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Críticas de Luis Guillermo Cardona
Críticas 3.333
Críticas ordenadas por utilidad
8
8 de febrero de 2014
9 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
“Si ser un buen soldado es No ser capaz de pensar por uno mismo y decir lo que uno piensa; ser aguantador, ciego e insensible a un deber más alto… ¡pueden quedarse con mi uniforme y con lo que él representa! Si tratar de hacer algo por tu país procurando que se corrija una injusticia es ser un mal soldado, entonces me alegro de ser un mal soldado. Más allá de la justicia ciega, pesa la fe de un hombre y su conocimiento de lo que es correcto. Si ser un buen soldado es someterse silenciosamente, pasivamente ante la injusticia… ¡estoy contento de ser un mal soldado!”

Inmortal discurso que, salido de la boca de exgeneral, William Mitchell, tiene un valor enorme en tanto que hace claridad sobre el deber ser de cualquier soldado del mundo, porque, en cualquier caso, el deber sagrado de Todo hombre es servir a la Verdad y a la justicia, y esto está por encima de la patria y de las instituciones de cualquier índole.

Ya con esto, queda más que validada esta controvertida película del director, Otto Preminger, en la que se exalta la labor de, William Lendrum Mitchell (1879-1936), un piloto que había nacido en Niza, Francia, y que, durante la I Guerra Mundial, se convertiría en el máximo comandante de la Fuerza Aérea estadounidense.

Billy Mitchell, era un hombre brillante e inconforme que se dolía del escaso respaldo que tenía la aviación dentro del Ministerio de Defensa y entre los altos mandos militares que, en su contra, abogaban por estrechar más y más este presupuesto. Así, sus hombres volaban a riesgo de sus vidas, pues, los aviones contaban con muy bajo mantenimiento, y el Estado daba cuenta de una muy pobre visión de futuro, mientras que él vivía tan aventajado que ya calculaba las altísimas velocidades que un día alcanzarían los aviones, y hasta fue capaz de pronosticar el ataque aéreo de que, un día, sería víctima, Pearl Harbor.

Cuando, en 1925, uno de sus aviones se pierde en una tormenta causando la muerte a tres de sus hombres, Billy Mitchell la emprende contra el Ministerio de Defensa y hace pública una declaración que, bien sabe, lo pondría ante un consejo de guerra. Lo que sucedió entonces, haría historia… y, Mitchell, quedaría como valiosísimo ejemplo de la suerte de hombre que eligió la verdad y la justicia contra cualquier tipo de consecuencias. No por nada, en 1948 y de manera póstuma, la Fuerza Aérea de los Estados Unidos de Norteamérica, le daría una condecoración especial por sus valiosos servicios.

<<EL PROCESO DE BILLY MITCHELL>>, la película que sobre este famoso caso realizara el director, Otto Preminger, sufriría algunos reveses. Primero, sus guionistas, Michael Wilson, Dalton Trumbo y Ben Hecht, no pudieron aparecer en los títulos de crédito porque ya habían sido incluidos en la lista negra durante la oprobiosa Caza de Brujas, y entonces los autores de la historia, Milton Sperling y Emmet Lavery, figuraron como tales. Después, el filme fue prohibido en varios países (España y Argentina, entre estos); y como ñapa, no faltaron los “críticos de cine” que la acusaran de atacar la honorabilidad castrense.

Sin embargo, es indudable que faltó más fuerza en la ejecución de este proceso y que, al contrario de lo que se dijo, se actuó de manera muy laxa con las fuerzas militares. Pero, en cualquier caso, esta es una película necesaria porque sienta un magnífico precedente.

