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Críticas de Chris Jiménez
Críticas 2.217
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
6
13 de febrero de 2017
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Arraigada a la tierra desde sus pies y controlando su devenir y el de las gentes que la habitan con sus ojos escrutadores y firme sentido de la justicia.
La diosa Mari todo lo observa, implacable, pero un ángel va a descender para cambiar su mundo...

Tras "La Ardilla Roja", Julio Medem se convirtió tal vez en una de las más queridas promesas de nuestro cine a principios de la década de los '90 junto con Álex de la Iglesia y Enrique Urbizu, antes de llegar Amenábar y arrasarlo todo; sin embargo, y pese a su condecoración en Cannes, tardó mucho en volver a ofrecer algo al público. Cuando llega "Tierra", con el mismo equipo de su anterior film, éste afirma que se trata de su trabajo más complejo pues la ha concebido desde el alma, y es verdad; por medio de una narración omnisciente nos sumerge en un viaje a través de los recovecos del vacío y la mente, y ésta se da desde el interior de Ángel, el protagonista.
Siendo Elisa el ser alrededor del cual giraba el misterio en "La Ardilla..." (además de, en mi opinión, elevarse como uno de los personajes femeninos más arrebatadores y maravillosos de la Historia del cine), esta vez es ese señor (interpretado por un cargante Carmelo Gómez) el enigma que nos fuerza a tomar parte en sus pensamientos y dicotomías mientras se aventura en un lugar desconocido (con el color naranja intenso del paisaje zaragozano) para llevar a cabo su tarea de fumigación. El interior de esta tierra está removida por los bichos que la infectan, al igual que sus moradores humanos; Ángel también entrará en sus vidas y removerá sus conciencias y existencias.

Desde el momento en que vemos al moribundo pastor Ulloa (brillante y irreconocible Pepe Viyuela) debido a la caída de un rayo comprendemos el esfuerzo del cineasta por arrastrarnos a sus esferas de poder onírico y poética imaginería; el alma del pastor y no su cuerpo habla a Ángel, estableciéndose una realidad que funciona a dos niveles: el del espíritu y el del físico, y éste se precipita a un viaje para averiguar en qué punto han de escindirse ambos. Así "Tierra" se divide en historia y concepto; lo primero se desarrolla alrededor de una fábula de pasiones fatales, violencia e instintos carnales.
Si Elisa estaba atrapada entre dos hombres, Ángel lo está entre dos mujeres opuestas: Ángela (retraída y dulce, símbolo del amor profundo y el futuro familiar) y Mari (la descarada y ardiente, símbolo del sexo salvaje y el presente más inmediato). Éstas, unas Emma Suárez y Silke Hornillos que se baten en un cara a cara de altura, están dominadas por un ser demoníaco, Patricio (camaleónico Karra Elejalde, el único personaje que realmente te crees y que se siente auténtico), un monstruo de la tierra también en contraposición a la complejidad espiritual del protagonista, cuya misión será aceptar su presencia física, humana, y mimetizarse en ese lugar para mediar entre todos ellos.

Medem juega, cual Lynch, Kieslowski o Buñuel, a abrir dos mundos opuestos e invitarnos a penetrar en sus entrañas, sin embargo también hace lo posible por empujar a su Ángel a una cruda realidad terrenal (no tardamos mucho en averiguar que se trata de un esquizofrénico y otrora paciente de un manicomio), y este concepto lo esboza desde la perspectiva mitológica de la leyenda de la diosa Mari o la Dama de Amboto, tan sujeta a las tradiciones vascas antes de la llegada del cristianismo; nacen así las dualidades y ciertas metáforas y simbolismos que unen a los protagonistas en un círculo existencial místico y completo.
Tras acabar con el monstruo, en su afán por destruir la presencia de lo espiritual y darle un valor terrenal, poco a poco dará a Ángela la personalidad de la mencionada diosa de la mitología y hace de Mari el ser más físico posible, despojándola de toda condición metafísica; es su proclamación de lo contraespiritual para celebrar la simplicidad y la unión carnal con la tierra. Pero a lo largo de este periplo el director también se presta demasiado, más que en su gran obra previa, a una complejidad argumental que sólo sirve para envolver una historia zurcida con la más sencilla de las costuras, y a fuerza de escarbar un poco ya aparece...

