Película escrita por Lars Von Trier que, de forma alegórica, hace una crítica a la sociedad americana y su obsesión por las armas de fuego. Unos jóvenes marginales crean un club pacifista en el que, curiosamente, todo gira en torno a sus pistolas y revólveres, a los que aman de forma muy especial, considerándolos sus amigos. La regla primordial del club es la de nunca mostrar en público a sus armas, pero acabarán dándose de bruces con la realidad de llevar consigo un objeto que, pese a que les duela, solo sirve para una cosa: matar.

La nueva película de David O. Rusell, director que ya confirmó sus muy buenas maneras con Tres Reyes, nos regala todo un esperpento que bien podría entrar en el estilo de esa pequeña escuela formal no declarada de cineastas como Spike Jonze, Charlie Kaufman o Michel Gondry, pero que sin embargo, no logra alcanzar el nivel de ninguno de ellos. El inicio resulta interesante: un joven que aboga por la ecología acude a unos detectives existenciales para que resuelvan una coincidencia que le obsesiona. Bajo el desarrollo de esta premisa, a medio camino entre la excentricidad y la reflexión más existencial, es inevitable preguntarse algo así como "¿de qué coño va esto?". Es normal, pues no es una película fácil de digerir, pero debajo de esas (sin duda demasiadas) capas de declarada extravagancia se esconde más de lo que aparenta. Es uno de esos films que hay que intentar ver con la mente muy abierta, pues no es para todos los paladares.

El estreno en la dirección de Paul Haggis, guionista de Million Dollar Baby, nos brinda la posibilidad de ver un drama racial sin contemplaciones. Con un protagonismo coral y una estructura narrativa totalmente fragmentada, nos hace entrar en un juego en el que, más allá del conflicto racial existente, ni hay dos bandos ni se juzga a ningún personaje, salvo los propios personajes a si mismos. El director juega con maestría con los matices y nunca nos posiciona de forma definitiva a favor o en contra de ninguno. Todos cometen errores. Todos se equivocan. Por que más allá de su raza o convicciones, todos son humanos. Y como humanos, se equivocan en sus decisiones, o al contrario, y son capaces de rectificar a tiempo. No hay ni buenos ni malos. Sólo victimas de una sociedad, de una ideas, de unas circumstancias y de unos actos concretos. Una verdadera joya que no os debéis perder.