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Críticas de José (FullPush)
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Críticas 313
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
5
14 de junio de 2015
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Aviso: esta crítica está sujeta al tiempo y es posible que no llegue a buen puerto sin ayuda de un impulso prestidigitador. Dicho esto, elucubro… Nos encontramos frente a un ensayo sobre el paso del tiempo y un intento desesperado por llegar a dominarlo. Se trata de una empresa ciertamente arriesgada la pretendida por Hartmann y Eichberg (co-directores y co-guionistas de la obra que nos ocupa), pero nada más natural que preguntarse en cierto momento de una vida por el sentido temporal y, por tanto, organizativo de ésta. Somos esclavos del tiempo. Dependemos día tras día de un desfile acompasado de minutos con que armonizar de forma falsa lo caótico de nuestra existencia terrenal, toda ella basada en una ilusión de estructura aprehensible e interpretable con las herramientas adecuadas. Esto, parecen decir los directores, no es más que un error, una discontinuidad evitable en el flujo vastísimo de lo tangible, de lo que ocurre, de lo que viene y se va sin ninguna explicación satisfactoria. Se debe aprender a convivir con lo inaudito para obviar la turbulencia.

“Aquí lo único que pasa es el tiempo” se revela, así, como la idea central de una propuesta que juega a dividirse y expandirse hasta rozar una verdad imposible de entender dados los límites de nuestra comprensión, o ese continuo negarse a que el absurdo tome las riendas. Dicha verdad tiene la forma de una silla y una mesa en medio de un desierto inabarcable donde el cámara se recrea haciendo de las suyas con algún que otro efecto óptico. Y es que ¿todo depende del cristal con que se mire? Dividida en varios apartados titulados bajo el nombre de las gentes a que se refiera cada uno, la obra, a través de la voz en off, va desgranando aspiraciones aristotélicas en cuanto a la medida ideal de tiempo y de lugar, para luego dar al traste con cualquier esquema de acción que se tuviera. Es decir, del mismo modo en que el giro de la Tierra ha ido acotando los arbitrios del reloj, así los hay que quisieran “disparar al tiempo” para acabar con la “continuidad de la historia”, temerosos de que un día dicho tiempo los alcance por delante y se los lleve o los olvide en el camino.

Evocadora ya desde su título, El tiempo pasa como el rugido de un león es una cinta que desprende calidez, debido sobre todo a la sinceridad que parece deducirse de las inquietudes metafísicas de sus realizadores. Sabedores de la ausencia de respuestas, lo que queda, podrían argumentar, es el juego, el pararse en los semáforos con el coche en marcha para correr en círculos a su alrededor. Algo así como una confesión documentada donde los testigos no se ponen de acuerdo salvo en una cosa: aquí nadie entiende nada. Como aquellos enfermos de Alzheimer que dibujan los relojes a su antojo y son así diagnosticados, cualquiera de los implicados directa o indirectamente en esta obra puede salir escaldado ante lo inefable de una cámara circular que nos lleva de vuelta al principio con las manos bien vacías. Quizá, eso sí, con una foto de Cortázar y un plano de varios minutos donde aparece la odisea de la sombra de un periférico escalando una montaña. Lo que uno quiera ver será otra historia diferente con que enriquecer un viaje tan estimulante como irregular.

(Originariamente escrita para cinemaldito.com)
José (FullPush)
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8
12 de diciembre de 2014
12 de 17 usuarios han encontrado esta crítica útil
Crítica instructiva:

Ya sea el amor una apuesta pascaliana, una ficción lingüística, una convención social o un ideal por el que hay que batallar, lo cierto es que cualquier palabra está de más a la hora de acotar y definir ese inefable agente que nos somete a su antojo para devolvernos un reflejo de la sed y la dependencia. A amar se aprende amando, ciertamente, y las cosas no son como las pintan las comedias románticas o los libros de autoayuda (¡gracias a Dios!). Supongo que somos mayorcitos para creer en cantos de sirena y que la vida poco a poco nos habrá enseñado los colmillos para no creer a estas alturas que todo es fácil, que el amor todo lo puede, que el conflicto entre personas es caquita y hace daño... No, si antes he dicho "batallar" no fue por gusto, sino porque al margen de la idealización que realicemos en torno a este concepto vital, la lucha siempre existe, como existe el eterno dilema entre resbalar alegremente por la vida o convertirse en un motor de lágrimas, y es que los humanos somos muy de extremos. Sin embargo, la clave, creo, consiste en conocerse, no tanto en conocer al otro, que ha de permanecer en cierto modo misterioso, siendo un Otro, como digo, pues la convivencia es traicionera y eso de ser sinceros hasta el insulto una gilipollez. Comedias y silencios, que se dijo en su momento, el amor es estrategia sin quererlo.

