Van Dormael tienen algunas ideas y esquemas narrativos, lo cual para mí tiene más que ver con lo que antes comentaba acerca de que esta película tiene un pilar fundamental en el tratamiento de la imaginación en relación con el proceso creativo y en cómo este segundo debe dominar a la primera para poder llegar a buen puerto en cualquier proceso artístico.

Una película compleja, con inmensidad de posibles interpretaciones, pero llena de momentos bellos y perspicaces que te llevan a la emoción y a la reflexión. Por poner una comparación con una de mis películas favoritas: si Synecdoche, New York (2008, Charlie Kaufman) reflexiona acerca de la toma de decisiones, de la carga de las consecuencias, del paso del tiempo y de la madurez; Las vidas posibles de Mr. Nobody (2009, Jaco Van Dormael) habla de todo lo contrario, de posponer las decisiones, de la abstracción de las consecuencias, de detener el tiempo, de la infancia. Y esta relación es maravillosamente poética, artísticamente pura y afortunadamente complementaria gracias al poder del cine.
Rubén Sánchez Díaz
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9
29 de octubre de 2018
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cuando una película te hace llorar significa que te ha tocado en tu ahonda parte más humana: en tu sensibilidad, en tus valores y sobre todo, en tu manera de ver y comprender el mundo. Particularmente, cualquier película que consigue sacarme aunque sea una sola lágrima, hace que, automáticamente, se quede guardada muy especialmente en un rincón de mi memoria.

La historia que aquí se nos cuenta, la de Lee Chandler, podría ser la de cualquier persona en un bache emocional o simplemente la descripción narrativa de aquellas que no consiguieron lo que se proponían y se han visto relegadas a una vida de banales actos cotidianos. Sin embargo, pese a este inicio simple de la cinta, que muy inteligentemente cimienta Lonergan, esta va creciendo y madurando con cada escena, y junto con ese fotografía tan acogedora, sencilla y de tan fácil de visionado, hace que te adentres en una trama de un carácter muy familiar. Nos vamos andentrando en el personaje de Chandler y conocemos sus penas y miserias y llegamos a conocer la terrible causa de su taciturna vida y personalidad, y pese a quizás no compartir, entiendes y empatizas, algo que consigue humanizar a la película y dar vida al personaje, no me extraña que Affleck haya conseguido el oscar por su actuación.

Se trata de una película, ante todo, humana, bajo un también merecidamente galardonado guión que parte de unas premisas muy simples y cotidianas, que habla sobre las heridas que unas personas dejamos en otras, de qué y cómo es vivir con una de esas heridas, y de lo que provocamos los unos en los otros, para llegar a cotas que alcanzan lo surrealista y lo absurdo, una película que deja un poso de paz interior muy dificl de conseguir en dramas de este calibre.
Rubén Sánchez Díaz
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10
30 de mayo de 2017
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Me parece una obra maestra. Una película que derrocha fuerza, acción y velocidad en su trama, pero no carente de un fondo dramático muy interesante. Pese a sus tres horas de duración y a la complejidad de tener que seguir 9 historias paralelas, en ningún momento se hace pesada. Es amena constantemente e incluso, en ocasiones, desborda tanta información.

Tras un inicio frenético e intrigante que consigue captar tu atención para ponerte alerta de lo que vendrá, llegamos a una sección central en la que entramos en contacto con cada uno de los personajes, ninguno de ellos protagonista, pero todos igual de importantes, de las distintas historias que conformarán la trama. En esta sección continuamente in crescendo se va creando cada vez más y más tensión, con simples detalles del argumento, mínimas conexiones entre personajes y una música constante que aumenta el suspense durante más una hora de película. Por momentos te sientes perdido, agotado, engañado, parece que juegue contigo. Te hace creer que controlas todos los detalles, ya que vives en primera persona todo lo que sucede en la película, nada se oculta, pero en realidad todo está escondido, maquillado y se va desvelando muy poco a poco. Tras el clímax de tensión donde se ve una de las grandes conexiones de la película, parece que esta se vaya calmando poco a poco, y nos vamos dando cuenta de lo que realmente va gracias al genial discurso de Earl en su lecho de muerte: "¡Putos remordimientos!". Ya lo tenemos claro, va de la culpa, la culpa y el perdón, pero también de las casualidades y las decisiones. Y entonces ya nos sentimos parte de la película. Ya no hay música y solo nos queda llegar al final de las casualidades y las fantasías, que en ocasiones, pueden suceder.

Se trata de una película diferente, incluso extraña por ciertos momentos. Pero, si consigues estar atento y apreciar todos los detalles, te cautivará. Además, el guión y las interpretaciones son grandiosas,dignos de ser recordados. Genial historia original del director, Paul Thomas Anderson.
Rubén Sánchez Díaz
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10
12 de febrero de 2017
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Esta película es un verdadero canto a la vida, pero, sorprendentemente, a la vida real.

Pese a toda la magia, la fantasía y el positivismo que reflejaban los anticipos del filme, en la película, aunque siguen presentes gracias a la estética, la música y muchos otros detalles, vas encontrándote en una atmósfera mucho más realista incluso pesimista, creando así un contraste bastante fuerte entre lo que ves y oyes, a lo que sientes. Cuando parece que todo va a llegar a la normalidad y que el final será por fin feliz, el guión pega un giro, un golpe de realidad inesperado que redondea la película de una forma perfecta. Mención especial para este final, una escena maravillosa que para mí es una verdadera obra maestra. Refleja lo caprichosa que a veces es la vida, que, en ocasiones, te depara imprevistos que no puedes (ni quizás debas) controlar y que lo que podría haber sido nunca será.

La película está llena detalles que la hacen sobresaliente. Sin duda la música y el baile en una película que tiene influencias del género musical tienen mucho que decir. Creo que en esto va a estar la clave de que te guste o no, si eres capaz de meterte en el género hasta el punto de entender la inclusión puntual de una escena bailada o cantada en mitad de la trama así como de valorar el gran papel que ejerce la sobresaliente música original, te meterás de lleno en el mundo de La la land. Otros detalles como el vestuario, la fotografía o el guiño al cine antiguo grabándola en cinemascope, le dan una atmósfera bellísima. También las grandes actuaciones, la de Emma Stone por encima de todas, así como la trama siempre en relación con el optimismo y el pesimismo en el contexto del mundo artístico (como ya hizo Damien Chazelle en Whiplash), hacen de esta película algo diferente. Todo esto puede atraparte de forma maravillosa en un mundo fantástico, conmigo ha funcionado, pero es posible y comprensible que no lo haga con alguien que no es capaz de valorar la música o el mundo artístico, de todas formas merece la pena darle una oportunidad.

Creo que Chazelle ha abierto (o reabierto) el camino de un género que había desaparecido (eso sí, ganándoselo a pulso). Este director puede regalarnos en el futuro muchas obras de arte, de momento La ciudad de las estrellas deja el listón muy alto.
Rubén Sánchez Díaz
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