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Había un padre

Drama En una ciudad provinciana, un profesor viudo lleva una vida modesta en compañía de su único hijo. Cuando en un viaje escolar, un alumno se ahoga en un lago, él asume la responsabilidad del accidente y dimite. Decide entonces abandonar la ciudad y trasladarse a su pueblo natal. Durante el viaje, padre e hijo discuten sobre el futuro y entre ellos se establece una relación al mismo tiempo cercana y distante. Un día el padre le anuncia que ... [+]
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Críticas 22
Críticas ordenadas por utilidad
19 de enero de 2013
4 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
La primera película con la que conseguí acceder a la obra del connotado director japonés, Yasujiro Ozu, fue <<HABÍA UN PADRE>>… y tengo que decir que no empecé con pie derecho. Aunque el filme ha sido bastante elogiado por los críticos de antes y de ahora, por más que me predispuse a apreciar una gran película, tengo que decir que encontré un filme visualmente satisfactorio: planos muy decantados con esa característica cámara estacionaria de ángulo muy bajo, adecuada al hábito de sentarse en el piso; una iluminación pulcra e intimista muy acorde con el estado coloquial y emocional de sus protagonistas; y entre otras cosas, una puesta en escena sumamente modesta para ajustarse a la manera como vive la gente del común. El cine de Ozu huele 100% a Japón y fue, con razón, que alguna vez se le clasificó como, “el más japonés de los directores japoneses”.

<<HABÍA UN PADRE>>, contiene diversos apuntes autobiográficos de Ozu: A los 10 años, él fue enviado por su padre a una escuela en la lejana tierra de donde ellos provenían, así que, en la siguiente década, muy pocas veces pudo verse con su progenitor. Durante un año, y luego de graduarse, trabajó como maestro en una escuela del pueblo, y también durante un año, prestó servicio militar. El resto, obedece a su esfuerzo por plasmar la imagen de un “padre ejemplar” que mantuvo con su hijo una relación cálida y muy estrecha hasta el día de su muerte, no obstante las distancias que siempre los separaron. Un claro símbolo de compenetración, son aquellas metafóricas tomas de ambos pescando en el río y lanzando simultáneamente sus cañas de pescar.

Docente, en fuga de sí mismo tras un deplorable incidente durante una excursión escolar, el señor Horikawa deja a su hijo, Ryohei, en un internado y se marcha luego a Tokio en busca de un nuevo aire. Pero, cada tanto, el padre hace la forma de un corto reencuentro, y así, la relación se preserva viva y con el más profundo afecto. En este aspecto, vemos a un padre comprometido, y con el más serio interés por ser un digno ejemplo para su hijo.

Pero al tiempo, el padre se vale de su autoridad para que el hijo siga en la docencia hasta lograr lo que él no pudo, y para que se case con Fumiko, la hija de su colega y entrañable amigo Hirata, a quien él ve como la mujer que su hijo necesita. Ryohei solo oye y obedece. La autoridad del padre –y menos la de su padre- no debe contradecirse.

Sin embargo, ocurre que, con frecuencia, los tiempos son ya viejos tiempos, y lo que la cultura japonesa de entonces aprobaba sin restricciones, pues, lo veía como normal y correcto, ahora luce improcedente y fuera de lugar, ya que se ha descubierto que atentaba contra la autodeterminación del individuo. Ya no caben los padres que definan, por sí mismos, la profesión o la esposa que quieren para sus hijos. Ahora, felizmente -y a riesgo de equivocarse-, cada chico está en plena libertad de decidir su futuro eligiendo lo que, él y solamente él, considere correcto para su vida. El rol de los padres es ser guías, facilitadores y ejemplo de vida.

Así pues, en la sociedad de hoy poco cabe un filme como, <<HABÍA UN PADRE>>, que apenas puede verse ahora como fiel registro de la manera sutil como los padres de otrora manipulaban a sus hijos hasta hacerlos a su imagen y semejanza, a riesgo de que sus decisiones pudieran estar en contra del sentir más íntimo de los muchachos... y así no funciona una formación en libertad.
Luis Guillermo Cardona
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10 de julio de 2019
1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un profesor que decide dejar su oficio asumiendo la culpa del una tragedia que poco tiene que ver con él. Un padre que está dispuesto a todo por procurarle el mejor de los futuros a su querido hijo. Un japones completamente entregado al devenir de su sociedad. A través de esta historia, el maestro Yasujiro Ozu reflexiona sobre el amor de un padre; sobre los fuertes lazos con su hijo, a pesar de la distancia; y también sobre esa laboriosidad y honor admirables tan propios de los japoneses.

