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Críticas de Gabi Oldman
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Críticas 96
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
8
7 de diciembre de 2017
2 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es posible que The Young Pope sea la serie que la Iglesia Católica no quisiera que vieras, a pesar de que describe a una figura cuya fe, moralidad y forma de actuar se acercan más a lo que supuestamente la Iglesia es, o debería ser. Jude Law se mete en la piel de Lenny Balardo, el primer papa norteamericano que se acuña el nombre de Pío XIII para iniciar su particular revolución en el Vaticano ante la sorpresa de cardenales y fieles. Un Papa irreverente, santo y provocador, que bebe coca-cola light y fuma, cuyo discurso inicial nos presentará a un personaje que, aunque ultraconservador, tiene ideales poco corrientes para su función (o al menos lo que la Iglesia pretende que sea). Un Papa que se comporta como una estrella del rock, como dice el mismo protagonista en un momento de la serie; que debe mantenerse oculto y a la vez hacerse escuchar.
Creada, escrita y dirigida en su totalidad por Paolo Sorrentino, aquél que nos maravilló con La Gran Belleza (2013), nos trae diez capítulos donde vuelve a demostrar su buen hacer tras la cámara. The Young Popecomienza como una sátira hacia la Iglesia que, poco a poco se va relajando sin perder calidad, para convertirse en una oda a la espiritualidad. Sorrentino no se conforma con hacer una dura crítica al funcionamiento del Vaticano sino que pretende además mostrarnos, sin tapujos, lo que debería ser aquello que tras una gruesa capa de hipocresía nos ha vendido la institución bajo la palabra fe.

Con una cabecera que mezcla luces de neón, música electrónica y el barroquismo católico, guiño del protagonista rompiendo la cuarta pared para hacernos cómplices de la historia. Una serie llena de simbolismo, en ocasiones con toques surrealistas que recuerdan a películas del maestro Fellini; un cocktail de imágenes que remarcan el estilo del director italiano. Destaca además, en cuanto al guion, la forma que tiene de retratar las contradicciones humanas, con exquisito surrealismo e incorrección política.

Una serie que cuenta con grandes interpretaciones por parte del resto del reparto, donde encontramos el regreso a la primera línea de fuego de Diane Keaton, dando vida a Maria, una monja consejera del joven papa. Por su parte, Silvio Orlando interpreta al cardenal Voiello, quien encarna el lado más oscuro y conservador de la Iglesia. Un Javier Cámara, desenvolviéndose a gran nivel como actor internacional, como el bondadoso cardenal Gutiérrez. El mítico secundario James Cromwell como el cardenal Spencer. Cécile De France como la responsable de marketing del Vaticano. Y, por último, Ludivine Sagnier, uno de los personajes mejor detallados, como Esther, una auténtica y convencida católica.
Todo ello conforma una serie que, a pesar de estar coproducida por Sky, HBO, Canal+ y Mediapro, está pasando más desapercibida de lo que merece. A pesar de ello, es una obra de obligado visionado para seriéfilos, cinéfilos, ateos, agnósticos y, por supuesto, católicos.
Gabi Oldman
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7
7 de diciembre de 2017
15 de 15 usuarios han encontrado esta crítica útil
Continuando la tradición de series británicas dedicadas a la Corona y a la aristocracia británica, con Downton Abbey (2010-2015) primero y Victoria (2016) después, la plataforma por excelencia de las series, Netflix,nos trae su primer gran relato histórico: The Crown, que nos lleva a los primeros años del reinado de Isabel II.
Creada por Peter Morgan, un experto en la figura de la reina, que escribió el guion de The Queen (Stephen Frears, 2006) además de la obra The Audience en la que está basada la serie, y ocuparse de los libretos de otras cintas destacadas como El desafío: Frost contra Nixon (Ron Howard, 2008), cuenta en ésta con el aval de Stephen Daldry (Las horas, 2002) como productor y director de algunos capítulos, para ofrecernos la historia que conocemos desde un punto de vista que no conocemos, o al menos no tanto.
The Crown, tras una poderosa cabecera, no es una serie histórica al uso ni un biopic de Isabel II, sino que va un paso más allá haciendo un análisis profundo del personaje y de las relaciones de poder entre la corona y el gobierno. Todo encaja, hasta la historia más secundaria tiene sentido y, a pesar de las libertades que se hayan podido tomar, se complementa con el resto.
De corte clásico, donde los detalles están cuidados milimétricamente, se nos presenta un drama de época con una ambientación perfecta, por algo es ya la serie de televisión más cara de la historia, con una primera temporada que ha costado 140 millones de euros. Un dato a tener en cuenta en el sentido de apostar por productos de calidad sin que nos engañen con guiones manidos cubiertos de efectos especiales.
Una serie que tiene como principal baza hablar de personas más que de personajes, lo que hay tras la fachada de los nombres que cambiaron el rumbo de la historia, más que sus actos en sí lo que había tras ellos, haciéndolos más humanos, que en definitiva es lo que son. No hay miradas a gloriosos bustos de piedra, ni retratos que representen el esplendor de una nación; aquí los protagonistas se mueven como cualquier mortal, con sus virtudes y flaquezas.
