Así me he quedado. Ya de por sí, lo socio-sanitario es algo que me llama la atención y me gusta; así como poder decidir lo qué hacer cuando ya no se puede decidir nada. Evelyn tiene la actitud que creo que tendría yo en un caso así; es querer estar informado en todo momento del desarrollo del procedimiento hasta el último instante. Durante toda la película la nota iba rondando el 8 alto, a partir de la escena del helado y la visita de la antigua profesora (donde ha sido imposible detener las lágrimas durante el cuento), junto con la actuación de la enfermera en el momento final, se ha ido al 10.

Aunque parezca raro, de la película solo conocía las tres frases: 'Tócala, Sam' 'Siempre nos quedará (tendremos) París' y 'Este es el principio de una gran amistad'. Del argumento en sí, nada de nada. Me ha encantado; el café, Carl, Sam por supuesto, es el Pepito Grillo de Rick, he disfrutado con 'Knock on wood', con los ojos de la Bergman, con el cinismo y a la vez, buen corazón de Rick, he maldecido a Renault, me he puesto a cantar la Marselleisse con los clientes del café y he pegado una carcajada con los 'sospechosos habituales'.

El espacio entre la genialidad y la locura no es una fina linea, como se suele decir ya que, entonces, seria muy fácil diferenciar una de la otra, sino un 'algo' que se diluye y no se muestra a las claras.
Dalí, Buñuel, Mozart... nacieron antes, mucho antes, de tiempo, cuando sus obras no iban a ser comprendidas por el común de los mortales; donde se les veía la genialidad y, a la vez, se era incapaz de comprenderla; no la genialidad en sí, sino la facultad de crearla, haciendo fácil lo complicado. La escena de Salieri intentando escribir el Requiem a la vez que se lo va componiendo Mozart es un ejemplo; entiende todos los movimientos de notas que van surgiendo de la mente del compositor y, a la vez, intenta entender como ello es posible, como él es incapaz de imaginar algo así.

Aunque de intriga tiene poca cosa (saber quien es Kaplan y por qué le confunden) ya que se nos desvela en el momento necesario, antes de que empecemos a hacer elucubraciones; el interés no decae porque lo que interesa es saber como va a salir de todos los enredos en que se/le meten (porque es único en meterse en líos, tiran más dos tetas que...). A la ya conocida escena de la avioneta (¿quien no la ha visto?) destacaría la de la subasta, no podía aguantar la risa. Esta vez tío Alfred no ha querido que estemos pendientes de cuando sale en pantalla y ha preferido hacerlo en la primera escena para que nos preocupemos solo de la película. Por cierto, la madre es para hostiarla.

Sinfonía de colores digna de Ágata Ruíz de la Prada. No hay nada más grande que la imaginación de un niño. Si encima se alimenta de una mente inducida por las drogas, entonces es el no va más. Localizaciones espectaculares, con una arquitectura de las fortalezas genial (la muralla de escaleras es inmensa) para un cuento en el que, la historia, es lo de menos. La niña es para comérsela. El juego de sus dedos es maravilloso (más si es forzado por el guión). Maravilloso homenaje al cine mudo de golpes y caídas al final de la película.