Unos jóvenes piensan que abrir un negocio en un pueblo abandonado de Texas (donde varias décadas atrás se cometieron crímenes horrendos) es una buena idea.

El señor de la motosierra vuelve a emplearse a fondo. No hay manera de que el pobre hombre se jubile, lleva en activo desde 1973. De cualquier forma, siempre le ocurre igual: al principio nadie le aguanta un asalto, pero luego se atasca con la víctima más débil a priori. En todos estos años no ha aprendido nada.

Nunca he sido fan de la mítica “La matanza de Texas”, creo que ha envejecido regular. Ese terror que se recrea minuciosamente en los elementos sórdidos, que busca resultar desagradable a toda costa, hoy da lugar a productos insustanciales, desfasados, que invariablemente se inclinan hacia el cachondeo.

Los personajes carecen de profundidad. Tenemos a los texanos, unos paletos racistas; y al grupo de visitantes, unos idealistas que planean “hacer del mundo un lugar mejor”. En comparación, el señor de la motosierra no parece tan malo.

Han tenido el detalle de no estrenarla en cines, y así evitar que algún inocente gaste dinero en verla. El festín se presenta conciso, condimentado con un par de apuntes sobre el pasado de los protas, rebozado en vísceras, con ritmo, sin complejos. El primer asesinato y el último son los mejores. Acabas con la sangre hasta el cuello.

Las relaciones románticas ya no son lo que eran, nos asegura “PVT CHAT”, ópera prima rodada con los medios justos, en la que pululan ideas sobre la época moderna, sobre la soledad que embarga a las nuevas generaciones, abducidas por el mundo virtual. Un joven, adicto al juego online, siente obsesión por una dominatrix con la que se comunica a través de internet; una noche cree verla en Nueva York.

El relato, deslavazado, no evita la crudeza. Quiere presentarse como un producto descarnado y auténtico, que dice mucho y muy bien sobre estos tiempos. Pero su duración, excesiva para lo que narra, y su aire amateur, lo convierten en algo frío, oscuro e incómodo. Se olvida rápido. Tampoco es que resulte original, a estas alturas.

La coprotagoniza Julia Fox, a quien descubrimos en “Uncut Gems”, junto a Adam Sandler.

He leído un montón de críticas geniales sobre esta película, pero aún así no he podido resistirme a la tentación de intentar decir algo bonito acerca de una cinta que me ha hecho pasar tantos buenos momentos a lo largo de los años.

Normalmente en una comedia uno se encuentra con dos, tres escenas que te provocan la risa y luego un final feliz para dejarte buen sabor de boca. Pero "El gran Lebowski" es una sucesión de situaciones descacharrantes, a cada cual más brillante y surrealista, que no te da respiro. Una conjunción perfecta de personajes, situaciones, trama, banda sonora y diálogos. Y por encima de todo un tierno humanismo con el que los hermanos arropan a los protagonistas consiguiendo que te importe lo que les sucede.

Casi me ofendo cuando alguien afirma que "El Nota" es un perdedor. Nada de eso: se trata de un hombre que vive a su manera, conforme a sus propias reglas, sin preocuparse de la moral burguesa ni por demás cuestiones sin interés; es un idealista, un romántico, un soñador...

No sé a ustedes, pero a mí me reconforta saber que "El Nota" y compañía siguen ahí, tomándoselo con calma por todos nosotros, y que siempre que ponga el DVD les hallaré esperándome para echarnos unas risas.

"¿Les importa que me fume un peta?"

La fama de "El caso Slevin" parece un pelín exagerada. La vi en el cine; la encontré una película correcta, entretenida, con un punto ingenioso. Evidentemente, aquí lo importante es el guion; se nota el culto al diálogo; la sombra de Tarantino es alargada. Luego, la historia en sí da la impresión de estar sacada de algún tebeo de tercera fila, lo que no tiene necesariamente que ser malo. Están todos los elementos que uno aprecia -mafiosos, asesinos implacables, enemistades eternas, venganzas, traiciones, desgracias, amaños, un pasado que vuelve, sorpresas-, pero presentados de manera perfectamente irreal, distanciada. Es menos inteligente de lo que cree que es, y se olvida enseguida. Destacan los actores, que no actúan: hacen el mismo papel de siempre, el papel en el que uno los imagina, el papel que les ha hecho famosos. No actúan, exhiben su carisma. Y ya está.

Jack Nicholson, Otis Young y Randy Quaid encabezan el reparto de esta magnífica película setentera, escrita por el famoso guionista Robert Towne. Dos marines reciben la orden de acompañar a un preso a la cárcel. El delincuente ha sido condenado a ocho años de pena por intentar robar cuarenta dólares.

Durante el viaje los escoltas simpatizan con el detenido, que es un joven inocente, extraño, bondadoso, de esos que no hablan para no molestar. En palabras de Nicholson, "no pediría ni ir al baño aunque tuviera diarrea". El lenguaje, que causó polémica entonces, se convierte en protagonista; es el lenguaje de la calle, vulgar, soez, ingenioso. La cinta mezcla momentos divertidos con otros melancólicos; deja un regusto amargo. A uno le va ganando gracias a su realismo, al desarrollo de los acontecimientos, a la relación entre los personajes... y a tres actuaciones soberbias. Lanza una mirada ácida al mundo de los militares, alejada de la visión idealizada y patriótica habitual. En ningún momento se menciona Vietnam, aunque su espíritu esté siempre presente.

- Se necesita cierto tipo de temperamento sádico para ser un Marine