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Críticas de Fernando Puertas
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Críticas 121
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
8
24 de junio de 2010
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ben (Dustin Hoffman) se acaba de graduar, y su llegada a casa supone toda una fiesta de amigos y conocidos en su honor, puesto que deja de ser un mero estudiante y se incorpora definitivamente a la vida adulta, lo cual, evidentemente, le genera dudas provocadas por ese choque de generaciones, el pasar de ser un joven a ser todo un hombre responsable. Por si no tuviese suficiente con sus dudas metafísicas en torno a qué va a ser de su vida, la señora Robinson (Anne Bancroft), amiga de sus padres, casada y con una hija de la edad del propio Ben, trata de seducirle y llevarle al catre. Esto no hace sino aumentar la confusión del joven: ¿es esto la madurez? ¿En esto consiste ser adulto?

Como ya decimos, El graduado, de Mike Nichols, presenta ese choque entre generaciones. Por un lado están los padres, esa generación que ha vivido una guerra, que ha desarrollado el American way of life, que cree en el sistema y que está formada por esas personas que tienen muy claro cómo quieren que sea su vida y la de sus familias. Por otro están las nuevas generaciones, esos jóvenes criados en ese mismo American way of life que, cuando les toca el turno de vivir su particular sueño americano, rehuyen de él, porque no es lo que quieren. No aceptan esa sociedad llena de hipocresía y violenta, la rechazan, y optan por estilos de vida como el promovido por el Movimiento Hippie. Todos estos fenómenos y choques generacionales influyeron en el cine hollywoodiense de entonces, y es en este contexto en el que enmarcamos El graduado.
Ben encuentra en Elaine (Katharine Ross), la hija de la señora Robinson, su forma de huir de ese sueño americano convertido en pesadilla, de ahí su insistencia por conseguirla.
En el aspecto más técnico, cabría hablar del uso del zoom, constante, y del protagonismo que ejerce la música de Simon y Garfunkel en el filme, especialmente el tema que lleva por título, precisamente, Mrs. Robinson.
Fernando Puertas
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7
22 de junio de 2010
3 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una de las películas españolas con más éxito es Viridiana, de Luis Buñuel, que en 1961 se llevó la Palma de Oro en el Festival de Cannes.
Según explica el director Carlos Saura, Luis Buñuel una vez le comentó que los pobres no tenían por qué ser buenos. Su situación es límite, por lo que actúan movidos por pasiones más que por razones. Por eso Viridiana sufre un intento de violación, por eso el leproso al que Viridiana ayudó no hace nada, y por eso sí que lo hace después cuando le ofrecen dinero a cambio de hacerlo.
Como no podía ser de otra forma en Buñuel, Viridiana presenta algunos elementos surrealistas, como por ejemplo Fernando Rey poniéndose zapatos de tacón o esa escena, que da incluso cierto miedo, en la que Viridiana aparece vestida de novia con un candelabro. El contraste está claro, sabiendo que la joven es una monja únicamente casada con Dios.
Cuando se propuso rodar esta película, Buñuel fue muy criticado por algunos intelectuales exiliados por volver a España. Sea como fuere, la película tuvo que vérselas con la censura, porque eso de mostrar una corona de espinas ardiendo o una parodia de la última cena hecha con mendigos no lo hacía cualquiera. Por no hablar de ese trío tan bien camuflado bajo una partida de Tute, y esa frase final del primo de Viridiana interpretado magistralmente por Paco Rabal diciendo, no literalmente, “supe que tarde o temprano acabaría jugando al Tute con mi prima Viridiana”.
Disfruté más la película la primera vez que la ví. Da la sensación de que el doblaje empeora la interpretación de los actores.
Fernando Puertas
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8
22 de junio de 2010
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Como es tan típico en las películas del oeste, el bien y el mal se vuelven a diluir en un solo cuerpo para presentarnos una trama cargada de violencia, en la que el sentimiento de culpa aflora en la piel de Munny, quien ya no es el de antes ¿o sí?
Sin perdón es una hermosa historia acerca de un hombre que corrigió su camino, pero que las circunstancias le han obligado a retomarlo muy a su pesar y al de los que le rodean. Y del de los que no también.
Esta película de Clint Eastwood presenta escenas memorables, pero de elegir una me quedaría con esa en la que el rifle de Munny hace aparición en el salón del chulo-putas. O quizá esa en la que Little Billy anima al biógrafo de Bob el inglés (Richard Harris) a acercarle el revólver a Bob para que le dispare.
En fin, otra obra maestra de Clint Eastwood.
Fernando Puertas
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10
17 de junio de 2010
5 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Si el cine fuese una religión esta película sería Dios. Si el cine fuese un Estado totalitario esta película sería el dictador. Si el cine fuese una familia esta película sería el padre. Y si el cine fuese lo que es, cine, esta película sería El Padrino.