Esta envoltura la enhebra Medem con su gusto por el peso de la atmósfera y los registros sensibles a los que accede por medio de la ruptura con la realidad (logrando plasmarlo en pantalla gracias a una factura técnica impecable, destacando la banda sonora de Alberto Iglesias, la intensidad de las formas y los colores que capta la fotografía de Javier Aguirresarobe y el cuidadísimo diseño de producción de Satur Idarreta) y por las influencias literarias que aplica a la idiosincrasia de sus personajes, y por ende a sus diálogos e interacciones, en su mayoría crípticas, recurriendo demasiado a la poética de lo abstracto y lo ininteligible cual imitador pobre de Gonzalo Suárez.
Tanto en última instancia que en esta ocasión (sobre todo por culpa de los largos, incómodos y tediosos monólogos interiores del protagonista) aquél consigue atravesar la fina línea que aún en "La Ardilla..." separaba lo intelectual de lo pretencioso, y en ciertos casos lo abrumadoramente pedantesco; desnuda de todo rastro de interpenetración psicológica y elevación espiritual, "Tierra" no iría más allá de la simplicidad brusca y visceral de "Jamón, Jamón", con la cual guarda no pocos paralelismos. Gómez y su álter-ego, responsables de esta disyuntiva, son incapaces de poner en marcha los mecanismos de enigma y misterio, de alucinada y densa complejidad, que hacían tan fascinante a la Elisa de Suárez.

Es por esto que a muchos de los que capturó aquella segunda obra cinematográfica de Medem (entre quienes me incluyo) se sintieran reticentes debido a la tercera, más ambiciosa y grandilocuente, a la par que más anodina.
Pero por supuesto encandiló a la relamida élite académica de los Goya y terminó compitiendo en Cannes nada menos que contra títulos de la talla de "Fargo", "Nubes Pasajeras", "Crash" o "Rompiendo las Olas".
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Chris Jiménez
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10
13 de febrero de 2017
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una tierra devorada por la miseria y un caballero cuyo destino siempre está en juego. En este largo viaje las pisadas de la Muerte nos acompañan...
Obras emblemática de la Historia del cine, "El Séptimo Sello" marca también el inicio de una nueva etapa en la carrera de Ingmar Bergman.

Carrera conducida hasta entonces por severos melodramas que exploraban la condición humana y el devenir de su existencia y comedias ligeras donde se jugaba con el ideal del amor y el puro placer carnal; su último film, "Sonrisas de una Noche de Verano", fue aplaudido en Cannes, y su éxito hizo que los productores de Svensk Filmindustri aceptaran su siguiente proyecto, el cual situaba su escenario en la Europa del siglo XIV azotada por la terrible Peste Negra. Pero este considerable cambio de escala y discurso (que no sin razón halla en él semejanzas con el terror nuclear vivido en la época en que fue concebido) tiene su origen en la obra "Trämålning".
Escrita y dirigida por el propio director años antes para la compañía de teatro de Malmö, cuya inspiración se encuentra en las pinturas y murales sobre la Muerte que tanto le aterraban y fascinaban, en especial aquella donde aparece representada jugando al ajedrez dibujada por Albertus Pictor (quien aparece reflejado en el film). Una secuencia inicial mítica, que parece querer plasmar dicha pintura, nos introduce sin preámbulos en la trama central; el caballero Antonius Block, recién llegado de las Cruzadas a su Suecia natal junto a su escudero Jöns, reta a la misma Muerte a jugar una partida de ajedrez para retrasar el plazo fatal que le amenaza y poder hallar así respuesta a varias dudas que son causa de su tormento.

¿Es el vacío, la nada eterna, lo que aguarda al otro lado?, ¿es Dios, cuyo silencio resulta insoportable, una invención del ser humano para servir de consuelo en los tiempos de oscuridad? Preguntas a las que deberá enfrentarse mientras intenta realizar una acción última para redimir la insignificante existencia que ha llevado; por su parte la Muerte de presencia tanto más angustiosa cuanto que aparece representada en carne y hueso, le acechará constantemente en su recorrido a través de una tierra devastada por el sufrimiento, el castigo, la crueldad, la corrupción de espíritu (el seminarista convertido en ladrón) y el despiadado sacrificio ofrecido a Dios para aplacar su cólera (la pobre chica condenada por bruja).
En definitiva una tierra marcada por el más puro horror; no obstante, un atisbo de esperanza surgirá gracias a una humilde compañía de comediantes: Jonas, Mia y Jof, éste último viéndose asaltado por una maravillosa visión que parece actuar de signo de premonición dichosa. Con ellos, Bergman aboga por la fe, la inocencia, el optimismo y la vida (encarnada en Mikael) frente a la imposibilidad de salvación y la miseria reinante; de hecho, desde un humor más emparentado con sus galanterías de época, practicará varias irrupciones en el viaje de los protagonistas, explorando las preocupaciones y placeres terrenales como contrapunto a las reflexiones de Block...

