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Argentina Argentina · Rosario
Críticas de Danivtar
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Críticas 198
Críticas ordenadas por utilidad
8
19 de abril de 2022
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Urszula Antoniak nos deja azorados con este verdadero tour de force, tan simple y minimalista como revelador, tan escueto y shockeante como un koan del zen. Al comienzo una casa vacía y una muchacha (Lotte Verbeek, galardonada) que ya no tiene casa ni familia y simplemente se lanza a la ruta, hacia la nada (me evoca ecos de París, Texas). Es todo lo que conoceremos sobre su pasado. Pero creo que nunca el silencio, lo tácito, lo sugerido, han hablado más claramente que en esta ópera prima de la directora de origen polaco. La muchacha de la que no sabremos siquiera el nombre encontrará en su vía incierta a otro ilustre desconocido encarnado por un sobrio aunque solvente Stephen Rea, con quien trabará una relación diferente, sorprendente, insólita, ya que ella no dejará retornar nada de aquello que ha decidido dejar atrás para siempre.

Ambientada en el paraje desolado y fascinante de una isla en Irlanda, la soledad y una atmósfera de muerte serán empero la matriz donde se gestará una maravillosa resurrección.

Film reconocido en varios festivales, me ha dejado muy gratamente sorprendido, invitándome a explorar y seguir en adelante los trabajos de una directora que parece muy promisoria.
Danivtar
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10
31 de diciembre de 2021
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Termino este 2021 mirando al sudeste. Sí, de alguna manera, ya que cierto azar quiso que me encontrara revisionando este film que me marcara hace unos treinta y cinco años. Film entrañable, asociado a nombres entrañables que ya no están entre nosotros. Pero en lo que a mí respecta, viven y vivirán cada vez que vuelva sobre esta historia. Eliseo Subiela, Hugo soto, Lorenzo Quinteros. Qué maravilloso legado han dejado en esta cabal obra maestra. Treinta y cinco años después la redescubro, y me asombra y me conmueve como en aquel entonces en mis veintes.

¡Qué vigencia tiene esta historia! ¿Qué ha cambiado, en estos treinta y cinco años, del arma mortal que denunciara Rantés ante el doctor Julio Denis, el arma de la estupidez humana? Yo creo que se ha vuelto más letal que nunca.

En su factura simple este film encierra un poder y una magia milagrosos. Amo cada plano, cada nota de su banda sonora, cada línea de su guión portentoso. El dolor y la tragedia humanos están plasmados ya en ese comienzo en el que un hombre quebrado ingresa al psiquiátrico y clama con los brazos en alto el nombre de su amada a la que acaba de matar, como si la viera delante de él. El doctor Denis -estupendo Lorenzo Quinteros- escucha su historia medio tumbado sobre su silla, mascullando para sí lo poco que nadie podrá hacer por ese hombre. Representa al típico ser humano adaptado a la vida desde la rutina vacía de una profesión en la que poco cree, solo, separado de su familia e hijos, agobiado por el tedio y el sinsentido existencial. Y allí, en medio de ese micromundo de seres quebrados dirigido por otros seres apenas menos quebrados, aparece inopinadamente el misterioso paciente número 33, Rantés.

Hugo Soto encarna a Rantés, el holograma que hace llegar al mundo una suerte de versión cibernética del Cristo. Rostro fabuloso para el personaje, actuación apabullante. Todos en el nosocomio quedarán pronto atrapados por su lúcido delirio -incluyendo al buen doctor Denis. Los diálogos entre Rantés y el doctor son magistrales, evocándonos a los de Sócrates o el Cristo -que parecen condenados a sembrar en el desierto cada vez que han querido iluminar la mente del hombre.

Hay un momento en el que el film alcanza un verdadero clímax de explosión visual y expresiva, en la escena del concierto en la plaza, que quedará sin duda entre las grandes de la cinematografía de todos los tiempos.

Y ésta ha sido para mí la última película del año que está a unas pocas horas de cerrarse para siempre por estos lados, dejándome este regalo que agradezco.

¡Un saludo a toda la gente de Filmaffinity, a los compañeros comentaristas, y que el 2022 nos traiga finalmente la iluminación que necesitamos!
Danivtar
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8
2 de septiembre de 2021
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Un cruce casual para un encuentro trascendente. Como todo real encuentro, simplemente ocurre, sin que nada pueda evitarlo. Un vaso de agua es la excusa para terminar compartiendo unos pocos días durante los cuales un profesor retirado de letras (Jean Rochefort), y un recio y parco hombre llevando campera de cuero y un bolso con ropa y pistolas para asaltar bancos (Johnny Hallyday), prepararán el arribo a la estación de sus respectivos trenes de vida. Surge entre ellos una extraña fascinación. Los separa un abismo, misma diferencia que los une. El otro tiene lo que cada uno ahora desea: una experiencia vital distinta, lo que sus respectivas historias les impidió tener. El trasfondo es filosófico: los extremos se tocan, y todo fluye hacia su contrario, como señalaba Heráclito. La tierra argumental es exótica, como en otros filmes del gran Patrice Leconte. Libros y pistolas se pondrán sobre la mesa para un intercambio poco común. El trato discurrirá suave, tranquilamente, entre copas, comidas y agradables diálogos. Quienes aprecien esa clase de veladas -serenas, pausadas, donde el tiempo ordinario parece desaparecer- se sentirán como en casa y hasta partícipes de la tácita y silenciosa negociación. La película no los dejará ir. Un contrapunto de guitarra blusera y piano clásico acompaña al otro, el contrapunto humano; baila con nuestros héroes y se desplaza entre ellos -genialidad de la banda sonora de Pascal Esteve.