Toda esta introducción para presentar a Adèle, una jovenzuela que comienza su andadura en los dominios del amor, el del inicio, el que se gesta desde la inocencia, la curiosidad y la ignorancia, el que deja huella y quema, quema, quema, en suma. Hace falta un rodaje, anunciábamos, y es un error común del grueso social aborregado pensar que lo que nos falte humanamente será lo que nos venga a regalar nuestra pareja, como si existiera aquello de almas gemelas que se complementan e historias varias para no dormir de los suspiros y la espera principesca. Pero no, sabemos que las relaciones duraderas son así porque claudicamos día a día, poco a poco, en pos de una comprensión que el mundo mira raro, tal es el empuje acomodaticio que se nos sugiere... Al hacer del amor una transacción más, el producto personal es reemplazable por las mismas leyes del mercado en el momento que no estemos satisfechos con su rendimiento. ¿Y quién está contento? ¿Alguien? Sólo los idiotas. El estado natural del ser humano es la insatisfacción, la intriga, la búsqueda, pero ¿de qué? ¿Acaso hay algo que encontrar? Son estas preguntas las que uno debería formularse alguna vez en su vida intentando exprimir su más profundo sentido, que será el que cada uno le dé, claro, si bien la esencia es parecida: somos niños mimados.

De este modo, a base de insistir en que "la cosa" debe funcionar según parámetros establecidos por el imaginario social, nos volvemos locos ideando alternativas que son sueños imposibles, reductos utópicos en que la gente se lo pasa bien constantemente y no conoce el sufrimiento, por lo que la respuesta es retirarse, exigir garantías al inicio e indemnizaciones postraumáticas. Pero ¿qué vas a garantizar en un mundo que es cambiante, donde la monotonía emocional es un estadio último de mucha ingeniería psicológica? Es fácil ver, en consecuencia, lo limitado de las relaciones humanas, las cantidades ingentes de seguridad en uno mismo que supone estar a gusto con otra persona que te invada y colonice. Hay que aprender a mentir por el bien de los dos, mantener esa distancia paradójica que requiere la simbiosis no parasitaria. Comedias y silencios, repito, y no es sermón de iglesia, es sólo una opinión muy necesaria cuando miro el panorama de egoísmo que reclama la atención y rellenar esos vacíos que compete a cada uno rellenar. Si no tienes nada dentro, colega, ¿cómo vas a mantener la llama que se apaga sin remedio? Tendrás que ser primero un fuego, aprender a hablar desde muy lejos, como fruta madura que se ofrece para compartir conocimiento. Y luego, obviamente, están los cuerpos, que también hablan.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
José (FullPush)
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9
10 de diciembre de 2014
15 de 19 usuarios han encontrado esta crítica útil
“El lenguaje no puede atrapar la belleza, sólo celebrarla.” —La muerte en Venecia, de Thomas Mann

Me gusta Tarkovsky por lo que tiene de anacronismo. Cierto es que no vale cualquier momento para verlo, como también lo es el hecho de que yo, en este instante, comienzo una crítica alejada del afán por desmenuzar una obra que se me antoja más emocional que intelectual. ¡Vaya, como todo el cine del ruso, al que se acusa de gafapástico cuando no podría ser más accesible en realidad! Hay que encontrar el momento, como digo, son muchos años de radiación para que no se note. Además, adentrarse en la Zona, en el universo pergeñado por el hombre (Tarko) para el Hombre a través de sus vivencias y memorias o ideales —algo ciertamente escaso, esto último, en los tiempos que corren— bien vale una visita al oftalmólogo, no al de a pie, el de los cincuenta eurazos por sesión, no; al que hace hablar al viento, al agua, al fuego, a la tierra que pisamos sólo para que tú lo veas con un espíritu que no es el tuyo, que ya empieza a escapar de su envoltorio, que comienza su andadura infatigable hacia ningún lugar. Digo que Tarkovsky me gusta por su anacronismo, y es que para él la meta no es otra que la chispa, la magia, el exorcismo.

