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España España · Moaña
Críticas de Bermu
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Críticas 107
Críticas ordenadas por utilidad
10
3 de junio de 2020
11 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cuando la guerra estaba a punto de finalizar en Europa, los italianos comenzaron a sacar el orgullo propio que llevaban acumulando durante muchos años. Algunos directores y guionistas pensaron que las cosas se podían cambiar por medio del cine, que tenían entre manos una arma muy poderosa... y no se equivocaban.

Hasta ese momento, el cine había sido utilizado por la propaganda fascista para mostrarnos una Italia feliz, romántica, tierna, siempre con finales felices... nada más alejado de la realidad. Rossellini fue el primero que se atrevió a contar la realidad, la auténtica, la que vivían los italianos en aquella época. Esa realidad de miseria, de pobreza, de dolor, pero también la realidad del orgullo de un país que no se había rendido, de la resistencia de su gente y de los caídos en la guerra.

En ese momento nace el neorrealismo italiano; la primera piedra de esa nueva generación de cineastas la puso Rossellini con Roma, Ciudad Abierta. Una película dura, muy dura, donde se muestra la lucha de un pueblo contra su opresor, con todas las consecuencias, hasta el final, sea cual sea. Rossellini no se guarda nada en el tintero. Prima los sentimientos sobre las imágenes, quiere mostrar realmente los que la gente sentía y sufría en ese momento de la contienda con unos personajes reales, cotidianos, que intentaban sobrevivir de cualquier manera.

Rossellini quería mostrar un país unido, la gente luchando codo con codo, madres viudas con sus hijos intentando darles de comer, muchachos intentando ser héroes como los adultos, incluso el clero, tan criticado muchas veces por mirar hacia otro lado frente al nazismo, en esta ocasión, el director lo muestra también en la lucha, ayudando a la resistencia hasta el final, como un deber patriótico por un bien común.

Muchos años después, la película sigue conmoviendo por esa crudeza que muestra, por ese realismo que pocas películas han mostrado a lo largo de la historia, sin duda alguna una obra maestra que perdurará siempre. El comienzo de una nueva época mostrado desde el sufrimiento y el dolor.
Bermu
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8
2 de julio de 2020
10 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Jean Pierre Melville es uno de los directores más infravalorados del mundo. La mayoría de sus películas son soberbias, ese cine negro francés clásico que nada tiene que envidiar al americano del que Melville es el máximo exponente. Supo retratar como nadie esos gánsters de poca monta, ese inframundo parisino de los bajos fondos donde se mezclan canallas de todo tipo, aunque siempre con ese aura de amistad y lealtad que le daba a sus personajes el genio francés. Un claro ejemplo de ello es Bob el jugador (1956).

En esta ocasión, Melville nos retrata la vida de Bob, un viejo jugador al que todos respetan y admiran porque tiene los valores y principios de la vieja escuela. Se pasa todas las noches jugando a las cartas, a los dados o a cualquier juego que le haga ganar dinero. Esas primeras escenas de la película cuando ya amaneciendo se va a la cama mientras el resto de la ciudad se despierta son sublimes.

Una mala racha hace que Bob tome la decisión de robar un casino junto con su pandilla de siempre, aunque esa decisión acarreará graves consecuencias. Realmente, creo que a Melville tampoco le interesaba mucho el final, ni siquiera los preparativos para el golpe, sino simplemente sumergir al espectador en el entorno de Bob, en ese submundo de delincuentes comunes, de gente que se intenta ganar la vida en una postguerra que fue muy dura en Francia. En realidad nos genera simpatía el mundo de la noche, lo aceptamos como lo acepta Bob, es parte de su vida, no conoce otra cosa.

Película muy recomendable si os gusta el género de gánsters y cine negro, pero en general toda la filmografía de Melville, si no lo conocéis tenéis trabajo por delante para descubrir verdaderas joyas.
Bermu
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9
11 de junio de 2020
10 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Si soy totalmente sincero, nunca había escuchado hablar de esta película ni tampoco de su director Dimitri Kirsanoff. Solamente cuando leí que era la película preferida de Pauline Kael, la crítica de cine más influyente de la segunda mitad del siglo XX, me dispuse a verla.

En poco menos de cuarenta minutos, Kirsanoff deja al espectador con un poso difícilmente superable. El comienzo de la película es sobrecogedor, el asesinato de los padres de las protagonistas es sublime. Una ventana, una cortina rasgada, una carrera desesperada y un hacha al cielo bastan para meternos el miedo en el cuerpo.

Entre tanto, unas niñas juegan felizmente en el campo, sin preocupaciones, con sus deseos e ilusiones intactos todavía, un claro ejemplo del impresionismo de la época en Francia.

El triste suceso hace que las huérfanas tengan que cambiar su feliz vida por un desgarrador drama en la truculenta y decadente París, fiel retratada por Kirsanoff con escenas continuas de coches, de ruedas, de tráfico, de piernas que van y vienen. Una urbe con piel de cordero pero que esconde a un lobo feroz que engulle todo lo que se pone a su paso, incluida dos pequeñas huérfanas.

