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Reino Unido Reino Unido · Birmingham
Críticas de Peaky Boy
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Críticas 92
Críticas ordenadas por utilidad
7
7 de agosto de 2013
11 de 14 usuarios han encontrado esta crítica útil
André Breton, padre del surrealismo, dijo una vez, —Todo aquel que sea incapaz de visualizar un caballo a galope sobre un tomate es un idiota. Esta frase define perfectamente la lucha, la defensa incondicional y en última instancia, la desesperación de un hombre por aquello que tanto trabajo le había costado, un cambio radical en la poesía y la literatura, que llegó a expandirse hasta las artes plásticas y, por supuesto, al cine. Woody Allen, reflejó genialmente aquella generación en Midnight in Paris, 2011.
Desgraciadamente, la segunda guerra mundial llegó, y con ella, el final del primer periodo surrealista del que España fue gran representante. Actualmente, grandes directores del cine han continuado con la lucha que Breton inició años atrás, ya sea de manera esporádica o de forma constante, como es el caso de David Lynch quien si, en algún momento de su carrera, hubiese decidido hacer una película en colaboración con Park Chan-Wook, Sólo Dios Perdona hubiera sido el resultado. Las referencias al cine de Lynch son inacabables, tanto es así, que en la escena en la que Gosling le regala un vestido a su novia para que le acompañe a conocer a su madre, por un momento pensé que la chica aparecería vistiendo Terciopelo Azul.
Nicolas Winding Refn vuelve a apostar por una estética de contrastes, una fotografía a cargo de Larry Smith, que proyecta sombras sobre luces fluorescentes en un entorno lóbrego, depravado, y con un asfixiante ambiente pecaminoso por el que transitan los mayores degenerados y los personajes más peligrosos de Tailandia. Sin duda el apartado visual es uno de los mejores aspectos de toda la película, y es que Refn tiene un indudable talento para crear cine que, mejor o peor encaminado, siempre resulta llamativo. Su capacidad de mostrar la violencia desmedida, mediante un sinfín de recursos con la cámara, es digno de mención en cualquier escuela de cine.
Julian es el regente de un club de Muay Thai, del que se encarga desde hace diez años tras haber huido de la justicia americana por cometer un asesinato. El club, a su vez, es una tapadera para la venta de drogas. Todo parece ilícitamente estable, hasta que un día el hermano de Julian, Billy, asesina brutalmente a una chica de dieciséis años. Este suceso hará que Billy sea ajusticiado a petición de un policía corrupto que gobierna los bajos fondos de la ciudad. A partir de este escabroso incidente la vida de Julian se convertirá en una onírica espiral de violencia, sexo y miedo que se verá intensificado por la llegada de una madre enajenada que acaba de perder a su hijo preferido, y no se cansará de atacar al único que le queda, recordándole lo inferior que era respecto a su hermano, la envidia que siempre le había profesado y su culpabilidad en lo ocurrido. La impasibilidad de Julian ante este maltrato maternal, se debe a un complejo de Edipo oscuramente enfermizo, y que compensará mediante las esotéricas escenas sexuales con la guapa Mai, en las que, mediante el contacto genital femenino, más parece buscar el amor materno perdido, que el placer sexual de su pareja.
Muchas influencias de directores asiáticos es esta cinta de arte y ensayo en la que Refn construye un guion de escasos diálogos, para dejar que las imágenes hablen por sí solas. La violencia explícita no ha sorprendido conociendo la trayectoria del realizador, pero sí lo ha hecho la carga surrealista con la que el director parece volver a sus orígenes, creando una atmósfera más parecida a la de su filme Fear X, 2003, que a lo que nos había estado mostrando en sus últimos trabajos. Que no se ha logrado aquella fantástica armonía de dirección, actor, fotografía y música, que el danés alcanzó en su anterior película, Drive, 2011, es una obviedad, pero dudo mucho que ni siquiera se estuviese intentando acercar a ese tipo de resultado. Cliff Martínez vuelve a componer una banda sonora que, al igual que la fotografía, las actuaciones y la dirección, funciona genialmente por separado, pero al mezclar todos los factores, pugnan por lograr un mayor protagonismo, originando un tropiezo considerable en cuanto a la historia se refiere, algo que, por otra parte parece hecho deliberadamente, como queriendo decir, no voy a volver a hacer Drive una y otra vez sólo porque a la crítica le gustó. Una fuerte personalidad se descubre detrás de todos los neones de la película, que deja muchos detalles de la calidad de un realizador que se permite el lujo de experimentar y buscar nuevas formas de expresión, mostrando de forma antagónica, la más hermosa belleza que la violencia puede originar, y esto puede ser algo tan grande como un género cinematográfico en sí mismo. Algo que, bajo nuestro punto de vista, merece mayor consideración que la otorgada en las críticas generales. Un final completamente atípico, que rompe con todos los manuales del cine de venganza, consigue la decepción e incomprensión necesarias que pueden hacer de esta cinta transgresora una pieza de culto muy apreciada en un futuro, como ha pasado con otras obras de similares controversias, cuyos títulos no osaremos a citar por miedo a escandalizar a propios y extraños.
