Es una combinación ganadora de premios, terriblemente inglesa y totalmente hollywoodense, y Firth es, una vez más, asombroso: evoca, en medio de un tartamudeo, un temor existencial.
Es difícil aceptar a Guy Pearce, que interpreta al rey Eduardo el abdicador, como el hermano mayor de Firth: parece, actúa y es casi una década menor que Firth.
El Winston Churchill de Timothy Spall es una espléndida imitación de Alfred Hitchcock. Habría atesorado aún más escenas con Elizabeth (la reina madre) de Helena Bonham Carter, esa sangre azul poco común a la que no le han extirpado la fuerza vital. Más seriamente, el estilo del director es a menudo tan estreñido como el de su protagonista.
Es una película gratificantemente ingeniosa, frenética y que eleva el ánimo.
El objetivo es la provocación, hacer que el rey farfulle y luego se desahogue y luego maldiga con una fluidez desalentadora.

Aunque la película de Wan se esfuerza por ser sólida y descaradamente entretenida, a menudo parece un híbrido de otras películas mejores.
Las escenas de gladiadores y una historia de amor poco sofisticada se combinan con escenas de acción llenas de bravura, intrigas palaciegas familiares y alguna que otra secuencia de terror.
Y encima de todo eso está el viaje convencional del héroe Arturo, mientras hace las paces con el gran destino que le espera.
Momoa es un Aquaman hombre, que no es ni aburridamente noble como el Hombre de Acero ni atormentado como el Caballero Oscuro.
Con su físico corpulento y su gruñido intimidante, este Adonis barbudo y de pelo largo está tan feliz de beber cerveza como de salvar el día.
Su irreverencia bondadosa y amigable con los hombres ayuda a aligerar el ambiente de la película, haciendo que el espectáculo se sienta vertiginoso en lugar de presumido.
Desafortunadamente, la historia de Aquaman es menos atractiva, especialmente cuando Arthur y Mera emprenden su búsqueda y desarrollan una relación polémica y coqueta.
Son polos opuestos predecibles (ella no entiende el mundo humano, lo que convierte a esta película en una historia literal de pez fuera del agua) y, si bien los actores tienen química, los chistes mediocres y las tramas pedestres no los favorecen.
Sin duda, después de tantas películas de superhéroes de DC con caras tristes, Aquaman disfruta jugando con la iconografía de los héroes más grandes que la vida y las escenas de lucha a gran escala del cine de cómics. Pero, en cierto modo, cambiar la fórmula solo revela cuánto de ella todavía permanece. Aquaman es exagerada, pero no puede superar esa limitación.

Los cineastas parecen haber dirigido la película a un público que quizá no haya oído hablar de Pearl Harbor, o quizá ni siquiera de la Segunda Guerra Mundial.
No hay sentido de la historia, la estrategia o el contexto; según esta película, Japón atacó Pearl Harbor porque Estados Unidos cortó su suministro de petróleo y sólo les quedaban reservas para 18 meses.
¿Ir a la guerra restauraría las fuentes de combustible? ¿Quizás también tenían planes imperialistas? La película no lo dice.
Predigo que algunos espectadores saldrán del cine sinceramente confundidos sobre por qué había japoneses en China.
En cuanto al retrato que la película hace de los propios japoneses, es tan oblicuo que el público japonés no encontrará mucho de qué quejarse, aparte del hecho de que desempeñan un papel muy pequeño en su propia incursión. Hay varias escenas en las que el alto mando japonés debate tácticas militares, pero todo su diálogo es estrictamente expositivo; exponen hechos pero no emergen con personalidades o pasiones.

Si el principio es espectacular el final decae poco a poco.
La animación es muy bonita pero la trama de no me la creo.
El guion es plano, los personajes irritantes, y la película es lenta y pretenciosa.
¿Se merecía el Premio Óscar? Tal vez pero solo por los efectos especiales.
Me aburre pero no me irrita, pero en algunas ocasiones miro el reloj.
No me duermo pero no siento ni frío ni calor.

Chazelle no rehúye del infierno que acompaña al paraíso de la creación artística. En todo caso, ama demasiado el camino a la perdición , como si la inevitabilidad de la autodestrucción fuera una escritura sagrada.
También adora sus clichés narrativos de ascenso y caída, y con la llegada del sonido (¡maldito seas, Jazz Singer !) los personajes empiezan a derrumbarse, llevándolos por un bulevar de sueños rotos salpicado de adicción, paranoia, rechazo social y justas de serpientes de cascabel a altas horas de la noche.
Chazelle parece decir que ya no quedan historias originales por contar y que los progenitores de esos relatos eran de todos modos hedonistas impenitentes, así que bien podríamos revolcarnos en el exceso como un cerdo en la inmundicia.
Su cinismo tortuosamente superficial es una actitud perfecta para construir un despilfarro épico de este tipo. Igualmente atroz es el optimismo de última hora que luego intenta añadir a Babilonia mediante un montaje culminante asombrosamente equivocado.