No hay duda de lo sobrio y eficaz que resulta un producto de la mano de David Fincher, con el tiempo ha llegado a destacarse como un "autor". Esa forma de desentrañar las historias con diálogos memorables, atmósferas oscuras, acción intrigante, etc...Vuelve a quedar reflejado en esta nueva película. Un taciturno e inexpresivo Fassbender nos lleva a través de una narración episódica en una historia de venganza que mantiene el pulso sí; que está realizada con buena factura, sí; pero no me acaba de impresionar. De todas formas, David Fincher siempre funciona.

Poseída por un actor (y una actriz, también) en estado de gracia, la película discurre correcta a través de diversos flashbacks (no siempre acertados) y confeccionan una narrativa, a modo crepuscular, que evoca (guardando la distancia) el cine de Clint Eastwood. Una banda sonora, a ratos impropia, adorna de manera efectista el film y la fotografía cumple su factor ambiental apropiadamente. Un buen producto hollywoodiense para disfrutar de ese leitmotiv que son "las buenas intenciones".

Las películas de animación enseñan valores, recuerdan la ingenuidad, enaltecen la conciencia social, etc. Y en ese marco, Pixar dibuja un episodio clásico con colores primarios, con el amor como trama principal (el personaje masculino me recuerda al gran James Stewart) y con sub-tramas que ayudan en su desarrollo hasta convertir aquel episodio en un cuento fantástico; quizás, se echa de menos un poco más de tesón narrativo pero los cuentos son sensibles sin demasiado esfuerzo en profundidad y Elemental lo consigue. Para pasar un buen rato y para devolvernos a la esencia humana de las cosas. Bien por Pixar.

Sin ser un apasionado del cine de acción; de vez en cuando me resulta entretenido acercarme al género porque, dicho sea de paso, hay films muy logrados en contenido y forma. Sin ir más lejos, esta saga y este personaje me hicieron pasar un buen rato en las entregas anteriores. Pero, ahora, ha llegado el momento del despiporre, del laconismo (excepto del "ruido accionarial") cualitativo y, como la mayoría de espectadores de este tipo de cine son devoradores, Chad Stahelski -con la ayuda del resto de la producción- ofrece un espectáculo, excesivo, prolijo, maniqueísta, maquiavélico también, donde la persecución/disparo/pelea se desborda cual tsunami y tal recurso deja arrinconado -hasta el agobio- al espectador que aguarda algo más que esa superficie hambrienta de casquería y de alienación vengativa.

El personaje de John Wick tiene carisma, la escenografía crea ambiente pero ya está, que se acabe ya.

Mantiene la tensión a través de la acción, a través de la música, a través del diálogo, a través de la composición y eso resulta ser una película vibrante, sólida y reconfortante para el espectador. Su extensión hasta las bordes de puro romanticismo acaba por redondear un buena producción, mitómana, melómana y amante del acelerador.