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España España · Barcelona
Críticas de Rómulo
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Críticas 355
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
8
7 de octubre de 2015
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Heimat - La otra tierra

Nos llega con cierto retraso esta monumental obra que el alemán Edgar Reitz realizó en 2013 (como precuela de otras tres que forman la serie Heimat) y sus cuatro horas de metraje no hacen sino prolongar el suculento banquete al que nos invita este hábil realizador.
Es el año de 1842, casi a mediados de siglo, el que marca el inicio de su película en un puebecito imaginario llamado Schabbach en las olvidadas tierras rurales de la antigua Prusia, hoy Alemania.
Corren malos tiempos en una Europa sufriente, desolada, devastada; la hambruna y la miseria se hacen notar con mayor virulencia en las zonas campesinas; los buitres insaciablede la aristrocracia aún picotean ávidos sobre la espalda encorvada de sus siervos en feliz contubernio con las omnipresentes religiones -católica y protestante- que siembran el odio entre iguales separando familias de diferentes credos.
Reitz da vida a la familia Simon dotando a sus personajes de tal realismo que por momentos nos hace dudar de si lo que nos muestra en la pantalla son actores o personajes de un documental.
Cuando la pura supervivencia del día a día es en sí misma una prioridad urgente, acentuada además por una época de atroz depresión, no caben sentimentalismos ni retóricos gestos afectivos.
Sin embargo la compasión, el dolor, la tristeza y la solidaridad de estos desgraciados están presentes en toda su admirable grandeza. Seres que no se resignan a su triste y miserable condición, luchan denodadamente por cambiar el rumbo de su destino. No existe dolor más grande que el de enterrar a tus hijos pequeños inmolados por las epidemias, el hambre, la suciedad y ni aún así esa dolorosa herida logra empañar sus sueños.
Aspiran a un mundo mejor y tras el gran océano aparece la promesa de un Nuevo Mundo donde las cosechas se dan pródigas dos veces al año y la nieve no cae en invierno. Brasil se alza ante su ingenua y desbordante imaginación como la Tierra Prometida. Y si partir a tan incierta aventura -cuando la posibilidad de volver algún día era muy improbable- supone el desgarro de cercenar de cuajo las raices que te atan a tu tierra, tu pueblo y tu gente, es su extrema desesperación la única fuerza que les impulsa.
He visto, en definitiva, una obra solvente, sólida, paciente, realizada sin las prisas que hoy atenazan nuestras vidas, de imágenes poderosas, estéticamente impecable e iluminada por una sublime fotografía en blanco y negro que Reitz colorea con puntual elegancia para destacar con vivos rojos los frutos de un cerezo, el pálido azul de la flor de lino o los infinitos ocres de una geoda traspasada por la tenue luz de una fría mañana de invierno.
Un filme, en fin, sobre la emigración que nos viene como anillo al dedo si, tan sólo, nos hace reflexionar sobre la realidad lacerante que contemplamos cada día cómodamente sentados frente al televisor o nos ayuda a entender y aproximarnos a la inenarrable tragedia que abrasa a muchos de nuestros hermanos.

Emilio Castelló
Rómulo
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9
4 de octubre de 2015
0 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Birdman o la inesperada virtud de la ignorancia

Hoy, mientras escribo esta crónica, brillan pletóricos en el firmamento tres estrellas del cine, tres directores mexicanos a los que la industria norteamericana ha abierto sus puertas de par en par. Porque no es nada sencillo que esto ocurra cuando eres extranjero en aquel país y más complicado todavía si perteneces a ese convulso y devaluado mundo de latinoamerica. Sin embargo, Alfonso Cuarón, Guillermo del Toro y Alejandro González Iñárritu lo han conseguido por méritos propios.

Tenía muchísimas ganas de ver esta película porque Iñárritu, entre los tres, es el que más me gusta. Su ópera prima “Amores perros” fue el prometedor anticipo de la genialidad que este hombre atesoraba. La potencia de sus imágenes, el excepcional montaje narrativo del guión y el desarrollo de la historia en un territorio que conozco a la perfección no huirán fácilmente de mi memoria. Y la cinta que acaba de filmar es, sencillamente, una auténtica maravilla. No sé si arriesgo demasiado volcando tanto entusiasmo. Es posible que la desbordante pasión que me ata al cine me nuble la razón y sea ésta tan extraviada y poco realista como la presencia de pirañas en el Rhin. Pero miren, qué quieren que les diga, para mí, ha significado un auténtico festín, un descubrimiento indescriptible.

Iñárritu, que además ha intervenido en el guión junto a otros dos colegas, nos habla en “Birdman” de muchísimas cosas: de la neurosis, la ansiedad, la necesidad de existir y ser tomado en cuenta, la presencia omnisciente de nuestro otro yo pegado a la nuca como un diablo burlón que nos susurra con insistencia sádica hasta doblegar nuestra voluntad. Nos transmite el pálpito de nuestros miedos cotidianos, la angustia, el temor al fracaso pero también la divina locura -bendita sea- que impulsa a algunos hombres a encarar la vida como un continuo desafío. Sientes haber vivido esas mismas sensaciones mil veces y no consigues evadirte porque lo que ves en la pantalla te arrastra con la fuerza de un poderoso imán. Entiendes las dificultades que inmovilizan a las personas en sus relaciones con la gente que aman, o que les importan y forman parte del entramado de su existencia. Nos somete a una dura reflexión sobre los tiempos que corren, de la posibilidad de quedarse descabalgado mirando pasar la vida desde la fría soledad de un andén, del poder insolente de las redes sociales, de la crítica despiadada y del daño que su enorme influencia puede causar.

