así, enfoca al pusilánime marido de la hija mirando distraídamente el cuerpo de la hermana pequeña mientras esta toma el sol, o nos obsequia con un par de conversaciones breves pero reveladoras sobre lo que hubiera sido el futuro de esta familia típica y sus diferencias insalvables: una entre ambas hermanas; la otra entre padre, hijo y yerno sobre armas y política; para después unirlos a todos en una plegaria que les mantenga unidos. Pero claro, aquellas colinas tienen ojos. Los ojos de una familia mutada por la radiación y caníbal de necesidad, que irán cobrándose sus piezas de la forma brutal y terriblemente directa a la que ya nos acostumbró Aja con su magistral Alta Tensión. La metáfora social, y probablemente también terrorista, se hace evidente: esos monstruos son producto del desprecio y la indiferencia de la gente 'normal' para con las clases sociales menos afortunadas, aquellos a los que ahora mutilan y devoran son las mismas ''víctimas inocentes'' que votan a los líderes que arrasaron los nucleos de población de aquellos pobres mineros con bombas nucleares, provocando mutaciones y el consiguiente desarraigo social sin darles oportunidad de elegir. Cuando vemos su poblado, este está habitado por los maniquíes que fueron utilizados para tan brutales experimentos: gente artificial pero sumisa, montados en columpios, desayunando en familia, siempre con sus sonrisas de plástico... acaso lo que pretendiera cualquier gobierno. Por eso, Aja rompe con la tradición y derriba los símbolos arraigados en la más patriótica cultura americana: el republicano dominador y seguro de sí mismo es el primero en morir, impotente y de manera bestial. Así se resquebraja de un plumazo la columna vertebral de la familia, cuyos miembros caen como moscas, sin ser antes escuchados o tener al menos una oportunidad... los verdugos reciben su propia medicina. Pero esto es algo que se irá repitiendo a lo largo de la cinta, cambiando las tornas a su antojo: el anti-héroe pusilánime se convierte en el verdadero héroe americano, salvando a su bebé y acabando con ¿toda? la familia de monstruos mutantes. Bañado en sangre y después de una salvaje cacería, aparece con su niña y su perro, como el nuevo símbolo que Aja quiere levantar... para después volver a derribar. Aunque esto sólo se nos insinúa, jamás se nos muestra. Acaso porque todo es un ciclo de destrucción mutua que no lleva a ninguna parte, y mientras nosotros buscamos los culpables ellos se matan entre sí. Acaso porque son las colinas las que tienen ojos, pero no así las clases burguesas (es decir, todos nosotros), que acabamos mirando la última escena a través de los que nos prestan las propias colinas, sangrientas y brutales.

De esta forma, la sexualidad, tan importante en esta película, no se nos muestra libre, desbocada, ni creíble. Poque la sexualidad femenina es completamente distinta a la masculina, y lo verdaderamente interesante, salvaje, impactante y cautivador de esta trama hubiera sido contraponer la etérea presencia de esas bellas criaturas con la inmediatez de unos chicos granujientos, ardiendo en ansias por follárselas o hacerse una paja mientras las espían por la ventana. Eso sí sería prometedor. Pero eso no lo puede filmar la Coppola. Y como eso no lo puede hacer, lo mejor hubiera sido optar por otro tipo de película, porque esta, después de todo, no queda más que como el diario secreto de cualquier niña adolescente, asqueada por una vida contradictoria y privada de libertades. Si quería rodar una película onírica, nunca debió tratarla como si estuviera basada en hechos reales; y si lo que quería era mostrar la crudeza de la realidad de las adolescentes americanas de padres extremadamente religiosos, cometió el error de plantearla como el sueño de una promesa de amor eterno y puro, como un canto a lo femenino. El suicidio es casi lúdico, no se nos dan tantas pistas durante el metraje como para intuír la necesidad del suicidio colectivo, a pesar de que estos se punteen desde el principio como único y fatal desenlace de la cinta. Por eso, creo que no pasa de ser una correcta película que promete mucho más de lo que finalmente ofrece, con un buen comienzo y un desarrollo lánguido, demasiado ocupado en mostrar una idea que pienso que no es la correcta por su tratamiento, y sobre todo (como decía) por su planteamiento inicial. Lo mejor, sin duda, es la cara de James Woods, que uno casi desea que, llegado un punto del metraje, introduzca una mano en su abdomen vaginado y saque una pistola con la que ahorrarle el suicidio a sus torpes y (¿vírgenes? venga ya...) criaturitas. Así, al menos, podríamos empezar a hablar de cosas más interesantes...