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España España · Palma de Mallorca
Críticas de Robert Denigro
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Críticas 217
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
1
3 de diciembre de 2023
24 de 31 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un aburrimiento absoluto. La película se vertebra sobre la entrevista entre Santa Teresa y su inquisidor en las dependencias del convento de San José. Un denso diálogo que desafía la paciencia del público, no sólo por su condición teatral (sobre el texto de Juan Mayorga) sino por la dificultad de seguir la conversación en castellano antiguo. Se agradece la voluntad de Paula Ortiz por respetar las maneras medievales en el habla pero peligra la atención del espectador. La directora, que parece intuir el desastre, alimenta los farragosos soliloquios con imágenes oníricas de la infancia de Teresa pero sólo consigue empeorar las cosas.

Para evitar el exceso de teatralidad la película está sazonada de escenas poéticas que supuestamente deben acercarnos al éxtasis de Teresa. Sin embargo no hay en ellas divinidad ni trascendencia sino más bien el hedonismo de un anuncio de colonia. Una sensualidad muy actual pero que no parece encajar con la época que describe.

La directora quiere ser mística y medieval pero es víctima de la más vulgar iconografía de la era instagram. El resultado, lejos de la austeridad de Bresson o Dreyer, está más cerca del barroquismo epatante de Ridley Scott. Una estética de video-clip que recuerda mucho a la Juana de Arco de Luc Besson, que también mantenía una charla con su inquisidor. La diferencia es que la película de Besson era un entretenido blockbuster y la Teresa de Ortiz es un muermo con pretensiones.
Robert Denigro
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1
24 de noviembre de 2023
3 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
La juventud se siente fascinada por el sexo, las drogas y la violencia. La buena noticia es que tiene cura. La madurez es aquel momento de serenidad clarividente en el que superamos las idioteces y nos damos cuenta de que la vida es otra cosa. Todos maduramos menos Gaspar Noé.

Gaspar Noé nos quiere convencer de que el ser humano se mueve por instintos de violencia y muerte. La gran arrogancia del director es presentar su cine como La Verdad en mayúsculas. Una experiencia extrema por encima de las convenciones morales.

Si el sensacionalismo es un defecto, el gran acierto de Noé es transformarlo en virtud. El universo visual del director se construye desde las estrategias sensacionalistas de la publicidad. Noé no es tanto un narrador como un publicista provocador. Sus películas son como largos anuncios llenos de rótulos, advertencias alarmistas y mensajes directos al espectador.

En "Climax" unas grandes letras interrumpen el metraje para avisarnos de que la vida es insustancial y que la muerte es una situación extraordinaria. Una apología en toda regla de la pulsión de muerte. Pero el gran defecto de Gaspar Noé no es su deprimente tendencia suicida sino su forma de llegar a ella. Por encima de la locura, lo que destaca en sus películas es la torpeza narrativa. En su escalada hacia la neurosis colectiva el director se olvida de la verosimilitud. En "Climax" los bailarines invitados a esa fiesta infernal discuten sin mucha causa ni sentido. No se entienden los motivos del pifostio que organizan, pero da igual, lo que importa es el impacto de unas imágenes más caóticas que La Tomatina de Buñol.
Robert Denigro
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7
13 de noviembre de 2023
4 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
En la mentalidad urbanita (o sea todos nosotros) se ha instalado la hipócrita idea de que en el campo se vive mejor. Una retórica que sublima el campo como un espacio donde todo es paz, salud y alegría. De ahí las frases cursis: "una escapadita al campo", "voy al campo a desconectar". Lo cierto es que nadie quiere vivir desconectado. Las ciudades están cada día más pobladas y donde realmente se producen escapaditas es en los pueblos, cada día más vacíos.

La idea del campo como paraíso no es nueva. Ya en el siglo XVIII se entendía la naturaleza como portal hacia la trascendencia divina. Al menos esa idea tenía profundidad, en cambio la idea actual es superficial, surgida de la vanidad del hombre de ciudad. Una idea narcisista que le pide al campo que los bosques tengan calefacción, que las vacas den leche desnatada y que los tomates tengan puerto usb.

"Un amor" hace añicos esta idea del campo. Isabel Coixet nos habla, de nuevo, sobre el amor pero sobre todo de ese espejismo de lo rural con el que fantasea la sociedad del bienestar. Coixet nos muestra un campo frío y plomizo. Para ello la directora se distancia de su estilo en un valiente ejercicio de anti-climax. Ni rastro de la dialéctica poética habitual en sus guiones ni del lirismo juguetón de sus montajes. Prácticamente no hay en la película ninguna escena de esas que llamamos bonitas. No se trata de mostrar la fealdad del campo, sino algo más sutil, más bien un campo que no es ni chicha ni limonada. Un lugar anodino.

