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Críticas de Hartigan
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Críticas 11
Críticas ordenadas por utilidad
9
8 de agosto de 2013
6 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hay películas que consiguen ganarse al público a pesar de sus evidentes defectos técnicos, narrativos y estructurales, y “La Fortuna de Vivir” es para mí un ejemplo palpable de esto. Este pequeño film francés, inicialmente fue, como mínimo, ignorado por la crítica pero con el tiempo se ha ido haciendo con un relativo, por minoritaria, éxito entre los cinéfilos.

Jean Becker nos presenta un retazo de la vida de unos amigos durante un verano del año 1930 en el paradisíaco paraje de las marismas del Loira. Garris es un vagabundo, ex combatiente en la Primera Guerra Mundial, que se asienta en una choza de los pantanos. Su vecino y mejor amigo, Riton es un vago e irresponsable padre de familia a cargo de tres hijos y al que el amargo y siempre presente recuerdo de la pérdida de su primer amor le hace desarrollar una, un tanto desmesurada, afición a la uva. Ambos llevan una vida de relativa pobreza realizando pequeños trabajos con los que ganarse unas perras para ir saliendo adelante y forman una curiosa e inseparable pareja en la que casi constantemente el bueno de Garris se encarga de arreglar los líos causados por el idiota de suamigo y regañarlo por sus malos hábitos.

No hay duda de que cuando los franceses se quieren poner tiernos lo hacen con encanto, y es que la película consigue un éxito rotundo en lo que pretende, ofrecer emoción y risas en un viaje nostálgico e idealizado a un perfecto verano de entreguerras que, desgraciadamente, poco tiene que ver con la vida real. Y es que el paraje de las marismas del Loira que sirve de marco para el film parece congelado en un sueño, anclado en un melancólico recuerdo de la infancia y la idealizada forma de vida de sus personajes es algo que sin duda ya no existe o, incluso, que probablemente nunca haya existido. Aunque, sin duda, la visión ofrecida de la vida en la comunidad y época en la que se encuadra la historia es realmente simplista, ya que los conflictos ligados a la dureza real de una vida de pobreza en los pantanos se obvian o solucionan rápidamente y, salvo ciertos toques de tragedia o tensión muy bien llevados, sólo se muestra la cara de la moneda (las ranas se pescan solas, la pulmonía se cura con un poco de solecito y un largo etcétera); la película es realmente conmovedora y disfrutable, constituyendo una muy recomendable experiencia cinematográfica que se recorre con una sonrisa casi permanente en los labios. Y es que esta visión de cuento de hadas de una situación para nada fantástica es lo que busca el director para llevar a cabo un precioso tributo a las pequeñas alegrías y tristezas de la camaradería, la amistad, el amor, la vida.

La película tiene una serie de lastres en forma de una estructura narrativa un tanto rara, con un recurso de voz de off que trata de presentar la historia desde el punto de vista de uno de los personajes y que, por infrautilizado, se revela como innecesario y poco funcional (aunque hay que reconocer que le da alas a un agridulce final que, aunque apurado, es realmente conmovedor), la resolución rápida y un poco incoherente de algunos conflictos y subtramas y la incorporación de algunos personajes que se antojan prescindibles. Sin embargo, estos errores quedan reducidos al mínimo por un reparto y actuaciones de inmenso calibre, que hacen de cada personaje un ser humano tridimensional, con sus excentricidades y conflictos personales, que se relaciona con los demás de forma fascinante y genuina y que elevan al film y hacen que perdure en el recuerdo. Destacaría sobre todo a los dos actores protagonistas, Villeret (en su recurrente papel de bufón entrañable) y Gamblin (como el honesto Garris), de los que lo mejor que se puede decir es que no parece que estén actuando. Los secundarios también rayan a gran altura, incluyendo al bueno de Eric Cantona, en un papel que le sienta como un guante.

En definitiva, en este caso sin duda me quedo con lo bueno y ante este mundo en que vivimos en que la bondad no está de moda y, cada vez más, la honestidad más simple se califica de coraje, prefiero quedarme con ese mundo bello e irreal, en el que la bondad puede más que la riqueza, la libertad está en el corazón, no en el bolsillo y la felicidad en un barco de juguete, en la ropa embarrada, en el vino y el jazz compartido con amigos, en una ranita de madera, en los recuerdos de aquel verano perfecto, antes de que el pantano fuese sustituido por el parking de un centro comercial.
Hartigan
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