Éstas van desde el adulterio, los fuertes lazos del amor y la amistad y el sometimiento de la mujer hasta la poesía y el teatro, siendo la farsa del herrero y el actor el mejor ejemplo. Farsa o comedia de la vida que sin embargo concluirá de manera trágica (pues aquel que se burla de la muerte acaba pagando las consecuencias...). Pero el discurso del film se apoya en tres puntos de vista que reciben de desigual forma la realidad; así, al tormento infinito del caballero, suerte de Don Quijote metafísico en permanente lucha consigo mismo y con un destino a todas luces incapaz de evitar, y a la alegría de Mia y Jof ante las adversidades.
Éstos son los únicos que pueden hallar la salvación ya que realmente tienen algo por lo que vivir, se suma la visión despreocupada de Jöns, elocuente nihilista y ateo convencido que únicamente cree en sí mismo y en el mal que sus ojos contemplan: el creado por el hombre. El director recurre a un amplio abanico de iconografías y símbolos mientras abre una brecha entre realidad y fantasmagoría penetrando en la psique y el espíritu de sus personajes, llevándonos, como a ellos, a través de una Edad Media siniestra, grotesca, pero no así estilizada y alegórica, tal y como él la concibe, e impregnándonos con las fascinantes atmósferas que modela por el camino.

Pagando de este modo, tanto en el discurso como en el contexto formal, su deuda con Pictor, Kierkegaard, Strindberg y, cómo no, Victor Sjöström, algunas de sus más importantes inspiraciones (incluso se dará una curiosa referencia a "At Land", trabajo de Maya Deren, en la escena inicial)..La música de Erik Nordgren y el trabajo de fotografía de Gunnar Fischer refuerzan el tono lúgubre, más aún ésto último, que ofrece un espléndido juego de sombras y luces sirviéndose del blanco y negro (esencial en la película), sombrío y agobiante. Entre tanto, el sueco cuenta con algunos de sus habituales colaboradores, quienes vuelven a brindar grandes actuaciones...
Destacando Nils Poppe, un aterrador Bengt Ekerot prestando su frío rostro a la Muerte, esa radiante Bibi Andersson que inunda de vida la pantalla y sobre todo Gunnar Björnstrand y un inmenso Max Von Sydow en el papel más sobrecogedor de toda su carrera. Gunnar Olsson interpreta de forma sensacional una recreación de Albertus Pictor. Dotada de una hipnótica belleza más allá de su poesía macabra, pesadillesca fantasmagoría y reflexión de índole universal, "El Séptimo Sello" pasó a formar parte de esas obras clave que concedieron una nueva dimensión, formal y conceptual, al Séptimo Arte.

Bergman, por su parte, se inscribiría instantáneamente entre los más grandes maestros cinematográficos de la Historia.
Dondequiera que esté, notando el pulso de su mano y la sangre corriendo por sus venas y observando el Sol, desde lo alto iluminándolo todo, seguro que se prepara para jugar otra partida de ajedrez con la Muerte...
Chris Jiménez
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10
13 de febrero de 2017
5 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
La joven doncella morirá en el espeso bosque por dos desalmados que le arrebatarán primero el orgullo y luego la vida...pero el destino siempre se gira en contra de los pecadores, condenados a un final imposible de esquivar.
La furia de Odín y la inmisericordia de Dios toman forma en una sangrienta y descorazonadora leyenda de muerte y venganza.