Así, Sacrificio es la historia de un viejo en el ocaso de su vida que decide plantar árboles, un ser en pugna consigo mismo y la ilusión de haber alcanzado la estabilidad psíquica, la cual se traduce en conceptos más o menos sostenidos y actuaciones largamente meditadas, lo que se dice tener claras las cosas, vamos. No nos es ajeno a ninguno de nosotros, supongo, aquella sensación fugaz de conocer en el más amplio sentido, esto es, encontrar en cada situación un significado oculto que se nos presenta diáfano, cristalino como el agua del torrente que se ofrece para su consumo. Desgraciadamente, sabemos que dicha sensación es transitoria y que la vida, carrusel de lava ardiente reclamando su ceniza, no funciona por certezas sino a rachas, al final parece una cuestión de recordarse continuamente quiénes somos (o queremos ser). Digo esto porque el viejo cumple años y el destino le regala retornar al fango de las dudas. Se acaba el mundo y no hay futuro sin haberse reinventado, una vez más, tras los golpes de pecho y la seguridad tan relativa.

Por otra parte, hay un niño en esta historia, un inocente, que se dice, un hijo del polvo y del amor al que salvar. Es profundamente natural sentir la llamada del arraigo, la pertenencia, cuando de los vástagos se trata, si bien convendría trasladar tal concepción a los que nos rodean, en general, sin distinciones, a pesar del grado tan altísimo de estupidez y de paciencia que supone. Es más difícil, ¿más meritorio? Eso parece recordar el director a lo largo del metraje, sugiriendo un retorno al “amaos los unos a los otros” desde la posición de un descreído al que la vida le ha mostrado varias veces su indiferente oscuridad, el abismo del exilio, el cáncer, la huida sin respuestas. Y es que, como el personaje de Domenico en Nostalgia (1983), como Jesucristo en el Getsemaní, la soledad del que se viste de profeta es absoluta y los oídos no están preparados para la verdad, si existiera, que es lo de menos, lo que cuenta es el amor, la bondad, ahuyentar a los fantasmas de la muerte y del pesimismo atroz que nos encadenan. Esto, para un cínico como un servidor, viene bien, es un bálsamo, un reducto de belleza y luz sinceras, un bautismo, si se quiere.

No obstante, no nos engañemos, esta es mi lectura, la que me conviene en esta etapa de mi vida, pero la cinta dirigida por el ruso no se posiciona de una manera tan obvia en ese lado de la balanza, por lo que el fin del mundo pudiera o no llegar dependiendo del espectador. La locura es una fuerza poderosa que nos llama y nos abraza a cada rato, dejando por ridículas nuestras absurdas y pequeñas rebeliones, anulando el Ying y el Yang del orden de las cosas para hacer inciertas mezcolanzas, siendo el gesto de extrañeza su motor y su razón para seguir desanudando nuestro mundo de confort. Y es bonito, “hay que imaginar a Sísifo feliz” y todo eso, el hilo de Ariadna está para ser redescubierto y si la vida nos entrega al laberinto habrá que convertirse en un amante de los puzles, en un niño que conoce la sangre y el hedor que emana de los cuerpos y, aun así, no los niega, ni una ni tres veces como hizo el padre de la Iglesia. Ciertamente, la afición por plantar árboles podría revelarse como inútil: o la tierra no da fruto o las semillas eran zarzas.

