Durante la Ocupación, el militar y agente norteamericano Gene Summers (Paul Massie) se enfrenta a un angustioso dilema moral cuando le ordenan matar en Paris a un tal Laffitte (Leslie French), miembro de la Resistencia francesa sospechoso de traicionar a sus compañeros.
El joven Gene debe contactar a Leonie (Irene Wirth) en cuanto haya cumplido su misión, en principio sencilla, pero tiene la mala fortuna de conocer y tratar personalmente a Laffitte y a su familia en extrañas circunstancias.
Y, por supuesto, resulta más fácil liquidar a un desconocido que a alguien que has tratado y te ha ofrecido ayuda contra las razzias de los alemanes, como es el caso. El americano se niega a matar a un hombre que considera inocente y le resulta además afable y sensible, e informa a Leonie de las grandes dudas que le provoca su misión. Esta reacciona muy airadamente y le hace ver que es un cobarde, que no hay tiempo para averiguar si Laffitte es o no un traidor, que en las guerras mueren tanto personas inocentes como culpables, y que debe llevar a cabo cuanto antes su asesinato sin hacerse preguntas.
Luchando contra sus principios morales, Gene se arma de valor y mata al viejo Laffitte, no sin dificultades, convencido de que no es un traidor. Luego se da a la bebida para olvidar, hasta tal punto que está hospitalizado cuando se firma el armisticio, unos meses más tarde.
Un oficial americano va a visitarlo al hospital para anunciarle que su misión exitosa contra el presunto traidor ha salvado muchas vidas, pero él sabe muy bien que esta no es la verdad, y se lo confirma poco después otro oficial.
Ahora sabe que ha matado a un inocente, pero recuerda las palabras de Leonie - que ha sido torturada por los nazis hasta la muerte - y va a visitar a la familia del difunto para ofrecerle una compensación económica e informarle de que Laffitte era un gran patriota que murió luchando por la Resistencia.
Al final, el espectador entiende que este es el único camino que le permitirá a Gene Summons superar el trauma que le ha provocado el absurdo asesinato de Laffitte, un ciudadano ejemplar.
El desenlace es un tanto facilón y moralista, pero "Orders to kill" resulta a la postre convincente gracias a una trama bien resuelta y a la excelente actuación de sus dos principales protagonistas.

1) Por muy ingenuo que sea Michel, el timo del que es víctima resulta a todas luces aberrante, surrealista y en absoluto persuasivo: el nivel tan elemental, necio y pueril de los chats no tiene ninguna posibilidad práctica de convencer a cualquier granjero francés, por muy inocente que sea, para que caiga en esta trampa simplona y desembolse, sin más, tanto dinero. Esto no hay quien se lo trague, de veras.
Si los intercambios hubieran sido más trabajados y sutiles, quizás, pero ¿qué se puede esperar de la primaria imaginación de Armand, un chaval inculto que vive en los barrios bajos de Abidjan?

2) Desde luego, menos comprensible aún es que Michel se ponga a perseguir a la desconocida Evelyne (Valeria Bruni) y la mate sin ton ni son, a la primera de cambio, un asesinato tan descabellado, gratuito y absurdo que no tiene visos de prosperar y te hace sospechar que el guión hace aguas, revelando una chapucera manipulación pensada única y exclusivamente para que cuadre el argumento.

3) La reacción de Joseph ante el cadáver que se encuentra por casualidad es también un añadido de la calenturienta imaginación del novelista Colin Niel para alimentar un guión que no puede sostenerse de forma mínimamente natural y creíble, por no mencionar la inexplicable fascinación que el arisco y huraño autista Joseph ejerce sobre la jovial y extrovertida Alice.

4) Finalmente, el tándem Niel-Moll pretende a toda costa lograr una perfecta cuadratura del círculo, forzando un desenlace “de película” que no funciona: la marfileña Monique emigra a Francia y se instala en casa de su mantenedor galo, nada más y nada menos que Guillaume, ¡el marido de la fallecida Evelyne!… Too much is too much!

Dicho esto, se entiende que esta película pueda gustar al espectador que se fija exclusivamente en la forma y resta toda importancia al fondo, porque su planteamiento original y enigmático, así como el paso brusco de las nevadas Causses francesas a la tropical Costa de Marfil y su magia negra presentan un extraño y embelesador
contraste que logra enganchar a cualquier cinéfilo.
A mí, desde luego, esta cinta de 2 horas me dejó perplejo: su decepcionante y progresivo desbarajuste no logró convencerme como otras del mismo estilo, por citar una, la aclamada Babel, de Iñaturri.

Si bien pueden considerarse excesivos el morbo y el escándalo suscitados por la película en Europa y EEUU, debido al comportamiento desacomplejado (¿libertino?) de la protagonista, se entienden mejor por la primacía del mito sexual B.B. y la novedad de algunas escenas tan sugerentes como poco frecuentes en aquellos años.

A lo largo de 90 minutos, el único y obsesivo propósito de Vadim consiste en exhibirnos a Juliette, adolescente de 18 años, huérfana rubia de figura curvilínea y hermoso prototipo de fémina, tan precoz como procaz.

Un retrato quizás esquemático y simplón, pero lo cierto es que la Bardot, aún sin tener dotes de actriz, resulta exuberante, explosiva, espontánea, inocente, caprichosa, libre, rebelde, incluso maleducada (su trato a los clientes en la librería), y exhala el tipo de provocación femenina natural e irresistible capaz de hechizar y erizar la fibra de cualquier representante del sexo opuesto.

La prueba: sin tener clara consciencia de ello, tiene atrapados en sus redes a los tres protagonistas masculinos de la trama, fascinados por la cándida lascivia que desprende.

Filmada en color y en cinemascope, la película no ha envejecido, se deja ver y tiene un final convincente: al parecer, un par de bofetadas bien administradas vuelven a poner las cosas en su sitio.