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Sueño de invierno

Drama Aydin, un actor jubilado, dirige un hotelito en Anatolia central con la ayuda de su joven esposa, de la que está muy distanciado, y de su hermana, una mujer triste porque se acaba de divorciar. En invierno, a medida que la nieve va cubriendo la estepa, el hotel se convierte en su refugio y en el escenario de su aflicción. (FILMAFFINITY)
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Críticas 57
Críticas ordenadas por utilidad
9 de octubre de 2015
8 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Si busca a Stallone, Diesel o Statham le recomiendo que huya sin contemplaciones, de lo contrario, cuando hayan pasado unos quince minutos de película, Hipnos ya le habrá hechizado con su cuerno y no podrá volver a levantarse durante un buen rato; y eso si tiene suerte, porque lo más probable es que acuda antes su hermano.

Este es un drama intelectual cuya razón de ser reside en el carácter intrínseco de sus personajes, que van subyugando poco a poco las aparentes trivialidades de la historia, para hacer tangible su verdadera naturaleza y ser juzgados en un primer plano.

La forma que tiene Ceylan de utilizar a los personajes recuerda mucho a Bergman, con la diferencia de que Ceylan los va desnudando mucho más despacio, aunque intuyo que es conscientemente.

A lo largo del film, cuando empezamos a ver la condición de cada uno de ellos, sus objetivos y sus formas, entendemos que no son quienes quieren ser, y lo peor de todo, que llevan tanto tiempo escondiéndose que ni ellos mismos se conocen.
Tenemos miedo de nosotros mismos.

Nuri Bilge Ceylan no nos dice que el ser humano no es perfecto, eso lo sabemos todos, lo que nos dice es que nos sentimos culpables por no serlo, y así no hay tregua.

De la culpa pasamos al remordimiento, y del remordimiento al olvido para poder sentirnos mejor con nosotros mismos, pero aludiendo al título de la crítica:

"NADIE ESTÁ LIBRE DE PECADO... AUNQUE NO LO SEPA."
Demi
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25 de junio de 2015
12 de 19 usuarios han encontrado esta crítica útil
Lo siento, pero no he podido con ella. Dura más de tres horas, con ritmo lento y no parece contar algo tan trascendente que requiera ese tiempo. Me he aburrido bastante. Prefiero las anteriores películas de Ceylan. Si tienes suerte y entras en ella, sabiendo que tiene su ritmo lento, podrás soportarla y admirar su fotografía y su radiografía de los personajes.
floro
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13 de septiembre de 2016
5 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
No es desconocido el nombre de Nuri Bilge Ceylan para todo aquel interesado en esto del cine. El director turco lleva ya varios años paseándose entre honores por los grandes festivales europeos y en la mayor parte de las ocasiones ha salido premiado de alguno de ellos. 'Lejano', 'Los Climas' y la impecable 'Érase una vez en Anatolia' como muestra de un cine comprometido, propio y cuidado al detalle.

De su progresión, una de las más consecuentes del cine actual, obtenemos la respuesta. El premio como mejor película y por ello, Palma de Oro, en el más grande de los acontecimiento cinematográficos anuales con el permiso de los cada vez menos acertados 'Oscars'.

La pieza avanza sobre la perfección. Su tratado del encuadre y la iluminación deberían formar parte del tomo principal en los estudios de cine.

El escenario, como refugio meticulosamente tratado, nos abre la escena en el paraje de lo perdido. La improbabilidad de la Capadocia y el invierno como presentación de unos personajes entre el miedo y los pasados escondidos. Tres almas con monstruo donde destaca un actor absoluto como figura principal.

El amor humillado por la rutina y el espíritu de la condición humana nos acercarán a Chéjov y Proust. Será Schubert quien nos emocione en lo nevado y así, se compadezca de nosotros. De nuestra soledad. De nuestra piedra en el corazón.

Sus 196 minutos lejos de ser un lastre, se convierten en el mejor regalo que un director puede hacer a sus espectadores. Nos pedirá paciencia en un principio. Pero, en su final, habremos alcanzado el placer de disfrutar de algo único.

