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El Gran Flamarion

Drama. Cine negro Flamarion es la gran atracción de un espectáculo de Music Hall. Su bella ayudante es una mujer casada, que se enamora de un acróbata, pero intenta seducir a El Gran Flamarion para que mate a su marido y poder huir con el acróbata. Cuando El Gran Flamarion descubre el engaño, la busca para acabar con ella. (FILMAFFINITY)
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Críticas 12
Críticas ordenadas por utilidad
21 de octubre de 2009
4 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
No la vean doblada por favor, es lo peor que pueden hacer. No hay color y su valoración cambiará de forma radical. No se deje en el tintero la interpretación de Erich Von Stroheim y Mari Beth Hughes incluso un gran Duryea como secundario. Por supuesto estamos hablando del cine de los cuarenta y hemos de trasladar nuestro visionado a aquel tiempo. Mann realiza una dirección bien valorada llevando a la práct¡ca con éxito los flash back muy medidos en que se basa la película y sin grandes aspavientos consigue llegar al espectador y contar una historia dramática con buenas maneras, sencilla y clara.
JAVIER_D
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27 de abril de 2014
3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Aunque este argumento ha sido filmado en multitud de ocasiones, y pertenece a la típico film “noir”, lo que la hace interesante a la película, en mi opinión, es la forma en que está filmada por Anthony Mann en poco más de setenta minutos. Basada en un novela, “Big shot” de la mediocre Vicki Baum, pues aunque en su tiempo fue popular, sus obras completas ahora olvidadas, languidecen en las estanterías de las librerías. Una película humilde de bajo presupuesto que trata de un individuo de mediana edad, Flamarion (un estupendo Eric Von Stroheim) que se gana la vida holgadamente en los escenarios con su puntería y siente rencor hacia las mujeres a causa de eso que se ha dado en llamar desengaño amoroso y que tanto dolor causa en el alma humana. Pero vuelve a enamorarse de otra mujer, Connie (Mary Beth Huges) que le seduce utilizándolo para deshacerse de un marido alcohólico, Al (Dan Duryea), y huir con un tercero en discordia.

La película es el devenir de un triste y patético hombre engañado, narrada en “flash back”, como suele ocurrir en este tipo de historias, y que denominamos, estilo, que es lo que el cineasta nos propone más allá del tópico relato, para suscitar el interés del espectador. Aquí ya podemos disfrutar de un esbozo de su talento, lo que sería su carrera posterior. Tomemos la secuencia inicial, desarrollada según nos informan en sobreimpresión en México y en el año 1936. Estamos ante la puerta de un teatro de varietés; suena una canción mexicana, la cámara entra en la sala a la vez que lo hacen algunos espectadores y muestra el ambiente que hay en ella a la vez que se va acercando al escenario; el sonido de unos disparos interrumpen la función; todo en el mismo plano. En esa escena intuimos algo más que un esfuerzo por hacer notar el, por entonces, presunto virtuosismo del director: expresando de forma elegante cómo la acción se traslada más allá del escenario e introduce desasosiego ante lo que ha podido suceder más allá de él. Y éste no es el único botón de muestra de ese personal estilo, hay bastantes detalles más a lo largo del film.

Mann sigue tratando de enmascarar así la vulgaridad del relato con su preocupación por conferirle cierto vigor dramático a través del estilo, lo que demuestra una vez más, que a veces, más que la historia lo importante es cómo se cuenta. Su Trabajo, hay que decirlo, se ve favorecido por las condiciones de rodaje de las producciones de serie B, que obligaban a la concisión, las elipsis como apoyo narrativo, los planos tienen espesor dramático, y es que el cine no es sino escenas liberadas de la servidumbre del espacio y el tiempo. En definitiva, una interesante clase B con una cierta dignidad.
Antonio Morales
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26 de junio de 2017
3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
A. Mann dirigió a un magnífico E. von Stroheim, imponente en su papel, capaz de adoptar la pose hierática de quien está por encima de todo y, con la misma facilidad, adornarse con un rostro sensible y estremecer al espectador por su expresividad.

Antes de llegar a la mitad de la película en el patio de butacas ya se intuye el final y, sin embargo, sigue interesando porque el guión imprime una dinámica en la que no sólo se valora el punto de llegada sino que también importa el desarrollo, las circunstancias y las implicaciones.
Gran acierto.

La vida, el amor y la muerte forman una combinación terrible en la que a veces no hay lugar para la esperanza porque sus límites son difusos y corren el riesgo de entrecruzarse.
ABSENTA
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24 de noviembre de 2014
3 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
The Great Flamarion (El Gran Flamarion, 1945) se trata de una de las películas que dirige Anthony Mann en su primera etapa, donde encontramos obras que se acostumbran a clasificar como cine negro, antes de realizar los filmes enclavados en el género Western, que son los que realmente darían fama al cineasta.

