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El conformista

Drama Cuando tenía trece años, Marcello Clerici le disparó a Lino, un adulto homosexual que intentó seducirlo. Años más tarde, Clerici es un ciudadano respetable, profesor de filosofía y va a casarse con Giulia. Pero ideológicamente Clerici es fascista, tiene contactos con el servicio secreto y se muestra dispuesto a combinar su luna de miel en París con un atentado contra un exiliado político italiano que había sido profesor suyo. (FILMAFFINITY) [+]
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Críticas 28
Críticas ordenadas por utilidad
23 de enero de 2017
7 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
A comienzos de la década de los setenta, Bernardo Bertolucci lleva a la gran pantalla la adaptación cinematográfica de la novela de Alberto Moravia “El conformista”, cuya primera publicación data de 1951. Afiliado desde muy joven al Partido Comunista italiano y atraído también desde siempre por el ideario marxista, Bertolucci usa el texto de Moravia no tanto para criticar abiertamente al fascismo, sino para intentar acercarse a él, comprender las causas de su vertiginoso ascenso. Ya el discurso radiofónico inicial del amigo ciego del protagonista es toda una declaración de principios al respecto. Bertolucci se pregunta cómo todo un pueblo, el italiano en este caso, fue capaz de dejarse arrastrar por un régimen extremo y totalitario hasta llegar a asumirlo como algo normal (una de las obsesiones del protagonista es ser considerado una persona “normal”). Es esta una idea que el director desarrollará más ampliamente en ese magistral fresco histórico llamado “Noveccento” que rodará sólo un par de años más tarde.

La respuesta a la pregunta anterior es sencilla y hay que encontrarla justamente en ese conformismo al que se agarró una buena parte de los compatriotas del cineasta durante el primer tercio del siglo XX. Las propuestas de Moravia y Bertolucci funcionan como parábolas perfectas ya que no remiten exclusivamente a un periodo de tiempo concreto sino que son extrapolables a cualquier época. Y así hoy en día es fácil encontrar personas que como el protagonista de la película renuncian a todo ideal y a toda lucha para acomodarse a una realidad que les es más propicia. Como Marcello Cierci que abraza el fascismo después de cuestionarlo como filósofo, arrastrando además cierta frustración sexual como consecuencia de un suceso ocurrido durante la niñez.

Una de las primeras películas del maestro parmesano en la que ya es posible encontrarnos con todas las obsesiones de su obra posterior. Deslumbrante desde el punto de vista visual, fascinante desde su concepción temática, Bertolucci se apoya en la apabullante labor del camarógrafo Vittorio Storaro y de una insuperable puesta en escena para completar uno de los mejores trabajos de su carrera. Obra maestra de obligatoria visión.
Juan Solo
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3 de febrero de 2012
7 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Reúne muy buenas características:

-Aire oscuro como una peli de gangsters.
-Perfectas interpretaciones.
-Una combinación perfecta de flashbacks
-Una perfecta integración del juego de cámara: luces y sombras, espejos, varias habitaciones, miradas, paisajes, hojas secas...

En resumen, me ha encantado. Eso si, hay que estar muy atento a los avances y retrocesos que se hacen, pues se puede perder el hilo. La duración me parece perfecta.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
CHIRU
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20 de diciembre de 2017
6 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
En la epoca de esplendor del trhiller politico, Bertolucci nos muestra una interesante adaptacion de una interesante novela de Alberto Moravia, en la que el protagonista noes un luchador por la libertad , ni un contestatario cualquiera, si no un burocrata inadaptado, que quiere ser uno mas en la nueva sociedad del momento, con esos largos planos secuencia en grandes edificios vacios y decadentes, un hombre con dudas sobre su sexualidad, que quiere ser un burgues cualquiera. Magnifica interpretacion de Trintignant, como el burocrata en cuestion, el personaje de Stefania Sandrelli peca de sobreactuado y irritante, como tambien el personaje del policia de la piovra( la policia secreta de Mussolini) que tiene el defecto de algunos personajes del cine italiano, la sobreactuacion y el histrionismo mas hiriente, aunque la siempre fascinante Dominique Sanda nos muestra un personaje lleno de matices, algo alargada, para mi gusto, el triangulo entre el profesor, su mujer y su supuesto discipulo , para hacer un epilogo demasiado brusco, en general bastante bien.
zuriman
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11 de octubre de 2017
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
El Conformista (Bertolucci, 1970), adaptación de una novela de Moravia, es una de las obras donde mejor se tratan los entresijos de la psicología de masas en la Italia de Mussolini. En esta ocasión, por no ampliar innecesariamente el número de valoraciones (algunas de ellas brillantes) sobre la psique fascista en la película, resulta revelador pensar la adaptación del director italiano desde la óptica de decepción que vivía la izquierda post-Mayo del 68. Bertolucci aprovecha la historia, que se desarrolla justo antes de la Segunda Guerra Mundial, para hacer una crítica a la función política del cine francés a través de las tribulaciones del personaje principal, el tipo que se ofrece voluntario para cometer un crimen fascista en París (¿dónde iba a ser si no?).

