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Críticas de José (FullPush)
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Críticas 313
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
9
26 de septiembre de 2017
23 de 39 usuarios han encontrado esta crítica útil
“Mas no es dado a nosotros / tregua en paraje alguno; / desaparecen, caen los hombres resignados / ciegamente, de hora en hora, como agua / de una peña arrojada a otra peña, a través de los años / en lo incierto, hacia abajo.” – F. Hölderlin

A Ghost Story es una obra sensorial exquisitamente fotografiada (y musicalizada) que nos recuerda nuestro sitio, a caballo entre el ridículo y la epifanía. Pretenciosa, sí, mucho, pero no hay arte sin pretensión. Moderna, sí, hasta el tuétano, pero los siglos pasan… y no sabemos más que ayer. Quiero decir, a efectos prácticos, profundos, existenciales: ¿me muero y qué? Pregunta entre preguntas, ratonera intelectual de los incautos que se atrevan a pensarse, ya sábana blanca, vagando entre los vivos. Desde que el hombre es hombre y mortal miró hacia arriba, a las estrellas, cuestionando su lugar en la vastedad del cosmos, donde los dioses juegan con nosotros. Creo hablar en nombre de la humanidad cuando digo que nadie quiere no ser nada, nadie quiere que su vida se evapore como si no hubiera existido, bajo la acometida de una ominosa excavadora. ¿Podemos elegir? El Dilema por antonomasia.

No nos quepa duda: el arte verdadero nació de la constatación, tan simple, de que somos transitorios, minúsculos, ceniza en movimiento circular, apenas un acorde aquí y allá, un cortocircuito en el cerebro que nos piensa. Construiremos Sistemas y estrategias más y más perfeccionados (¿?) para explicar la vida y sus afluentes, por los siglos de los siglos, y, aun así, habremos de enfrentarnos a la muerte amiga. Es un choque y se acabó. La calle de siempre, a la hora de siempre, ninguna turbulencia extraña en el ambiente y ¡CLASH! Soy sábana blanca que vaga y se cuestiona entre los vivos. Echo la vista atrás y me cuesta recordar un ejemplo más sencillo y elocuente, en el cine, para hablar acerca de la espera, larga espera sin atisbo de final que es este cuento, donde una habitación se hace Universo, pues cabe en un grano de arena (W. Blake dixit). Por el camino, ecos de Malick; ecos de duda y trascendencia.

La languidez es patente, su formato cuadrado nos da pistas: estamos atrapados cual presencia, grito mudo y rebelión del que no quiere, todavía, marcharse. Quiso decir adiós y no pudo: no encontró una boca desde la que articular ningún sonido; los labios que otrora se juntaran en un cálido beso con esos otros labios ya no pueden, no podrán, beber del mismo cáliz. La física pierde aquí su sentido, todo es uno y lo mismo, los tiempos se confunden en el tiempo y las edades se solapan… pasado, presente y futuro, “categorías para uso de criados”, que diría Cioran. Lo cierto es, en cualquier caso, que ella se marchó. Lo tenía decidido. Se aburrió de esperar a un muerto y dejó una nota. Pudiera ser un folio en blanco que evocara las corrientes estelares, dorar al gusto, doblar por la línea de puntos invisibles de tu ánimo. ¿Tanto da?

Me resisto, por lo doloroso, a claudicar y cesar de rasgar paredes, como espectro que hace ruido y se hace notar. En esta cinta todo es premonitorio. Artefacto o no, el conjunto habla de todos nosotros, los que se quedan y los que se van. Habla de impronta y legado en el vacío, por un lado; aceptación y sublimación de los infiernos, por el otro. He aquí el fantasma, su concepto y significación, terroríficos sin un maldito susto ni subida de volumen: el terror va por dentro, se mueve entre los pliegues del misterio y lo desconocido. Si no hay nada, ¿para qué tanto? Si lo hay, ¿por qué pesa así de mal la eternidad? No nos compete responder, por mucho que te expongas o te escondas, bienvenido al no-lugar. Hazte fluir. Sigue la música. - ¿Me recordarás? - Sí. - Promételo. - Te recordaré, lo prometo. - ¿Pero hasta cuándo?

