Y, si no ha muerto, se lo debe estar pensando. ¿Donde está la historia? O, mejor dicho ¿Qué tiene de especial la historia para contarla? Porque no le veo el qué. Aparte del montón de incongruencias que hay *spoiler, el único que se salva interpretando es Jaenada; Javier Pereira con su sempiterna sonrisa (¿Va puesto todo el día?); Javier Ruiz con el rostro inmutable, digo de Buster Keaton; l@s secundari@s esperando turno para soltar la frase; momentos musicales en la disco interminables que se cortan de cuajo al cambiar de escena... Un 4 por la carne que sale en la primera parte de la película.

Cuando se habla se tartamudea, se repiten frases, se va de una idea a otra sin solución de continuidad, se modula la voz, se habla solo... por eso los diálogos de esta película suenan REALES; más allá de lo que se hable (sea de un papel encontrado o el cambio de superior en las oficinas centrales). Más que la repetición de unas palabras escritas en un papel, parece que nos encontremos ante el desarrollo de unas ideas explicadas a los actores dichas con sus propias palabras. Genial Dechent con Eduard Fernández en la azotea.

Pero inevitable cuando hay que ser una piedra, respirar despacio y meterse nieve en la boca para disimular el aliento. Un duelo como los del oeste, pero sin el sol, sin el polvo, con dos enemigos frente a frente pero (casi) invisibles para el otro. Un duelo de inteligencia, de ver quien aguanta más, quien es capaz de anticipar el siguiente movimiento de su contrario. Una partida de ajedrez donde las casillas negras son los cadáveres esparcidos sobre la nieve y en la que solo quedan pocas fichas; los dos reyes (König es la traducción de rey al alemán) que, al no poder estar cerca uno de otro (como en el ajedrez) deberán usar a un peón común para conseguir su objetivo.

Crónica de una muerte anunciada. Parafraseando a García Márquez entramos en una espiral de autodestrucción con un exceso de moralina, de adoctrinamiemto, en lugar de centrarse en el problema de esta pareja. Magistral actuación de Lemmon, sobre todo en los momentos de delirium tremens.

Supongo que hay que tener los ojos rasgados, inflarse a sushi y sake y haber disfrutado mucho con "Humor amarillo" para disfrutar y entender esta película. Esa sumisión pseudomasoquista a las cafradas de un descerebrado solo son comprensibles para alguien que esté imbuido por la cultura nipona; la que hace que, al reirte, te tapes la boca para que el que tienes delante no vea tus sentimientos. Surrealista a más no poder, con situaciones que dan vergüenza ajena bajo nuestra mirada occidental pero que en el imperio del Sol Naciente entenderán (y asumirán) perfectamente.