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El proceso

Intriga. Drama Cuando un hombre se despierta por la mañana, se encuentra con que la policía ha entrado en su habitación y lo arresta, tras acusarlo de haber cometido un crimen. (FILMAFFINITY)
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Críticas 63
Críticas ordenadas por utilidad
8 de febrero de 2023
8 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Las tristes notas del Adagio de Albinoni sirven de hermoso fondo musical para el comienzo de esta pesadillesca visión cinematográfica a cargo de Orson Welles de la famosa novela "El Proceso" de Franz Kafka.

Welles hace gala de una barroca imaginería para ubicar al protagonista Joseph K en un acentuado ambiente opresivo, una irrespirable atmósfera a la que se ve abocado arbitrariamente de la noche a la mañana.

En esta súbita y surrealista situación, un confundido Joseph K (magistralmente interpretado por Anthony Perkins) entra en contra de su voluntad en un laberinto judicial poblado de extraños seres de muy diferente condición, significados por actitudes absurdas, corruptas y desordenadas que conducen a la humillación y a la locura.

La película, al igual que la novela, arremete contra los vericuetos del sistema judicial y contra el avasallamiento que padece el indefenso individuo ante la burocrática maquinaria de poder.

Welles saca a relucir su abigarrado y tan particular universo visual mediante enfatizantes contrapicados de rostros inquisidores envueltos en sombras, recorridos por pasillos estrechos que incrementan la sensación claustrofóbica, planos medios y cortos con visionado de techos contrastados con otros más amplios y generales, en los que vemos al personaje central en espacios físicos deshumanizados a pesar de estar repletos de gente.

También vemos a Perkins en escenarios vacíos, solitarios, caminando junto a enormes columnas o golpeando desesperadamente gigantescas puertas, imágenes que realzan de manera impresionante la incomunicación y la pequeñez de la víctima ante los tiránicos mecanismos de un sistema putrefacto.

Acompañando a Perkins en su caótica experiencia figuran nombres como el propio Orson Welles dando vida a un corrupto abogado, Akim Tamiroff como su ultrajado cliente, o importantes presencias femeninas del cine europeo como Jean Moreau, Elsa Martinelli o una fabulosa Romy Schneider ejerciendo de amante de los clientes del abogado Welles.

No es "Ciudadano Kane" ni "Sed De Mal", pero desde luego esta película es un notable título a reivindicar dentro de la obra de este genio apabullante, uno de los creadores más revolucionarios e innovadores que ha dado el cine.
BartonKeyes
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24 de junio de 2011
11 de 15 usuarios han encontrado esta crítica útil
¿Porqué K. decidió aceptar semejante acusación, en vez de matarse de risa ante sus verdugos? Pues si lo hubiese hecho no habría ni Kafka ni surrealismo, mucho menos la metafísica preciosa del escritor trasladada a Welles. Su estética expresionista y onírica es de agradecer, como así también los conceptos insondables sobre la autoridad y el poder que ejercen los hombres sobre sus pares. En ese aspecto la obra es majetuosa desde la deformación de la realidad en pro de un mundo pesadillesco con forma de espiral concéntrico: las salidas cada vez son menores, al grado de representar la asfixia humana ante un destino impuesto por una fuerza superior...¿el padre? Tal vez, pero dejemos de lado la siempre castradora aparición del psicoanálisis.
Desde luego, así como la novela se resiente la película toma los mismos carriles y el mundo onírico resulta cada vez más borroso, llegando a expresar sus límites dentro de una línea que de tan brumosa termina por enlodazar una trama cada vez más farragoza y llena de peripecias innecesarias. En ese aspecto El castillo resume mucho mejor su, idéntica, trama metafísica.
Juan Rúas
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7 de noviembre de 2010
7 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Orson Welles se enfrentó en 1963 a la tarea de adaptar al cine El proceso de Franz Kafka. Proyecto nada fácil por lo abstracto y mágico de la novela. El cine siempre concreta y da forma a lo que imaginamos y en este caso se antojaba muy complicado dar forma al caos lógico, al mundo onírico que dejó Kafka en su obra maestra. Y a pesar de todo, Welles da con la tecla entregando una película poderosa en la que entremezcla elementos del libro, otros sugeridos solamente e ideas de cosecha propia que solo pueden salir de una comprensión completa de la obra. De eso se trataba creo yo. No de una mera reproducción sino de una creación a partir de un material sublime.