El Gran Flamarion tiene unas características bastante ligadas con el cine negro, aunque también es verdad que es una película con singularidades propias. Seguramente una de las más claras es la relación que muestra la película con el mundo del espectáculo. La película gira en torno a un triangulo amoroso entre los personajes que interpretan Eric Von Stroheim, Dan Duryea y Mary Beth Hughes. Sin embargo esta relación se produce en un escenario curioso, y es que los tres personajes realizan un espectáculo circense/teatral (nada de investigadores privados, contactos con la mafia, la policía, o similares). De hecho, la obra que ellos mismos forman no deja de ser una metáfora de la propia relación. Ahí hay que decir que la película, que adapta una obra de Vicki Baum, acierta tremendamente.

Y es que el número que representan los tres actores es el siguiente: Stroheim es un marido celoso que llega a su casa y se encuentra con que su mujer (Mary Hughes) se la está pegando con otro (Dan Duryea). A partir de ahí el personaje de Stroheim se lía a tiros contra el amante. Evidentemente en la función no dispara sobre este, sino que hace una exhibición de puntería. Sin embargo, en cierto momento de la película, Stroheim se compincha con el personaje que interpreta Mary Hughes para que la función se haga realidad, de tal manera que la representación que aparentemente es ficticia se materializa en el filme. Una metáfora más que interesante.

La película utiliza otra característica indiscutible del cine negro, como es el Flashback. Y es que la película no nos presenta la historia de una manera cronológica, sino que empieza con un asesinato (o doble, según veamos). Será el personaje de Stroheim, moribundo después de haber recibido dos tiros, quien relate la historia mediante este recurso narrativo (inteligentemente vuelve a reaparecer en algunas ocasiones, porque con dos tiros lo lógico es que sea totalmente imposible contar totalmente la historia que le cuenta al personaje que trata de atenderlo).

Otro elemento clásico del cine negro es la Femme fatale, el personaje femenino que encarna Mary Hughes. Sin duda en la película nos encontramos con un ser totalmente perverso, que utiliza los hombres a su antojo, jugando con ellos para obtener un beneficio personal. Ya sea con su marido o con su amante, la película la define como una auténtica viuda negra. Un aspecto que en definitiva no deja de tener un cierto componente misógino.

Inevitablemente el personaje que interpreta Eric Von Stroheim en El Gran Flamarion nos evoca al que cinco años más tarde interpretaría en Sunset Boulevard (El Crepúsculo de los Dioses, 1950). Su patetismo es igual de comparable. Y es que en ambas películas Stroheim, célebre especialmente por haber sido el cineasta y director de películas escandalosas (en las que siempre salían a colación los escándalos sexuales de sus actrices), interpreta a un personaje que vive del pasado y que se arrastra como un fantasma en el presente. Es cierto que la película de Billy Wilder acentúa estas características, pero la sensación que nos produce el personaje que encontramos en El Gran Flamarion es igualmente inquietante. En la obra de Mann, nuestro personaje encarna un veterano artista de circo que realiza un peligroso número, que consiste en disparar objetos que se encuentran cerca de sus compañeros de función (como ya he comentado antes). La película nos retrata a este singular personaje como un hombre hastiado, que ha perdido la fe en el hombre y se mantiene aislado en su propia burbuja.

Sin embargo, una mujer le hará cambiar, el personaje que interpreta Mary Beth Hughes. Nuestro personaje se enamora de ella y en un principio parece que es reciproco (siempre que tengamos en cuenta la estructura del flashback inicial, es evidente que el espectador ya sospecha algo desde el primer minuto) pero finalmente todo se va al traste. Las últimas esperanzas de que el personaje de Stroheim, digamos, se socializará finalmente se hunden en un mar de desesperanza. La creación de este maravilloso (que a pesar de sus desgracias y de su frialdad consigue conectar con el espectador) personaje se debe en gran parte a la interpretación de Stroheim, quien realiza una magnífica actuación.

http://neokunst.wordpress.com/2014/11/24/el-gran-flamarion-1945/
Kyrios
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5 de septiembre de 2019
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Me recordó muchísimo esta película a “El demonio de las armas” (1950) de Joseph H. Lewis, si bien “El gran Flamarión” se rodó antes. La película, si bien es corta, se hace aún más corta, pues nada sobra. Las actuaciones son magníficas, en especial la de Erich von Stroheim, con una Mary Beth Hughes sugerente y prominente.

La escena casi inicial de los disparos es bellísima (ya digo, muy parecido al de la película mencionada con anterioridad).

A veces los hombres y las mujeres son idiotas, imbéciles. Caemos en las trampas más absurdas. Esto pasa hoy día con esas pobres mujeres que caen anestesiadas por tiparracos que acaban matándolas. Y lo mismo a la contra. Hombres que pierden el sentido por mujeres malas. Al final: “queremos lo que envenena, amamos lo que perdimos y así nunca, salen las cuentas”.
CHIRU
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