#Barbie es, probablemente, uno de los estudios satíricos más sorprendentes y agudos sobre la superficialidad que he visto en los últimos años. Lo más cercano que ha estado un exitazo posmodernista meta a reflejar la estupidez humana y la convivencia entre ideas, cuerpos y almas.

El dúo Greta-Baumbach, además de firmar una película divertidísima con un reparto que nunca en su vida se lo ha pasado mejor (Te amo, Ryan Gosling), ha manifestado la urgencia de una restauración cultural mediante un ejercicio irresistible de provocación con muchas capas.

A pesar de que algunos mensajes centrales se sienten obvios e insistentes, este cuestionamiento de la fragilidad del todo nos llevará a un punto en el que nuestra cabeza tendrá que dar mil vueltas para asimilar todos los detalles existenciales imbuidos en purpurina y rosa chicle y, acto seguido, aplaudir su valerosa y necesaria extravagancia.

Siempre a favor de una obra que se muestra tan feliz y consciente de sus propias contradicciones, capaz de abrazar la vital belleza de las imperfecciones y liderar el futuro de un ecosistema pop que ya ha mirado al pasado más que suficiente. Esos últimos minutos son para enmarcar.

People WOKE up.

Resulta que la película más grande de Nolan hasta la fecha es un podcast de historia política y nuclear de tres horas que, aún con todo, se las arregla para bombardear nuestros pobres oídos y revolver nuestra capacidad de atención con una despiadada sobredosis de datos.

Al final, #Oppenheimer es un espacio técnicamente inmaculado que le permite mostrar al mundo de nuevo lo inteligente que es, cosa que no niego aunque no pueda evitar pensar en cuántos Einsteins de AliExpress o mujeres al borde de la desaparición veré en mis próximas pesadillas.

Sus virtudes a nadie pillarán por sorpresa (virtudes son). Un don del espectáculo físico difícilmente superable junto a una partitura a la altura de su aterrador, explosivo y cerebral escenario. Falta que todos se callen un poco para que estos elementos puedan comenzar a trabajar.

Más de veinte años desde su estreno y todavía no hemos visto ninguna (des)conexión entre el mundo real y el cómic tan decisiva, madura, sensible y capaz con el cuestionamiento de sus propias fuentes. Si algunas películas pretenden hacer de la viñeta una réplica espectacular y recargada de nuestro reflejo (que tampoco está mal si sabes jugar tus cartas), 'El protegido' acepta los límites de la misma y plasma la incertidumbre y la adversidad del héroe moderno ante la vida con un realismo y una pasión demoledora y, lo más importante, atemporal.

Pero lejos de obviar la pericia de estas historias dibujadas, abraza cada una de sus fortalezas expresivas hasta integrarlas en las dimensiones narrativas de la obra y, acto seguido, otorgarles un sentido tan valiente como valioso en mitad de un hermoso torbellino existencial. La representación del bien, el mal, la decadencia y la esperanza a través de una cámara que fluye con un virtuosismo superlativo al mismo tiempo que presume de la riqueza cromática e intuitiva de su lenguaje con asombrosa facilidad, brillando en espacios tan aparentemente banales como una conversación en un tren o la apertura de un regalo.

Una puesta en escena que, en manos de un director no muy normal, se siente como una catarsis aventajadísima sobre la génesis del duelo y la agitación del alma pura y, en el fondo, vacía. Es una visión lo suficientemente íntima y precisa del ser humano como para llegar a traspasar la pantalla y sanar esas dificultades que nunca podrán desvanecerse con superpoderes. Nuestras dificultades, nuestro día a día, nuestro viaje hacia la búsqueda de aquello que nos hace especiales. La obra maestra de M. Night Shyamalan y unos Bruce Willis y Samuel L. Jackson en plena forma. Ah, y una partitura sobresaliente de James Newton Howard. Ya he terminado.

Spiderpunk 2077. Un milagro del futuro que despedaza las fronteras de la animación y alcanza el cénit de la gloria multiversal y multiorgásmica. Avalancha quimérica que invoca el silencio absoluto y el entusiasmo en el mortal. Sobrehumana, inabarcable y prodigiosa. Obra maestra.

Como espectadores, nunca estaremos preparados para asimilar lo que ocurre aquí. El juicio final de Ari Aster es también la pesadilla traumática y fragmentada de Kaufman, el Synecdoche, New York que nace justo después de la muerte y empieza a construir desde su vacío cósmico. Es, sobre todo, una película con guion, actores, iluminación, fotografía, música y productores. Es una película de Ari Aster, que nació el 15 de julio de 1986 y tiene ahora 36 años. Es una película, aunque cueste creerlo. Es algo, aunque cueste creerlo. Es el apocalipsis introspectivo y cotidiano enterrado en una biblia del horror ignorada durante cientos y miles de años. Es el verdadero final de aquel extraño especial de Navidad llamado The End of Evangelion. Es la película sobre una madre, un hijo y quién sabe qué carajo más. Es una obra tan ambiciosa, tan demoledora, tan voluntaria, tan involuntaria, tan estúpida y tan inteligente que... Bueno, que nada. Que probablemente, para bien y para mal, es una de las cosas más importantes que le han pasado al cine en mucho tiempo. Inclasificable, de verdad.