Seguramente sea una afirmación muy atrevida teniendo en cuenta la innumerable cantidad de joyas que adornan su carrera, pero "El Manantial de la Doncella", tan polémica como aplaudida en su momento, podría ser considerada la obra magna del maestro Ingmar Bergman, quizá por debajo de "El Séptimo Sello"; sin duda una obra que marcaría ese importante periodo de transición en el cine del sueco (de los '50 a los '60), objeto de una depuración donde se pasaría de una fase de conquista exterior a un movimiento de repliegue, ganando el espacio interior en una profundidad cada vez más vertiginosa.
Antes de traernos en esta etapa maravillas como "Persona" o su Trilogía del Silencio, Bergman se propuso regresar a los tiempos de la Edad Media adaptando una leyenda sueca que conoció de estudiante, "Per Tyrssons döttrar i Vänge", la cual relata el (enigmático y escabroso) origen de la iglesia de Kärna. Esta vez firma el guión la escritora Ulla Isaksson, célebre por sus reflexiones sobre la religión y la fe del ser humano, lo que congeniaba a la perfección con las ideas del director, quien además se inspira en "Rasho-mon" (con la violación Bergman irá más lejos que Kurosawa, pues éste nunca la mostró).

Dicha leyenda narra, aun sufriendo cambios dependiendo del lugar y la época, cómo las tres hijas del noble Per Tyrsson (o Töre) y su esposa Karin son decapitadas por tres rufianes que les roban sus pertenencias para más tarde llegar a la casa de su padre buscando cobijo. Según se cuenta, los atacantes fueron abandonados de pequeños por sus progenitores, los mismos Per y Karin; los hermanos habían matado a sus hermanas y el padre a sus hijos, quien decidió construir una iglesia para expiar su pecado. Esta tragedia toma un nuevo camino: sólo una hija morirá, Karin, los criminales serán dos y otros dos observarán, pero las consecuencias serán las mismas...
Desde el primer momento en "El Manantial de la Doncella" entran en conflicto dos creencias, la tradicional escandinava (la de los paganos y blasfemos) y la religiosa cristiana (la de los puros y castos), materializadas en los personajes principales de Karin e Ingeri: ésta última, pobre, desaliñada y con gran rencor en su interior, pide a Odín que la ayude en su venganza contra la primera, una preciosa doncella mimada, consentida y mentirosa que irá a la iglesia para ofrecer los cirios en la misa. Veremos un retrato de familia cristiana, devota (quizás reflejo de la familia luterana del director), ignorantes de la desgracia que les marcará y que su dios, quien supuestamente ayuda y protege, no será capaz de evitar.

Un sapo actuará de presagio de muerte mientras el Diablo ronda en secreto a Karin, quien será advertida por su madre ("el demonio seduce al inocente, se afana por destruir lo bueno"); este Diablo acechante tomará la forma de un viejo tuerto que las mujeres encontrarán en el bosque y cuyo sacrificio (una de las escenas más escalofriantes de la película) será ofrecido para calmar la sed de venganza de Ingeri. Todo se halla bajo el signo de la amenaza y la fantasmagoría, y pronto el ambiente bucólico reinante (la doncella, los tres pastores, las cabras, la resplandeciente hierba) se tornará sombrío y grotesco al producirse el crimen, atroz y efímero; la nieve cubrirá el espacio, el brillo del Sol dará paso a la oscuridad.
Como si de un voyeur "hitchcockiano" se tratase, a la vez consumida por la culpa y el deseo, Ingeri observa en silencio, al igual que el niño, cuya conciencia irá corroyéndose por el encubrimiento; será el misterio y la fatalidad del destino los que jueguen un importante papel en la segunda mitad, cuando los mismos asesinos se presenten ante los padres de Karin. El fraile, adivinando de algún modo el secreto oculto por el pequeño, le advierte del castigo que espera en el Infierno a los pecadores, aunque le insta a no perder la fe, a confiar en Dios para salvarse; sobrecogedora irrupción que ayudará a elevar la tensión antes del brutal, necesario y significativo clímax (hablaré con más detalle en la Zona Spoiler).

La culpa invade a todos los personajes, quienes avanzan juntos por el bosque bajo la mirada de ese negro cuervo que siempre ha estado presente: a Ingeri por presenciar el crimen, a Märeta por sus celos hacia Töre, y a éste por haber ejecutado su venganza a ojos de un dios que ha permanecido en silencio (frente a la deidad pagana de Odín, que ha desatado la maldad y el caos); como de costumbre para el director, que vuelve a hacer hincapié en sus más profundas obsesiones, su protagonista se cuestiona sobre su fe e implora a Dios una respuesta que jamás llegará, sirviendo sólo la expiación como única salvación.
Mientras los actores brindan unas magistrales interpretaciones, con unos soberbios Max Von Sydow, Gunnel Lindblom y Birgitta Valberg a la cabeza, Bergman recrea con precisión el medievo sueco (como en "El Séptimo Sello") gracias a una puesta en escena tan sobria como hipnótica y al gran trabajo de Sven Nykvist, cuya fotografía llena de oscuridad y saturación de luz confiere a la atmósfera un tono inquietante, siniestro y no obstante extrañamente bello. Un cuento desgarrador de crimen, fe, culpa, castigo, maldad, inocencia y venganza convertido en obra inmortal de la Historia del cine (con un bien merecido Oscar a Mejor Película). Cine en estado puro.