Fin de la película, y el primer título que aparece vuelve a inundar la sala de sorpresa a la vez que aclara muchas incógnitas. Alejandro Jodorowsky recibe la posición de honor de los créditos en un agradecimiento especial del director. Entonces recordamos la actuación de la genial Kristin Scott Thomas, en el papel de la madre de Gosling y que es todo un homenaje al controvertido y polifacético director.
Ejercicio impresionista de arte y ensayo. Arriesgada propuesta de un impertérrito director que no se deja abrumar por el profundo alcance que su trabajo está alcanzando.
Peaky Boy
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8
27 de octubre de 2011
10 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
El Free Cinema inglés, alcanzó con esta película el nivel suficiente como para que se le comparara con la Nouvelle Vague francesa, movimiento paralelo, aunque de mayor duración y repercusión. El inconformismo, la falta de recursos de la educación, para llegar a los jóvenes más conflictivos de la década de los 60, un sistema represivo y abusivo, y las consecuencias negativas y efectos contrarios que se obtenían de este modelo de respuesta autoritaria, son algunos de los temas más frecuentes en esta corriente cinematográfica.
Colin Smith, es un joven con una infancia traumática marcada por la muerte de su padre, quedando al cargo de una madre cuya mayor preocupación es el dinero, sin importarle como conseguir este. El joven, sin un modelo en el que fijarse, no tardará en cometer un error que le lleve de cabeza al reformatorio. Allí, gracias a su habilidad para la carrera, se ganará la confianza de los internos y de los docentes, consiguiendo una posición privilegiada desde la que reflexionar sobre su pasado, presente y futuro.
La fotografía en blanco y negro, alternando de forma genial, el presente, con determinados flash backs del protagonista recordando su infancia, capta de manera asombrosa las relaciones que se dan dentro y fuera de la institución.
Tony Richardson dirige con maestría la cinta, haciendo que el abuso de ciertos recursos de post-producción, queden como algo anecdótico e incluso poético, pero sobre todo, sin quitarle un ápice de protagonismo a la historia que Alan Sillitoe adaptó de su propio cuento.
Peaky Boy
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8
27 de octubre de 2011
8 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
El estreno de la última película de Arondofsky, Cisne Negro, nos hace recordar a este genial director, que cautivó con Pi, y deslumbró con la película que hoy nos ocupa.
Película que representa la forma de dirigir de un director que sabe lo que tiene que hacer, cómo hacerlo y sin necesitar de desorbitadas sumas de dinero para conseguir resultados espectaculares.
Adicciones, sueños, sacrificios, pesadillas. Todo se mueve a un ritmo frenético en esta película que nos cuenta diversas historias paralelas, todas unidas por un mismo denominador común.
Estas historias, las podemos clasificar en dos grandes bloques.
El primero, el entorno de Sara, una mujer que vive sola en su apartamento, con la compañía de su frigorífico, las esporádicas e interesadas visitas de su hijo, los cotilleos callejeros con las vecinas, y su televisor, prometiéndole fama y esperanza, hasta que un día, sus sueños parecen hacerse realidad con la llamada de un programa de televisión en el que le ofrecen la posibilidad de aparecer en directo frente a millones de espectadores. La emoción del principio dejará paso a la obsesión por la perfección.
El segundo bloque, es el entorno de Harry, el hijo de Sara. Adicto a la heroína, busca desesperadamente el medio de conseguir dinero con el que poder costeársela. Aunque su verdadero problema no va a ser conseguir el dinero, sino administrar el mismo, la pesadilla en esta ocasión será también para su mejor amigo y su novia.
