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Críticas de Juan Alegre Arnau
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Críticas 18
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
9
8 de mayo de 2024
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En la historia clásica del Japón Feudal, no hay figuras más romantizadas que Miyamoto Musahi y Sakamoto Ryoma. El primero fue el que elevó el mito de los samuráis a la altura de leyenda. El segundo fue el encargado de hacer desaparecer la casta para siempre.

Una de las gloriosas aventuras de Musashi fue el duelo contra la escuela Yoshioka. Tres duelos contra el clan de tan nobles esgrimistas. Fue más o menos así:

En el primer duelo, Musashi retó al primogénito de la familia, un samurái arrogante que no dudó en hacerle frente. Musashi era un samurái sin señor, un vagabundo cuyo estátus tan solo le reconocía el derecho a portar espadas. El primogénito era noble de nacimiento y con el deber de proteger la reputación de su padre. Musashi le partió el brazo y lo dejó inválido de por vida.

El segundo duelo fue contra su hermano menor, que trató de recuperar el honor de la familia. Musashi lo mató de un golpe a la cabeza, dejando a la familia Yoshioka gravemente humillada.

El señor Yoshioka tenía un sobrino. Él era el único capaz de recuperar el honor. Por desgracia, el chaval tenía trece años y ninguna posibilidad real de vencer. El plan de la escuela fue el siguiente: retar a Musashi en un lugar apartado, matarlo entre todos y decir que lo había hecho el crío.

Musashi se lo olió, llegó al lugar del duelo antes de tiempo y se escondió. Cuando llegaron los de la escuela, salió de su escondite, mató al niño sin ningún remordimiento y huyó a toda velocidad perseguido por varias docenas de samuráis. Evidentemente, salió ileso.
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Juan Alegre Arnau
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8
8 de mayo de 2024
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No han sido pocas las revueltas campesinas llevadas a cabo, no solo en la tierra del sol naciente, sino en todo el mundo. La injusticia y la discriminación no conocen de fronteras, ni idiomas ni barreras culturales. Nace de la misma condición humana.

Sin embargo, casi ninguna ha trascendido en la historia. Muy pocas han triunfado y si lo han hecho ha sido porque concurrían intereses de terceros, de gente poderosa que se aprovechaba del sufrimiento de los débiles para provocar un intento de golpe de estado. La mayoría de ellas son aplastadas en silencio. Los insurrectos y sus familias son ejecutados y sus cabezas terminarán por adornar la casa de los señores feudales, que podrán hacer gala de su diligencia mientras continúan con sus felaciones a los que están por encima.

"El Rebelde", de Oshima Nagisa, cuenta una de esas revoluciones olvidadas, perdidas porque al igual que las demás, fracasaron estrepitosamente. Se trata de la revuelta cristiana de Shimabara, cuando dicha confesión se había ilegalizado en aras de unificar el país tras la expulsión de los extranjeros y el aislamiento del resto del mundo.

Oshima sabe aprovechar toda la riqueza y los matices que este tipo de eventos históricos proporcionan a la hora de contar una historia. Figuras bíblicas aparte (presencia tanto de Critos, Judas y Pedro), interesa el dilema constante del protagonista, que insta a sus seguidores a esperar al momento adecuado mientras los samuráis matan y violan a sus familiares sin descanso. Algunos campesinos toman las armas por su cuenta, otros se rinden, otros siguen a quien consideran el más fuerte.

En los años 60, Harakiri dio el pistoletazo de salida para una nueva vertiente del chambara, una mucho más ácida y revisionista, sobretodo con la figura de la autoridad de los samuráis, símil del autoritarismo imperialista japonés de la SGM y del corrupto gobierno de los 50 y 60 bajo la influencia de Estados Unidos.

Conociendo la acidez de Oshima, quizá pueda sorprender la pureza de su protagonista, pero es compensada con la barbarie a la que se enfrenta: ejecuciones horribles, torturas, masacres y ciertas frases demoledoras como la que reza así: "Campesinos, sabemos que sois seres humanos, pero también sois cristianos". Y pese a que los creyentes cristianos son claramente las víctimas, tampoco ellos están exentos de cierta crítica, en especial en referencia a los misioneros holandeses que, en favor de continuar sus negocios, no dudaron en condenar a los insurrectos de su propia religión.