Por mi parte, cito a Lorca y me estremezco al son de las voces milenarias:

“Cuando se hundieron las formas puras / bajo el cri cri de las margaritas, / comprendí que me habían asesinado. / Recorrieron los cafés y los cementerios y las iglesias, / abrieron los toneles y los armarios, / (…). / Ya no me encontraron. / ¿No me encontraron? / No. No me encontraron. / Pero se supo que la sexta luna huyó torrente arriba, / y que el mar recordó ¡de pronto! / los nombres de todos sus ahogados.”
José (FullPush)
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8
7 de abril de 2016
12 de 18 usuarios han encontrado esta crítica útil
Quizá la mejor forma de abordar una crítica acerca de la última obra del tailandés Apichatpong Weerasethakul (sí, he tenido que consultarlo) sea el silencio. Un rotundo y colorido silencio. Ya desde los títulos de crédito, Cemetery of splendour se presta a la interpretación. Y es que uno lee aquello de producido por Kick the machine y Illumination Films (Past lives) y encuentra la excusa perfecta para echar a volar la imaginación y comenzar a ver alegorías en cada ráfaga de aire o en cualquier hierbajo que se cruce por pantalla. Bromas aparte, si algo ha demostrado el director en su corta pero fecunda trayectoria es que posee un lenguaje propio, un estilo, que es la seña de identidad de todo aquel que aspire a merecer el título de artista. En su caso, dicho estilo podría resumirse en su interés casi inhumano por desnudar su material, limarlo de asperezas, desnudarlo de ungüentos, ropajes y añadidos que no sean absolutamente necesarios para su propósito primero, acaso revelado en algún sueño del que solo cabe dibujar contornos, proyectar siluetas, atrapar el eco, los olores, la “temperatura de la luz”, que uno de los personajes dice ser capaz de percibir. Llegados a este punto, nos parece vislumbrar al director, su figura arrodillada, quizá su sombra, bajo un manto de estrellas en una noche clara, riendo.

Si tuviéramos que decantar el néctar sustancioso de una obra como esta, debiéramos remitirnos a lo primitivo, a un momento (lugar y época) distinto a este presente que vivimos, o malvivimos, como podría sugerir el director en un intento por culpabilizar, de nuevo en su filmografía, la occidentalización de todos los valores y la desmemoria galopante que nos aqueja. O el sueño y el insomnio perpetuos, extremos no tan opuestos de una concepción de la existencia cuyas raíces van necesitando cierta poda. Hay que recrearse en lo esencial; desviar la mirada, por una vez, a lo pequeño, a lo simbólico, no vaya a ser que nos perdamos el vagar del minutero y la caída armoniosa, cadenciosa, hoja a hoja, del calendario. ¿O acaso eran los árboles tan verdes de una escena donde dos mujeres conversan y bromean con paciencia? Con paciencia porque, en cierto modo, hemos perdido esa calma que no espera y que es contraria a la expectación hiperbólica, sobrealimentada del mal cine, sea el de la vida o el de la sala a oscuras donde se procede a “esculpir el tiempo”. Hablando de eso, el final de esta cinta me ha traído a la memoria una escena de Zerkalo (1975), donde el personaje de la madre aguarda, sentada a las puertas de la casa familiar, la venida del soldado a través del campo verde, y del viento, y de los ojos abiertos como platos; aunque diferentes en disposición, el tono se asemeja, su apuesta significativa por la contemplación, su defensa silenciosa de la maravilla. Algo muy alejado, desde luego, al fetichismo que reduce lo sagrado a predecir la lotería.

Puestos a enlazar más referencias, Cemetery of splendour evoca la labor de artesano fílmico llevada a cabo por el director surcoreano Hong Sang-soo, de cuyo cine podríamos decir que es un cine gaseoso en su búsqueda sutil de lo fundamental en el devenir confuso, a veces caricaturizado (véase el aporte escatológico y humorístico), de sus personajes, lo que nos recuerda que asistimos a la representación de unas vidas al azar. A su fluir, si se quiere, en la línea del Tao y del enigma, sin propósito evidente más allá de la empatía o la ternura. Ciertamente, resulta difícil no intimar, sin quererlo, con estas gentes deseando amar… todavía. Gentes que, entre causas naturales (antiguas inundaciones) y artificiales (la instalación de la fibra óptica), asisten al cambio como detonante y combustible de toda la larga secuencia de sucesos que conformarán sus vidas, si despiertos o dormidos quizá se trate de otra cuestión secundaria. Como secundaria será la presencia pretérita de esos palacios de ostentación por los que batallaban (y batallan, si atendemos a la creencia de que nada muere completamente) antiguos reyes y señores, poblando el bosque de sonidos y enseñanzas. De hecho, al ver a esos bellos soldados durmientes y sus periscopios de colores, uno se pregunta si entre sueño y sueño captarán algún matiz recóndito, fugaz, de la Verdad. La de las estatuas.