Darren creó su propio estilo, marcado por la dureza de cada plano, por la repetición de determinados efectos de montaje que enfatizan la acción y por una banda sonora que acompaña toda la película y que aparece en determinador momentos para machacar al espectador con cada nota de violín ofreciendo una de las mejores combinaciones música-película que jamás he visto. Lux Aeterna de Clint Mansell destroza emocionalmente al espectador en los 20 minutos finales de la cinta que te dejarán sin habla y sin aliento.
Peaky Boy
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9
27 de octubre de 2011
8 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Las agujas del reloj avanzan agonizantes en la sala de estar de una casa cualquiera en Dusseldorf. Cada minuto que pasa, la espera se vuelve más y más tensa. En las calles, la gente golpea con furia a un hombre al que han echado de un autobús por no comprar el billete. Este ambiente de tensiones y violencia se debe a los 8 meses transcurridos desde que un despiadado asesino en serie, hiciera su horrible aparición en la ciudad.
En los inicios del cine sonoro, Fritz Lang, maestro del cine negro, presentó esta auténtica obra maestra del cine clásico. Un director de lo más controvertido, excéntrico, perfeccionista, tachado por muchos actores como de tirano; tanto es así, que muy pocos de ellos querían volver a ser dirigidos por el austríaco. Pero al margen de su personalidad, sus obras quedaron marcadas con un distintivo de calidad que no ha hecho más que afianzarse con el paso de los años, ¡y 8 décadas han pasado ya desde aquel estreno!
Peter Lorre debutó en esta película para deslumbrar al público y a la crítica, un primer papel que le catapultó a la fama, pero a su vez le condenó al encasillamiento artístico, apareciendo de villano en todas sus futuras películas, tales como El halcón maltés o Casablanca.
Un escalofriante silbido nos avisa de que el monstruo está nuevamente preparado para actuar. Un silbido que procedía del propio Lang, ya que el joven protagonista era incapaz de articular la melodía de “In the hall of the mountain King, de Peer Gynt”. Una vez el Vampiro de Dusseldorf ha entrado en escena comienza la magia del director. Un juego de sombras, secuencias fuera de plano y una fotografía asombrosa sirven de decorado para esta historia basada en la vida de Peter Kürten, el asesino en serie que mantuvo aterrorizada Alemania en los años 20 y quien fue guillotinado en 1931, coincidiendo con el estreno de la película.
Un estreno que a punto estuvo de ser censurado por la sutil crítica al nazismo que realizó el director, mediante el uso de vestimentas semejantes a las de los militares de la Alemania nazi, que se aprecian en los jefes del crimen organizado a lo largo del film. Afortunadamente esto nunca llegó a suceder.
La película pudo estrenarse sin mayores complicaciones y quedó estructurada en tres actos. El primero nos presenta al asesino, sus acciones y devastadoras consecuencias. En la segunda parte podemos ver la búsqueda desesperada del monstruo que mantiene en jaque a la policía, muy criticada por los ciudadanos por su incompetencia, haciendo que los bajos fondos de la ciudad y el hampa unan sus fuerzas para identificar al delincuente. La caza sin cuartel y desenlace tendrán lugar en la tercera y última parte de la cinta.
Un emotivo monólogo final de Peter Lorre nos conmueve y humaniza al monstruo, algo mágico que solo puede ocurrir dentro del mundo del cine. Una vez más la realidad superó la ficción.
Peaky Boy
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8
1 de diciembre de 2013
11 de 15 usuarios han encontrado esta crítica útil
Finales de los 60, las voces de la contracultura estadounidense cada vez se escuchan con más fuerza. La Generación Beat, que posteriormente hizo de pilar para la creación del masivo movimiento Hippie, está dispuesta a derribar, con los psicodélicos acordes de Hendrix y Morrison, ese telón de acero que los margina y los rechaza. En ese contexto, el 28 de junio de 1969, un grupo de jóvenes homosexuales se alzó contra el régimen opresor que los había discriminado durante tanto tiempo y, con el Stonewall Inn, del barrio neoyorquino de Greenwich, como fortín y el arcoíris por bandera, este grupo revolucionario improvisado inició uno de los movimientos por la libertad más importantes de los últimos tiempos.