En primer lugar se aprovecha de la indefinición temporal y espacial de la historia original para situarla en un entorno borroso e impreciso pero claramente posterior a la época en la que Kafka vivió. La presencia de un primitivo ordenador en la película, las vestimentas y algunos edificios así lo atestiguan. Welles se queda con la claustrofobia, la desesperación, la lógica endiablada, senil y demente del sistema judicial, de la existencia misma y añade reflexiones propias o transformadas que no aclaran pero ayudan a ordenar las ideas. Por lo demás, la recreación es bastante fiel salvo los detalles mencionados y un final ligeramente retocado. Queda patente además la misoginia y la tensión sexual que exudaba la novela con esos retratos femeninos implacables y terribles.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
laranra
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28 de septiembre de 2012
7 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una obra maestra! Con unos decorados expresionistas increibles (muy propio de Orson Welles, al que siempre le ha gustado jugar con la perspectiva). La interpretación de A.Perkins está bastante bien, y que decir del guion... está basado en un libro de Kafka, así que, a los fans de Kafka les va a encantar (no sé hasta que punto es fiel al libro, no lo he leido, pero la película transmite una atmosfera propia de Kafka: la angustia que se siente al leer la Metamorfosis se vive en esta película). Muy recomendable.
Kitus1983
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10 de abril de 2020
7 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Para Kafka, el epítome de la Humanidad era una persona sentada en la esquina.
Callada, distanciada, siempre dolorosamente lejos de un mundo que le abruma.
Esperando, por supuesto: a tener la palabra, a que le dejen tenerla, a que sea tan importante como piensa.

Ahí estaría el error de Josef K. entonces, pues en su habitación él ocupa su mismo centro, confortablemente tumbado en la cama.
Luego, claro, se descubre que esa habitación era oficina, y la silla principal estaba atornillada, como no, en la esquina: mal agüero para los que no siguen lo establecido y preguntan de qué se les acusa.
La visita de rígidos hombres gabardinados con sombrero le planta una acusación sobre la cabeza, y desde ahí todo será un inutilismo de expresar que el crimen no se cometió, y nadie podría decir lo contrario.

La funcionalidad de los espacios por los que pasa es diabólicamente soñadora y progresista, de amplios espacios con personas plantadas, casi almacenes dedicados conservar un sistema en el que pocos habrán puesto su firma, pero todos acatan.
Da miedo andar doscientos pasos hasta la esquina de enfrente, y por eso Orson Welles no pierde detalle en que la estoica planta de Anthony Perkins lo haga una y otra vez, hasta que la vergüenza de sobresalir nos llegue a nosotros también. Has dejado de ser la persona en la esquina Josef, y de eso solo hay la certeza de que no es bueno.

Los detalles más surrealistas, más absurdos si se quiere, hacen huella y acaban estrangulando la realidad, pues en verdad Orson Welles era una presencia más grande que la vida eternamente postrado en cama desde donde atendía su oficina, y para cualquier abogado eres el perro que pide el hueso de la inocencia.
Pero, si acaso, donde gana este largo sueño es en sus texturas malsanas, atreviéndose a afirmar que no existe rima ni razón en este sistema, y todos somos unos pobres números esperando a abrir una puerta que nos van a cerrar en la cara, una y otra vez.
Pienso que me muevo, pero no, estoy inmóvil, esperando mi turno, mientras otros Josef K denuncian agresivamente mi pasividad y pasan a mi lado, pero chitón porque detrás le siguen los que no quiero que ni me miren.

La única verdad, la única certeza, es que yo también me cabrearía enormemente si Romy Schneider me prometiera todo, y a horas tardías de la noche tengo que tragarme la incomodidad de estar compartiendo marco de puerta con su amante.

Cuesta imaginar el mundo como el erial de edificios monumentales, de trabajadores aislados y calles desiertas que Orson Welles no filma, sino pinta en blanco y negro.
Pero miro por la ventana y me doy cuenta de que ya estamos un poco más allí que en 1962.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Charles
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