Isabel Coixet, al amparo de la novela de Sara Mesa, ha bordado una radiografía desencantada del campo. Una película triste pero también llena de sarcasmo. Desde la mirada inadaptada de Laia Costa, recién llegada a una pedanía de La Rioja, entramos en contacto con una vecindad hermética muy alejada de la campechanía folclórica. La protagonista es traductora de idiomas, pero allí el entendimiento se resiste a ser traducido. Un lugar donde el lenguaje, la comunicación, incluso el amor tiene sus propios códigos. En definitiva, un lugar bastante antipático.

Ni el campo ni el amor son actualmente situaciones definitivas. Cogemos el coche, vamos al campo un rato, decimos que es maravilloso pero volvemos corriendo a la ciudad. Con el amor pasa algo parecido. Pero si usted es de los valientes que defiende un amor para siempre o que en el campo se vive mejor, no vea esta película.
Robert Denigro
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1
10 de noviembre de 2023
21 de 34 usuarios han encontrado esta crítica útil
El metaverso...otra vez. "Cadáveres" arranca con un cadáver desnudo tendido en una neblinosa calle de Londres. Nada raro si no fuera porque ese cadáver aparece simultáneamente en el mismo lugar pero en cuatro épocas diferentes: 1890, 1941,2023 y el futuro.

Como siempre todo muy misterioso y paranormal, pero es en el tercer capítulo cuando se produce el mayor fenómeno paranormal. El policía encargado del caso en 1890, que hasta ese momento parecía un señor felizmente casado y padre de una niña, resulta que es un homosexual reprimido. Se da el caso de que durante la investigación conoce a un apuesto periodista que le ayuda en sus pesquisas y de paso despierta su sexualidad oculta.

¿Realmente era necesario, en una serie sobre asesinatos, abrir una línea argumental de amor homosexual?

En los años 80 casi todas las películas incluían una escena de cama. Era casi una obligación. Daba igual el argumento, que tarde o temprano el protagonista y la chica hacían el amor junto a una hoguera o en una cama perfecta. Eran otros tiempos. Hollywood quería demostrar que había superado su puritanismo incluyendo escenas de sexo en películas convencionales. El sexo ya no era feudo exclusivo del turbio cine porno. Se quería dar al erotismo un aire de normalidad. Pero aquellas escenas de cama no eran normales en absoluto. Eran de una artificiosidad ridícula. Con el paso del tiempo las contemplamos con un poco de vergüenza ajena. Hablando claro: son un rollazo.

Ahora la historia se repite al amparo de las nuevas corrientes sociales LGTBI. La moda actual es el sexo homosexual, así que sea cual sea el argumento de la película aparecen romances homosexuales hasta debajo de las piedras. Una visibilización que viene amparada por una supuesta urgencia pedagógica de carácter inclusivo. Dicho en otras palabras: si en los años 80 se pretendía dar normalidad al sexo heterosexual, ahora se quiere dar normalidad al sexo homosexual. Con una notable diferencia: el ser humano es mayoritariamente heterosexual y los homosexuales una clamorosa minoría. Así estamos todos, comulgando con ruedas de molino. Un molino que nos quiere hacer pasar por normal lo que en la naturaleza es excepción.
Robert Denigro
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7
31 de octubre de 2023
20 de 29 usuarios han encontrado esta crítica útil
"The Killer" tiene una media hora inicial tensa, fría y sincronizada con la exactitud de un reloj suizo. Como espectador no puedo apartar la vista de ese asesino a sueldo extraño y magnético. Un ser solitario, culto y más aséptico que un ordenador. Prácticamente un marciano programado que interpreta el mundo como un espacio estadístico, formado por cifras y datos. El actor Michael Fassbender en un papel magistral que recuerda (tal vez demasiado) al que interpretó como adicto sexual en "Shame".

"The Killer" recupera el tono afilado del primer David Fincher, en especial "El club de la lucha" y su mordaz narración en voz en off. Nadie como Fincher para señalar los vicios del hombre contemporáneo. En el cine del director se desprende una mirada violenta y desencantada de la sociedad del bienestar. Un mundo de placeres y comodidades que sin embargo nos convierte en seres sin empatía. Un mundo invadido por el miedo que nos aísla y nos obliga a refugiarnos en habitaciones anti-pánico. En definitiva un mundo en estado de psicosis cuya única salvación bien pudiera ser un sótano para peleas clandestinas.

Lo más estremecedor de "The killer" es comprobar no tanto lo que nos separa del asesino protagonista sino todo aquello que nos identifica con esa vida de afectos ausentes, donde las relaciones humanas son meras transacciones monitorizadas desde un teléfono móvil. Vivimos rodeados de gente pero cada vez estamos más solos. Al igual que el asesino, todos transitamos por un impersonal aeropuerto donde el prójimo nos importa un rábano.
Robert Denigro
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