En El Último Tango en París (Bertolucci, 1972), el polémico film que aparecería dos años después de El Conformista, las referencias críticas al cine de la Nouvelle Vague son más evidentes a través del papel secundario interpretado por Jean Pierre Léaud, para muchos el alter ego de Truffaut, y una de las caras visibles del nuevo cine francés. Recordemos que Leaud representa un director de cine obsesionado por convertir en una película su relación amorosa con Maria Schneider. Aquí, Bertolucci muestra un personaje más bien patético que, escena tras escena, teatraliza y frivoliza las expresiones que trata de rodar, el amor o la revolución, anteponiendo la cámara a los sucesos, la forma al contenido. Esto es, sin tapujos, un ataque feroz a los presupuestos del cinéma-vérité y la cámera-stylo. Unos supuestos que después han sido recuperados, por los cinéfilos y nostálgicos, y que probablemente hayan tenido una gran influencia en la forma de hacer cine en Europa, pero que, en los 70, tras el ‘chasco’ que se llevó el comunismo europeo con el Mayo del 68, parecían equivocados y, en el fondo, pequeño burgueses.

Así, del mismo modo que la elección de Jean Pierre Léaud para la película de El Último Tango en París es intencionada, podemos imaginarnos que la apuesta por Jean- Louis Trintignant como protagonista de El Conformista tampoco es casual, pues nos remite a su actuación idéntica en Mi Noche con Maud (1969) de Eric Rohmer, uno de los más reconocidos integrantes del grupo de críticos-cineastas de los Cahiers du cinéma. En ambas películas, Trintignant interpreta el papel de un hombre que duda entre dos mujeres que representan, en oposición, el cumplimiento del orden y el desafío a lo establecido.

El personaje de Trigtinant suscita cierto fastidio a los espectadores por la falta de arrojo y determinación propia de los héroes. Nos encontramos frente a un Ulises moderno, con sus neurosis y miedos impensables en los mitos clásicos. Al igual que Ulises, el protagonista termina tomando la decisión de cumplir con su destino; volver a casa junto a Penélope y dejar atrás antiguos devaneos. La Odisea, en cierto modo, es el periplo del marino por entrar en razón y volver al hogar. Así, el dubitativo Trintignant, deja que los agentes fascistas asesinen a la mujer que ama en El Conformista y también desestima un idilio con Maud para montar una familia católica en Mi Noche con Maud. El orden siempre gana, sólo que en Trintignant no lo hace después de 20 años recorriendo todo tipo de aventuras marinas, sino tras un sinfín de miedos e indecisiones que le llevan a tomar el camino conservador.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Ujaraq
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2 de noviembre de 2020
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
El conformista es la forma que tiene Bernardo Bertolucci de comunicarnos, a través de su historia, de la patria Italia, el sufrimiento de un continente ensombrecido por el lúgubre fascismo, una Europa deprimida por el miedo a la guerra que, cada día, pesaba más en la conciencia ciudadana. Y Bertolucci nos habla, sin miedo ni pudor, a través de un declarado fascista, Marcello, encaramado a una policía secreta dominada por un grupo reaccionario y subversivo en caza de la democracia y la libertad. El conformista comprende todo un período histórico mientras disecciona la mente de un hombre en busca de la normalidad, una normalidad tendida por la mano de Mussolini mientras esconde, con la otra, la verdadera felicidad reprimida del pueblo, de Marcello, en un puño amortajado de una realidad inducida. Primera obra maestra que lanzó al realizador italiano al reconocimiento internacional, mediado por Francis Ford Coppola y George Lucas, adaptando la obra homónima de Alberto Moravia en un híbrido de cine negro y político, pero, sobre todo, social. La mirada inexpresiva de Bertolucci hacia el pasado de su país, incapaz de esbozar una mueca por el dolor y el sufrimiento que carga su historia y que ha colaborado en su expansión, esparciéndolos por la Europa reclusa en la celda del fascismo alemán e italiano, retransmitido por un impecable Jean-Louis Trintignant.

