El último voto

"El último voto" se presenta como una ácida crítica al panorama político estadounidense: a los partidos políticos, a los medios de comunicación y al electorado. Kevin Costner es Bud, un paleto que no es capaz de conservar su empleo ni de cuidar de su hija de doce años, Molly; lo único que le interesa es la cerveza, porque lo que es la política… ni siquiera está inscrito en el censo electoral. Bueno, al menos hasta ahora, cuando Molly (una experta falsificadora de su firma) le ha inscrito para poder hacer un trabajo sobre las inminentes elecciones presidenciales en EE.UU. Pese a los ruegos de su hija, Bud no acude a votar, y ella, entre idealista y rabiosa, decide votar por él a hurtadillas; pero un error informático hace que ese voto no se emita válidamente…

A partir de ese momento, la vida de Bud cambia por completo. La presidencia estadounidense se decidirá por el resultado del condado en el que vive Bud, y la “casualidad” quiere que haya un empate; puesto que el voto de Bud no fue computado, la ley le permite volver a votar, por lo que, en la práctica, él es quien va a elegir al futuro presidente. El principio “un hombre, un voto” llevado a sus últimas consecuencias. El espectáculo está garantizado: los medios de comunicación de todo el mundo se aglomeran ante la casa de Bud, al más puro estilo paparazzi, y los candidatos presidenciales (junto con su equipo de asesores) se trasladan a su pueblo para intentar obtener su voto, dispuestos a hacer cualquier cosa para conseguirlo…

No hay que ser un lince para descifrar los símbolos de esta película. Bud es un tipo normal y corriente, con una vida que hace aguas, totalmente indiferente al sistema político de su país; sufre las consecuencias prácticas de la política, pero no cree que pueda llegar a solucionarlas mediante el voto. Su hija Molly, por el contrario, es una idealista que cree en la política de verdad y que resume a la perfección la historia de la humanidad: los pueblos pasan de la esclavitud a la libertad; de la libertad a la abundancia; de la abundancia a la complacencia; y de la complacencia a la esclavitud. Los medios de comunicación, ejemplificados en la talentosa Kate, anteponen el espectáculo, la audiencia y la fama a su ética profesional, cediendo ante el todo vale. Y los políticos, ¡ay, los políticos! Su objetivo es conseguir el voto de Bud, y si para eso hay que renegar de los principios, pues se hace. Los republicanos se declaran favorables a los matrimonios gays (a Bud le importa un pimiento lo que dos hombres hagan en su casa), y los demócratas, por su parte, se posicionan frente al aborto porque Bud dice que es pro-vida (cuando lo que él quiere decir es que le gusta estar vivo).

Kevin Costner, ese actor que pudo haber sido y no fué, protagoniza esta película cuya premisa en principio parece interesante, pero se va disolviendo poco a poco entre dosis de empalagoso patriotismo americano.

Al igual que el señor Cayo de la novela de Miguel Delibes, Kevin Costner tiene en sus manos el destino de su país con su voto. Primer error: en el complicado mecanismo electoral americano, es imposible que un solo voto decida. Pero volvamos a la ficción: en un principio, es divertido ver como los dos candidatos ( ¿Por qué solo dos?) inician una guerra de promesas influidos por las ideas del único votante. Esta parte si demuestra la falsedad del mundo político lleno de hipocresia e intereses.

No es que vaya a dejarme una huella indeleble en el alma, pero "El último voto" me parece una película bastante interesante. La igualdad en el voto es, sin duda, el paradigma de la democracia, pero quién no ha pensado alguna vez en la injusticia de que el voto de una persona cabal, brillante o responsable valga lo mismo que el de otra desganada, botarate o, directamente, estúpida. Y fíjense que ni siquiera me he referido a la formación académica o cultural. En este caso se riza el rizo y un sujeto poco ejemplar va a ser el decisor, nada más y nada menos, de quién va a ser el próximo presidente de los Estados Unidos.

