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Críticas de cinedeautor
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Críticas 48
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
7
8 de abril de 2016
18 de 23 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hablar del genio tailandés Apichatpong Weerasethakul resulta complicado, pues es un director tan misterioso que hace que sus películas resulten herméticas. Sus mensajes cifrados y sus continuos planos metafóricos se han ganado la admiración de un público, que se ha vuelto fiel a todo lo que hace. Pero ese estilo tan peculiar, como el que pueden tener otros como Terrence Malick, ha hecho que le odien también. Una técnica basada en planos prácticamente fijos – como las últimas películas del recién fallecido Manoel de Oliveira – y sin un argumento férreo, el cual va navegando entre el surrealismo y el documental para hablar en su mayor parte sobre la historia pasada de Tailandia, la religión y la política.

Cemetery of Splendour ha causado polémica hasta antes de ser proyectada. Ya en mayo sorprendió a la mayor parte de los críticos al ser elegida como parte de la sección “Un certain Regard” del Festival de Cannes, cosa que no se entendía cuando era la primera película del tailandés tras haber salido victorioso del certamen francés cinco años atrás con El tío Boonmee recuerda sus vidas pasadas. Una decisión que le restó protagonismo al film, que hubiera podido lograr algún premio perfectamente.

La película comienza con un grupo de soldados haciendo una excavación un tanto misteriosa para momentos después presentarnos a la protagonista, una ama de casa que va a empezar a trabajar en un hospital improvisado y construido sobre una vieja escuela. Allí, unos militares descansan en una cama debido a una extraña y misteriosa enfermedad que los induce al sueño. ¿Qué les ha ocurrido? No lo sabemos. Los médicos han instalado unas máquinas para que no tengan pesadillas y, en su lugar, sueñen cosas tranquilas. La protagonista conocerá allí a una médium que hace de intermediaria entre el paciente y los familiares.

Cemetery of Splendour bebe de las dos películas más importantes de Weerasethakul. Primero porque el tailandés vuelve a situar su historia en un hospital, como ya hizo con Síndromes y un siglo, un drama romántico basado en la historia de amor real que tuvieron sus padres, y segundo porque, al igual que “Tío Boonmee”, la fantasía se entremezcla con la realidad para contar la historia, pero a diferencia de su anterior trabajo, aquí lo onírico está todavía más impregnado, convirtiendo el film en un realismo mágico que hace imposible casi separar las dos partes. Pero eso no supone ningún problema, puesto que el director pretende hacer una radiografía intimista de la sociedad tailandesa y, como bien es sabido, la mayor parte de la población es budista, por lo que supone una visión inteligente con el fin de mostrar esas preguntas que se hacen todos acerca del cielo, la reencarnación y demás.

Con los continuos planos estáticos con los personajes merodeando por el cuadro mientras hablan acerca de sus vidas o acontecimientos personales, Apichatpong no se cansa una y otra vez de utilizar una técnica que parece que ya está más que pulida. La vaga línea narrativa que sus películas siguen ha sido una de las grandes críticas de sus detractores; sin embargo, la realidad es que el alejamiento de las formas convencionales de contar una historia no hace otra cosa que elevar a la película a la categoría de universal para plasmar las cuestiones presentes como algo general que ocurre en su país en su totalidad y desde hace mucho tiempo.

Le da igual utilizar diálogos intrascendentes – de hecho la mayoría podríamos catalogarlos de poco importantes o son tan codificados que no los entendemos -, pues lanza sus ideas a través de las imágenes. ¿ Quién no se acuerda del potente plano de un extractor de humo en Síndromes y un siglo? Y es que tanto los personajes y la acción al final no tienen relevancia porque lo importante radica en el entorno, aunque no sea mostrado directamente. Así, el terreno donde se encuentra el hospital improvisado, siglos atrás era un palacio habitado por los reyes de la antigüedad que libraron batallas para defender al pueblo de la ciudad de Khon Kaen. Todo lo contrario a la crítica ingeniosa que lanza el director a la dictadura presente en su país y que es personificada en los soldados durmientes. “Dormía mucho para escapar de la realidad, y escribía mis sueños. Esta película está vinculada a la necesidad de despertar” dijo Apichatpong en una entrevista. Por ello, Cemetery of Splendour también acepta una línea política, la cual le ha acompañado desde siempre, pero es aquí donde quizá podemos apreciarla mejor por la aparición del ejército. Como esa secuencia en el que se ve al soldado principal durmiendo con la máquina puesta y acto después se nos muestran planos de gente durmiendo en la calle y en una parada de autobús. O también cuando la acción tiene lugar en un bosque “mágico”, de cuyos árboles cuelgan carteles que podríamos decir revolucionarios (“El tiempo que se pasa sin hacer nada es un tiempo sin final“).