La película es altamente recomendable, tanto para fans de Oshima como para aquellos amantes del cine samurái de los años sesenta. Los que aguanten hasta el final, se verán recompensados (sigo en el spoiler)
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Juan Alegre Arnau
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8
21 de abril de 2024
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Todos los amantes del cine asiático nos acordamos del épico final de Sanjuro, la gran película del maestro Akira Kurosawa. Cuesta olvidarse del enorme chorro de sangre que brota del cortado cuerpo de Nakadai una vez Mifune desenvaina. Sin embargo, para mí no es ese el momento más importante. Una vez muerto su enemigo, la expresión de Sanjuro es de tristeza. El hombre al que ha matado no es muy distinto a él y sabe que, tarde o temprano, a él le terminará por suceder lo mismo.

100 años después, en el oscuro japón moderno de los años 60, ocurre esta historia. Lo primero que vemos es un hombre golpeando y torturando a una mujer. Luego ella, coaccionada, escribe a duras penas cuatro nombres y sus lugares de residencia. Nada más terminar, es violada y asesinada por el agresor, que toma la lista y desaparece sin dejar rastro.

Requiem por una masacre subvierte varios tropos del género de venganza como solo los japoneses saben hacer (basta con ver Shura, de Toshio Matsumoto). Nuestro protagonista es poco más que un asesino en serie con fetichismo sexual incluido, al que nos vemos obligados a seguir en sus pesquisas porque no nos queda otra. Sabemos que se está vengando porque lo dice la sinopsis, pero no dan más detalles. Es difícil que lleguemos a empatizar por él.

La estructura del guion es soberbia. Con cada asesinato, la carga violenta se va rebajando hasta practicamente ser omitida, mientras nos van proporcionando información sobre nuestro ángel exterminador, su pasado y los motivos para hacer lo que hace. También seguimos a las mujeres a quien persigue, de las cuales ni odiamos ni empatizamos. Sabemos que han hecho algo horrible, pero no el qué.

La forma de Kato y los guionistas para mantener los sentimientos y expectativas del público es perfecta. Para cuando todas las cartas están sobre la mesa, realmente no sabes de qué lado ponerte. No justificas los métodos del protagonista, pero al menos lo entiendes. No habría funcionado igual si hubieran colocado toda la información al inicio.

En el apartado técnico ayuda el B/N para las atmósfras de tensión y casi horror. Hay planos bien logrados y ningún actor destaca para mal. Junko Toda encarna con dignidad el que posiblemente sea uno de los acercamientos más realistas de la figura del asesino serial: no suelen ser carismáticos ni especialmente inteligentes. Tan solo traumatizados y desviados por razones de la vida. Las seis mujeres (cinco víctimas y el interés romántico) clavan sus papeles.

Es ante todo una película de la nueva ola japonesa, cuyas mayores virtudes se apoyan en la maestria de la escritura y en parte del mensaje que la vuelve altamente transgresora. Desde luego es recomendable.
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Juan Alegre Arnau
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8
14 de abril de 2024
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1867. El Shogun devuelve el poder al Emperador. Sin embargo las aguas distan de calmarse. La guerra civil está al caer... y con ella caerá lo viejo: samuráis, daimyos, burócratas y feudos desaparecerán por siempre.

La trama cuenta los últimos tres días de Sakamoto Ryoma, samurái a favor del progreso. Lleva zapatos occidentales, un viejo revólver en el bolsillo y una mata de pelo desaliñado. Huyendo de los que antaño eran hermanos de armas, se esconde en la trastienda de un tendero, en un barrio de mala muerte. Allí permance mientras estudia sus planes de futuro y evita constantemente ser asesinado pese a que tanto el título de la película como la historia ya nos advierte de su destino.

Kuroki no pierde ocasión de desmitificar e incluso ridiculizar la casta samurái y aquel mundillo de espadachines y campesinos que nos ha fascinado durante años. A su cometido ayuda una excelente fotografía en B/N y el uso de cámara en mano y secuencias de seguimiento muy bien planificadas, de modo que tanto la historia como la forma de contarla son partícipes del progreso constante que nos llega a todos.