Comienza entonces la parte cruel y realista de la película, lo que muchos expertos señalan como el preludio del neorrealismo en el cine, que quedará marcado para siempre tras la Segunda Guerra Mundial, sobre todo en Europa.

La película tiene la singularidad de no tener intertítulos explicativos, Kirsanoff simplemente nos traslada mediante las imágenes a una realidad dura y cruel, sin contemplaciones, donde los sueños no se cumplen y la vida transcurre con sus miserias y sus desgracias.

El amor no es lo que parece a simple vista, la triste realidad de la maternidad no deseada, los deseos de suicidio permanentes, la única salida de la prostitución... sin duda alguna una película dura y realista, pero de obligada visión para cualquier cinéfilo que se preste.
Bermu
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10
16 de mayo de 2020
10 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
A veces cuando empiezas una crítica, en tu cabeza te haces un resumen de la película, piensas en un suspense, en un thriller, una película dramática...yo creo que con esta película no hay duda ninguna, respira auténtico cine negro por los cuatro costados, hasta se puede oler si me apuráis. Ese olor a los bajos fondos, a gánsters, a mujeres cautivadoras...ese olor a las películas de Humphrey Bogart.

Es innegable que cuando una piensa en cine negro no le venga a la cabeza Bogart, en mi caso me pasó cuando vi el personaje de Tony, interpretado por Jean Servais. Un tipo duro, sin miedo, sin escrúpulos aunque con honor, noble, con principios morales sólidos hasta la médula. Como buen clásico, donde hay un hombre así, siempre hay una femme fatale, en este caso interpretada por Marie Sabouret, aunque en esta película casi es un personaje secundario, aunque vital para entender el personaje principal.

La película te engancha de principio a fin, desde el planeamiento del robo hasta su desenlace. La secuencia del robo, en un silencio casi sepulcral, me parece de lo mejor que se ha rodado en la historia del cine, sencillamente sublime. Te sobrecoge de tal manera que hasta sudas sentado en el sofá de la tensión que te produce.

Al final, cuando todo se tuerce, vuelve a aparecer ese tipo duro del principio de la película, ese hombre sin escrúpulos, sin sentimientos, que es capaz de hacer todo lo que se propone por venganza. Al más puro estilo Bogart.
Bermu
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10
11 de junio de 2020
9 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Uno de los mayores problemas que tienen las series de hoy en día es que siempre se las comparan con otras similares y la mayoría de las veces salen perdiendo. Ese es el caso de Boardwalk Empire. Cuando HBO creó esta serie, luego del brutal éxito de Los Soprano (1999-2007), además sobre el mismo tema, el mundo de la mafia, pues tenía todas las de perder, y creo que es lo que la ha mermado sobre todo de cara a la crítica.

Estoy seguro que si no llega a ser por alargada sombra de Los Soprano, esta serie sería aclamada como la mejor serie de gánsters de la historia, y en general una de las mejores series de todos los tiempos. A mí me lo parece sin ningún lugar a dudas.

La serie nos cuenta la vida del gran Nucky Thompson, surgido de la nada, de una humilde familia, casi sin nada que llevarse a la boca, y llegó a ser el jefe de facto de la ciudad de Atlantic City. Visualmente la serie es perfecta, la fotografía es prodigiosa, todos los decorados de época son espectaculares (principios del siglo XX), el vestuario está cuidado hasta el más mínimo detalle. Realmente la serie te hace viajar en el tiempo hasta los felices años 20.

Para mí lo mejor de la serie es, a parte de lo mencionado, la cronología minuciosa de los hechos que acaecieron en EEUU a lo largo de toda la década de 1920. Las fechas están cuidadas milimétricamente para que encajen en el guión de la trama. Los innumerables personajes que existieron en la vida real hacen que la serie se vuelva más veraz y auténtica. Nos hace identificarnos y comprender mejor a personajes de la talla de Al Capone, Lucky Luciano, Arnold Rothstein o Meyer Lansky, personajes que marcaron un antes y un después en la historia de la mafia en EEUU.

Pero todo ello, todo lo que acabo de contar no tendría sentido sin el trabajo brutal del gran Steve Buscemi. Renocozco que tenía mis dudas, seguramente influenciado por el estereotipo de gánster que vemos en las películas, grande, rudo, con cara de mafioso italiano, amenazando y matando a todo el que se cruce en su camino, y lógicamente Steve Buscemi no encajaba en ese perfil.

Pero para mí sorpresa, ese menudo y aparentemente frágil personaje, que parece que no le ganaría a nadie en una pelea y ni mucho menos llegar a liderar una extensa red de licor en la época de la prohibición, ya ha entrado a formar parte de los grandes iconos de la pantalla. Hemos aprendido que no solo se llega a la cima matando gente, sino siendo listo y astuto para los negocios, siendo respetado por tus enemigos, y cuando a veces se rebelan contra ti, entonces ahí si, ahí es necesario sacar la pistola y empezar a ajustar cuentas... y eso lo sabía hacer muy bien Nucky Thompson.
Bermu
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