La película se ve bien, aunque a veces decae un poquito el ritmo y se recrea demasiado en obviedades. El planteamiento de cómo se llega a esa situación está bastante traído por los pelos, aunque pienso que eso no es lo más relevante del argumento. Otra derivada es la complicada relación entre el protagonista y su hija quien, paradójicamente, vamos a ver comportarse casi como una jefa de campaña, asistiendo abrumada a la desidia de su padre y enmendando lo que puede. Lo mollar es el trasfondo político-social en el que los candidatos harán dejación de determinados "principios" otrora esenciales en su ideología y otras veces asumirán proyectos impensables en su credo político. Todo ello sobre la marcha, improvisando, porque como ahí se dice lo único importante es ganar... ¿les suena?

Lo increíble de que un voto no entre y se repita, decidiendo con ello "el destino del Mundo Libre" es lo de menos. Es la excusa para poner una idea muy interesante en la pantalla. Da igual que no sea creíble, presenta una idea original. A partir de aquí vienen los problemas. Como he leído entre las críticas, esta es la típica película propagandística americana y sus personajes y fases de la trama son esterotipados y planos como un papel.

La niña sabionda que hasta conduce, el típico paleto borracho y dos candidatos con sonrisa de nacar y cera en la arrugada cara. Por si fuera poco los dos directores de campaña que pisotearían a su madre, la reportera con principios... La niña es la más insoportable, sin duda. "Votar es un contrato social". Contesta cartas, organiza entrevistas, le pide a su padre que intervenga y pida cosas a los candidatos... ¿Por qué no la ponen a dirigir la campaña? Ah. Por no olvidar la frase de "Jesús salvó a millones de personas" y por otro lado crítica a la explotación laboral...

Hay crítica a la hipocresía de ambos candidatos y lo que harían por conseguir un sólo voto, pero ahí se queda. Es interesante que el demócrata se haga republicano y viceversa para conseguir el voto. ¿Demócratas condenando el aborto? ¿Republicanos con los gays? Bueno, el partido de Tony Blair es socialista se supone y ahí anda, matando iraquíes y defendiendo el librecomercio a mazazos. Podría pasar. Pero que de repente empiecen los típicos discursos lacrimógenos... La mujer del demócrata, el propio demócrata, los dos candidatos mandando a tomar por culo a sus directores de campaña... ¡Todos son tan buenos! ¡Hasta el republicano parece hippie! Ahí es cuando lo que no es creíble me molesta.

El último voto tiene sentido porque establece una oportunidad de trama. La defensa de un sistema bipartidista de idiotas no. ¡Qué importante es el votante! ¡Todo puede cambiar y los candidatos se dan cuenta de lo que es de verdad la democracia! El sistema es una mierda, especialmente el americano. ¿Bush arrepintiéndose de hacer cualquier cosa por el poder? Seguro, en otro planeta. Por favor, basta de fingir que las películas son críticas para vendernos un mojón.

En fin, el resto de personajes también patéticos. La reportera que se convierte en madre de la niña y se redime... Burt, un idiota como hay a patadas en la realidad, que se la suda todo, incluyendo la política laboral que le afecta directamente, acaba dando un discursazo y dando voz al pueblo, y los candidatos emocionados. Una americanada donde todo es posible y todos acaban siendo ejemplares, un país perfecto, un sistema que sirve de algo y el individuo que puede cambiar el mundo por medio de un voto a dos copias. Me sorprende que Burt, Bud o como se llame no acabe con la negra como todo indicaba que pasaría. Por eso me gusta Torrente. Es una españolada, muestra las cosas como son.

Lo único salvable de la película es la ridiculización del sistema político, la evidente apatía política de los votantes actuales. También es importante la crítica que realiza a la democracia al dejar en manos de gente poco informada (por su apatía) la responsabilidad de la elección política. Es interesante ver cómo los grandes políticos cambian sus "agendas" en función de las demandas de sus votantes (en este caso, de un único votante). Al final, como no podía ser menos en EEUU, el elector cae en la cuenta de la responsabilidad que tiene y decide "ponerse al día" en una sola noche acerca de la elección que va a realizar al día siguiente.