Desde la propia Isabel, a quien da vida una acertadísima Claire Foy que hace propio cada gesto real, hasta el de un personaje tan característico como Winston Churchill en su etapa de decadencia, interpretado magistralmente por John Lithgow, el Trinity de la cuarta temporada de Dexter (2006-2012), que se apropia de cada escena en la que aparece con descarada ironía y malas pulgas. Sin obviar al elegante y orgulloso Jorge VI de Jared Harris, visto en Mad Men; el narcisista Felipe de Edimburgo de Matt Smith, la Undécima encarnación de Doctor Who, quizás el personaje que sufre mayor evolución; la sufridora por su estatus, aunque no lo cambiaría por nada, princesa Margarita de Vanessa Kirby (Everest, Baltasar Kormákur, 2015); el Anthony Eden de Jeremy Northam, secundario de lujo visto en Amistad (Stven Spielberg, 1997) o Invasión(Oliver Hirschbiegel, 2007); la reina Maria de Eileen Atkins, que repite papel por segunda vez tras la televisiva Bertie & Elizabeth (Giles Foster, 2002); o la Reina Madre Isabel de Victoria Hamilton.
Todos ellos componen un cuadro de la aristocracia británica del inicio de la segunda mitad del siglo XX, con más sombras que luces, donde podemos ver que quien ostenta el poder no es tanto como el que presuntamente tiene, o quiere, el poder.
Gabi Oldman
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7
7 de diciembre de 2017
1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
La mitología romana con la personificación de la venganza como telón de fondo para el debut en el cine del dramaturgo Miguel del Arco, encargado también del guion de la cinta, que nos trae una colección de dramas individuales que componen un cuadro familiar.
Las contradicciones, el sentimiento de culpa, el egoísmo en las pequeñas tragedias o el no ver más allá del ombligo de cada cuál son algunos de los temas que se tocan de manera directa y sin tapujos, mezclados con gran ironía. Contada de principio a fin de forma teatral, donde los decorados se convierten en paisajes urbanos y costeros encuadrados en una preciosa fotografía en la que los personajes vagan. En un primer acto, más urbano, afloran los pequeños dramas individuales llevados con ironía gracias a unos diálogos que no dan pie a la condescendencia. El cambio de escenario, en un segundo acto, nos lleva al choque inevitable de los dramas que, a pesar de un pretendido sarcasmo, se van haciendo más crudos hasta el estallido final.
Una cinta coral con intérpretes en estado de gracia. Un actor con Alzheimer, al que da vida magistralmente José Sacristán, es el cabeza de una familia aun cuando el olvido lo invade que creía en la felicidad en tiempos pasados. Mercedes Sampietro, borda su papel de mujer aparentemente fuerte que guarda un “secreto” del que brotan todas sus inseguridades. Bárbara Lennie, nos muestra su lado más argentino, como la ayudante y amante del personaje de Sampietro. Carmen Machi, que vuelve a demostrar que es mucho más que carnaza televisiva, como la sufrida hija, esposa infiel y madre psicótica. La gran Emma Suárez como la esposa de otro de los hijos de la familia interpretado por otro gran actor como es Gonzalo de Castro, quien podría decirse que se lleva todos los aplausos con permiso del resto. Y completan reparto y cuadro, Alberto San Juan quien borda su papel de tercer hijo de la familia, Pere Arquilles como el marido de Machi, y una joven Macarena Sanz como nieta-heroína y nexo de unión de los dramas.
Las Furias, con una potente introducción, va de menos a más mostrando como cada una de las pequeñas tragedias pueden ir haciéndose insignificantes ante una mayor, y así sucesivamente. Una película que no pretende dar ninguna lección, y sin embargo muestra la torpeza del ser humano en su máximo esplendor.
Gabi Oldman
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8
7 de diciembre de 2017
10 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
Donald Glover, que comenzó su carrera como guionista de la mano de Tina Fey en su serie 30 Rock, escribe, protagoniza, produce y dirige esta serie sobre el mundo de la música rap en Atlanta.
La historia se centra en un buscavidas llamado Earn al que da vida el propio Glover, al que también hemos visto actuar en la serie Community, que decide convertirse en manager de su primo rapero y traficante de droga, Paper Boi, interpretado por Brian Tyree Henry, visto en algunos capítulos de Boardwalk Empire o The Good Wife. El cuarteto protagonista lo completan el amigo yonki y algo desequilibrado de ambos, Darius, al que presta rostro Keith Stanfield, que interpretó a Snoop Dog en Straight Outta Compton (F. Gary Gary, 2015), y la amiga y madre de la hija de Earn, Vanessa interpretada por Zazie Beetz. Así, el grueso de la historia gira en torno a estos personajes, de gran carisma y bien construidos, al igual que la mayoría de los secundarios que van desfilando por la pantalla.
