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España España · Vilagarcía Arousa
Críticas de María
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Críticas 17
Críticas ordenadas por utilidad
7
17 de julio de 2015
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
…Un cuento que no lo era tanto para adultos que lo son demasiado. Un relato sin tiempos ni espacios, sin estilosas princesas ni héroes amanerados, sin terminaciones sexistas ni rancias moralejas.
Érase una vez una historia en la que el protagonista era un lúcido viaje de regreso a esa frágil inocencia que con el tiempo matiza el brillo de sus recuerdos hasta consumirlos, una nostálgica excursión de la que no desearemos ni podremos volver, una mirada a nuestro porqué -a través de las emociones que definen nuestra esencia-, y a nuestro cómo -dejando que la memoria y los sueños terminen de componer el puzzle de nuestro ahora-.
Érase una vez, también, un espectador que comprendió que el equilibrio emocional es un imposible juego de malabares, que los sentimientos tienden a combinarse dando lugar a desconcertantes sensaciones, a confundirse y a resignificarse con el paso del tiempo; que “el panel de mandos de la Central” se va ampliando y complicando a medida que superamos etapas, y que la tristeza –aunque tenga forma de lágrima- puede ser absolutamente reconfortante. Un espectador que se autopsicoanalizó durante noventa coloristas minutos, reconociendo la irracionalidad del miedo y ruborizándose al identificar como propios los brotes de ira de Riley.
Érase una vez un espectador que se enamoró de la contagiosa luz de Alegría y que se comprometió, tras los créditos finales, a no dejarla ir por nunca jamás.

…Érase una vez, además, una película infantil en la que el subconsciente de una niña de once años nos regala una de las aventuras más tiernas, más conmovedoras y más divertidas de la historia del cine de animación. Una maravillosa fábula cargada de valores y narrada desde la candidez más deliciosa.

https://revista.tviso.com/author/maria-nymeria/
María
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6
9 de noviembre de 2015
3 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
El Desconocido, primer largometraje de Dani De La torre, arranca después de sobrepasar las 300.000 sangrantes ejecuciones hipotecarias. Luego de que más de 100.000 millones de euros en avales, otros tantos en rescates bancarios y 255.000 millones más en créditos europeos nos hayan sumido en una gran crisis económica que, incidentalmente, ha venido a destapar, además de la absoluta falta de escrúpulos con que se abordan las posibles soluciones, la conveniencia con que se ha manejado una clase social exclusivamente preocupada por los resultados financieros… y lo hace huyendo, a su vez, de complicadas explicaciones burocráticas que han tergiversado la evidencia por encima de sus posibilidades.

Carlos, director de una sucursal bancaria sumido en una profunda crisis familiar, empieza la rutina semanal llevando a sus hijos al colegio, cuando, tras la llamada de un extraño, se convierte en víctima de un chantaje: la bomba situada en su coche le retendrá junto a sus dos pequeños hasta que reúna una inasumible cantidad de dinero. Este es el planteamiento inicial de un thriller que no dilata la exposición de sus intenciones ni disimula la impaciencia de una producción vertiginosa que, sin embargo, maneja con pulso sosegado los tiempos del suspense, del proceso desintegrador de un inmenso Luis Tosar -dueño de uno de los rostros más severos del cine español- y de la tragedia individual derivada de un Sistema inmensamente codicioso.

La laberíntica ciudad de A Coruña se levanta, opulente y opresiva, asfixiando al espectador y poniendo cuerpo –como si de un personaje más se tratase- a una venganza personal maniobrada telefónicamente, pero siendo, al mismo tiempo, testigo sigiloso de la reflexión social planteada –a modo de advertencia- y escenario del prodigioso despliegue técnico del que es capaz un director que ha demostrado moverse muy holgadamente en el género.