El trabajo de Michael Keaton -sin desmerecer en lo más mínimo la excelente interpretación de sus compañeros de reparto, Emma Stone, Edward Norton y Naomi Watts- es sencillamente prodigioso. Sufres y vives con él su ansiedad y la insoportable tensión que le atormenta. Es impagable a la vez que hilarante su paseo tragicómico atravesando en calzoncillos Times Square en una hora punta del día. 
Iñárritu, con la habilidad de un topo, introduce la cámara por los entresijos claustrofóbicos de un viejo teatro de Broadway. Desde su puerta trasera, una y otra vez, mientras repetidamente nos sorprende el solo atronador de una batería, recorremos el laberinto de sus desvencijadas galerías, nos muestra sus mohosos recovecos, el destartalado estado de sus camerinos, hasta pisar, en admirables secuencias de un solo plano, las tablas rutilantes del escenario, recordándonos al mejor Scorsese en “Uno de los nuestros”.
Y, claro, una vez más, para los exteriores, la deslumbrante, inclasificable y babélica ciudad de Nueva York le sirve como atrezzo incomparable. 
Perdonen si me he extendido demasiado en esta ocasión pero uno no tiene todos los días la oportunidad de asistir a la apoteosis, de sumarse a la fiesta inconmensurable de una obra que te deja el sabor dulzón de las cosas bien hechas, pues es imposible ocultar el talento demoledor de este director mexicano que nos va a dar en el futuro, apuesto sin reservas, muchas otras alegrías.
No sé, ni me importa -mi juicio no vuela a tanta altura- si he visto una obra maestra, pero al salir del cine y sentir el aire helado de la noche, tuve parecida emoción a la de los años despreocupados de mi lejana juventud: la inequívoca sensación de haber asistido a una portentosa y mágica función de cine.
Y si gustan de los finales felices o, por el contrario, se complacen en las viscosas brumas de la fatalidad, no seré yo quien se lo cuente. Vayan a verla y descúbranlo ustedes mismos.

Emilio Castelló
Rómulo
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7
2 de octubre de 2015
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Mi casa en París

Todos sabemos que la época estival no mantiene relaciones excesivamente cordiales con el buen cine o, al menos, con las mejores producciones de la temporada. Al doloroso vía crucis por el que ya atraviesa ésta nuestra bendita adicción durante el resto del año, se le unen en vacaciones el éxodo de sus espectadores habituales por lo que, las distribuidoras enlatan sus delicatessen a la espera de que soplen mejores vientos en septiempre.

He ido bastante al cine este verano y no puedo decir que, en general, haya visto malas peliculas. Es el caso de “Lejos del mundanal ruido”, “La profesora de parvulario”, “Todo saldrá bien” y algunas otras. Films, todos ellos, que se ven con gusto, están bien realizados, artesanalmente nada desdeñables, acompañados de buena música, estupenda fotografía, etc., pero, no sé, carecen de ese toque mágico, de esa tensión o fuerza inexplicable donde todas sus piezas encajan con admirable perfección para convertirse, finalmente, en una gran película.

Y como ocurre en la lotería -aumentan las posiblidades de ganar cuantos más números compres- sonó la flauta. Y maravillosamente, por cierto, en esta extraordinaria cinta que es “Mi casa en París”. 
Israel Horovitz no es un hombre joven pero sí un reconocidísimo director norteamericano de teatro. A sus venerables 76 años, con muchos éxitos a sus espaldas, prácticamente no había incursionado en el cine. Y es una lástima porque en esta cinta manifiesta unos recursos cinematográficos deslumbrantes llevando a la pantalla uno de sus éxitos teatrales, “My Old Lady”, y sin cercenar el delicado cordón umbilical que aúna dos disciplinas que requieren diferente expresión, logra este excepcional trabajo sabrosamente sazonado de diálogos inteligentes y no exentos de un humor que, en ocasiones, se torna amargo y desgarrador.

No se deje engañar el espectador por las apariencias; lo que inicia como una divertida comedia sin mayores complicaciones, va descubriendo, poco a poco, un foso sombrío que esconde el germen de un intenso dolor y frustación a través de la espléndida selección de actores que, en todo momento, transmiten veracidad y despliegan su talento a manos llenas. 
Kevin Kline, la veterana Maggie Smith y Kristin Scott Thomas están sencillamente soberbios, logran conmovernos, nos sumergen en las aguas turbias de su aflicción y haría falta ser un adoquín de hielo para no contagiarse del agónico calvario que tortura a sus personajes.

