"Empire" podría haber sido una buena película... si el bueno de Andy (Mr. Warhol para los que aún respeten su memoria) no la hubiese realizado. Pero al bueno de Andy se le metió entre ceja y ceja realizarla. Y ya se sabe que el bueno de Andy era muy suyo. "Empire" es pues un 'fait accompli', esto es, un hecho consumado. Existe y debemos admitirlo. Ahora bien, de aceptar su existencia a creer que deba verse, va un trecho de varios años-luz. No obstante, como siempre hay gente pa' tó, aquí dejo dos consejos para su visionado:

*Primero (no recomendado):

Atado al asiento con correas, la película puede verse siguiendo el método Ludovico (véase La naranja mecánica). Para ello es conveniente tener alguien al lado que con un cuentagotas vaya humedeciendo los ojos del espectador masoquista; alguien que hará caso omiso a los gritos de súplica de poner fin al tormento cuando aquél, avanzada la película, se de cuenta del error fatal cometido al embarcarse en semejante empeño.

*Segundo (recomendado):

Una vez comenzada a ver la película, localizar rápidamente en el mando del deuvedé el botón FWD o 'forward' (hacia adelante), apretándolo insistentemente hasta alcanzar el avance más rápido posible, haciendo luego de tripas corazón hasta su finalización. (ADVERTENCIA: no apretar nunca, repito, NO APRETAR NUNCA, el botón 'slow', pues ello podría conllevar un muermo mortal de necesidad. Quedan advertidos.)

"¡Qué hermosa es!", escribió Fernando Sabater tras ver El espíritu de la colmena. ¡Qué hermosa es!, se puede exclamar también tras la visión de Primavera tardía. No creo en eso de que exista una única película de la que se pueda decir que es la mejor película de la historia del cine. Sí creo que existen varias (tampoco muchas) películas que podrían ser calificadas así. Teniendo en cuenta esto, digo que Primavera tardía es la mejor película de la historia del cine.

La película es pura genialidad. Gloria bendita para los sentidos. Caviar cinematográfico para degustar con gula deleitosa: sólo apto para paladares de gastrónomos cinéfilos. Cine diamantino para extasiarse contemplándolo con ojos vivos: cada uno de sus fotogramas es una faceta iridiscente. David Lynch la dirige como el puto amo del cine actual que es. Todos los actores bordan su papel, con una Laura Dern en estado de gracia. Sus imágenes son alucinantes (¿o debería decir alucinógenas?). Su historia es… es… es… ¡Qué divertida es la telecomedia de los conejos o liebres o ambas cosas! Aún me troncho de la risa recordándola.

Eso sí. Entre nosotros. Sólo tiene un pequeñín, casi microscópico, defectillo. Le sobran 176 minutos de metraje. Por lo demás, lo dicho. ¡Obra maestra!

Las historias de Fonda/Alda y Smith/Caine son muestras del mejor Simon. Las otras, aunque más cómicas, son más flojas, sin la brillantez cómica de Un cadáver a los postres.

Una prostituta callejera tirotea a dos novatos policías en su coche patrulla en una calle del Bronx neoyorquino. He aquí el duro y compacto azucarillo que el director, el guionista y los actores se afanan con éxito en diluir durante el acuoso metraje restante de la película hasta hacerlo desaparecer. Con un Paul Newman inadecuado como protagonista, salpicada con un humor incómodo (véase para ambos casos la detención de un borrachín que amenaza con un cuchillo a los viandantes), la película se sumó tardíamente a la moda setentera en el cine americano que denunciaba los abusos y la corrupción policial, aunque en este caso con poca, por no decir nula, convicción. Una película hoy por hoy totalmente desinflada.