El agua brota por la gracia de Dios, un agua brillante y de purificación, un agua que servirá para limpiar todos los males. La expiación ha comenzado, la doncella puede descansar en paz sobre su manantial, acurrucada en una estampa final que es enteramente una imagen viviente de la Biblia.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Chris Jiménez
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Harmagedon
Japón1983
5,1
95
Animación
8
13 de febrero de 2017
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El Universo corre peligro, una masa de energía destructiva cuya fuerza supera las leyes conocidas no cesa en su misión de devorarlo todo a su paso. Su nombre es Genma y no puede ser derrotada.
Por eso una serie de individuos con dones extraordinarios deberán reunirse y desafiar su poder...

El clan de los guerreros liderados por la clarividente telépata de Transylvania, Luna, comenzó sus hazañas a finales de los años '60 a través de las páginas de la Weekly Shonen gracias a la rica imaginación de Kazumasa Hirai, y, pese al deterioro de su relación con el dibujante Shotaro Ishinomori (lo que dio lugar a finalizar el trabajo de una manera abrupta y nada satisfactoria para sus personajes), terminó generando toda una franquicia a partir de su lanzamiento en manga independiente y luego en novela. Tanto éxito acumuló que el presidente de Kadokawa se vería suplicando al autor para concederle los derechos y realizar una adaptación.
Proceso arduo, longevo y carísimo, sería la primera película de animación producida por una editorial y la cuarta de los estudios MadHouse, en cuyo seno se unieron los talentos de dos pesos pesados del mundillo: el director Shigeyuki "Rintaro" Hayashi, tras su lucrativo romance con la obra de Akira Matsumoto "Ginga Tetsudo 999", y el artista Katsuhiro Otomo, ya popular gracias a su manga "Akira" y contratado como diseñador a pesar de no haber tenido contacto con la industria del cine, lo cual le aterraba (algunas de las peores discusiones del proyecto giraban en torno a la pésima opinión que Hirai tenía de sus diseños...).

Apoyado por un espectacular despliegue visual y de un ritmo trepidante que logra asaltar nuestros sentidos al primer momento, el guión confeccionado a seis manos de esta versión no se aparta demasiado del trabajo original, y va directamente al grano, sin prólogo innecesario, tan sólo la advertencia de un desastre venidero por cuenta de una especie de hechicera o "esper" que cruza el escenario nocturno de Tokyo en una danza bella pero inquietante. Entonces el avión donde viaja Luna estalla y su cuerpo es devuelto a la vida por Floy, ser de otra parte de la Galaxia cuya energía y telepatía comparte con ella.
Desde este momento la unión mística entre mentes y corazones de diversos seres y su capacidad para despertar una gran fuerza en su interior basada en la confianza y el amor colectivo será uno de los temas vitales para entender el imaginario de Hirai y su visión de la lucha entre el Bien y el Mal. Lástima que la estructura narrativa de esta fábula de tan colosal envergadura resulte irregular y, poco a poco, insatisfactoria; para empezar nada sabremos de la protagonista salvo que es una telépata con poderes increíbles, y la épica historia de Vega, su compañero cyborg en la misión de encontrar a otros para derrotar a Genma, al estilo de "Satomi Hakken-den", se cuenta de soslayo. A partir de aquí la atención recae en Jo.