Por su parte, los que esperan, los “vivos”, hacen preguntas de baldosas y demás cuestiones de importancia, tan inmersos como muertos en asuntos de la teletienda o la quimera, asumiendo de manera algo inconsciente que la instalación de la fibra óptica supondrá la conexión total. Un acercamiento central al presente y al pragmatismo, pues, pero acaso insuficiente. Más allá del patriotismo aparente, se intuye la invasión cultural y proliferan las ofrendas cada día más estúpidas y mediatizadas, si bien el director no se permite navegar gratuitamente por el desencanto, sino que, con mayor o menor gracia o efectividad, nos hace partícipes del flujo incesante de energías que conviene no olvidar, así que entrena el cuerpo y la memoria mientras prestas atención completa, cotidiana. Creo que la obra del tailandés habla un poco de eso: de aquel animal del lago cuyo misterio jamás resolvimos; de buenos salvajes combatiendo el sueño y el letargo; del sabor milagroso de un trozo de fruta; de volver a ser niño que juega a la pelota por encima del derrumbe para así tener más cerca la querida sanación. Y es que, “los humanos disciplinados son los más brillantes.” Pues bien, lo viejo y lo nuevo se acarician y sonríen en esta defensa, tan calmada y reposada que anestesia, del entorno natural.

“Prefiero dormir aquí”, dice un personaje. Y yo lo entiendo.
--

Crítica escrita para cinemaldito.com
José (FullPush)
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9
3 de octubre de 2015
16 de 23 usuarios han encontrado esta crítica útil
Jonas Mekas ha filmado una isla. Un territorio que respira y que se expande con reminiscencias enlazadas “al azar”. Un juego que no es meta-cinematográfico siquiera: está más allá del tiempo y en el tiempo, es un pedazo de existencia “insignificante”, nada más. No importa aquí el formato, ese es sólo el punto de partida para echar a andar, para justificar, si se quiere, la “moralidad” o la conveniencia de atizar sin pausa los recuerdos con el fin de destilar el brillo oculto, la pátina de magia que se esconde en cada instante si se observa con los ojos adecuados. Mekas es un hombre viejo que observa su vida, que lo lleva haciendo desde siempre, obsesivamente, con la esperanza de apuntalar la memoria y que los ríos que conforman la experiencia no se escapen, sinuosos, hacia ningún lugar, más allá del cuarto oscuro donde acechan los fantasmas de la muerte. No es tarea fácil, aunque lo parezca, abordar la realización de una obra como esta, que se erige en templo de oración para el autor y, por extensión, para la raza humana en tanto sujeto viviente, accionador (in)consciente de acontecimientos y emociones. Y es que en el transcurso de este ir y venir de fragmentos más o menos luminosos vienen a la mente, de manera inevitable, los recuerdos de tu vida, confirmando la intuición del director de que “todas se parecen”. Mientras, el cauce de los ríos invisibles se dirige inexorable hacia la mar, donde habitan el olvido o el mismísimo infinito. Aprovecha el momento, por si acaso.

Hay varias formas de afrontar esta no-obra y varias formas de quedarse fuera, bajo el umbral, vacilantes al tomar la iniciativa y ejecutar ese paso que precede al ahogamiento. Aquí no queda otra que calarse hasta la médula del hueso con la vida, sea la tuya o la de Mekas, poco importa, nadie escapa a su pasado, nadie es libre de decir que aquel camino del que viene fue casual aunque lo fuera: el camino has sido tú; sigues siendo ese camino, como ya dijera Faulkner. Conviene aprender a ser humilde, eso es algo que el vivir se encarga de enseñarte antes o después… Decía que hay que calarse hasta los huesos con el néctar, exprimir hasta la última gota de existencia, arrancarse los inútiles disfraces y aparcar los artificios (“capas y capas” de hombre). En cambio, hay que desnudarse para no perderse lo inaudito, que despunta entre los ruidos y las prisas de lo obvio esperando su momento de eclosión como una estrella –o un milagro de luz- en el silencio de la noche. Esta humildad, esta certeza de la incertidumbre y de lo inútil del Saber de las mayúsculas sólo las da la perspectiva del tiempo, la vejez del hombre que se mira a sí mismo desde la distancia y que se ríe. ¡Hay tanta belleza en este mundo! Pero nos empeñamos en racionalizar y catalogar cada minucia, en convertir en lenguaje articulado el tartamudeo del que está frente a la vida y enmudece, como el chico de Zerkalo (1975). Qué necesario entonces tropezar como solías con las patas de la mesa.