Titulo para Latinoamérica: CONSEJO DE GUERRA
Luis Guillermo Cardona
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9
6 de enero de 2014
9 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
¡Qué mujer es Gilda! Hermosa, coqueta, sensual, enamorada, libre y rebelde… y capaz de moverse con una cadencia irresistible. Pero, Gilda es puro instinto, y con tal de salirse con la suya, es capaz de cualquier travesura que se le ocurra en el momento, como esa de casarse con un tipo adinerado al que apenas conoció la noche anterior. Lo que iremos comprendiendo, luego, es que, Gilda, es solo primaria en apariencia porque, en realidad, cada cosa que hace, cada relación que entabla y cada palabra que dice, apuntan siempre a un propósito concreto y enraizado en su alma, que, en algún momento, habremos de descubrir.

Por su parte, Johnny Farrell (Glenn Ford), es un jugador curtido, de buen aspecto, se sabe unas buenas tretas y está dispuesto a ser fiel por un buen salario. Con estas credenciales, terminará siendo el brazo derecho de Ballin Mundson, el dueño del garito que acaba de salvarlo de un atraco y quien también es el fortuito esposo de Gilda, un hombre con más ambiciones que ese simple salón de juegos, y quien logra tener una confianza extrema en su nuevo empleado.

Su relación funciona con un principio: “El juego y las mujeres no deben mezclarse”… pero, Gilda, se pondrá en el medio y así comenzará una relación entre tres que no tardará en abrirle la puerta a la sospecha, a un añorado pasado, al engaño... y a un amor inmenso que se entremezcla con el odio, a sabiendas de que, entre estos sentimientos, solamente hay una línea muy delgada que se puede saltar en cualquier instante.

Rita Hayworth, resulta esplendorosa, vital, calculadora, y es con creces que se convertiría en un icono que ocupa ya por siempre un buen lugar en la historia del arte cinematográfico. Aunque doblada por Anita Ellis, todavía creemos que es su propia voz la que nos regalara las inolvidables canciones, “Amado Mío” y “Put the Blame on Mame”, y aquellos minutos en el escenario, resultan de lo mejor cantado que alguna vez nos haya dado el cine.

Charles Vidor, nos ha dado con <<GILDA>>, una historia de amor fuerte y singular, pues, más allá de su común apariencia, está bordada con diálogos sutiles y profundos, y con un carácter femenino que, abiertamente revestido de ligereza y frivolidad, nos tendrá guardado un corazón enamorado como hay muy pocos. Y entre los personajes del entorno, hay figuras tan impredecibles como el hombre de barba que va a la fija, o como el tío Pío, cuya ambivalente personalidad -un poco a la manera de Gilda- quizás termine dándonos alguna especial sorpresa.

La ubicación de la historia en una Argentina que apenas imaginamos, y el rol del detective Obregón queriendo parecerse al Renault de “Casablanca”, es quizás lo menos interesante de una película rodada en preciosos claroscuros, que se inventa en cada plano en que entra en juego el impredecible personaje de Ballin Mundson (muy bien representado por George Macready), y que consigue atraparnos en esa pasional lucha por la recuperación del hombre amado, siendo inevitable que, Rita Hayworth, se robe en cada secuencia un pedacito de nuestro corazón.

<<GILDA>>, sí es un clásico con sobrado merecimiento.
Luis Guillermo Cardona
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6
14 de diciembre de 2011
9 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Harald Berger y su enamorada Seetha, intentan huir de la venganza del Maharajá Chandra, pero sus hombres los atrapan cuando ellos desfallecen en el desierto. Entre tanto, Ramigani, quien ha comenzado a sentir deseos de ser él quien esté sentado en el trono de su hermano, se alía con Padhu y con los decontentos del reino, para usurpar el trono de Chandra. Seetha, a quien le han dado el palacio por cárcel, mientras su enamorado Berger se pudre en una mazmorra, será usada para los intereses de Ramigani, mientras que Irene, la hermana del arquitecto y su esposo el sr. Rhode, intentan como pueden hacer algo para salvar al prisionero.