Una obra maestra indiscutible. Una lección de cine y palabra esencial.
Guillermo Rico
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24 de abril de 2015
6 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Acostumbrados a que el cine actual suela ser poco más que un pleonasmo entre lo se dice en pantalla y lo que se muestra, es posible que una película como Sueño de Invierno coja a contrapié a más de un espectador, por la sencilla razón de que los diálogos de la película funcionan en un nivel puramente metafórico, en el cual lo que se dice no es necesariamente lo que sucede. Aquí los personajes no se definen por sus palabras o sus actos (no hay psicología) sino que es la cámara la que al situarse en determinadas perspectivas y espacios revela el sentido último de esas palabras. Ya desde la primera y apabullante escena se observa esta deliciosa ambigüedad. Igualmente los monólogos no nos dicen nada, en principio, respecto a la naturaleza de los personajes, pues la película funciona en este sentido mediante una elusión constante: en ellos no vemos al personaje, vemos lo que el personaje quiere que veamos o lo que a ellos les gustaría creer, y son la duración de los planos, los sutiles cambios de encuadre o los movimientos de cámara los encargados de mostrarnos qué es en verdad lo que está sucediendo.
En este sentido la película goza de un montaje en el que algo tan sobado como el plano-contraplano se reviste constantemente de significados tan ricos y contradictorios como los propios personajes; en el que las constantes transiciones de primer plano a panorámico generan una atmosfera que sacude sin miramientos las certidumbres que el espectador crea en su intento de aplicar los significados ya estandarizados de este tipo de encuadres; o en el que la duración de los mismos siempre tienen un porqué que carga de sentido aquello que se muestra. Nada es dejado al azar, nada es convención: la repetición de palabras, situaciones, motivos musicales y planos nos enfrentan a una falsa circularidad en la que nadie se puede bañar dos veces; la enorme distancia entre los personajes y la mirada del director (olvídense de intentar "leer" la película, olvídense de la empatía como recurso dramático) hacen que de la aparente sencillez de un microcosmos de apenas cinco personajes brote un subtexto cuya complejidad le permite funcionar simultáneamente en varios niveles, desde lo puramente metafórico a la ensoñación, de la fábula costumbrista al delirio tremendista, de lo terriblemente hermoso a lo miserablemente atroz... en tan solo dos planos.
Y por el camino nos regala secuencias y planos de un fuerza estética que los publicistas no se atreven ni a soñar: una casa en ruinas, la caza de un caballo, el marido espiando a su mujer mientras cae la noche... Todos los planos exteriores son de una fuerza arrolladora y sirven de contrapunto al ambiente (cada vez más) opresivo de los interiores, jugando aquí también con una dialéctica en la que nada es lo que parece y en la que en cualquier momento los papeles se pueden invertir, transformando las inmensas y frías llanuras de la Anatolia en una cárcel para los personajes, único lugar en el que aún puede existir algo de humanidad...
En un nivel narrativo, la película, dada su ambigüedad, tiene tantas capas como uno desee encontrar: desde la lucha de clases al fanatismo, desde la dependencia y la necesidad del otro al valor de nuestros actos, desde el arrepentimiento y la compasión a la situación de la mujer turca... Pero siempre desde la prudente distancia del panorámico que crea sentido y rebaja trascendencias; siempre desde una perspectiva en la que el gesto dramático carece de sentido o es ridículo. El hotel se llama Othello, pero en verdad son personajes de un Dostoyevski abstemio que ha decidido sustituir los arrebatos etílicos, las frases definitivas, las ordalías románticas, el yo, la introspección y los gestos espectaculares por una calma aparentemente intrascendente exenta de patetismo: la vida sucede. Son inadaptados, profundos idiotas, patéticos tan sólo en su rebosante humanidad, contradictorios, seres que quieren creer y amar pero no saben cómo, desesperados cuyas frases grandilocuentes quedan en evidencia frente a páramos desiertos en los que la nieve, suavemente, cae.
Donald Rumsfeld
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4 de agosto de 2016
6 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Lo intenté y lo conseguí: verla hasta el final, para entender las notas tan altas y las buena críticas. Y no lo entendí. Para gustos...

Lenta, lenta, lentísima. Larga, larga, larguísima. ¿Y para qué? Para ver la redención de uno de los protagonistas más inexpresivos que he visto. A las pelis de arte y ensayo no les suelo pillar la gracia.

Creo que el guión es demasiado manido y no hay nada que te agarre y no te suelte. A veces este hándicap lo salvan los actores, pero no aquí.

No sé si viene al caso, pero por lo del frío me ha recordado a una- ahora sí- ¡magnífica película!: "Pelle, el conquistador".
Mariona
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