Por su parte, ante la incapacidad de ser plenamente conscientes de todas las particularidades y matices potenciales de cada momento vivido durante su transcurso, sólo queda dejarse llevar, pues los hay que nacen sabiendo vivir y los hay que van improvisando sobre la marcha con más o menos éxito. Nunca se sabe. En este sentido, nada más reparador que la fragmentación de la memoria y su poder sublimador; nada como la capacidad del ser humano para significar y dar sentido a sus recuerdos, único reducto plenamente suyo en el que invocar el fuego que se apaga o el espíritu que se marchita. Aprovecho para recordar (y señalar la estructura de vasos comunicantes del arte) cierta reflexión de Woody Allen: “no sé si un recuerdo es algo que se tiene o algo que se ha perdido”. Mekas lo tiene claro: su obra es un estertor que canta a la cotidianeidad de los milagros por obra y gracia del registro, sea de la cámara o de la memoria, al final son uno solo, un ojo avizor en busca del tiempo perdido, el mismo tiempo que compone el instante precioso donde una sonrisa se forma y se evapora, casi sin notarlo, aunque aquí “no pase nada”. Vuelvo a decirlo: basta con ser (o sentirse) viejo para constatar que todo pasa y ¿nada? queda… no, eso no es cierto. Siempre está el poso, la humedad del vaso sobre una mesa y el sabor del vino garganta abajo. Es decisión de cada uno cómo afrontar la realidad, cómo adornarla y enriquecerla, cómo rendirse en gratitud al constatar su inmenso poder renovador. Como estertores en busca de luminosidad o de sentido, decía. Réquiem por la muerte en esta oda a los relámpagos felices.

-continúa-
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
José (FullPush)
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5
14 de junio de 2015
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Soldate Jeannette, película austriaca del director Daniel Hoesl, gira en torno a Fanni, una mujer entrada en años que ha pasado la mayor parte de su vida acomodada haciendo un arte del derroche. Desgraciadamente para ella, y por causas que no se explican, las cosas ya no le van tan bien, por lo que tocará hacer de tripas corazón y apretarse un poco el cinturón como el resto de mortales ante la lluvia de mierda que nos está cayendo encima desde hace unos cuantos años. Se podría apuntar, pues, que la cinta llega en buen momento, y aunque su personaje principal diste de ser el prototipo ideal (por no esquemático) del héroe del pueblo llano, sus proclamas son un poco las de todos. No obstante, me permito un alto en el camino para subrayar que es relativamente fácil hablar del poco peso del dinero cuando se ha tenido a espuertas y uno ha terminado por hastiarse, como en el caso de nuestra Fanni, si bien esto no priva al mensaje de la obra de valía. Más bien al contrario, aquí podríamos aprender algo todos, si tuviéramos tiempo para reflexionar y nuestro caminar no se centrara en encontrar el alimento con que hacer el viaje digno.

En cualquier caso, hace bien el director al sugerir una batalla por la existencia con su título. Sin entrar en metafísicas ni misticismos de algún tipo, resulta evidente a estas alturas que no estamos ante ningún camino de rosas. Señores del público, si esperan una palmadita en el hombro con esta película, ya pueden irse olvidando. Lo que le interesa al que dirige la cámara es el aburrimiento, el aburrimiento vital, quiero decir, el motor de escasa combustión que mueve tantas almas y no rescata nada salvo lo inmediato. El tiempo cae a plomo, la atmósfera es bastante lánguida, se nos habla de “principios” en una vida llena de opciones, pero ninguna satisface; incluso el arte parece un mero contemplar sin intuición donde no hay lugar para el rumiar, que diría Nietzsche. ¿Entonces qué, dirán, a qué nos atenemos? Como siempre, no hay respuesta fácil puesto que la pregunta nos sobrepasa: dos mil y pico años de evolución han dado para un par de migajas en lo que a rozar la plenitud se refiere, y no queda otra opción que persistir, ser un coñazo para el cosmos.