En todo este lío se desenvuelve “LA TUMBA INDIA”, continuación de “El tigre de Esnapur”, en la cual Fritz Lang consigue elevar de alguna manera el bajo nivel que traía la primera parte. Sirviéndose libremente de la interesante historia del Taj Mahal (un proyecto que había acariciado, en 1956, al lado de Alexander Korda, pero que no consiguió salir avante) y valiéndose incluso del significativo cuento oriental “La telaraña en la cueva”, el director va nutriendo esta historia que sigue demostrando que el amor no es para nada un asunto material sino tan sólo una causa del espíritu.

Debra Paget carga esta vez –y por fortuna- con el mayor peso del filme y consigue lucirse en su sensual danza ante Shiva con una cobra al lado que todo el tiempo está pensando lo mismo que nosotros. Pero, fatal error ha cometido Lang al representar a uno de los más grandes dioses de la india como una mujer fea y desnuda cuando, para los hindúes, Shiva es símbolo de la belleza andrógina (como creador de todo cuanto existe y como ser destructor que regenera siempre en un plano superior).

Tampoco fue muy afortunado en las escenas de acción, las cuales deslucen con sus improvisados actores secundarios y con unos ataques que dejan mucho que desear. Pero, el filme tiene su encanto visual al poder contar con atractivas locaciones de la India. Y aunque la iluminación resulta bastante artificiosa, y fallida en algún momento (el final de Ramigani), la fotografía cumple en general con el preciosismo del filme y la historia se deja ver como un simpático entretenimiento.

Resulta bastante curioso que, en su regreso a Alemania y terminando su carrera, la luz de Thea von Harbou vuelva a iluminar el sendero de nuestro estimado Fritz Lang, y los restantes filmes que pudo realizar, llevan su nombre como un sello indeleble... como si el destino hubiera hecho de ellos una pareja para la eternidad.
Luis Guillermo Cardona
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7
17 de noviembre de 2011
9 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Después de cometer numerosas y sofisticadas fechorías, el Dr. Mabuse “enloquece” al ver que su oscuro sendero está a punto de cerrarse, y entonces, termina recluido en un hospital psiquiátrico. Pero, como a los buenos artistas el público se niega a olvidarlos (¡y él fue uno muy bueno!), los productores insistieron con el director Fritz Lang, para que lo ayudara a salir de aquel encierro y le diera la oportunidad de cometer otros desmanes por algún tiempo. Así, en compañía de Thea von Harbou, Lang bordó esta nueva historia que apuntó cuidadosamente a trascender aquella premonición que fuera “Dr. Mabuse el jugador”, para denunciar ahora con gran agudeza, el terrible peligro que se cernía sobre Alemania y sobre el mundo, con el imperio del crímen y la crueldad que venía gestando el führer Adolf Hitler.

Surge entonces ese maestro del hipnotismo, dotado ahora de la capacidad de salirse de su propio cuerpo y con una recursividad bastante estimable que asombrará, en más de una ocasión, a sus incansables perseguidores. Y es esto lo que valida, en casos como el suyo, las palabras del procurador Wenck al comienzo del libro, cuando sostiene que "un criminal no es un ser inferior, sino un hombre de impulsos elevados, estimulados por una fuerza diabólica".

Apoyado en recursos técnicos más evolucionados, Lang logra algunas afortunadas escenas de acción, y efectos visuales bastante verosímiles y debidamente ajustados a los requerimientos de la historia. Falla, hay que decirlo, al mostrar en la acción a Thomas Kent como una suerte de Flash (mediante un aceleramiento excesivo de la acción) y al usar ese tonto recurso (que no imagino como pudo proyectarse tanto en el cine de otros años… bueno, si lo imagino), de planear la muerte de los protagonistas, y luego de tenerlos en la mano, darles el tiempo necesario para que se fuguen (“Morirán dentro de tres horas”, dice aquí Mabuse al redimido Kent y a su novia Lilli, sin que medie razón alguna).