En el párrafo anterior me quito ya las máscaras y pongo en evidencia una educación católica de la que no me avergüenzo, pues considero que toda interpretación de la realidad viene a enriquecer la lectura global que haremos de la misma: donde unos verán hielo encapsulando los sentidos, otros podrán entretenerse recogiendo referencias, como el agricultor contento que acudiera a la cosecha y que cantara “mi reino no es de este mundo”. Decía que me gusta Tarkovsky por su anacronismo, y es que su obra respira a un ritmo que le es ajeno al devenir apresurado, irreflexivo e implacable de los tiempos tan poco amigables que venimos atravesando por los siglos de los siglos, de modo que su mensaje parece alzarse por encima de las coordenadas que lo aferran a la Historia para hacerse verbo y carne y habitar entre nosotros. Ya sea para desentrañarlo con una mirada ennegrecida por el lodo o buscando una palabra de consuelo, la belleza que alcanzan las imágenes del ruso desmiente las ideas de Mann, pues la celebran y la atrapan.

-continúa-
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
José (FullPush)
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8
12 de septiembre de 2014
23 de 23 usuarios han encontrado esta crítica útil
“Toda reificación es una forma de olvido” – T. Adorno

Hace unos días se anunciaba en el festival de Venecia el ganador del León de Oro, que recayó en el realizador sueco Roy Andersson, un cineasta y publicista con una amplia trayectoria en ambas facetas profesionales y que se caracteriza (en sus últimos trabajos para el cine) por una tendencia marcadamente existencialista. No en vano su cortometraje World of Glory puede considerarse como un manifiesto en que retrata la sociedad de su tiempo de una manera patética y que invita a la reflexión acerca de las problemáticas inherentes a este proceso infatigable y despersonalizador en pos del progreso, ah, el progreso. Así, se le atribuye a dicho corto un fondo crítico que apunta a los tiempos de la Segunda Guerra Mundial y los posibles amiguismos de Suecia para con Alemania. En cualquier caso, no es lo que nos interesa, principalmente porque el retrato en escena va mucho más allá de aquellas coordenadas y pasa a convertirse en representación de las bajezas de Occidente como un todo que busca su perpetuación por encima de otras consideraciones.

El cortometraje se desarrolla, pues, sin sobresalto y sin estruendo, a partir de un puñado de hombres trajeados que condenan sin más ni más al humo de la inexistencia a unos cuantos desgraciados anónimos. Pasada esta primera escena, desagradable y perturbadora, se da por iniciado el descenso al hastío y el estancamiento más totales, erigiéndose el personaje principal en voz ridícula de sus coetáneos, todos ellos remedos de personas que se limitan a mirar desde un segundo plano, observar impacientes sus relojes o esperar ansiosos que el silencio regrese a instaurar paz en sus tareas meticulosamente programadas. Pareciera que el aire no fluyera entre los diversos planos estáticos que componen esta ahogada sinfonía del absurdo conformista, de ahí la sensación de acabamiento, de gris derrota y fatalismo entre las vértebras de un mundo que ha perdido su armonía y se ¿defiende? a base de ignorar cualquier factor externo que no entrañe un beneficio. Utilitarismo, que se dice.

Por suerte, el director no se queda aquí y amplía su registro con el ingrediente humor en las postales, y es que no hay nada más valioso que la risa filosófica para enriquecer la podredumbre y la falta de valores. Hablamos de humor y no gratuitamente, ya que hay pistas suficientes a lo largo del metraje para intuir esa pátina de divertimento tanto en la puesta en escena (véanse los rostros pintados de blanco carentes de expresión, los gritos fúnebres que invitan a la incredulidad, o la ineptitud imperante) como en el tratamiento de los diversos pilares temáticos, que parecen temblequear a cada segundo (familia, talento, religión, etc.). Andersson hará notar, así, la cosificación e intento de apropiación de todas las facetas de la vida para nuestro propio interés, haciendo inútiles las vías de escape o redención y permitiendo la retroalimentación del bucle esperpéntico actual.