En la vida de este estudiante arquetipo del anime, un fracasado sobreprotegido del que tampoco averiguaremos gran cosa, pero junto a él estamos hasta pasar la mitad del metraje, observando el descubrimiento de sus poderes de "esper" y su aprendizaje, que, cosa curiosa, acepta demasiado pronto (y su hermana Michiko también). Este tramo sirve, además de para modelar Hayashi y Otomo escenarios al detalle a partir de localizaciones urbanas auténticas, para añadir una dosis de drama y realismo a la fantasía y resaltar temas como el sacrificio ajeno y el poder de la amistad y el amor fraternal en oposición al de la venganza o el odio (lo cual resulta muy ingenuo, para qué engañarnos).
Pero el punto de inflexión, mientras varios secuaces demoníacos de Genma llevan a cabo su cacería anti-"espers", sucede con el cambio de ubicación, a New York, ya que da a la película el aspecto de dos OVA's autoconclusivos que fueron unidos en un largometraje en posproducción. Así, pasado todo lo anterior, sólo queda seguir buscando guerreros por el Mundo...y tendría su interés si los cinco que faltaban no aparecieran por arte de magia (Luna les contacta por accidente y simplemente llegan a escena...). Es presumible que cada uno tuviera una gran historia que contar, pero jamás lo averiguaremos.

Sólo resta proseguir la lucha entre buenos y malos a través de lugares post-apocalípticos, desiertos y alguna que otra realidad alternativa, muy acorde con los animes de ciencia-ficción/fantasía de los '80. Como ya no se rasca más del argumento ni de los personajes (y es lo que debería hacerse), Hayashi y Otomo se centran en vapulearnos en aventuras trepidantes donde todo es posible si se deja volar la imaginación; una significativa lección sobre la conexión espiritual de todos los seres vivos de La Tierra se cruza con poderes de ensueño, despiadada ultraviolencia y escenarios imposibles.
Aunque todo esto derive hacia una última parte previsible, incoherente a más no poder (¿por qué los demás dejan solos a Jo, Tao y Salamander...y luego regresan como si nada?) y que nada tiene que ver con el final del manga (de hecho es su completo opuesto), resulta difícil no sentirse parte del clan de guerreros en este enfrentamiento épico en las tripas del monte Fuji o durante el espectacular clímax, cuya animación corrió a cargo de Yoshinori Kanada. Espectáculo pedimos y espectáculo tenemos, sin importar nada más, táctica que sería un recurrente en el anime a partir de entonces, y que por supuesto ayudó a generar unos impresionantes beneficios en taquilla.

Porque "Genma Taisen", a pesar de sus errores y de que no entusiasmó a Hirai, fue uno de los títulos más exitosos de la década y aguantó bastante en los primeros puestos, influenciando, ni que decir tiene, a infinidad de obras cinematográficas y de animación posteriores, además de a mangas y videojuegos.
Sería el punto álgido de una saga que aún tendría mucho que mostrar.
Chris Jiménez
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8
13 de febrero de 2017
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
"Anoche tuve un sueño...", confiesa alegre el bueno de Emmet, "...soñé que todos íbamos a Hollywood y que a mí me convertían en una gran estrella".
"¿Tú?, ¿una gran estrella? ¡Estabas soñando!", le reprocha su batería Bill. Y ahí se acaba el sueño, aplastado por la aspereza de la cruda realidad...

Prácticamente todos los personajes de Woody Allen se han alimentado de grandes ilusiones y esperanzas pero un escollo en el camino les ha impedido alcanzar la felicidad, desde los lejanos Boris Grushenko, muerto antes de tiempo, Sandy Bates o la melancólica Cecilia, que prefería refugiarse en el lado contrario de una pantalla de cine; es la historia de los agradables perdedores existenciales de siempre, si bien la figuración de su Emmet Ray se distancia un poco de otros. Aunque parezca mentira, lo crea a comienzos de los '70, cuando ha firmado su contrato con United Artists y tiene toda la libertad creativa que ansía.
Pero dicha libertad choca con los ejecutivos y el guión, llamado "The Jazz Baby", jamás se rueda, sustituyendo al proyecto la delirante barrabasada de "Bananas"; "quizá quise ser demasiado ambicioso", admite el neoyorkino, quien al igual que su personaje, al cual planeaba interpretar él mismo, ve sus sueños hechos trizas por la negativa de unos productoruchos. Pasarán casi tres décadas para que se haga realidad (como todo lo bueno, se hace esperar...), en un momento en que el hombre tiene ya más de 60 años y ha pasado por el varapalo de su ácida sinfonía en blanco y negro "Celebrity", intento fallido de actualizar "Manhattan" con un puñado de jóvenes estrellas como reclamo.