Ese es el verdadero mensaje de "Ryoma Ansatsu": el fin de una época. A lo largo del metraje vemos criaderos de cerdos (importados desde Occidente), botines de cuero, samuráis bebiendo vino, armas de fuego, pobreza y miseria, escenas de sexo explícito, incesto y travestismo. El pueblo se entrega a nuevas corrientes de cambio y los reaccionarios tratan de imponerse por el camino del acero.

Sorprende el retrato del protagonista, bien lejos de la figura histórica tan romantizada e idealizada que la historia tiene del que fue uno de los defensores tempranos de la democracia y la abolición de las castas. En cambio, nos encontramos un Ryoma huidizo y huraño, más mercenario sin escrúpulos que mediador, más borracho que despierto, más incrédulo que inteligente. Yoshio Harada hace un trabajo impresionante en la caracterización y su arco está construido de tal modo que no es hasta el final que conocemos cuales son sus miedos e inquietudes.

El reparto es apropiado: la figura del enemigo-aliado que resulta ser su amigo de la infancia (y puede que algo más), interpretado por Renji Ishibashi; la prostituta de risa histriónica y mente atrofiada (Kaori Momoi) y su introvertido hermano, un asesino llamado Yuta tan dentro de sí mismo que es difícil saber qué le ronda por la cabeza (un excelente Yusaku Matsuda).

A pesar de algunos problemas en el ritmo y el hecho no está nada claro quien conspira contra quien a menos que se conozca al dedillo la historia del Bakumatsu, se trata de una buena película rodada de forma vanguardista con tonos crepusculares y que sale bien parada hasta cuando ridiculiza a los héroes que hemos visto en tantas otras obras del género.
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8
8 de abril de 2024
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Una noche nevada. Los pescadores del pueblo se dirigen a la taberna a calentarse y pasar un buen rato. Ríen, cuentan chistes y piden más cerveza. Pero hay uno que permanece serio. No ríe con los demás, apenas bebe y tiene tanta cara de pescador como un político de honesto. El nombre por el que le llaman es falso y los fantasmas de su pasado le conocen como Yasha, en honor al diablo que lleva tatuado en la espalda.

Primera película que veo de Yasuo Furuhata, protagonizada por su actor fetiche Takakura Ken, quien todos conocimos por su enorme personaje en la genial película Yakuza, dirigida por Pollack y con guión de los hermanos Schrader.
Acompañan una estupenda Ayumi Ishida como mujer casi florero del viejo gángster; Nobuko Otawa como una posadera venida de la violenta ciudad de Osaka y símbolo viviente de la vida que Yasha ha dejado atrás; y un jovencito Takeshi Kitano en un papel tan secundario como antipático, siendo por desgracia una de las representaciones más fidelignas de un yakuza de muy bajo rango.

La primera mitad es casi una película costumbrista en una aldea de pescadores. De cuando en cuando nos dan información mediante flashbacks donde vemos al protagonista matando por las calles espada en mano, hasta que aparentemente una mujer lo reconduce y lleva por el buen camino. Luego descubrimos la muerte de su hermana por sobredosis, lo que le lleva a matar a su jefe a traición y sin remordimiento alguno.

Cuando se presentan los problemas, Furuhata no recurre a los clichés típicos de este tipo de historias. El enemigo a las puertas no es otro que un traficante de heroína, al que Yasha hace frente a costa de desvelar su identidad y ser despreciado por todos. Comienza una relación con la posadera, pues le recuerda a tiempos que ni él mismo es capaz de olvidar.

La fotografía y el uso de planos con tonos cálidos en contraste con las tormentas heladas ayuda a la ambientación, pareciendo por momentos una película de Yoji Yamada, mientras que una vez en la ciudad recuerda más a Gosha o a Fukasaku (salvando las distancias). Las escenas de acción, aunque breves, están muy bien llevadas y cumplen con lo que se proponen. He oído quejas sobre la banda sonora y personalmente no estoy de acuerdo.

Nos queda una cinta de yakuzas crepuscular, en la que escapar del pasado en el plano físico no te garantiza el perdón de los demonios internos.
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Juan Alegre Arnau
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