La segunda parte de la cinta se convierte así en una respuesta temeraria e imprudente –y aún así perfectamente legítima- a esa violencia invisible, depredadora, ejercida ante la inoperancia de la justicia. En un desafío amenazante y reparador, que pone de manifiesto nuestra brutalidad y crueldad consustancial, al tiempo que precipita la catarsis del protagonista, otrora víctima, que se reconoce culpable a pesar de las excusas: “yo sólo obedecía órdenes de arriba”, “vosotros también queríais enriqueceros, por eso firmasteis”, pero que acaba redimiéndose con una despedida que significa un punto de inflexión vital, llena de confesiones, aceptando la culpa y sobre todo, tomando conciencia del valor de lo recuperado: la dignidad.
María
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9
7 de noviembre de 2014
3 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Bajo la apariencia de un negrísimo drama familiar con tintes del thriller más intenso, se esconde una densa reflexión sobre la naturaleza del comportamiento humano y sobre la esencia del hombre como resultado de todo un proceso histórico… una tragedia intimista que presenta a sus personajes como víctimas de unas circunstancias muy concretas (la Rusia postcomunista), de un modelo de organización social basado en la falta de equidad, de unos rasgos culturales/religiosos característicos… pero también como verdugos desalmados, inmorales, despiadados y egoístas que disfrazan la codicia de necesidad, o como negligentes cómplices de esa indigencia intelectual que les mantiene en un constante estado de desidia.

Elena –la obra- evita emitir juicio alguno y rehúsa posicionarse, abordando la narración desde el más objetivo de los enfoques, lo que se traduce en una dirección fría, distante, casi áspera… pero minuciosamente detallista en el cuidado de la escena, en las hieráticas interpretaciones de sus protagonistas, en la –paulatinamente- asfixiante ambientación y en el pausado (pero fluido) ritmo cinematográfico. El resultado es una cinta perturbadora, llena de violentos silencios y conclusiones pesimistas; un profundo análisis sobre la decadencia de los valores éticos, que cuestiona la posibilidad de un futuro exponiendo un presente absolutamente desalentador.
María
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8
25 de junio de 2014
3 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Dice su director que el título de Antes de la lluvia hace referencia gráfica a la “sensación de tensa expectativa que se produce cuando el cielo está cargado y el ambiente amenaza tormenta”.
Una tormenta gestada en los despachos de los dos principales organismos internacionales, siguiendo la infalible estrategia del “divide y vencerás”, desarrollada en nombre de la responsabilidad y perpetrada bajo el más falaz de los argumentos: el de las “guerras humanitarias”.

Una cruel maniobra político-económica que pasa por utilizar las diferencias étnicas, los conflictos nacionalistas y los principios religiosos como motor propulsor de un conflicto bélico que enfrentó a una comunidad con profundas raíces históricas… ése es el devastador contexto que el autor toma como base para hacer una cruda valoración acerca de la brutalidad de la guerra, reflexionar sobre el mal endémico que significa la violencia humana y evidenciar lo injustificado del racismo. Para denunciar, en definitiva, el odio sin sentido.


Dueña de una estructura narrativa muy compleja, a modo de tríptico formado por tres relatos vinculados entre sí (a través de la joven albanesa que suplica protección) y aparentemente desordenados, la composición circular se presenta como expresión simbólica de un ciclo trágico imposible de superar: “la violencia sólo engendra violencia”. Una concepción pesimista que , sin embargo, abre una puerta a la esperanza a través de la figura de Kirkov y de su sacrificio final:
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
María
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6
31 de agosto de 2016
3 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
En su anterior obra, La Caza (2012), el danés Thomas Vinterberg elaboraba un sonrojante análisis de una sintética sociedad actual más tendente a operar desde la hipersensibilidad más superficial que desde la robustez de la conciencia, poniendo sobre la mesa cuestiones tan universales y frecuentes como la sobreprotección, la educación, los imborrables estigmas sociales, nuestra tendencia prejuiciosa, la lealtad, el devaluado valor de la verdad y la trascendencia de la mentira… todas ellas retratadas desde una perspectiva que enjuiciaba el desfigurado concepto de la sacrosanta unidad familiar.