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cinedeautor
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8
3 de abril de 2016
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hirokazu Koreeda se ha ganado el honor de ocupar esa lista donde se encuentran los grandes directores de la actualidad. En una época en la que parece que solo tocan el cielo trabajos estrictamente comerciales y que provienen, en su mayor parte, de los estudios de Hollywood, hay algunas personas que continúan en su empeño de hacer un cine personal y que levante sentimientos, aunque para algunos “no ocurra nada en pantalla”. Lamentablemente, ese cine que gozó de gran reconocimiento hace 50 años en todos los lugares, ahora queda relegado a un segundo plano; es decir, a los Festivales de Cine. Aquellos que, si no te molestas en leer, no te das cuenta que se celebran año tras año. Y eso le pasa a Koreeda, fijo de Cannes y San Sebastián, lugares que no han dudado en valorar muy positivamente su carrera, ya sea mediante premios o críticas espectaculares. Al menos puede dar gracias de ser conocido y admirado entre la cinefilia ahora que se encuentra activo y no como le pasó al maestro Ozu, tristemente alabado años después de su muerte. Porque aunque las comparaciones sean odiosas, el alma cinematográfica de Yasujiro sigue vivo gracias a este realizador nipón, que trabajo tras trabajo no se cansa de hacer un análisis profundo de la familia de manera conmovedora y poética.

La filmografía de Hirokazu ha tocado prácticamente casi todas las ramas de los conflictos que se pueden dan dentro de los núcleos familiares. En Nadie sabe, retrató una historia sobre unos niños -hermanos entre sí pero de diferentes padres- que tienen que vivir sin la figura maternal, la cual desaparece durante largos periodos de tiempos. Koreeda nos hablaba de ese paso precipitado del mundo infantil hacia la adolescencia, donde uno debe dejar atrás los sueños que tiene de pequeño y afrontar la cruda realidad. Cuatro años más tarde nos regaló una maravilla llamada Still Walking. Con esta obra con sabor a Ozu 100%, el japonés hacía un análisis de la familia directamente, componente por componente. Podría haber sido una grandísima segunda parte de Cuentos de Tokio de no haber tenido esta última un triste pero necesario final. Los hijos, ya independizados y con una familia propia, vuelven a casa de sus padres para pasar un tiempo con ellos. Los rencores, las cuentas pendientes, las promesas incumplidas y lo que pudo haber sido pero no fue salen a escena con el fin de dinamitar la que iba a ser una bonita quedada. Más tarde se alejó un poco, pero no tanto, para traernos una preciosa poesía visual: Air Doll (Muñeca de aire). ¿Quién no se conmovió al ver la historia de una muñeca de aire que se vuelve persona y empieza a comprobar poco a poco que el mundo real de belleza solo tiene la superficie? Una especia de vuelta de tuerca a lo que hizo en Nadie sabe. Pero para entender lo que significa tener un hijo, Koreeda decidió rodar De tal padre, tal hijo. ¿Cómo te sentirías cuando descubres que tu hijo en realidad no es tu hijo? Nos viene a decir que no importan las cuestiones de sangre, sino el cariño y comprensión, para formar una familia y decidir cuáles son nuestros más allegados. Koreeda dijo una vez que cada película suya habla sobre una etapa de la vida y no hay nada mejor que esas palabras para resumir su filmografía.