Con todo, lo que más me gusta del filme, es el comisario Lohmann (Otto Wernicke) -heredado de su anterior y exitosa "M"-, la suerte de hombre de ley que debería abundar en la vida real: equilibrado, tolerante, modesto, perspicaz, y haciendo lo suyo sin perder por nada del mundo la alegría de la vida. Pues ¿cómo ha de ser que la aplicación de la justicia se asigne a tipos maltratadores, psicópatas, torturadores, tramposos… si es precisamente a estos a los que se pretende acabar?

Terminaba este año, 1932, la gloriosa etapa alemana que llevaría al panteón de los grandes realizadores a Fritz Lang. Será siempre imperdonable que, por proteger sus vidas, los grandes y pacíficos artistas tengan que abandonar sus países, cuando ellos, más que cualquier político, son los que privilegian, y merecen, la tierra en que nacieron.
Luis Guillermo Cardona
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9
3 de octubre de 2011
9 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
La gente humilde del campo, en su mayoría, no desea otra cosa que vivir en paz con su familia y sus vecinos. Cuidar las gallinas, sembrar su huerta y tomar de la vaca la leche diaria que les ayude a levantar a sus hijos, son sus mayores aspiraciones. Envían a sus chicos a la escuela sólo porque entienden que ser iletrados conlleva algunas limitaciones, pero la mayoría se conforma con que aprendan los oficios que les ayuden a sobrevivir en comunión con la tierra, las plantas y los animales.

El campesino no entiende mucho -ni quiere saber- de política, de grupos armados, ni de guerra, y menos entiende de los afanes de poder, expropiación y destierro que animan a tantos hombres a quienes pareciera que se les ha muerto el alma. Pero, un día cualquiera, el sol que iluminaba sus tierras se tiñe de gris; por los ríos ya no corre solamente agua cristalina sino que, cada tanto, arrastra el cuerpo inerte de alguien que tomó partido o simplemente se negó a estar de lado alguno; y en las montañas, ya el viento no sopla con su característico frescor sino que trae a diario infaustas noticias que llenan de desesperanza.

Pero, en medio de tanto dolor y de tanta desazón, los niños siguen alegres aun sabiendo que no todo es perfecto. Los anima el juego, el color de los valles y de las montañas, la cercanía de sus mascotas, el afecto de sus padres… y sobre todo, la amistad.

Es en este ambiente donde transcurre la vida de Manuel, el hijo de Ernesto y Miriam para quien el fútbol tiene un gran significado, y cuyo padre siente que “la comunidad no tiene nada que ver con la cosa de 'ellos' (guerrilleros y paramilitares)”. Julián, es el amigo mayorcito que colecciona los diferentes tipos de balas que han agrietado su tierra; y Genaro, a quien ellos llaman “Poca luz”, es el niño albino a quien alguien pretende convencer –sin razón alguna- de que, por esta característica, sus perspectivas de vida serán cortas.

Resultado de una larga espera y de unas cuantas frustraciones, <<LOS COLORES DE LA MONTAÑA>>, fue para su director y guionista Carlos César Arbeláez, como aquellos bambúes que se pasan largo tiempo echando raíces, trazando direcciones y calculando la dimensión de la bóveda celeste, para luego brotar con ímpetu y esplendor... y entonces se reafirma que, lo grande y lo meritorio es casi siempre resultado de un gran esfuerzo.

Emotivas y convincentes interpretaciones de aquellos pequeños que, sin experiencia actoral alguna, lograron una naturalidad enorme. Bien, una vez más, por Hernán Méndez (el memorable cartonero de, “La Primera Noche”), como el amoroso y firme padre del pequeño Manuel; y mi aprecio por Natalia Cuéllar, la bella docente que busca devolver la esperanza de paz a los pequeños.

Estamos ante una de las más calificadas, conmovedoras y veraces historias que se hayan contado en el cine colombiano. Cualquier reconocimiento que pueda hacérsele será más que merecido.
Luis Guillermo Cardona
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