Cuatro años después, sustituyendo la alfombra roja de Cannes por la del frío Berlín, vuelve a sugerirnos un debate concentrado en los mismos valores (o en la ausencia de ellos) con los que un día conquistó a público y crítica. Si bien es cierto que La Comuna (2015) carece de la profundidad reflexiva de su anterior trabajo y de su carácter hiriente, sí logra mantener intactos el espíritu reivindicativo -siempre tendente a mostrar la vulnerabilidad del ser humano- y la procurada objetividad, con que el que fuera niño prodigio del movimiento Dogma logra trenzar las subtramas de ambas “tribus”, sometiendo a juicio, sin necesidad de pronunciarse, enraizadas estructuras familiares y establecidos modelos sociales.
Las particularidades de la vida colectiva, ya descritas por Vinterberg en una obra de teatro estrenada en Viena allá por 2011, dan origen a esta adaptación cinematográfica que parte de una curiosa experiencia personal muy similar: al igual que el personaje de Freja (Martha Sofie Wallstrom Hansen), él también superó su etapa adolescente creciendo en un modelo de convivencia comunal del que ahora asegura resultó ser “un entorno muy estimulante en el que aprender a manejar el comportamiento humano” y que además le concedió la oportunidad de escoger a los integrantes de su más íntimo círculo fraternal, de ordenarlo y mejorarlo en base a sus preferencias o necesidades… y de eso precisamente habla la primera parte del film: de la gente que tienes cerca y de la que quieres tener, que no siempre tienen por qué ser la misma.

Erik y Anna, padres de la joven Freja, deciden, cansados de una existencia tediosa y rutinaria, que comienza a hacer mella en su consolidada relación matrimonial, convertir la enorme propiedad recientemente heredada por él en una organización colectivista en la que coexistir bajo su propia normativa, con la que consolidarán una innovadora dinámica familiar muy alejada del ideal hippie setentero: más al contrario, los dos protagonistas se perfilan como profesionales de éxito (él profesor de arquitectura, ella reconocida presentadora de informativos) acostumbrados a una forma de vida evidenciadamente privilegiada.
Planteada en clave de ligera comedia durante sus primeras secuencias, la exposición inicial ennegrece tono, enfoque y lenguaje cuando el colérico Erik (Ulrich Thomsen) se enamora de la encantadora Emma (Helene Reingaard, pareja de Vinterberg en la vida real), una de sus estudiantes. El grupo al completo acepta su inclusión como miembro tras someterlo a votación, provocando la tormenta emocional de Anna (la ganadora del Oso de Plata, Trine Dyrholm). Será ella quien sostenga en esta segunda parte todo el peso del ahora inquietante guión, construyendo un testimonio contenido e inspirado, descomponiendo a esa esposa herida y desorientada, incapaz de afrontar el sentimiento de desconsuelo, fruto de la pérdida, con la actitud abierta y tolerante que creía poseer.

El Lucas de La Caza y la Anna de La Comuna son víctimas respectivas de los incalculables daños directos y colaterales consecuentes de esos contratiempos que golpean imprevisiblemente sus apacibles vidas. Dos seres perjudicados por la falta de compasión e indolencia de la sociedad a la hora de emitir veredictos: él como objeto del prejuicio general y ella siendo expulsada del grupo de forma inmisericorde. Es en ese aspecto donde La Comuna -la obra- funciona más y mejor. Es su talante observador de la naturaleza humana y la respuesta de ésta ante el conflicto el que aporta cierta profundidad a un relato que no encuentra su sitio hasta haber cruzado su línea ecuatorial, conformándose hasta ese momento con ser una modesta descripción de un sueño de aumentar la familia, formulada con frescura y gracia, pero de rendimiento escaso e ingenuo.
Ésas son las grandes bazas de una cinta que no destaca en ningún otro apartado formal, quedándose muy justo en el tibio homenaje que su autor buscaba rendir de esa filosofía altruista y liberal que marcó su infancia y personalidad, despojándolo de toda huella nostálgica y convirtiendo esa añoranza generacional en un asunto menor. Resulta paradójico que intentando reprocharle a nuestro actual sistema de vida un carácter extremadamente individualista, caiga en el error de omitir el desarrollo de los demás personajes, desaprovechando imperdonablemente un maravilloso reparto coral que logra salir airoso, incluso, de las insultantes trampas con que guionista (el casi siempre -esta vez un poco menos- eficaz Tobias Lindhom) y director manipulan al espectador.
María
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