Son esas tristes contradicciones lo que mantienen constantemente el interés en “Había un padre”, es el constante sacrificio de su ejemplar protagonista lo que nos mantiene enternecidos durante sus 90 minutos a pesar de su ritmo pausado, tan propio del más bello cine costumbrista de Ozu, pero tan impropio de los tiempos que corren.
daniel escacha
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26 de agosto de 2021
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En la sencillez radica el encanto en el cine de Ozu.
Esto es una historia sencilla, sin ambages.
Rodada en plena 2 guerra mundial, el conflicto bélico se atisba y huele al final.
Vista hoy día tiene su encanto pero tampoco utilicemos esa palabras grandilocuentes, estentóreas de obra maestra y bla bla bla.
Bucea entre el melodrama rural, familiar y el drama desatado.
En ella se aprecian los elementos técnicos y visuales que desarrollaría a lo largo de su carrera.
Creo que no cae en el esquematismo, eludiéndolo con pericia.
El ritmo y desarrollo se me hacen algo pesados en la primera parte , mejora en la recta final.
Los temas familiares y humanos eran del agrado de este director y sabía tocarlos como pocos.
Sus argumentos tienen pocas variaciones a lo largo y ancho de su carrera.
Sabía repetirse.
Aunque la moral está presente en toda la historia.
El deber. Ir al ejército. La obligación de hacer lo correcto siempre.
El padre repitiéndole al hijo:
Estudia mucho, sé buen chico, etc, etc. Cayendo en la candidez.
Sí, Ozu sabía repetirse. Sin copiarse.
Zappianin
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25 de agosto de 2022
1 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
275/26(22/08/22) Vuelvo a enfrentarme a un film del japonés Yasujiro Ozu, y vuelvo a tener una enorme sensación de Déjà vu, todas sus cintas son la misma con pequeñas variaciones, nado contra corriente, pero todas sus cuentas se mueven en un mismo universo, bien podría ser el mismo barrio donde suceden todas sus historias, en este caso con un padre (encarnado por su actor fetiche actuación de Chishu Ryu en su 16.º de al menos 31 colaboraciones con Ozu), y su relación con su hijo, y con ello el sempiterno choque intergeneracional, pero sobre todo el (cuestionable) sacrificio por un bien mayor. Donde ya tenemos sus señas de identidad en su estilo narrativo pausado y sereno, incluso contemplativo (tanto que hace que una película como esta que no llega a la hora y media parezcan dos horas y media), donde las miradas hablan más que las palabras, con los las tomas simétricas, los encuadres a ras de suelo para reflejar la postura de sentarse tradicional de los nipones en sus hogares, las llamadas ‘almohadillas’ para transiciones, cual elipsis con tres planos diferentes estáticos de algo.

En realidad es un relato con el que nunca empatizo, esperaba una historia conmovedora sobre un padre y un hijo, pero lo que me encuentro es un padre viudo que tras una tragedia decide dejar su trabajo y no se sabe porqué, y esto me da grima, ya no me creo el supuesto amor del padre al hijo, lo abandona, este cariñoso y atento demanda claramente poder permanecer junto a él, pero este no lo desea, y esto me hace verlo como alguien sin sentimientos de amor, solo ver a su hijo muy de vez en cuando y luego abandonarlo. Se supone que cada tramo en que los veo juntos debo sentir cariño por ellos, cuando lo que veo es a un padre rígido y severo que ha renegado de estar con su retoño en su niñez, no tiene madre el chico, pero también se queda sin padre, no conecto con este tipo que me quieren presentar como sacrificándose por el niño, cuando lo que haces ser un padre ausente. Pero si este supuesto gran padre le conmina al hijo a lo que tiene que estudiar y más aún, con quien debe casarse, menudo ‘gran padre’, y el hijo, supongo que como gran ejemplo querido por las autoridades del imperio del Sol Naciente, obedece sin rechistar, un manso sin alma ni carácter para discutir o tener dilemas morales.

Ozu estructura la película sobre los periódicos encuentros entre padre e hijo, siendo los más emotivos dos tramos en que los vemos pescando en un rio armoniosamente en silencio, una con el hijo de niño (Haruhiko Tsuda), donde el padre le suelta la bomba al niño de que debe recluirse en un internado, y la otra en el rush final, ya adulto el hijo (Shuji Sano), en ambas lanzan sus hilos al agua con sinergia. Hay una reunión del padre con antiguos alumnos que quiere transmitir que el profesor ha calado en sus pupilos, pero esto me resulta impostado.

En realidad este es un film que sutilmente es propaganda de guerra, estamos en 1942 y Japón estaba inmersa en la WWII, por ello promociona la grandeza de la cultura japonesa hasta repetidas referencias a la alegre reacción de Sano al aprobar el reclutamiento, pero siempre sin remarcarlo, sin hablar de la guerra, ni de enemigos exteriores, pero sucintamente se dejan caer temas sobre el sentido del deber, sobre los necesarios sacrificios que hay que hacer. Sobre cómo hay que anteponer la responsabilidad fría sobre la Felicidad (no se supone este es el gran Sentido de la Vida, intentar ser cuando menos un poco Feliz). Y llegados a su presuntuosamente ‘entrañable’ final, me ha dejado sin emoción alguna, me ha dado igual.

Film que la crítica general ha visto algo que yo en mi individualidad ‘randiana’ (palabro derivado de Ayn Rand), pero que a mi me ha sido artificioso, no he conectado con ese padre de sentimientos más gélido que el polo norte. Gloria Ucrania!!!
TOM REGAN
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9 de diciembre de 2008
2 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Nuevo film costumbrista de maestro Ozu, que relata la relación paterno-filial durante años entre un joven y viudo maestro de escuela y su pequeño hijo condenados a vivir separados por avatares del destino. Cabe destacar la puesta e escena por parte de Chishu Ryu, verdadero colaborador y alter ego delante de las cámaras de Ozu, como el padre de la historia. Sin duda un buen legado al pueblo japonés durante el duro período de la Segunda Guerra mundial.
o0_oscar_0o
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