Nuestra hermana pequeña vuelve a centrar su protagonismo en tres hermanas que viven en la casa que heredaron de su abuela en Kamakura, ciudad por cierto donde Ozu situó a sus personajes en varias de sus películas y donde él mismo murió. El padre las abandonó hace 15 años por otra mujer y la madre, en cierta medida, hizo lo mismo al no poder llevar las riendas de la familia. De este modo, la idea de Nadie sabe vuelve otra vez a estar muy presente. La diferencia es que aquí, Sachi, Yoshino y Chika son ya tres mujeres con sus respectivos trabajos y novios. Un día, reciben la noticia de que su padre ha muerto, por lo que asistirán al funeral que se va a celebrar lejos de su casa. Es allí donde conocen a la que sería su hermana pequeña, esa que fue el motivo de la ruptura de su familia. Pero las tres jóvenes comprenden que ella no tiene la culpa de nada, así que deciden que se venga a vivir con ellas a Kamakura.

Quizá sea la película más alegre y optimista que haya hecho Koreeda en lo que va de carrera, aunque mantiene esas complicaciones persistentes en las situaciones familiares. A diferencia de sus anteriores trabajos que, o bien los protagonistas mantienen conflictos internos o es el mundo exterior el que les pone trabas, en Nuestra hermana pequeña nos encontramos con un trabajo adorable, lleno de bromas, risas y momentos compartidos. Porque los problemas aparentes que surgen de golpe, como los conflictos amorosos de las hermanas, no logran anteponerse a las secuencias cálidas donde las tres ayudan y muestran su apoyo a la nueva integrante de la familia. Una visión optimista muy presente en el cine japonés y que ya habíamos visto con anterioridad en Koreeda, pero no de una forma tan explícita como hasta ahora. Y aquí es donde radica la belleza -y no cursilería como algunos han criticado- de un film que se inicia con la muerte pero que en cada minuto que pasa se va llenando de vida.

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cinedeautor
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8
17 de marzo de 2016
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Isao Takahata no es una promesa ni tampoco un novato. Probablemente a muchos les siga sin sonar el nombre y no le pongan cara; pero en realidad es una de las piezas claves de que el Studio Ghibli tenga el prestigio que ahora ostenta. Pese a ser el cofundador del estudio más imaginativo del mundo, siempre ha vivido a las sombras del gran Hayao Miyazaki, que se ha llevado la mayor parte de los elogios internacionales. Sin embargo, no hay que olvidar que de su pluma y su mente nos llegó una de las películas más conmovedores que se recuerdan en décadas. Un triunfo no solo de la animación, sino del cine en general. La tumba de las luciérnagas es ya un clásico maravilloso sobre la Segunda Guerra Mundial que sirvió para contar con crudeza y sin contarse los horrores de ese episodio. Tal vez Miyazaki tenga más simpatía entre el público por el derroche de fantasía y colores que poseen sus obras, mientras que las de Takahata son más intimistas y sin un mayor grado de detalle en las animaciones. Afortunadamente, cada vez son más las personas que reclaman reconocer a Takahata como uno de los grandes de la animación. Para empezar, El cuento de la princesa Kaguya ya fue nominada al Oscar aunque no consiguiera ganarlo. No sabemos si dirigirá de nuevo otra película, pero el paraíso se lo ha ganado con esta joya que no llegó a triunfar en su país natal. Estar a la sombra de tu socio pesa mucho.

Un anciano cortador de bambú hace su trabajo en el bosque cuando de repente, de una planta, aparece una pequeña criatura. Es una especie de niña diminuta. Fascinado, decide llevársela a su casa. Una vez allí, y tras presentar a ese extraño ser a su esposa, se convierte en un bebé. Desde ese preciso momento, será cuidada como si fuera su hija. Pasa el tiempo y ella no para de crecer hasta convertirse en una joven bella y alegre. Por el bosque pasea y juega con sus amigos mientras admira la naturaleza que le rodea. No hay nada más fascinante que el mundo que tiene alrededor. A su vez, su padre se da cuenta que el bosque le está mostrando algo; es oro para que críe a su hija como si fuera una princesa. Haciendo caso al Dios de la naturaleza, hacen las maletas y se van a vivir a un palacio de la Capital. Separada de sus amigos, la joven debe aprender a comportarse como alguien de su posición.

