Tranquila y apacible, tierna y con la tensión justa en los momentos adecuados, una simple película se terminó volviendo una gran película. Llama la atención sobre todo cómo llega a durar dos horas y media sin volverse densa en ningún momento, aunque esté llena de pausas y no se de prisa. De fondo, un hermoso paisaje del cortísimo verano ruso, y frente nuestro, toda una familia particular e hilarante, una visita bastante particular, y un final que se las arregla para ser diferente sin escaparse de la estética de la película.

Se lo atisba como un homenaje mandado por la cultura popular a retratar una revolución libertadora que había sido ignorada por el cine portugués hasta ese entonces. La verdad no sabía qué esperar de la gran actriz María de Medeiros como directora, pero hay que decir que fue una agradable sorpresa.
Son ciento veinte minutos marcados por una tonalidad hosca y fuerte, un hábil manejo de cámara por parte de la directora, de la cual se percibe claramente una sensación de cariño para con los revolucionarios y sus ideales, la fina ironía que permite unas pocas sonrisas (sobre todo en el personaje de Gervasio, una muy buena interpretación de Joaquim de Almeida), y el juego imprevisible y con un toque dramático de la historia de amor. Hay que aclarar que no es una gran película, y si bien se permite durar una buena cantidad y aún así volverse interesante, camina en algunos tramos por el fino límite de la densidad y el abuso del paso de los segundos que invitan a pensar en otra cosa. La parte final, sin embargo, es sólida y confidente, lo mejor del film. Ah, che, y Maria de Medeiros está hermosa.

Más allá de tanto elogio repartido a mansalva para este film danés yo me atengo a lo que dejó para mí. Sí, es buen film, algo reflexivo, en partes nostálgico y directo, además de contar con un puñado de locos lindos como protagonistas que habitan una aldea olvidada en algún bosque nórdico y se dedican a la más pura abstinencia, olvidándose de todo aquello que llamamos goce.
Ahora, el tiempo que tenemos para conocer a los personajes, o que los ha llevado hasta donde ahora están, ya es un punto en contra. Hay, claro, escenas del pasado que dispuestas en la película sobran, o mejor dicho aburren. El director no se hace problema: se toma su tiempo para cada parte y no deja resquicio para la tensión u otras salidas de piso. He visto films que siguen más o menos este mismo camino, y los he disfrutado, pero con "El festín...", no me sucede lo mismo. Hay demasiada comida para un solo banquete. ¿Realmente hay que ver todas esas escenas monótonas de cómo preparan almejas -o lo que sea que fuere- para la noche?
Sí, los tramos farragosos colman, y uno llega con la panza llena al final del banquete, ya sin espacio para el resto. Lo bueno, claro, son los comensales que nos acompañan -buenas interpretaciones, a qué negarlo- y ese toque de frescura que significa el visitante final.
Como en toda película simbólica seguramente hay muchos interrogantes que plantearse al final, solo que yo ya estaba demasiado aburrido como para hacerlo.

Los siete amigos que vemos en este film tienen algo en común. Nacieron entre las décadas del 60/70. Llegado el día del rodaje, en 1999, ya varios pelan canas, arrugas, miradas de desencanto y un considerable camino andado por sus respectivas vidas. Ése será precisamente el eje de este film: lo que no podemos ver de estos personajes afuera de la terraza será lo que marcará a fuego la narración que transcurre en la misma. Ese aire invisible, y a la vez inconfundible, de decadencia y melancolía, que traza un retrato sobrio y a la vez contundente sobre la resignación ante la vida, la que les tocó vivir por la etapa que atravesaron y la que se negaron a enfrentar por sus propios miedos o limitaciones.
Digo esto porque desde el vamos éstos mismos personajes se encargan de recordarnos que transitaron su juventud durante la etapa más nefasta de la historia reciente de nuestro país. Entonces el resentimiento aflorará de un momento a otro y oficiará de disparador, quebrantando el aire distendido con el que se nos presenta este entramado. Y el rencor sobre las cosas que no dicen en voz alta pero que no dejan de estar presentes terminará por abrazar al film hasta el instante final, cuando el último velo termine por caer.
Antes de eso asistimos a una comedia sobre la resignación. Todos estos hombres muestran un dejo inconfundible de “hasta acá llegamos”. Acá se pueden encontrar dosis de un humor bien negro, no sobre dramas tomados de culebrones empalagosos, sino sobre un drama cotidiano que podemos ver en mucha gente a nuestro alrededor: el drama de personas que no supieron qué hacer con sus vidas, que ven que ésta se les escapa de las manos y que no saben, no quieren, o no pueden, pensar en cómo aprovechar lo que les queda. Todos parecen entregados a que venga lo que tenga que venir, sin plantearse algún retruque, algún desafío, algo que pueda torcer una vida que no los ha dejado satisfechos y que no parece mejorar prontamente. Los diálogos más triviales, miren ustedes, son los que aportan la mirada más sardónica sobre esta decadencia.
Más irónico todavía es llegar hasta el final y notar que los personajes hablan del fin del mundo. Lo que está por venir. Sobre todo porque hoy, varios años después, podemos notar que lo que estaba por venir era un nuevo golpe desgarrador. Oímos a uno de los personajes decir: “Se viene el fin del mundo… me gustaría que pasara algo. Hace mucho tiempo que en este país no pasa algo que nos conmueva”. Esta frase fue pronunciada el 31 de diciembre de 1999, dos años antes de que se desatara la peor crisis económica que azotara a nuestro país.

Futbolero empedernido, la mezcla de dos cosas que me encantan como este deporte, y el cine, no podía ser del todo mala. Así es como desde el pitazo inicial, en un bus repleto de estandartes rojos y verdes y fans expectantes y luego en los alrededores de un estadio -un ambiente en el cual se distingue a leguas el olor a pólvora característico de los partidos trascendentales-, el film se desenrosca con fluidez. La cámara está ávida de acciones y reacciones, los personajes aparecen uno atrás del otro en pocos minutos.
Es ahí, en el costado externo de las gradas y con pinceladas indiscretas de comedia cuando los personajes reciben la bocha y comienza el verdadero manejo: las muchachas, ansiosas, con algo de impotencia pero no del todo resignadas y todavía reservando algo de entusiasmo. Los guardias, con algunas "precauciones" que rozan el ridículo y parecen indiferentes ante el suceso que hace hervir el cemento a solo unos metros. Ambos equipos juegan sobre aquel asfalto con algo de desfachatez, pero no terminan de acomodarse.
Está claro que el auténtico motivo de esta crónica es una denuncia social agresiva sobre una comunidad todavía abiertamente machista y sin vueltas. El film entretiene y experimenta, pero no renuncia a querer señalar, con sarcasmo y determinación, aquellos aspectos contra los que el director apunta y valiéndose de un arma como el fútbol, el deporte más global que existe.
Anota con sobriedad y oportunismo en escenas como la caminata al baño, no así en las actuaciones, esta vez no tan buenas: en varias se distingue algo de tensión, o falta de firmeza, en varios casos la performance no termina de cerrar -y se les escapa alguna que otra miradita a la cámara-. Rescatado, tal vez, por la forma en la que confluyeron unos con otros -sobre todo me gustó la chica fumadora-, los noventa minutos, lo mismo que dura un partido, cierran con buen gusto.
¿Realmente esta película se grabó el mismo día del partido?

A Irán no le fue muy bien en Alemania. ¿Es eso un spoiler?