No nos engañemos, que se trate de un filme mongol no garantiza la calidad que suele agraciar a toda producción externa a Hollywood o Europa. La película es bella en estilo, color y sobre todo personajes. Es tan real que ni siquiera se han molestado en buscar actores. Es la vida misma, con sus alegrías y sus desgracias. Aquí el atractivo reside en los tres niños, especialmente el menor, que sin decir una palabra, hace que quieras volar hacia Mongolia y adoptarlos a todos. Una delicia para los ojos, aunque tediosa en la total extensión del largometraje.

La tecnología y los efectos especiales han llegado tan lejos en esto del celuloide que en esta película el mejor de todos ha sido Kong virtual, qué triste. Un cero a todos y cada uno de los protagonistas que le acompañan. Naomi Watts se expresa tan bien en la alegría como en la tristeza, quiero decir, que pone la misma cara en cualquiera de ellas, y así la mantiene desde el principio hasta el fin de las tortuosas tres horas que dura la película. Podría estar destripando escena por escena, pero estaría perdiendo mi tiempo, como lo hice al sentarme en la butaca. Allá ustedes...

La comedia romántica es un género simple, como todos sabemos. Te dejará contento al aparecer los créditos, y poco más. No busques mensaje oculto ni enseñanza budista en su argumento. He aquí, pues, una más de tantas y tantas amigas de la lágrima fácil.

No obstante, mi crítica quiere romper una lanza a favor de una de las, para mí, más convincentes actrices de su generación: Jennifer López. Resulta chocante que una persona pública tan mediática como ella nos calle la boca a muchos cuando hemos intentado desahogarnos en su contra. No es sólo en esta película, sino en tantas otras, que Jenny me convence cada día como actriz, y no tanto como cantante. Algún día puede que llegue el momento en el que llorará ante las cámaras porque su talento ha sido premiado como se merece. Y si quieres insultarme por escribir tan escandalosa crítica, puedes hacerlo, porque esta es una cuestión de gustos, no de erudición.

La historia que nos contaron en la primera parte, 28 días después, se hizo de tal forma que al abrir la ventana de tu cuarto a la mañana siguiente cubrías tus ojos y tu cara para evitar ser contagiado. Así nos hizo sentir Boyle en aquella trepidante historia de zombies que, por primera vez, corrían más que los buenos.

Se hacía difícil imaginar una secuela a la altura. Todo era un reto, desde la banda sonora hasta esa cámara inquieta que te hacía vomitar la tensión con las uñas clavadas a la butaca. Pero he aquí una película que se hace tan verosímil y buena que no necesitas visionar su antecesora. Fresnadillo, un canario que hasta ahora sólo era conocido por un inimaginablemente buen corto a su vez nominado a la estatuilla dorada, es despertado de su sueño por Boyle para pedirle que lleve a la pantalla esta nueva parte de la historia en la que un Londres apocalíptico es el centro, al igual que en la obra de Boyle, de un virus que contagia a la mayor parte de la población y los convierte en seres... Bueno, no destripo el argumento, pero deben prometer que acudirán a las salas y se apropiarán de las butacas más cercanas a la salida, sólo en caso de que ocurra...

En las cosas del amor, dicen que todo vale. En las cosas de las películas sobre amor, no lo creo. Soy un fan, sin rubor, de la comedia romántica, y de las películas con algo de trama emocional. El problema con Waiting for Forever es que el personaje principal es tan absolutamente idiota que lo único que deseas es que todo acabe mal. Si fuera más empalagosa tendrían que repartir inyecciones de insulina para no morir de diabetes fulminantemente. He tenido la necesidad de adelantar las escenas para saber cuanto antes si me iba a sorprender el final, pero no ha sucedido. Rachel Bilson, has caído muy bajo. Tom Sturridge, sólo te salvaría que dejaras la interpretación y te dedicaras a dar charlas a los niños para que nunca se conviertan en lo que tú has interpretado en este film. He dicho.