Miyazaki siempre ha partido de la fantasía para plantear cuestiones realistas. Ya con La princesa Mononoke o Nausicaä del Valle del Viento nos mandaba un mensaje ecologista al recordarnos que somos nosotros los que determinamos el futuro del Planeta Tierra. Además, realzaba el papel de la mujer mostrándola en cada una de sus obras como una heroína. Autosuficiente, no dudaba en luchar por lo que ella misma creía sin necesitar que alguien más fuerte la proteja. Tan solo necesitará ayuda en ciertos momentos dubitativos, pero nunca requerirá un salvador. Isao Takahata, por su lado, parte de la realidad misma y la convierte en fantasía. Tal vez sus películas sean menos espectaculares pero es porque no lo requiere. Su filmografía se ha centrado en tratar las relaciones humanas. Con La tumba de las luciérnagas, nos hablaba de la preciosa conexión que había entre un hermano y una hermana; con Recuerdos del ayer se metía de lleno en el núcleo familiar; y ahora, partiendo de un cuento popular del siglo IX, pretende enseñarnos la infancia de una niña y las directrices que debe seguir por ser mujer.

El cuento de la princesa Kaguya es una película sobre la vida en todos los sentidos; ya sea para lo bueno o para lo malo. Por eso, la película cuenta con dos partes bien diferenciadas, y en escenarios distintos, que nos harán ver las dos caras de una moneda Primero es un canto a la vida, a esas ganas de libertad y de querer dirigir el destino como uno quiere. Takahata nos enseña la belleza que hay en el mundo al detalle. Un pájaro posado en una rama, árboles que se mueven por un vendaval, un bosque lleno de colores, sonidos de pequeños insectos. La naturaleza en todo su esplendor. A la vez, Takahata une esa hermosura a los primeros meses de vida de la protagonista. En esta primera mitad, la veremos siendo amamantada, empezando a hablar, a dar sus primeros pasas bajo la emocionada mirada de su padre o a jugar con sus amigos. Pero ese mundo de ensueño se acaba y nos dirige a la siguiente parte. Alejada del campo, debe criarse a partir de ahora en la capital del país. Está destinada a ser una princesa y eso requiere un cierto estilo de vida que la mayoría de los mortales no entendemos. El director japonés nos viene a hablar del rol femenino en una sociedad aún muy tradicional. Se podría considerar como un antecedente a las películas de Ozu, que retrata precisamente esa evolución en la mentalidad de la población, que poco a poco va confiriendo de libertad de elección a las mujeres. La protagonista es obligada a aprender los comportamientos que debe tener una dama de su posición. Una transformación psicológica pero también física al tener que quitarse las cejas o pintarse los dientes de color negro. Es una crítica feroz a la nobleza japonesa establecida en ideales vacuos y sin ningún tipo de sentido más que para aparentar ser superiores.

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cinedeautor
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7
9 de marzo de 2016
18 de 22 usuarios han encontrado esta crítica útil
Angelina Jolie le ha cogido el gusto a escribir y dirigir. Desde su debut en 2011 con En tierra de sangre y miel ya ha rodado tres películas, y a eso hay que sumarle sus dos próximos proyectos que se estrenarán en principio a finales de este año y en 2017. A diferencia de la estela de otros actores que han tenido la oportunidad detrás de las cámaras y en el guión, Jolie aun no ha tenido la suerte de haber sido reconocida por su trabajo. El año pasado, con Invencible, se habló de su posible candidatura a los premios, pero lamentablemente tendrá que seguir esperando. Lo que no hay duda es que año a año se confirma como un nombre a seguir, pues con cada trabajo, sigue creciendo. Precisamente en Invencible ya mostró una gran madurez situando la cámara, con elegancia y dándole su identidad a un trabajo puramente academicista Una pena que el guión firmado por los hermanos Coen no le acompañara. Frente al mar sigue situándose en una época lejana pero este supone su trabajo a priori menos ambicioso, aunque más intimista. Tras relatar dos hechos crueles -Segunda Guerra Mundial y Guerra de Bosnia-, ahora se centra en el amor y sus problemas.

Vanessa y Roland llevan 14 años casados. Donde tendría que haber cariño, hay frialdad; y donde tendría que haber susurros, hay silencios. Juntos se van a pasar el verano a la costa francesa. Allí, frente al mar, Roland espera recuperar la creatividad que ha perdido para escribir su nuevo libro. La página en blanco no es la única que le tormenta, puesto que con su mujer vive una situación tensa. ¿Qué es lo que ha pasado para llegar a vivir de esta manera? No lo sabemos. Roland tampoco ayuda con sus escapadas al bar para tirarse todo el día bebiendo mientras que Vanessa contempla desde su balcón el pueblo. Tan cerca, tan lejos. La llegada a la habitación de al lado de una pareja que se acaba de casar les llama la atención. Y esa envidia que va creciendo primero en ella y después en él se transforma en un espionaje a través del agujero de una pared. ¿Será esta obsesión la que reavive el amor que se esfumó mucho tiempo atrás?

