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Fahrenheit 451

Ciencia ficción Fahrenheit 451 es la temperatura a la que arde el papel de los libros. En un futuro opresivo Guy Montag, un disciplinado bombero encargado de quemar los libros prohibidos por el gobierno, conoce a una revolucionaria maestra que se atreve a leer. Poco a poco Guy comenzará a tener dudas sobre su libertad intelectual, y sobre el precio que esta libertad tendría sobre su seguridad personal. (FILMAFFINITY)
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Críticas 92
Críticas ordenadas por utilidad
12 de junio de 2017
13 de 13 usuarios han encontrado esta crítica útil
"Fahrenheit 451: la temperatura a la que el papel de los libros se inflama y arde."

En un sombrío futuro distópico, Montag pertenece a la brigada de bomberos. Su misión no es sofocar incendios, sino provocarlos para quemar libros. Los libros están terminantemente prohibidos ya que leer obliga a pensar y pensar a cuestionar las cosas e impide ser ingenuamente feliz. Y en el mundo de Montag todos deben ser iguales y todos deben ser felices.

Montag es un eficiente bombero que un día conoce a Clarisse y con sus preguntas comienza a cuestionarse las cosas, y cada vez le es más difícil hacer su trabajo, ya que ya no es sólo un trabajo. Pasa de ser un engranaje en un sistema totalitario a anhelar una libertad que poco antes no podía imaginar.

El gobierno utiliza la ignorancia de la gente, esta es su mayor ventaja, sin nadie que cuestione lo que haga, puede hacer cuanto quiera, y para ello sólo deben atiborrar a base de desinformación, entretenerles constantemente, amplificar sus sensaciones con píldoras, para que tengan la impresión de que avanzan sin ir a ningún lado.

"Hubo un pajarraco llamado Fénix, mucho antes de Cristo. Cada pocos siglos encendía una hoguera y se quemaba en ella. Debía de ser un primo hermano del hombre. Pero, cada vez que se quemaba, resurgía de las cenizas, conseguía renacer. Y parece que nosotros hacemos lo mismo, una y otra vez, pero tenemos algo que el Fénix no tenía. Sabemos la maldita estupidez que acabamos de cometer. Conocemos todas las tonterías que hemos cometido durante un millar de años, y en tanto recordemos esto y lo conservemos donde podamos verlo, algún día dejaremos de levantar esas piras funerarias y a arrojarnos sobre ellas. Cada generación, habrá más gente que recuerde."

Relato de Ray Bradbury, uno de los mejores escritores de ciencia ficción y fantasía, que pasa de la pesadilla de atacar al diferente por sobresalir al sueño poético de fusionar al hombre y el libro, esperando un mundo mejor y recordando para lograrlo. La adaptación de François Truffaut, más allá de la estética, que hoy resulta peculiarmente vintage, no es literal, pero logra capturar la esencia de la obra.
mimoca
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4 de enero de 2012
23 de 34 usuarios han encontrado esta crítica útil
La temperatura la dicta el tiempo y además, en el caso de las adaptaciones, el original adaptado. En ambos casos dos serios inconvenientes para que el celuloide de esta película escape de sus voraces llamas. Vaya por delante afirmar que Truffaut me parece un buen director, pero no por ello cabe rendirse a cualquier cosa o película que haga.

Sobre el paso del tiempo, si bien los decorados tienen cierta gracia al recordar los destellos de la moda sesentera, sin embargo incluso para la época resultan poco creíbles, demasiado acartonados y delatan la falta de medios pero también de imaginación para resolver la ambientación que propone el universo de Fahrenheit 451.

Sin embargo, el gran lastre de la película es la adaptación de la novela de Ray Bradbury que si levantara la cabeza acusaría a Truffaut de alta traición. Dicho sea de paso, el libro me parece fascinante y hoy día conserva su plena vigencia, resultando ser una retrato muy acertado de la sociedad actual en la que vivimos. No voy a entrar en el debate, absurdo por otra parte, sobre si las adaptaciones al cine de obras literarias son casi siempre inferiores porque hay muchos ejemplos que ponen en duda tal afirmación. De cualquier modo este no es el caso.

En una adaptación por muy libre que sea siempre tiene el reto de conservar la esencia de la obra, aquello que el original pretende trasmitir. Y Truffaut, no sabría decir si por intereses de producción o presiones comerciales, desnaturaliza la obra literaria.

Tan sólo anotar dos de las traiciones más destacadas, de las muchas que podrían enumerarse. La primera es con respecto al tratamiento que en la película se hace de Clarisse, pieza esencial para entender el espíritu de la novela. Si bien, la composición del personaje respeta su espíritu idealista, creativo y vitalista, excelentemente interpretado por la cautivadora Julie Christie, Truffaut decide divorciarse con respecto al desarrollo y evolución de Clarisse en la historia que propone R.Bradbury. Insisto en mi desconocimiento sobre las razones que llevaron a dicho divorcio pero el tratamiento final que el guión hace de Clarisse cambia totalmente el tono del relato.
La segunda traición, es que el final de la película nos ofrece una edulcorada versión al más puro estilo “Hollywood ending”, en ese feliz mundo paralelo de libros y educción, frente a la desoladora y brutal visión que la novela ofrece de la raza humana.

