Excesiva, verborreica, fría, enrevesada y pagada de si misma; asi es Tenet. Nolan llevando a cabo la película de espías que siempre quiso realizar, haciéndolo a lo grande, introduciendo un ambicioso elemento de ciencia ficción con el que intentar llevar su cine un paso más allá.
El espectador entra en este nuevo laberinto bastante desconcertado, y el cineasta busca que siga así hasta el final, siempre tres pasos por detrás de la historia, al igual que sus personajes.
Sin embargo la dilatación de esa incógnita impide la conexión del público con lo que se está contando, incluso si lo que ocurre en la pantalla es sorprendente y visualmente exquisito, incluso si consigue que persigamos ese misterio a través de localizaciones, temporalidades y peligros.
Nolan narra de una forma ineficaz y confusa, sobreexplicando conceptos innecesarios y complicando de sobremanera los fundamentos de su asequible argumento, doblemente perjudicado por un montaje errante y problemático (especialmente en sus dos primeros tercios).
El espectador capacitado para aguantar esa persecución alargada y zigzagueante obtendrá una muy merecida recompensa, el as en la manga, el truco final de un cineasta que nunca deja indiferente. Cuarenta minutos finales que son una catedral de la pirotecnia, de los clímax del cine de acción; todo lo anterior se olvida ante el virtuosismo cinematográfico de un Nolan desatado.
A algunos el desenlace les pedirá rebobinar, otros preferirán seguir hacia adelante y no mirar atrás. No importa demasiado, se trata de un espectáculo admirable, por su ímpetu y osadía para romper esquemas y especialmente por su compromiso con el cine y las salas de cine.

Se cree mucho más loca, cañera y divertida de lo que en realidad es; y teniendo en cuenta que es ni más ni menos que el revoltijo trasnochado de la serie B más manoseada y vulgar del videoclub de tu pueblo, está a años luz de ofrecer el suficiente ingenio o la originalidad para convertir su inmundicia en algo gracioso.
Su premisa contiene algunas elecciones prometedoras, pero la ejecución es un completo desastre, intentando que su chapucera narrativa y el inexistente desarrollo de su universo mantengan la atención del espectador gracias a un humor inapetente y los previsibles homenajes a la cultura pop de turno.
La simpatía proviene de esos efectos pasados de moda, del trabajo de maquillaje y de los pocos golpes de efectos que rompen el hastío general para sacarle al espectador una sonrisa culpable.
Imploremos a alguna entidad cósmica que no dependamos de esta película para impedir el apocalipsis, porque yo prefiero coger el móvil y que se traguen mi alma, o ya en una mala hasta jugar a Pokemon Go.

Gavin O'Connor regresa a sus retratos de la familia, el deporte y la derrota con un sólido -y sobrio- drama que consigue brillar gracias a la interpretación de Ben Affleck. El cineasta se esfuerza por esquivar los clichés típicos del subgénero, le brinda autenticidad al mundo en el que viven sus personajes y a sus emociones, a la tristeza que nos alcanza tras la pérdida y al valor triunfal de una redención lograda con sangre, sudor, lágrimas y auxilio.
Hay, no obstante, elementos trillados y cierta sensación de familiaridad, pero también una importante gama de matices, una mirada honesta y el compromiso de un Affleck enorme en su quebranto, contenido en un demoledor desconsuelo que nunca parece fingido, sino conmovedor.

Aunque cuenta con una premisa interesante y una atractiva factura visual, toda su narrativa gira en torno a una única idea que no acepta matiz alguno ni se desarrolla más allá de su punto de salida.
Se trata de una alegoría oportuna pero muy insuficiente, que prefiere la provocación a la sutileza y opta por la brocha gorda en cada decisión. Meritoria es su forma de sofocar al espectador, de lanzarle a una realidad alienante, cruel y desalentadora que nos dice mucho sobre nuestra sociedad, y de reirse de todo ello con unas gotas de humor negro. Sin embargo conforme subraya más y más los fundamentos y las implicaciones de su mensaje, este se vuelve más tenue y superficial, y la película va haciéndose bola hasta un desenlace mediocre. Una conclusión abierta cuya dualidad responde mejor como término ficcional que como remate sólido al asunto sugerido por su motor simbólico.
El hoyo nos devuelve a la tierra con una idea diáfana: Todo es una mierda. Pues vale.

Fiera, rabiosa y originalísima sátira que filtra toda su apasionada indignación a través de un humor extravagante y su personal estilo, lo que tal vez le habría ido bien a Spike Lee en su maniqueista y decepcionante "BlacKkKlansman".
Boots Riley hace destacar su película por medio de una creatividad tan ridícula en apariencia como inteligente en el fondo, proponiendo una ambiciosa bofetada que no hace prisioneros y que sorprende por la complejidad de los hematomas resultantes.
Sin embargo su rebeldía es un arma de doble filo y la copiosa cantidad de ideas funciona sobre todo por acumulación.
Todo lo que le falta de solidez general lo compensa con creatividad y atrevimiento, pero es probable que esta arremetida hubiera funcionado mejor a través de una estrategia más precisa y planificada.