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España España · Santa Coloma de Gramenet
Críticas de CC Buxter
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Críticas 22
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
8
3 de abril de 2012
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
"Shame" es el segundo largometraje del director británico Steve McQueen. Cuenta la historia de Brandon Sullivan (Michael Fassbender), un ejecutivo neoyorquino cuyo rasgo más notable es su adicción al sexo. Aunque aparenta tener una vida normal, el sexo, en sus diferentes manifestaciones, es su único interés. Esta obsesión está descrita magistralmente en los primeros minutos de la película: fugaces encuentros sexuales con mujeres, compulsivas masturbaciones en el trabajo, pornografía a la hora de cenar... todo ello, con una actitud indiferente a los desesperados mensajes que una mujer deja en su contestador automático. Esta mujer es Sissy (Carey Mulligan, excepcional en un papel muy alejado del de la jovencita ingenua de "An education"), su hermana, que irrumpe ineseperadamente en su vida, alojándose unos días en su apartamento aun en contra de su voluntad. La tormentosa relación entre ambos, cuyo pasado se intuye oscuro y traumático, es uno de los puntos claves de la película, ya que Sissy es la única persona con la que Brandon puede mostrarse tal y como es.

Como toda adicción, la de Brandon tiene un carácter tanto compulsivo como autodestructivo. Brandon no experimenta con el sexo placer, ni siquiera evasión, sino que es una forma más de dolor. El propio McQueen define a su personaje como alguien que, a través de su cuerpo, se crea su propia prisión. Incapacitado para mantener una relación afectiva normal, con cada contacto sexual se hunde más en el pozo.

Desde el punto de vista visual, la película es muy poderosa. El gusto por el esteticismo de McQueen da como resultado secuencias espléndidas (la versión de "New York, New York" cantada por Sissy, el montaje intercalado de la secuencia en la que Brandon acaba en un local gay), y dota de mayor intensidad otras (la angustia y desesperación de un menage a trois, por ejemplo). Aunque a veces pueda parecer que se "recrea" en algunas imágenes, ello no va en detrimento del desarrollo de la historia.

Pese a que el tema hubiese podido dar lugar a una película superficial y sensacionalista, "Shame" no adolece de estos defectos, sino que se erige como una película sólida, oscura, perturbadora y deprimente, sí, pero de mucho interés.

PS: sí, la compañía fue muy buena.
CC Buxter
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6
22 de diciembre de 2011
5 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
La nueva adaptación de la obra de Charlotte Brönte pasa desapercibida, sin generar hastío o repulsión pero tampoco emoción o sentimiento alguno. Según parece es bastante fiel al original en cuanto a los hechos, aunque no logra desarrollar suficientemente la personalidad y sentimientos de los personajes. Además, tampoco acompaña la artificial estructura narrativa "in media res", demasiado extensa, que hace que uno acabe olvidando que lo que está viendo son los recuerdos de la protagonista.

En definitiva: ni fu, ni fa.
CC Buxter
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9
6 de diciembre de 2011
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
"Annie Hall" es, ante todo, la radiografía de la relación amorosa entre Alvy Singer (Woody Allen), un cómico que lleva quince años yendo al psicoanalista, y Annie Hall (Diane Keaton), una aspirante a cantante. A lo largo de la película vemos cómo evoluciona la pareja, desde el inicial partido de tenis hasta los sucesivos vaivenes rupturistas, pasando por su inestable vida sexual y la mutua influencia que ejercen cada uno en la vida del otro. En este proceso, Alvy Singer introduce a Annie Hall en el fascinante mundo de los libros sobre la muerte ("un aspecto esencial en mi vida", le dice), la convence para que acuda al psicoanalista y le ayuda en sus comienzos musicales en tugurios de mala muerte. Allen resume muy bien su postura frente a la vida y el amor con sendos chistes que encabezan y finalizan la película: el de la mala comida y el de los huevos de la "gallina."

La película discurre no de una forma lineal y clásica, sino totalmente innovadora y rupturista. Se intercalan así momentos del presente con súbitos recuerdos de la infancia de Alvyn Singer o de anteriores relaciones sentimentales; en ocasiones, el personaje de Woody Allen se dirige directamente a los espectadores; la pantalla se parte en dos para destacar el antagonismo entre dos situaciones (la cena familiar o la sesión de psicoanálisis); e incluso, el espíritu de Annie Hall se va a pintar mientras su cuerpo hace el amor con Alvyn Singer.

Pero la nota característica que impregna de principio a fin el estupendo guión de Annie Hall es el humor, tratado en relación a los más distintos temas. Así vemos sucesivas escenas hilarantes acerca de la infancia de Alvyn Singer, de su obsesión por creer que todo el que le rodea es antisemita, de sus extravagantes ideas sobre el sexo y la masturbación, sobre lo podrido del ambiente en Los Ángeles...