Una serie que tiende al drama, aunque a medida que avanzan los capítulos van brotando buenas dosis inteligentes de humor, en muchas ocasiones satírico sin llegar a lo escatológico y con ligeros toques de surrealismo. Diez capítulos de unos veinticinco minutos, que podrían funcionar casi como independientes, tocando la mayoría una temática diferente, por supuesto manteniendo el hilo conductor. Así, el mundo de la música sirve de excusa para mostrar el comportamiento de la sociedad de Atlanta, centrado en la comunidad negra, desde los bajos fondos hasta los supuestos altos peldaños, desde una perspectiva crítica. Algo que consigue gracias a un guion fuerte y bien estructurado que no deja nada al aire ningún detalle. La duración, y el hecho de tener historias concentradas, hacen de la serie un producto atractivo, dinámico y más sesudo de lo que nos tienen acostumbrados la mayoría de las sitcoms o los seriales de duración corta.
Destacable, por novedoso y quizás el más cómico de todos, el capítulo en formato televisivo, cortes publicitarios incluidos, donde el rapero protagonista debe defender una de sus letras que ha sido demandada por el colectivo transexual. Y aquí cabe señalar otro de los puntos fuertes de la serie, la manera de tocar temas complicados con la ironía necesaria para que todas las partes terminen riéndose de su sombra.
Rodada por tres directores noveles, como son Janicza Bravo, Hiro Murai, realizador afamado de videoclips y el propio Donald Glover, dotan a la serie de un estilo independiente, fresco, muy cinematográfico y, en cierta medida, extraño. Además de la cuidadísima fotografía, que presta elegancia, no pasa por alto el detalle en la presentación de cada capítulo en su fugaz cabecera, con el título grabado en algún elemento de la escena, como hacían en Weeds. Atlanta es un producto arriesgado en cuanto a mostrarse en una fórmula poco convencional, y sin pretenderlo, una de las grandes sorpresas de la temporada.
Gabi Oldman
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8
7 de diciembre de 2017
5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ante la mirada de una tortuga, un disparo en la espalda a orillas del Mississippi. Un inquietante y simbólico inicio para una serie que nos devuelve a los años 70 y las típicas producciones sobre la Guerra de Vietnam. Basada en la serie de novelas pulp de Max Allan Collins, escritor de Camino a la perdición llevada al cine por Sam Mendes en 2002, cuenta la historia de dos excombatientes que regresan a casa tras una indiscriminada matanza en el país oriental. Con este punto de partida, uno de los dos veteranos, Mac Conway, alias “Quarry”, interpretado por Logan Marshall Green (Prometheus, Ridley Scott, 2012), deberá rehacer su vida ante el rechazo de la sociedad y su propio estrés postraumático en plena era Nixon.
Quarry no es un producto al uso sobre Vietnam, como lo pudieran ser en su día Tour of Duty (1987-1990) o M.A.S.H. (1972-1983), ni un drama bélico como la miniserie Band of Brothers (2001), sino una serie narrada en clave de thriller con mucho aire de neo-noir. De este modo la serie no se centra tanto en el protagonista, que pasa, deliberadamente, como un fantasma en muchos momentos, sino en sus circunstancias y de sus relaciones con los personajes secundarios, todos ellos redondos. Una colección de individuos con marcadas y atractivas personalidades, donde destacan Damon Herriman, que ha aparecido en series como Breaking Bado Justified, como un matón homosexual en una época y un país que aún no era tan libre como pintaba, que hace suya cada escena en la que sale; Peter Mullan, visto en películas como Trainspotting (Danny Boyle, 1996) o Braveheart (Mel Gibson, 1995), que interpreta al peculiar gangster a cuyas órdenes está Quarry; y la desconocida hasta ahora en nuestro país Jodi Balfour, vista en la serie canadiense Bomb Girls (2012), como la sufrida esposa del protagonista.
Cada capítulo fluye lento, guardando interés en cada detalle. Como en las mejores novelas negras, nadie es del todo bueno, ni siquiera cuando se tocan temas raciales y alguno es víctima de los tiempos adversos; la naturaleza humana, el instinto de supervivencia, aflora en ocasiones en el peor de los sentidos aprovechándose incluso de la gente de tu raza. Tampoco es una serie fácil de digerir, ni pretende ser un entretenimiento más, sino algo que realmente incomode y toque la conciencia. Un acierto de la cadena Cinemax, filial de HBO, el apostar por un formato arriesgado que logra mantener el interés durante todos los capítulos, dirigidos por un experto en series como es Graig Yaitanes, sus trabajos en Banshee, House, Perdidos, Caso abierto o Prision Break lo avalan, logra en Quarry su prestigio.
Con una fotografía de notable factura y rodada con un estilo de las películas del género bélico de los 70sin cortarse a la hora de mostrar la cruda violencia. Ambientada en la ciudad de Memphis, la serie cierra un círculo gracias a dos tensos e impactantes, cada uno a su manera, planos secuencia: uno de amor, en el primer capítulo, y otro de muerte, en el último. La simbiosis entre ambos nos llevan a un final, en cierta medida, sorpresivo y, ante todo, contundente, que bien podría ser la conclusión de una miniserie. Aunque una segunda temporada al mismo nivel no sería una idea nada descabellada.
Gabi Oldman
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