Exquisito como pocos, film infaltable en toda buena colección.
Danivtar
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6
12 de julio de 2021
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En los años ochenta bien habría podido ver esta película por la TV abierta, y sin duda me hubiera fascinado, como tantas otras que hube de ver así en esa época donde el gran cine se prodigaba generosamente por los medios televisivos, a veces en distinguidos ciclos semanales. Hoy ni en el servicio pago de TV por cable tienen el decoro de pasar un film visualizable, decente. Pero tampoco se hace ya ese tipo de cine deslumbrante como el propio del director Nicolas Roeg.

Lo cierto es que sólo en estos días he tenido la oportunidad de ver Bad Timing, e inmediatamente me deparó un dejavú de aquellos pasados y buenos tiempos, me condujo a un viaje hacia deliciosas sensaciones -hoy en gran parte olvidadas- que me embargaba el visionado de ese cine grande y misterioso, lleno de contenido y datos de la realidad y la vida que todavía debía descubrir por entonces. Y en esta vena debo decir que seguí el film con interés y real disfrute, pese a los defectos de que adolece.

Posiblemente el goce resultó primariamente visual. La fotografía, los ambientes y escenarios que nos son dados recorrer de la mano de Nicolas Roeg son irresistibles. La historia, que discurre en Viena y ocasionalmente en otros parajes, es la de un romance, un encuentro con mucho de desencuentro entre los personajes encarnados por Theresa Russell (Milena) y Art Garfunkel (Alex), cuyas performances están a tono con la exquisitez del conjunto. Con formato de thriller psicológico y policíaco el film nos introduce en el conflicto desesperante entre el académico Alex, que aspira a una relación formal y una franca entrega, y la extrovertida e impredecible Milena que reclama para sí el derecho a una porción de individualidad, libertad y misterio. El subsecuente avance de los consabidos celos, desconfianza, presiones y sospechas termina hundiendo de más en más en una espiral de violencia a los infortunados amantes.

Pero el estilo narrativo que impone el director me pareció más bien desacertado, por el uso y abuso de saltos temporales que tornan el relato demasiado fragmentario y por momentos hasta confuso. Es ésta un arma de doble filo, porque tiene ciertamente su encanto, aunque siempre que se observe una justa medida. La dinámica frenética de escenas cortas que van y vienen en el tiempo -superponiéndose a veces las de unos personajes con las de otros- no sólo es por momentos confusa sino que impide al espectador el tiempo necesario para llegar a empatizar con los personajes y compenetrarse de su difícil relación. Se sacrifica el desarrollo de los mismos en aras de un abigarrado puzzle de situaciones triviales muchas veces repetitivas. Lo anacdótico asfixia lo esencial, el ritmo suprime la profundidad. El film pudo así haber dado mucho más, y creo que esta no muy feliz elección del director determinó su suerte un tanto opaca.

Con todo, podría volver a ver esta cinta -incluso para captar algún que otro detalle que bien pudo habérseme escapado entre tanto flashback- y esto de por sí le otorga para mí cierto mérito, aunque esté lejos de ser perfecta. Quedará para cada quien el arriesgar un visionado, sea para sorpresa o decepción, o quizás para una mezcla de ambas como lo fue en mi caso.
Danivtar
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10
21 de junio de 2021
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Entrañable film del suizo Alain Tanner, rareza preciosa y perdida de la historia del cine. Su tema no es menos peregrino, metáfora enigmática de caminos de vida más allá del convencionalismo mundanal y pragmático. Quien se haya aventurado alguna vez, aunque sea un poco, por esas estrechas y escondidas sendas que pueden discurrir aun en medio de la ruidosa barbarie citadina no tendrá problemas en reconocer, discernir y comprender los símbolos de este film. Para los más resultará una ristra de sinsentidos y disparates. Hay maestros para esos caminos, y ellos estarán allí cuando aparezca un caminante.

En 'Los años luz' -como se conoce en mi país- Trevor Howard borda a uno de esos maestros y nos conquista desde su primer entrada imprimiendo en él, con la jerarquía de su gran oficio, una presencia poderosa. Se trata de Yoshka, para los lugareños profanos 'el loco', pero algo muy distinto para los que pueden conocerlo. Su labor discurre en medio de la montaña, en las ruinas de un antiguo garage y cementerio de automóviles. Un vasto galpón allí constituye el santuario de sus secretos trabajos, pero los continuos gritos que brotan de sus paredes revela la presencia de pájaros. El joven Jonas (Mick Ford) es llamado, convocado a acercarse al camino -'libre como un pájaro', le oímos decir sobre sí mismo-, y quedará muy pronto bajo la égida, la tiranía, la protección y la instrucción del maestro.

Así que 'Los años luz' trata de la relación entre maestro y aprendiz, entre la mocedad y la madurez, entre la sabiduría ignota y la necedad. Aborda el surgimiento de la amistad y el más entrañable sentimiento filial aun a través de abismos humanos y todo tipo de dificultades. Desarrolla los símbolos de un olvidado arte de vivir, despliega como un águila las alas de la meditación. Todo esto y más es este maravilloso milagro de película, cuyo mensaje podría resumirse en esa sentencia que se ha vuelto proverbial: "Hay otros mundos, pero están en éste".
Danivtar
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