Fanni, por su parte, tendrá ocasión de redimirse y caer hasta el fondo del abismo, es un decir, para resurgir de las cenizas. (La escena del bosque es bastante elocuente en este sentido, y da buena muestra de lo que podría haber dado de sí el material si el embrujo de esos escasos minutos se hubiera mantenido constante). Dividida en dos actos, Soldate Jeannette nos lleva de la resolutiva mano de su protagonista en lo que es el día a día de todos estos embaucadores dependientes de la imagen, dibujando un fresco del desapego donde liberarse de las garras del realismo con los pasatiempos más vulgares, como jugar a los bolos o a las cartas con un nuevo amigo al que salvar. Así, nuestra Fanni habrá de pasar por el aro y hacer cola o enfrentarse a las tiranías de la burocracia omnipresente si pretende tomar aire, y es que, como cantan en la cinta, “la vida humana no es suficiente”. Pero es lo que hay. A disfrutarlo.

(Originariamente escrita para cinemaldito.com)
José (FullPush)
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5
14 de junio de 2015
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Estos días es la primera puesta en largo del español Diego Llorente, un hombre que, al margen de cualquier otro tipo de consideración, sabe bien cómo quiere abordar su material. Nótese, pues, que de lo que se trata es del cómo y no del qué, aunque no estaría de más informar a los que no tuvieran constancia de que la cinta aborda la vida diaria de dos jóvenes buscando su sitio, para lo cual, cosas del mundo, atravesarán la ruptura de su relación que, tras varios años de plenitud, da muestras de desgaste. Así, donde otros cineastas aprovecharían para ahondar en el drama más condescendiente conocido (y sufrido), me temo, por todos, el director apuesta por la calma y el saber estar, sabedor de que las cosas son, al fin y al cabo, maneras de mirar, si ya “no son como eran” quizá el cambio sólo signifique que el espejo está empañado y apostamos por tirarlo, dependerá de cada uno, ya se sabe, en esto del amor no existen los caminos fáciles ni pre-establecidos, eso es cosa de Hollywood y sus quimeras.

Me paro a hablar de los espejos porque Estos días pasa por ser un reflejo incontestable del momento que vivimos y que viviremos a modo de ciclo donde nada cambia salvo los actores. De nuevo, considerar la vida como una caja de sorpresas o como un lento transcurrir evitando languidecer sin ningún propósito es una decisión muy personal, incluso tomada inconscientemente; en estos casos, por ello, la obviedad es un enemigo mortal y se debe evitar el voyeurismo insustancial que busca la lágrima desesperadamente a modo de catarsis. Véase, para ilustrar esto que digo, la escena donde ella pasa una a una las fotos de un pasado tan reciente sin llegar a decir (ni mucho menos subrayar) nada… Qué de propuestas hubieran supuesto un acudir al masoquismo fotográfico sazonado en muecas, pero Diego Llorente es bastante más inteligente y no da pistas, no hacen falta. Si acaso, se podría pretender un análisis subliminal del hilo musical que acompaña la cinta, pero no es lo primordial.

Entre el mugido de las vacas, las patadas al balón y las noches de discoteca, va poco a poco avanzando el tiempo, como una pequeña nube en un horizonte incognoscible en que los únicos que se pronuncian son los medios. Radio y televisión registran el paro, la corrupción y el paradigma de las relaciones humanas promovido por tumores del rollito Hombres&Mujeres, mientras las notas de cordura las ponen la música rap y el estoicismo sin grandes epopeyas de los navegantes de la obra. La cinta, ambientada en el norte de España, se perfila, en consecuencia, como un trozo de vida, si más o menos valiosa dependerá, como siempre, del espectador, ya que donde unos verán un ejercicio naturista intachable, yo, por ejemplo, echo en falta un sello un poco más autoral. ¿Que no hace falta? Posiblemente no.

(Originariamente escrita para cinemaldito.com)
José (FullPush)
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