Dicen que el francés es el idioma universal del amor. No sabemos si será por su acento, por el carácter de sus habitantes o por la belleza de su paisaje, pero lo que es cierto es que Angelina Jolie ha decidido que sus dos protagonistas (Brad Pitt y ella) hablen en la lengua de Molière. Y no resulta cuanto menos anecdótico que haya utilizado dicha lengua con el fin de plasmar los problemas sentimentales. Es decir, todo lo contrario a lo que representa. Quizá haya sido por el carácter rebelde de Jolie y las ganas de tocar las narices a los franceses o, simplemente, porque quiere alejarse de las producciones americanas que se han hecho sobre estos temas; porque de destrucciones de pareja, Hollywood sabe un rato. Desde el cine mudo con Amanecer hasta Un tranvía llamado deseo o La gata sobre el tejado de Zinc. La californiana no ha parado de incidir en todas las entrevistas que su película es muy “europea”. Y es que su película es todo lo contrario a los filmes de Richard Brooks o Elia Kazan. Donde en las dos primeras encontramos a Marlon Brando y a Paul Newman al borde del asesinato, y a Kim Hunter y, sobre todo, a una Elizabeth Taylor cerca de la locura, en Frente al mar, tanto Brad Pitt como Angelina Jolie prefieren guardarse sus rencores en el interior y combatir con ellos de manera silenciosa. Y es por eso que Jolie dice que su película se acerca más a las europeas y, más concretamente, a Michelangelo Antonioni y a su fantástica trilogía de la incomunicación.

La pareja se asemeja mucho a la que conformaban Marcello Mastroianni y Jeanne Moreau en La noche. Antonioni exploraba el desinterés, el cansancio y la utopía del amor perfecto. La incapacidad de comunicación que terminaba surgiendo entre las dos personas y que provocaba distanciamiento. El director italiano no echaba mano de las palabras para contar este desengaño. Le bastaba con el juego de miradas, las metáforas y las sugerencias que te dejaba en cada plano. Y Jolie, precisamente, en todos esos pequeños detalles es en los que se ha fijado para armar su obra. Porque todo lo que vamos conociendo lo hacemos gracias a esos regalos que nos da. Con un plano corto de las gafas de Vanesa colocadas en una mesa, nos insinúa el desinterés de ella por todo; con la sonrisa de una niña pequeña, la tristeza que le invade; con un plano-contraplano de varias mujeres tomando el sol mientras hacen topless, a la vez que Vanessa está también tumbada en una hamaca pero vestida hasta el cuello, el poco amor propio que se tiene. No solo se asemeja a La noche, también guarda ciertos parecidos con La aventura. Recordemos que en aquella película, la primera parte del metraje tenía lugar entre los barrancos de las islas sicilianas y con personajes desorientados y sin un rumbo fijo. En Frente al mar, Jolie parece situarse en la misma tesitura que tenía Lea Massari -por algunos momentos tememos lo peor-, pero con diferente resultado.

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cinedeautor
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7
6 de marzo de 2016
2 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Parece que el Western vive una segunda juventud. Aunque ya no se cuelan películas entre las más destacadas del año, o los grandes directores se olviden de ellas, sigue habiendo gente que se niega a hacer desaparecer el género por excelencia del cine. Pero no hay que olvidar que los nuevos trabajos que salen a la luz han tenido que reinventarse, ya sea a nivel narrativo como a nivel técnico. Desde Tarantino, con su humor macabro y violencia despiadada, hasta Slow West y sus continuos planos panorámicos. Sigue siendo un misterio el porqué del abandono de un campo que, probablemente, haya dado mayor cantidad de obras maestras; sobre todo cuando ha sido el que mejor ha retratado temas tan humanísticos como la soledad, la crisis identitaria o la búsqueda de un hogar perdido. Bone Tomahawk es la que mejor ha captado ese estilo clasicista perdido por las nuevas obras que podríamos agruparlas en el ya género “Neowestern”. Y es que es digno de alabar que haya sabido cabalgar entre el terreno olvidado y el sobreexplotado, como es el terror.