Merece especial atención el repaso que da a los pseudointelectuales pretenciosos, objeto habitual de sus mordaces críticas. Así, oímos a un hombre decir que "tengo sólo una noción, espero poder convertirla en idea y luego en concepto", o asistimos a la famosa escena de MacLuhan. Esperando en la cola del cine, Alvyn Singer escucha indignado la perorata de otro hombre sobre el cine moderno y las teorías de Marshall MacLuhan, teórico de los medios de comunicación. No pudiendo soportarlo más, le reprocha que no tiene ni idea y, cogiéndolo de la mano, hace que entre en escena el propio MacLuhan para que corrobe que todo lo que está diciendo no son más que estupideces. Aliviado, mira a la cámara y suspira: "¿Verdad que todo sería más fácil si la vida pudiese ser así?"
CC Buxter
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7
6 de diciembre de 2011
5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Sin ser una de sus tres mejores películas, sí es una buena película. Tiene el acierto de añadir, junto al tema central (la pena de muerte), otros accesorios, como son el periodismo o la relación conyugal del protagonista, a cuya demolición asistimos.

Una de las cosas que más me gusta de la película es cómo muestra la fragilidad de nuestro mundo personal, pese a la apariencia de inmutabilidad e inamovilidad que a veces nos ofrece. En este caso, son dos muertes las que dan un completo giro a la vida de Beecham, el joven protagonista negro (o de color, o afroamericano, dependiendo del grado de cursilería y corrección política del lector). En primer lugar, la muerte de la cajera Amy, que tiene lugar mientras él está en los servicios de la tienda donde ella trabaja, que convierte la compra de aceite para una barbacoa en una condena a muerte. Y en segundo lugar, la muerte en accidente de coche de la joven periodista Michelle, que debía entrevistar a aquél el día previsto para su ejecución, y que provoca que sea el veterano periodista interpretado por Eastwood quien se encargue del reportaje, y que a la postre conseguirá parar la ejecución de la condena al demostrar que Beecham es inocente.

El principal defecto que le veo a la película es el de acudir a uno de los tópicos de las películas contrarias a la pena de muerte: el condenado es inocente. Partir de esta premisa es engañoso, porque si el condenado es inocente, será una injusticia tanto la pena de muerte, como la prisión u otro tipo cualquiera de pena que se imponga. Más honesto y valiente me parece hacer una película en la que el condenado a muerte sea culpable. No obstante, el argumento de la inocencia del condenado no se debe desdeñar, y lo retomaré posteriormente. Ahora simplemente me acogía a preferencias artísticas.

En relación a esto, resulta curioso cómo el cine nunca utiliza la pena de muerte administrada por el Estado como instrumento de justicia. En los casos en que se trata de darle su merecido al malo de turno, se opta siempre por la venganza individual. Sin salirnos de la filmografía de Eastwood, en "Medianoche en el jardín del bien y del mal" no es un jurado popular el que hace justicia, sino la propia víctima.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
CC Buxter
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8
6 de diciembre de 2011
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Edward R. Murrow mira fijamente a la cámara y dice: “Buenas noches, y buena suerte”. Se acabó. Baja la mirada para ver a Fred Friendly, coproductor del programa y, como su propio apellido indica, amigo personal. En el estudio de grabación hay una calma tensa. Todos tienen la sensación de que algo grande acaba de pasar, y que más grande aún va a ser lo que pase después. Todos están entre expectantes y satisfechos, mirando a los teléfonos que aún no suenan. See it now, el programa de noticias estrella de la CBS acaba de emitir un programa que ataca frontalmente al senador McCarthy y su política de caza de brujas. Pero ningún teléfono suena. ¿Nadie ha visto el programa en todos los Estados Unidos? Entonces, alguien cae en lo obvio: se le ha olvidado volver a conectarlos. El concierto de teléfonos se prolonga toda la noche.

Esta es una de las escenas que más me gustan de "Buenas noches y buena suerte", una buena película dirigida por George Clooney y que retrata a la perfección una de las variantes del tema “bueno contra malo”, la del periodista insobornable que defiende a ultranza la verdad frente al hombre poderoso y sin escrúpulos. Está rodada en un magnífico blanco y negro.

Clooney es inteligente porque el núcleo central de la película (el periodista no sumiso frente al poder político) está enmarcado, al principio y al final de la película, por un discurso del propio Edward R. Murrow en el que advertía contra los peligros de que la información, y el periodismo en general, atendiese demasiado a los requerimientos derivados de la necesidad de obtener dinero a través de patrocinadores. Murrow viene a decirnos que es peligroso que el poder político intente controlar el periodismo, pero que también lo es que lo haga (de una forma aparentemente más indirecta) el poder económico de las empresas. De esta manera, el mensaje de Clooney no se restringe a los excesos cometidos por la Administración Bush tras el once de septiembre, sino que es aplicable a todos y cada uno de los medios de comunicación que han pasado a ver en el periodismo un producto más que vender (o con el que vender).
CC Buxter
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