El estilo de Bernardo Bertolucci ha tenido un instinto histórico propio, un espíritu concienciado con la Italia que lo vio nacer. Pero esto está muy lejos del ‘patriotismo’, de ese vago eufemismo utilizado para justificar la moral de una persona y que precisamente critica El conformista. No, Bertolucci está comprometido con la historia italiana desde un punto que la usa, gracias a su importancia histórica, como portavoz de una conciencia social donde el pasado es ineludible para constituir el presente, dando una visión cosmopolita sobre un mundo de luces y sombras que, de una forma tan poética, nos muestra Vittorio Storaro en esta primera colaboración con el cineasta. Desde Antes de la revolución (Prima della rivoluccione, (1964) hasta El último emperador (1987), el director de Parma ha solido utilizar un episodio histórico movido por la política para establecer una conexión entre el espectador y los errores del pasado con una mirada vacía, como Marcello en El costumbrista, víctima de una gran represión moral. Y Bertolucci no solo es capaz de expresar la seca fragancia de la historia, de la vida, con la humanidad desgarradora en la que los extremos se superponen; la luz y la sombra, el blanco y el negro, el azul y el rojo, construyendo la efeméride del mundo cimentada en el angustioso baile de los opuestos. También es capaz de mirar al futuro, aun empapado de derrota, con un hilo de esperanza, de libertad y de Revolución. El rebelde italiano fue capaz, así, de hablarle al mundo acerca de la opresión que vivió Italia, desde 1922 hasta 1945, que él mismo llegó a padecer permitiéndose, también, cortarle la cabeza a su estandarte principal Benito Mussolini bajo la mirada de Marcello. Este tipo de cine, heredado de su padrino Pier Paolo Passolini del que fue asistente de director, fue abrazado por Hollywood en la década de los setenta a pesar de su filosofía crítica y estilo autoral convirtiéndola, así, en una de las obras más influyentes del cine moderno.

El conformista es una evolución progresiva del viejo continente usando la profunda carga moral y psicológica de su protagonista Marcello para comprender la década de los treinta y los cuarenta hasta el final de la Segunda Guerra Mundial en 1945 y, por tanto, el final de Hitler y sus aliados. La angustia se palpa en esa ambientación fría con una puesta en escena tan teatral que es capaz de extraer toda la vitalidad de sus personajes, representando a una ciudadanía deprimida y preocupada por el próximo golpe bélico mientras el ciego fascismo, representado por el camarada de Marcello, Ítalo (José Quaglio), avanza sin miramientos a golpe de opresión y represión, situación que critica duramente Bertolucci a través de los próximos escenarios, como París, y los personajes parisinos que observan Italia como una epístola de sometimiento. La relación entre el director de Parma y el erotismo en sus películas se puede apreciar aquí, con un trato más prematuro y salvaje, hablando libremente de la sexualidad con respecto al conservadurismo fascista, patente en la política y la religión que, explícitamente, tacha de limitadores de derechos y libertades individuales usando el trauma de su protagonista, atado a un encuentro homosexual. A su manera, es capaz de crear un triángulo amoroso que abraza el trauma de Marcello para reivindicar, de nuevo, la libertad en cuanto a las posibles relaciones psicoafectivas entre los tres vértices; Marcello, Giulia (Stefania Sandrelli) y Anna (Dominique Sanda) y el rechazo social hacia ciertas tendencias como la bisexualidad o la homosexualidad, ya sea entre hombres o mujeres, con un tono sugerente recreado en la ciudad del amor, replicado en innumerables películas como la obra maestra de Park Chan-wook La doncella (The Handmaiden) (2016). Y qué mejor instrumento tiene Bertolucci para esto que un docente de Filosofía como es el profesor Quadri (Enzo Tarascio), antifascista exiliado por impartir enseñanzas no acordes al régimen de Mussolini. A través de la relación cordial entre Marcello, su exalumno, y el profesor, el director tumba los argumentos del fascismo curando la ceguera de Marcello con los diálogos mantenidos entre ambos personajes, complementando la evolución del protagonista acorde al transcurso de los años en la Italia fascista y el acercamiento de su fin, mirando de nuevo con esperanza ya no a la cura del odio o conversión ideológica, sino a una posible convivencia por puro altruismo social.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Tiggy
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