La película no pierde el tiempo en hacer un homenaje a aquellos filmes de terror que comenzaban poniéndonos en situación con personajes que sufrían en carnes las represalias de un “monstruo” que mucho más tarde íbamos a descubrir. La acción se sitúa 11 días después de ese terrible acontecimiento, del cual uno de los involucrados conseguirá escapar y refugiarse en el tranquilo pueblo de Bright Hope. Las sospechas generadas por este, alertan al sheriff y su ayudante, que no tardarán en acercarse a ver lo que ocurre. El ambiente, cada vez más tenso, explota con un disparo hacia la rodilla del misterioso hombre. Ya en la cárcel, entra en escena una doctora para curarle. La mala suerte se apodera de ella y a la mañana siguiente será secuestrada junto con el encarcelado y un aprendiz del sheriff. El marido, magníficamente encarnado por Patrick Wilson, los dos hombres de la ley y un tío ( Matthew Fox) que deja entrever que tuvo alguna relación amorosa con la doctora, serán los destinados a marchar en su búsqueda. Una aventura larga y difícil, en la cual tendrán que enfrentarse a una tribu de seres nunca vistos antes.

Los indios, elementos indispensables en los Westerns de antaño, parece que ya no interesan. Es por eso que ya rara vez sea difícil encontrar una obra donde aparezcan. ¿Cuál fue la última película? Probablemente fuera Bailando con lobos. Desde entonces, las películas de este género han dirigido sus tramas hacia las historias de vaqueros buenos contra vaqueros malos. En Bone Tomahawk no encontramos indios; pero, a diferencia del resto, sus equivalentes -una tribu de caníbales- guardan muchas semejanzas con el grupo estereotipado mencionado anteriormente. Ya sea por su forma de comportarse -rapto de ciertas personas por la noche-, comunicarse -con una especie de chillido-, atacar -flechas- o refugiarse – se cambian los tipis por las cuevas-. Algo es algo.

Es difícil poner de ejemplo una película que se le parezca, pues recorre una gama de subgéneros que hace imposible atribuírselas a una película solo. Bone Tomahawk supone una mezcla de Centauros del desierto, en cuanto a ese Western crepuscular protagonizado por el eterno John Wayne, que sale en busca y captura de los indios que han secuestrado a su sobrina. Kurt Russel vendría siendo un modernizado Ethan Edwards, un tipo mayor cuya vida solo tiene sentido cuando está trabajando. La siguiente parte -la que tiene que ver con la Road Movie- recuerda a la fantástica Río Rojo, de Howard Hawks, pues, distanciándose del film de Ford, Bone Tomahawk es un film intimista y que prefiere centrarse en última instancia en las relaciones humanas que viven estos cuatro héroes, tan diferentes como parecidos en cuanto a su sentido de deber y honor, que en la acción propiamente dicha, la cual aparecerá ya al final y en pequeñas dosis (aunque brutales). El largo viaje irá descubriendo la personalidad de cada uno y el pasado que guardan. El último acto, inconcebible en las películas anteriores, estará lleno de violencia tan cruda como fría, viniéndonos a la mente trabajos desagradables como Holocausto Caníbal. Imaginen cómo será. Media hora de pura sangría.

Lenta, pausada y con diálogos de lo más ingeniosos, Bone Tomahawk sale airoso de ser un film independiente con un presupuesto bajísimo (menos de 2 millones de dólares). No sabemos si el desarrollo se ha visto influenciado por la escasez de recursos, pero sería precisamente aquí donde habría que elogiar la gran labor de S. Craig Zahler en la dirección y en el guión, que siendo un novato en el séptimo arte, ya se había metido de lleno en el mundo del Western a través de la literatura. Porque esta ópera prima huele a frescura por los cuatro costados; y, aún con las limitaciones aparentes, el escritor convertido en director permite a la película disfrutar de una gran libertad a la hora de tratar la historia y de coger un tono. Un film de terror pero que apuesta por el gore en vez de por los sustos -pero con dosis de tensión-, y que prefiere el drama y el humor negro antes que la acción. Nunca antes la sensibilidad y la brutalidad habían ido de la mano.

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