Se trata de una serie muy retorcida que contiene una variedad de tópicos de los que es difícil opinar si no se quiere salir de lo políticamente correcto. Por las dudas: no apta para mojigatos.
Es que, por momentos, parecería que nos están ofreciendo un autoexamen para que juzguemos nuestro grado de aceptación o discriminación de aquellos que nos resultan diferentes.
Tenemos un personaje central, abrumado por su desgraciada vida, vinculado con una acosadora de mayor edad y notoriamente obesa que desde el principio se sospecha que no le sube correctamente el agua al tanque.
Y, además de eso, en el paquete se incluyen violaciones entre hombres, drogas de todo tipo, novia transgénero, actos bisexuales y hasta una referencia a los abusos sexuales de los curas.
También encontramos policías indolentes y una muy bonita exnovia afro.
Hay que reconocer que todo va sucediendo sin que haya una sola escena demasiado explícita o desagradable. En estos tiempos es encomiable.
Todas las actuaciones me resultaron convincentes, y esa fue una de las razones por la que miré la serie hasta el final, a pesar de que la temática no se encuentra dentro de mis preferencias.
Un detalle: muy ingeniosa la escena de cierre.
Por otra parte, si realmente se basa en un hecho real, debemos pensar que el protagonista tiene derecho a vivir permanentemente en un diván de psicoanalista.

Un tema que podría haber dado lugar a una buena historia se queda en absurda historieta dramática.
Comienza bastante bien, pero desde la escena en que un padre de clase alta decide internar a su hija sanísima en un loquero-cárcel paupérrimo ya se ve que la cosa viene poco seria.
Luego procede un largo rato de crueldades propias de películas de clase B: terapias que degradan, enferman y hasta invalidan cuerpos, más médicos y enfermeras que parecen disfrutar de tales crueldades asegurando que lo hacen en nombre de la ciencia.
Sabemos que en la época en que se desarrolla la acción las prácticas médicas para enfermos psíquicos eran burdas, y solían devenir en crueldades, pero aquí la cuestión se exagera sin límites: la crueldad por la crueldad misma.
Como si todo esto fuera poco, las pobres presuntas locas disfrutan de una fiesta anual en la que participan caballeros de alto nivel con los que pueden bailar y charlar. ¿Quién está más loco: las internas o los visitantes?
Rescato algo: la escenificación de época es perfecta.

Un entretenimiento muy divertido, con cuestionamientos irónicos ─o directos, según el caso─ a diversas polémicas de actualidad vinculadas con la imposición de las diversidades, el denominado lenguaje inclusivo y la reciente moda de vandalizar el arte.
La historia funciona muy bien más allá de su guión, pues todo depende, fundamentalmente, de la excelente interpretación del gran actor que es Oscar Martínez, al que solo se le puede reprochar la pronunciación por momentos imprecisa de la rama española del idioma castellano; pues, aunque las expresiones sean de Madrid, siempre subyace el acento de Buenos Aires (se nota sobre todo en el intento un tanto fallido de reemplazar la "sh" porteña por la "i" madrileña en palabras como "lluvia, llamame, etc.").
Muy recomendable

Comienza con un cierto atractivo basado en la reaparición de una suerte de hijo pródigo de una familia judía ortodoxa.
Resulta muy interesante conocer sus costumbres y el medio en que se mueven.
Luego van apareciendo problemas familiares que van dibujando un clima de culebrón entre negocios, amores y desamores.
Y así sigue: negocios, flirteos, discusiones entre hermanos, vínculos con mafiosos estereotipados (trata de diamantes, drogas, lavado de dinero), una fiscal que anda investigando por acá y por allá y... nada más, para mi gusto, bastante poco.
Lo narrado ocurre hasta comienzos del quinto capítulo, momento en que dejé de mirar porque me aburrí. Tal vez después haya mejorado.

Resulta curioso: el señor Ripley es un impostor al que parece no importarle nadie más que él mismo, careciendo por completo de simpatía y empatía... Sin embargo, a medida que avanza la historia, uno termina deseando que no lo atrapen.
Aunque la trama ya sea conocida de antemano, tanto por provenir de una novela emblemática como por las películas que la preceden, el espectador se encuentra constantemente frente a situaciones sorprendentes y sumamente cautivadoras que lo mantienen absorto a lo largo de los ocho capítulos. Y, si bien por momentos decae un poco la atención, estos parecen no ser demasiados.
La mayoría de los acontecimientos resultan bastante creíbles, con una excepción demasiado evidente que debería ser eliminada o corregida (ver spoiler).
La fotografía en blanco y negro es impecable; y aún cuando la cámara se detiene morosamente en ocasiones en esculturas, lugares y edificios que quizás no estén directamente relacionados con la trama, sino más bien con el arte fotográfico (o cinematográfico, si se prefiere) logra mantener el interés del espectador.
Además, se incluyen vistas aéreas de calles, playas, acantilados y otros lugares que, paradójicamente, se ven realzados por la ausencia de colores.
La ambientación en los años 60 está muy bien conseguida, y en gran medida esto se debe a la mencionada fotografía en blanco y negro.
Es importante prestar atención a pequeños detalles ingeniosos (como el del gato y el ascensor, por ejemplo) y al humor sutil brindado por ciertos personajes (como algunos encargados de los hoteles) que son sublimes y dignos de ser disfrutados.
Me pareció una serie con un guión atractivo (ver spoiler) y muy bien elaborada. Digna de ser vista.