El Padrino, basada en la novela homónima de Mario Puzo, no es sólo una película; El Padrino es filosofía de vida. Nadie puede morir sin haberse pasado tres horas frente al televisor sumergido en esta obra maestra de Francis Ford Coppola, no sólo su mejor película (lo cual es evidente), sino una de las mejores películas de toda la Historia del Cine, si no la mejor.
Recuerdo que, de pequeño, gente de mi entorno, tíos, abuelos y demás familiares, hablaban de esta película que “no era para mayores”, pero que era necesario que algún día viese, “cuando tengas edad para verla”. La ví hace cuatro años y me dejó alucinado, pero recientemente la he vuelto a ver y he tenido la oportunidad de disfrutarla muchísimo más.
En la Nueva York de los años 40’ un capo llamado Sollozzo (Al Lettieri) ofrece a la familia Corleone participar en el negocio de los narcóticos, a lo que Vito (Marlon Brando), el padre, se niega por no ser un negocio lo suficientemente limpio. Esto desemboca en una guerra entre familias que tiñe de rojo la ciudad, donde chantajes, traiciones y extorsiones se suceden dando forma a una de las historias más conmovedoras de todo el siglo XX.
El Padrino alberga en sus casi tres horas de metraje escenas que pasarán a la posteridad, como esa de don Corleone acariciando a su gato al inicio de la película, o esa en la que Carlo (Gianni Russo) “insulta a la inteligencia” de Michael (Al Pacino). Del mismo modo, nos topamos con diálogos que han quedado inmortalizados hasta el punto de haber pasado a formar parte de nuestro vocabulario habitual. Así, no es raro escuchar en nuestro quehacer diario cosas como “le haré una oferta que no podrá rechazar”, “no es nada personal; son los negocios”. También son destacables esas reflexiones del tipo “ten cerca a tus amigos, pero ten aún más cerca a tus enemigos”.
El Padrino, en cierto modo, muestra cómo funciona el mercado en estado puro. Se trata de acaparar mercado para que la competencia no nos desbanque, y si tenemos que cargarnos a la competencia pues nos la cargamos. Pero no será por nada personal, sino por negocios. De hecho, hay un momento en el que Clemenza (Richard Castellano), uno de mis personajes favoritos de la película, explica a Michael que eso de las guerras entre familias es algo que pasa cada cinco o seis años, es algo cíclico, como las crisis del capitalismo.
Con un reparto inmejorable, destaca, cómo no, evidentemente, Marlon Brando. Ni Al Pacino en Scarface, ni Robert de Niro en Los intocables de Elliot Ness; “El mafioso por excelencia” es él y ninguno otro, es Marlon Brando. Vito Corleone siempre será el Don.
Fernando Puertas
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8
17 de junio de 2010
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
La película que hizo que el nombre de Martin Scorsese empezase a sonar entre la gente que, más allá de estudiarlo o dedicarse a él, se limitaba a disfrutar el cine como una actividad lúdica más, fue Toro salvaje, aunque el director neoyorquino ya había sido galardonado con la Palma de Oro a la mejor película en Cannes con la joya Taxi Driver.
Toro salvaje nos cuenta la historia de Jake la Motta (Robert de Niro), boxeador que pudo alcanzar el éxito, y quizá lo alcanzó (dependerá de lo que entendamos por “éxito”), pero lo cierto es que acabó en el fracaso (o quizá no tanto, después de todo), cuando ya era tarde para darse cuenta de lo que había hecho y retroceder en el tiempo para enmendar ese error. Jake la Motta es, por tanto, un personaje que acaba mal, sí, pero que podía haber acabado muchísimo peor.
En Toro salvaje asistimos con asientos de preferencia a la corrupción que rodea al mundo del boxeo, donde se amañan combates para que los de siempre ganen algo de dinero. Es en ese contexto en el que uno, por una u otra razón, decide meterse en esa espiral y, cuando quiere darse cuenta, no sabe ni cómo se ha metido, en qué momento ha empezado su declive.
Siguiendo con la tónica del tipo de filmes que se rodaron en esta época en Hollywood, Scorsese hace poesía con la violencia (al igual que se decía que hacía Sam Peckinpah), y es que esas imágenes de Jake la Motta partiéndose la cara a cámara lenta con música clásica de fondo ponen los pelos de punta, y todo ello en un blanco y negro elegantísimo que le da ese toque clásico tan necesario para filmes como éste, ambientado en los 40’. Por no hablar de esa secuencia que muestra la evolución de Jake la Motta a lo largo de un periodo de su vida, en el que se intercalan imágenes de vídeo doméstico en color. Sublime.
Por último, destacar la más que adecuada interpretación de dos pesos pesados (esta vez en el campo de la actuación) como son Joe Pesci y Robert de Niro (de gordo incluído), que volverían a ponerse a las órdenes de Scorsese para Goodfellas y Casino.
Fernando Puertas
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