Si los 60 fueron el comienzo, los 90 constituyeron la total expansión de esta corriente a las artes y las letras. Artistas, poetas, ensayistas, cineastas, todos quisieron formar parte de la gran revolución, aportando su granito de arena para que millones de mentes comenzaran a abrirse y aceptaran su sexualidad, o la de los demás, para que el colectivo gay dejara de estar estigmatizado. Gracias a esta generación, miles de mujeres pudieron poner fin a una vida de infelicidad y otras muchas no tendrán que pasar nunca por lo que sufrieron aquellas que, como Lianna en la cinta de John Salyes, 1983, fingieron ser quienes en realidad no eran, por guardar las apariencias de una falsa moral que la sociedad les imponía. Gracias a esa generación de escritores se publicó Le bleu est une couleur chaude, 2010, la novela gráfica en la que está inspirada la película y que narra la vida de Clementine, una adolescente con un conflicto interno que le hace dudar entre aceptar los grandes cambios que está experimentando, o tratar de ignorarlos y seguir con su vida “normal”. Emma será el detonante para que Clementine encuentre la confianza necesaria y afronte este nuevo reto. Dos Criaturas Celestiales que, como la pareja que nos presentó Peter Jackson en 1994, no están exentas de despertar recelos entre sus conocidos.
En la cinta, el nombre de la protagonista del cómic se cambia por el de Adèle, haciéndolo coincidir con el nombre real de la actriz que la interpreta, Adèle Exarchopoulos. Esto ya nos da una pista entorno a quién va a girar la película. No pasa ni un minuto cuando confirmamos nuestras sospechas y, por más que los carteles promocionales los ocupe la misteriosa chica de pelo azul, la cámara se pegará en un primerísimo y asfixiante plano a Adèle para no separarse de ella, a excepción de tres o cuatro pausas para respirar, en todo el metraje.
Con el descubrimiento sexual y personal siempre presente, el filme cuenta la historia de una chica que atraviesa uno de los momentos más importantes y decisorios de su vida, una etapa de transición en la que pasará de la adolescencia a la vida adulta, siempre buscando una estabilidad, tanto interior como exterior, tratando de encajar, de encontrar un sitio al que amoldarse aunque sea de forma drástica, como la pieza de un rompecabezas que, aun sabiendo que no tiene la forma adecuada, se empeña en ocupar el espacio sin importarle convertirse en un punto azul sobre un fondo amarillo.
Abdellatif Kechiche realiza un trabajo interiorista magnífico que, mediante un estudio detallado de la naturaleza de sus personajes, resultó ganador de la Palma de Oro a la mejor película que, por primera vez en la historia reconoce también el trabajo de las dos actrices principales, en la última edición del festival de cine de Cannes. Una obra dividida en dos actos, como bien reza el título que aparece al término de la misma, que se distinguen por el cambio entre la adolescencia y la madurez, el descubrimiento y la aceptación, el amor y el desamor, el pelo azul y el pelo amarillo, en definitiva, diez años de cambios que aportarán una gravedad añadida a la trama.
Mucha tinta se ha vertido sobre las polémicas imágenes de sexo explícito, pero Adèle es una joven entregada y pasional cuya interpretación no habría resultado creíble con una simple escena, de pocos segundos de duración, entre unas sábanas que no pierden la compostura pese al movimiento de dos cuerpos que se entregan sin inhibiciones. De hecho habría dado como resultado una secuencia contradictoriamente vulgar, como tantas otras. Diez días de rodaje para una escena de casi diez minutos de duración, una escena sin trucos, sin sábanas y sin maquillaje que nos hará sudar y nos estremecerá por su realismo y pasión descarnados. El acto erótico no dura ni un segundo más de lo necesario, el tiempo justo para que llegue a incomodar al espectador. Durante ese eterno momento nadie se atreve a apartar la mirada, nos quedamos completamente inmóviles, paralizados sin opción a refugiarnos bajo la complicidad de nuestro compañero de butaca, con los músculos en tensión contemplamos uno de los espectáculos más atrevidos y trasgresores de toda la historia del cine. Un suspiro unánime, que rompe con la tensión reinante en el ambiente, se escucha en toda la sala una vez que la sensual secuencia ha terminado.
Pero la cinta da para mucho más y, si bien el desnudo físico es evidente, el completo desnudo emocional que la actriz lleva a cabo ante el espectador es sin duda lo más impactante. Pese a su expresión hermética, su sonrisa inescrutable y su actitud introvertida que le lleva a recoger y soltar su melena de forma compulsiva, la protagonista logra trasmitirnos su sufrimiento, su inseguridad, su felicidad efímera, todos esos sentimientos que no manifiesta pero que la actriz rezuma por cada poro de su piel, esos poros que conocemos de memoria después de estar contemplándolos tan de cerca durante tres horas.

Spoiler por motivos de espacio
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Peaky Boy
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