Finalmente, al contrario que Bartleby, que "preferiría no hacerlo", la respuesta es no hacer nada diferente: seguir como hasta ahora y hasta siempre; apagar como se pueda aquellos gritos que nos buscan en la noche. Al plantarnos en la cara su cadáver de la gloria, el director nos invita a rebelarnos y aceptar la lucha por vivir dignamente la existencia. O no…

(crítica escrita para cinemaldito.com)
José (FullPush)
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Is the Man Who Is Tall Happy?
AnimaciónDocumental
Francia2013
6,8
480
Animación, Documental, Intervenciones de: Michel Gondry, Noam Chomsky
7
22 de abril de 2014
12 de 14 usuarios han encontrado esta crítica útil
Noam Chomsky, ¿les suena? Supongo que sí, pero, por si acaso, en un acceso de modestia, reconoceré que no soy un especialista en su figura. No, no soy ningún lingüista, aunque las lecturas firmadas por él que, hasta el momento, he realizado, me dan, creo, una idea bastante aproximada de su importancia en el devenir histórico que nos atañe, esto es, siglo XX y comienzos del XXI. Así, para los no iniciados y para los que quieran confirmarse en su reconocimiento hacia este dinosaurio que no ha parado quieto desde que revolucionara el mundo de la lingüística y la adquisición del lenguaje con su gramática generativa, el documental firmado por Gondry supone una ocasión perfecta de acercarse y profundizar posteriormente en el meollo, si gustan. No debe de ser sencillo condensar en tan escaso metraje tal variedad de ideas y conceptos como Chomsky podría debatir sin inmutarse ni acudir a otra bibliografía que su mente si así se le pidiera, por lo que la tarea del director en ese sentido es loable. De hecho, resulta ciertamente divertido observar al realizador francés en su faceta de niño henchido de curiosidad ante las artes demoledoras de su maestro, hasta el punto de que la cinta irá desvelando cierto poso obsesivo por parte de Gondry, incapaz de enfrentar su empresa sin sentirse perdido de algún modo entre las redes del lenguaje, que todo lo abarca.

A la manera de Linklater y su Waking Life se nos presenta, pues, un documento de un interés socio-antropológico considerable, donde la figura principal de la función se antoja cercana sin el aura endiosada que podría lucir (muchos lo harían) tras tantos años de periplo por el mundo, y donde la animación aportada por su director complementa elocuentemente las palabras del entrevistado, aportando capas extra al material para su análisis. De este modo, no nos encontramos ante el típico ejercicio hagiográfico o “testamental”, aunque el tono devenga íntimo y emocionante en ciertos pasajes (básicamente los relativos a la relación del pensador con su fallecida esposa), sino que la idea parece ser más ambiciosa al sugerirse un intento de deconstrucción del esquema mental del sujeto en cuestión. En este sentido, ya se advierte algo parecido en los primeros compases del documental al mencionarse el carácter manipulador del cine como producto derivado de una selección en que la realidad acaso se pierda o se pervierta - para deleite de todos, me permito añadir -, y será esta constatación la que permanezca con nosotros al acabar la proyección, que hace accesibles este tipo de reflexiones a cualquier público.

Si por algo destaca, por tanto, esta rara avis orquestada por Gondry, es por su claridad expositiva a pesar de su condición ensayística y del mismo autor, de manera que, utilizando la jerga introducida en este juego de muñecas rusas, se aprecia cierta ‘continuidad psíquica’ a lo largo de todo su metraje. En éste, se apelará al estatus del lenguaje como descifrador del mundo; a sus posibles orígenes desde que Platón lo atribuyera a los recuerdos; al carácter actual del sistema educativo y a la necesidad de liberarse del encasillamiento y cualquier tipo de dogma; a la evolución de la ciencia como un preguntarse lo evidente y traspasar así el misterio, conservando, eso sí, unas huellas de espiritualidad, de la que no reniega el entrevistado, que ve la vida más allá de los 70 como un “regalo”; a la trascendencia necesaria de la idea mecanicista y limitadora en la concepción del mundo, desechando la existencia de un “lugar natural” ideal donde reina lo Inteligible; a la ilusión o instinto de causalidad inherente a los humanos y su búsqueda de patrones de coincidencias con que significar; a la marcha infatigable, en fin, desde el ‘Gran salto’, ocurrido hace 75.000 años. Y hasta hoy.

PD. Casi se me olvida: is the man who is tall happy, then? Amigos, lingüistas o no, me temo que la felicidad es un invento del lenguaje.

(crítica escrita para cinemaldito.com)
José (FullPush)
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