Una película, en fin, en la que Israel Horovitz -qué pena, repito, no se hubiera decidido antes- exhibe todo el inmenso potencial que atesora y ojalá que en un futuro nos estremezca de nuevo con la gracia y el genio de su infinita sabiduría.

Emilio Castelló
Rómulo
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7
1 de octubre de 2015
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Loreak

Loreak (flores) es una película producida, realizada, dirigida por vascos y hablada en euskera. Que la Academia haya elegido una cinta dialogada en otro idioma para representar al cine español en los Oscar es una rareza y, aunque la película lo merezca, a mí me parece un acontecimiento alentador por ser señal de fresca y saludable brisa.
Los guipuzkoanos Jon Garaño y Jose Maria Goenaga, directores y guionistas de Loreak, han rodado un drama extraño y audaz en su elaboración porque su arriesgada concepción se desvía de los cauces habituales de nuestro cine.
Las flores -no es la primera vez que el cine utiliza, con diferentes elementos, este artificio- son el hilo conductor del relato por el que transitan criaturas abrumadas por la tristeza, por el poso amargo de la pérdida de seres que alguna vez formaron parte de su existencia pero también mortalmente heridos por la herencia malsana de la decepción que aquellos les legaron.
La cotidiana sencillez de esas almas anónimas no oculta la sordida dentellada del dolor que sobrellevan; sientes en todo momento su cercanía, su demoledora presencia y no consigues liberarte de la soledad que aniquila a unos personajes que se desconocen entre sí pero giran, sin saberlo, en la misma ruleta en la que el destino les ha introducido caprichosamente.
El filme recrea admirablemente una atmósfera de incertidumbre o suspense que mantiene atento a un espectador que no acaba de descifrar hasta el final el desenlace de la trama. Dotada de un ritmo cadencioso, cabe destacar el delicado ejercicio de contención que logran sus jóvenes directores sin deslizarse -aunque a veces te asalte ese temor- por la pendiente del sentimentalismo ramplón.
No sé hasta dónde llegará la andadura de esta película en el largo y fatigoso camino que ahora emprende hacia su nominación al Oscar. Pero sea cual sea el alcance de su recorrido yo creo que la Academia no ha hecho una mala elección optando por una creación singular, cautivadora y profundamente poética.

Emilio Castelló
Rómulo
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9
25 de septiembre de 2015
3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Viaje a Sils María

Yo, miren, qué quieren que les diga, desde que la vi en “Mala sangre” siendo una niña de tan sólo 22 años y un lustro después en “Los amantes del Pont-Neuf” dirigida, en ambas, por Léos Carax, las hieles de mi excepticismo se esfumaron como por encanto.
Y un par de años más tarde cuando volví a verla en aquella hipnótica y soberbia trilogía (aludiendo a los colores de la bandera francesa) “Azul”, “Rojo” y “Blanco” de Kieslowski, la admiración por esta mujer supuso mi rendición y reconocimiento definitivos.

Ahora nos muestra la gloriosa madurez y plenitud de sus 51 esplendorosos años en una extraordinaria realización, “Viaje a Sils María”, en la que su poder de seducción permanece inalterable.
 El francés Olivier Assayas escribe y dirige esta poderosa película a la medida de los zapatos de Juliette Binoche que, como era previsible, ella no desaprovecha.
 Durante dos horas que se hacen cortas, nos ofrece un recital, una auténtica y magistral lección de su desbordante magia.
Ante las cámaras y para nuestro deleite, ríe, grita, llora, se enciende o deprime, írónica y cruel a veces, otras frágil y asustada, dueña absoluta de la escena domina cualquier registro, nos muestra la felicidad a través de su luminosa sonrisa o se derrumba en la más profunda de las tristezas con la misma normalidad que si estuviera recogida en la intimidad de su casa y no rodando en un plató de cine. Y es que esta actriz es una delicada rareza que siempre resulta increíblemente creíble.
“Viaje a Sils María” es una pelicula densa, compleja, que aborda infinidad de temas que nos hieren como dagas por su rabiosa actualidad y lo hace, en todo momento, con descarnada eficacia. Como si de matrioskas se tratara, la cinta cuenta una historia que contiene, paralelamente, otras historias, como capas que se alternan y superponen reflejando, en ocasiones con efectos demoledores, el cambio de perspectiva que inevitablemente sufrimos, sin apenas percibirlo, con el paso de los años; también los celos, el irreprimible deseo de posesión, la rivalidad, la neurosis que provoca el miedo al fracaso y otros muchos conflictos que lastran los endebles cimientos de nuestra naturaleza, están aquí perfectamente perfilados.
Las tomas exteriores, localizadas en un valle alpino de Suiza cerca del lago Sils, son espectaculares, deslumbrantes, así como la música, bien elegida y oportunamente mezclada.
Finalmente, las muy atractivas y competentes Kristen Stewart y Chloë Grace Moretz, defienden sus respectivos papeles con indudable oficio.
Y si han notado cierta exaltación emotiva por esta deliciosa y elegante criatura, efectivamente, tienen toda la razón, la misma que probablemente les asista si sospechan que esta desatada debilidad coloca en entredicho mi vulnerable imparcialidad.

Emilio Castelló
Rómulo
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