El caso es que decide irse con la música a otra parte, a los años '30, concretamente, en lo que es uno de sus ejercicios de exiliarse a un pasado soñado en lugar de afrontar la desagradable sociedad actual, que lo tiene crucificado por el asunto Soon-Yi; se concede un momento para sumergirse (y de paso a nosotros) en una nostálgica atmósfera de sonidos cautivadores y realzada por los colores vivos de la fotografía de Zhao Fei. Le da su difícil papel a Sean Penn y cambia el título por "Sweet and Lowdown" en homenaje a Gershwin, aunque es el legendario cantautor Jean "Django" Reindhardt, y con ello el "jazz", quien acapara toda la atención.
Así el director vuelve a acogerse al formato del falso documental (con entrevistas incluidas que cortan de cuando en cuando la acción) para presentar a un hombre al que se puede juzgar desde la primera impresión, ese Ray arrogante, narcisista, repugnante con las mujeres, aficionado al juego, a robar y la bebida y con alguna que otra desviación patológica; el tipo que odiarías sólo con verle entrar en la sala (nada más aparecer practica su afición de proxeneta). La narrativa, alimentada de las historias de los entrevistados, donde está el propio Allen, nos irá desgajando la complicada personalidad del guitarrista, henchido de su propio ego.

Mientras tanto éste introduce las sorpresas, como siempre ha hecho, sin alardes ni situaciones forzadas, con una naturalidad pasmosa, haciendo así creíble hasta el último detalle de la historia; la más destacable es la aparición fortuita de Hattie, encarnación de la Gelsomina de Fellini y resorte para que de repente el músico se abra emocionalmente de par en par. Como la adorable chica somos testigos mudos de ese afloramiento, de que debajo de las capas de soberbia, codicia, desfachatez y ego en las que se había refugiado, aparece un hombre amargo, acomplejado, lleno de miedos e inseguridades, con el recuerdo de una familia rota y un pasado trágico a sus espaldas.
El rudo artista es en realidad más débil que las incautas jovencitas de las que se beneficia en clubs y bares; Allen aplica así a todo el humor imperante la acidez de sus biografías más negras (como en "Desmontando a Harry" y "Broadway Danny Rose"), y esta "Sweet and Lowdown" mantiene su equilibrio de manera perfecta entre los aspectos cómicos y dramáticos, al tiempo que se sirve de su amado "jazz" para dar alma y emociones a las situaciones entre los personajes y a la trama, que no así cuenta con ciertos altibajos, como la desaparición repentina de Hattie.

Gracias a ella, a quien da vida Samantha Morton de forma brillante y sin pronunciar una sola palabra, la película estaba amparada por una luminosidad cálida y conmovedora; al reemplazarla Uma Thurman y su pérfida e impulsiva Blanche todo se escora hacia la oscuridad y la sordidez, y reina la tragedia. Pues esta "femme fatale" con pretensiones de Virginia Woolf es la responsable de la intromisión de Torrio, gángster sin escrúpulos y otro personaje lleno de violencia, que da pie no obstante al episodio más delirante (al estar tratado, en la vena "rashomoniana", desde varios puntos de vista, todos ellos geniales, por cierto), pero dotados de gran naturalidad.
Y es que todas las aventuras y desgracias por las que pasa Ray pueden perfectamente estar construidas con los pedazos de cualquier artista, de esos famosos excéntricos y egocéntricos amados por su música pero odiados como personas; como John Ford hizo con Liberty Valance, Allen prefiere que prevalezca el mito y que el guitarrista sea conocido no por su carácter repulsivo ni su convulsa existencia, sino por sus grandes canciones. "¡Me he equivocado!", termina rugiendo éste a pleno pulmón en una última secuencia desgarradora; los sueños se terminan por fin e irrumpe la realidad...

Pero nos quedamos con la incógnita sobre el futuro de este "man on the Moon" (literalmente, como vemos) incapaz de amar y funcionar en la realidad que siempre estuvo a la sombra de Reindhardt, su despreciado ídolo.
Penn logra una de las mejores actuaciones de toda su carrera, la obra es elogiada por los críticos, funciona bastante bien en taquilla y destaca en los Oscar, sobre todo para la nativa de Nottingham. El cineasta termina los '90, por fin, con esta oda en toda regla al "jazz" y al artista fracasado, preparado para empezar otra etapa con la pretenderá rejuvenecer su cine...
Chris Jiménez
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