En cualquier caso si estas traiciones hubieran servido para dar mayor fuerza y vigor al relato, o al menos igualarlo que no sería poco, se hubiera ganado el indulto de las llamas. Pero tampoco es este el caso.

Que arda pues, que arda el celuloide.
Alberto
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18 de julio de 2011
13 de 14 usuarios han encontrado esta crítica útil
Esta es una película rara. Para empezar, está realizada en los 60, tiene estética setentera, pretende ser del futuro, y, en muchísimas ocasiones, te parece que estás contemplando en ella el presente más rabioso.

Está basada en una novela de Ray Bradbury, buen escritor, pero hombre de tantísima imaginación como pesimismo. Según él, el mundo del futuro es espantoso de todo punto, aunque al principio no lo parezca. A ver: el medio ambiente parece que se mantiene, no se percibe que haya escasez de aire, luz y agua. Y la gente parece próspera, y tienen unas casas coquetuelas, con unas televisiones acojonantes. Pantalla gigante. A todo lo largo y ancho del salón de estar. Para que las mires y para que te vean, porque son interactivas. Y te hacen feliz, porque siempre habrá un programa, un concurso o una serie donde aparece gente como tú, con tus mismos problemas para que no te sientas solo, y personas que saben cómo solucionarlos, auténticos guías espirituales, para que no te desorientes con tus pensamientos, sentimientos o emociones. De hecho, si no tienes nada de eso, mucho mejor.

Pensar o sentir puede ser desagradable y puede llevarte a sufrir. Y ¿qué necesidad?, cuando puedes dejarte llevar y poner la tele para que te marquen las consignas del día y, como quién dice, un día tras otro, hasta ordenarte la vida entera. La verdad es que suena cómodo, pero tan aburrido y alienante que no puedes imaginarte qué es lo que han dejado para las prisiones. De hecho, ese mundo confortable, sin sobresaltos, dudas ni problemas es tan angustioso y horrible que la gente vive "empastillada" para poder digerirlo. De la tele a la cama y del trabajo a casa, y a la tele... y vuelta a empezar. Claro, no te extraña que haya patrullas de ambulancias a todas horas, curando estómagos agradecidos y corazones suicidas.

Lo de la despersonalización, el borreguismo y la adicción audiovisual es tan fuerte que casi se te olvida lo de los libros. Esos bomberos especializados en quemar. Libros. Los camiones de bomberos, como dragones, con sus lanzallamas buscando bibliotecas. Y hombres con libros y libres de soñar, sufrir, disfrutar, pensar y rebelarse. Hombres diferentes unos a otros, que no obedecen las consignas de la televisión, porque la madrugada les encuentra leyendo. Hombres peligrosos e imprevisibles. Montag, el bombero módelico, lo sabe, porque un día coge un libro y luego, otro y otro, y ya no puede dejar de leer ni de robar libros.

Y él cambia, y su vida también. Ya no es igual a nadie, ni obedece sin pensar, ni va por donde todos van, ni puede dejar de pensar ni cuestionárselo todo. Está contaminado. Y su vida fuera de la colmena dejará de ser cómoda y respetable para convertirse en un individuo peligroso y perseguido por los policías abejorros, los bomberos pirómanos o los enfermeros camellos.

Ahora, no todo son malas noticias...
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
paki
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23 de abril de 2009
12 de 13 usuarios han encontrado esta crítica útil
Basada en la novela de Ray Bradbury, Farenheit 451 fue dirigida en 1966 por François Truffaut y protagonizada por Oskar Werner y por una maravillosa Julie Christie. La película trata un tema más que adecuado para este Día del Libro: la existencia de un mundo futuro en el que los libros están prohibidos.

La cinta tiene ya 42 años y tanto en los “efectos especiales” como en otros aspectos resulta un poco ingenua, pero no cabe duda de que es entretenida y es una película imprescindible, un clásico para reflexionar sobre la posibilidad (no tan remota) de que no tuviéramos derecho a leer y sobre el hecho, totalmente real, actual y habitual en los regimenes totalitarios, de que desde los gobiernos se aplique la censura sobre los libros.

