Colinas ardientes

Vista dos veces, la primera pensé esto de ella:

"Entretenida cinta del oeste, que a veces se parece más a un melodrama.
Gusta pues el ritmo es ágil, y los diálogos y situaciones están bien narrados.
Los personajes está bien dibujados y se hacen humanos".

Viéndola por segunda vez, muchos años después, compruebo que, más o menos mi opinión sobre ella no es muy distinta.
Sin embargo sí puedo decir, ya que la visión es reciente, que la fotografía, a cargo de Ted McCord me ha parecido magnífica y que es de fácil visión y no difícil olvido. Por esta causa la he visto por segunda vez, porque prácticamente no me acordaba de nada, salvo que había escenas dentro de una mina abandonada.
Pero lo que más me ha gustado y que no recordaba para nada es el personaje del gran característico Eduard Franz, en un personaje de mestizo de madre india y padre ¡holandés! que sigue muy profesionalmente la pista del protagonista. Un hombre serio y con un sentido del deber y de la moralidad muy alejado de la maldad del grupo de malhechores que le acompañan, entre los que destaca Spip Homeier, una vez más en su papel de malvado traicionero que mete la pata una y otra vez tomando decisiones erróneas y creyéndose el más listo.
En fin, que te lo pasas bien viendo la cinta, te extasías con la belleza de una muy jovencita Natalie Wood y a otra cosa, mariposa.

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No entiendo bien el ardor ese de las colinas, pues en la cinta bien verdes están por todos sitios.
Al margen de cabalgadas (buenas), puñetazos, tiros, bellos paisajes y el romance de rigor, lo más novedoso lo aporta la perspicacia de los seguidores de pistas. La primera tras el asesinato del mayor de los Jordan: una colilla, una pierna y una espuela que se arrastran por el suelo. Diagnóstico literal: lo han matado entre tres, uno que sabía lo que hacía, otro cojo y otro tonto. Y acierta. Mejor lo hace aun el pesquisador oficial, indio, por supuesto, al que no se le escapa un fugitivo herido y algo torpe, eso sí, con la ayuda inestimable de María (Wood). Perdida la pista, la recupera y nos da la receta perfecta del negocio: el arte del buen rastreador consiste en hallar algo fuera de su sitio.
Por lo demás nos encontramos con una cinta entretenida, algo de sobreactuación en el hijo del cacique local, desarrollada en un lugar llamado Esperanza, tal vez porque es lo último que se pierde, donde, mal asunto, la oficina del sheriff está hundida completamente.
Eso sí, con una bellísima María, nombre que estaba esperando para inmortalizarla poco después en otro lado del Oeste. Solo por su interpretación merece la pena contemplar la cinta.

Sencillo, dinámico, emocionante, previsible y ajustado western en el que se desarrolla una historia plagada de conflictos e intereses personales por un territorio.

Me gustó cuando la vi y la tenía olvidada, pero la he vuelto a ver y tengo que decir que ofrece un correcto y agradable entretenimiento dinámico, emocionante y emotivo.

Puede que no sea una gran obra maestra, pero los responsables de la película, saben jugar sus cartas y despertar la atención y la simpatía de los espectadores, gracias al encanto y gancho de la pareja protagonista; Tab Hunter y Natalie Wood, en uno de sus primeros trabajos.

Stuart Heisler y los responsables de la película, van directos al grano y presentan de una forma sencilla y eficaz, las personalidades e intenciones de sus protagonistas.

Colinas ardientes, queda como un potente y entretenido western clásico de enfrentamientos y aventuras, con espacio para la amistad, el amor y el honor.

Un western muy decente. Camina por la senda de los tópicos, pero se maneje bien, tiene intensidad y desahogo. Duración comedia y el indudable encanto de ver a Natalie Wood en pantalla, otra vez como india, el mismo año que Centauros del desierto, curiosidades de la industria.
El chico es Tab Hunter, un ídolo juvenil que hizo buenas películas sin llegar a despuntar como gran estrella.
La película se deja ver, tiene ritmo y es menos sensiblera de lo que parecía en la carátula. No es una historia de amor, es una historia de venganza, aderezada de una historia de amor contracultural: blanco e india. Da gusto ver a Claude Akins, da un juego de verdad, a la perfección. Tiene un aire a Ernest Borgnine, se parecen en el físico.
Ya he visto cosas de Heisler, probablemente las mejores que rodó: La llave de cristal (1942), El caballero del Oeste (1945), Tulsa, ciudad de lucha (1949), Dallas, ciudad fronteriza (1950) y Misión temeraria (1954).