Salvo en el contenido y el mensaje básico, la película tiene poco que ver con la novela (mucho más fantástica, mucho más ciencia-ficción). En el filme, Truffaut crea un alegato personal contra la censura, desgranando al mismo tiempo todos los valores que la lectura tiene y puede tener para el ser humano. Es una delicia para los que somos lectores, fijarnos en los títulos de los libros que el director nos quiere destacar: el primer libro que aparece en la película (el primero que se quema) es Don Quijote y en cuanto a la presencia de literatura española se suman a la obra de Cervantes un libro para aprender castellano y un libro sobre Dalí… . Estos curiosos bomberos pirómanos (el colmo de la irracionalidad, el colmo de la ironía) se ocupan de obras muy diversas: clásicos de todos los géneros, nacionalidades y lenguas, mucha literatura francesa, historia, arte, filosofía… y las bibliotecas quemadas, sobre todo la “gran biblioteca” secreta, son tan completas y tan poco censuradas que contienen, por ejemplo, “Mi lucha” de Hitler… ¡Toma mensaje subliminal…!

Impagable también el discurso del jefe de incendiarios en el que elabora un parlamento más que lógico sobre lo peligroso que puede ser leer. La proclama incluye el argumento de que leer nos hace diferentes, por lo tanto, si realmente queremos una sociedad igualitaria, no debemos leer.

A lo largo de la película, poco a poco, vamos sintiendo el dolor de pensar que un libro se ha perdido, vamos descubriendo el valor de la lectura como fuente de conocimiento, como fuente de reflexión, como instrumento para provocar emociones y placer, como la muestra más extraordinaria de la riqueza del lenguaje, del pensamiento humano y de la realidad. Vamos viendo toda la belleza y la profundidad que la lectura puede aportar a nuestra vida.
puntoyalarte
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19 de abril de 2014
13 de 16 usuarios han encontrado esta crítica útil
Dada la afición de Truffaut a la literatura y los libros, no es de extrañar que mostrara un personal interés de llevar a la pantalla, el libro de Ray Bradbury. Siempre es difícil hacer una película sobre el futuro, y más si ese futuro concierne de un modo directo a nosotros mismos. Desde 1962 el cineasta trabajaba en la adaptación de esta novela, tras un largo calvario para encontrar los medios, finalmente sería una coproducción rodada en los estudios Pinewood en Londres y hablada en inglés. Aunque la película, juzgada a día de hoy ha quedado muy obsoleta, y el diseño de producción sea muy pobre desde la perspectiva actual, lo que subyace y permanece en esta película es su denuncia y su mensaje. En el fondo es un cuento filosófico sobre una sociedad totalitaria que quiere erradicar la lectura, el conocimiento y la cultura en general, en beneficio del embrutecimiento visual - la televisión - estúpida, monocorde y abyecta, que en eso sí ha acertado plenamente con nuestro presente.

Es el relato de una conversión, de una toma de conciencia, la de Montag, miembro de una brigada de bomberos encargada de quemar los libros, la 451, que es la temperatura a la que comienza a arder el papel. Este sujeto, al que le han inculcado que los libros son basura, y hace infelices a las personas, es felicitado por sus superiores en virtud de su “abnegada labor”, de vida monótona y apacible con su esposa Linda, consumidora empedernida de la televisión, vegeta en un Estado opresor que persigue con saña a cualquier individuo que lea, guarde o esconda libros. Evidentemente el pueblo no tendrá acceso al conocimiento, ni a la cultura en libertad, limitándose a obedecer las directrices políticas de sus gobernantes, pues el ignorante es fácil de manipular.

Pero en toda dictadura hay una resistencia clandestina, que lucha por mantener ese legado en la memoria, generación tras generación, evitando la desaparición de esa biblioteca virtual del conocimiento. Un día, el disciplinado Montag entablará amistad con una linda vecina, Clarisse una maestra extrovertida, que le planteará un sencillo dilema, ¿Es usted feliz…? A partir de entonces veremos la transformación de un lacayo represor en un hombre digno. Truffaut ama a los débiles y a los inadaptados, muestra palpable de ello es la quema de la biblioteca clandestina de una anciana que es descubierta por la brigada represora y eficaz. El acto de la delación por parte de los ciudadanos me recuerda a famosas dictaduras del siglo XX.

Sorprende los títulos de crédito que no son escritos, son comentados desde unas antenas en que la cámara las muestra con un efecto “zoom”, quizá avisándonos de que estamos presenciando una sociedad vigilada por un omnipotente poder represor. La ceremoniosa y metódica quema de libros, como si de un genocidio cultural se tratara. Es el primer film del cineasta en color, hermosa fotografía de Nicholas Roeg, que se pasaría más tarde a la dirección, la música del gran Bernard Herman es inolvidable e inconfundible, tanto Oskar Werner como Julie Christie es su doble papel de vecina y esposa, están bien. Afortunadamente, el papel y los libros han dejado de ser los únicos soportes de la literatura y el conocimiento, y gracias a los nuevos soportes informáticos, esta fábula futurista no tendría sentido, en mi opinión. Una vez más, y sabiendo ahondar en el espíritu del film, nos damos cuenta que Truffaut es fiel a sí mismo, pero sin dejar de ser fiel al cine.
Antonio Morales
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