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España España · Madrid
Críticas de Juanma
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Críticas 111
Críticas ordenadas por utilidad
2
18 de febrero de 2014
5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Van a tener razón aquellos que afirman que es mucho más difícil hacer reír que hacer llorar. Y si no, que se lo digan a Roberto Santiago, director y guionista de esta Sólo para dos, comedia que bebe sin disimulo de referentes clásicos para contarnos lo que muchas otras muestras del género ya nos contaron: el típico enredo de amores y desamores, de fidelidades e infidelidades, de equívocos y aciertos que se establece entre un grupo reducido de personajes. Sí, sí, eso que lleva décadas siendo motor y razón de ser de buena parte de la producción cinematográfica adscrita al género que más instantáneas adhesiones establece con el gran público. Un género que, dado el número de muestras verdaderamente remarcables e inolvidables que podemos mencionar de las llegadas en los últimos tiempos, las tan imprescindibles obras maestras de la comedia, no pasa por su mejor momento. El Cine Español posee una larga tradición en esto de abordar los conflictos sentimentales de unas determinadas parejas desde una óptica ligeramente desenfadada, sin embargo, hace tiempo que la comedia nacional no se adentra en tales derroteros precisamente por la saturación y desgaste evidente que padeció la fórmula a lo largo de la década de los noventa.

Por esta razón, Sólo para dos emerge como un oasis en el desierto, tratando de aportar un punto de frescura al secarral en el que habita la comedia de enredo nacional. Sin embargo, pese al puntual gozo que pueda suponer el recuperar para la gran pantalla un patrón que creíamos asfixiado por culpa de la reiteración y la casi nula capacidad para dotarlo de elementos mínimamente originales que manifestaron algunos de sus artífices tiempo atrás, la existencia de un producto como este en la cartelera deviene bastante innecesaria. En primer lugar, porque Santiago, en su doble labor de guionista y director, se muestra torpemente capacitado para desmarcar su película del grueso de producciones que degradaron al género hasta convertirlo en un chabacano vodevil exagerada e irrisoriamente erotizado, cumpliendo a rajatabla con las normas establecidas para este tipo de tramas tanto en el acartonado y esquemático dibujo de los personajes, como en la descripción y trenzado de las situaciones. Dada esta fidelidad hacia el modelo, Santiago anula en su película toda posibilidad de sorpresa, facilitando con ello que la puesta en pie de los equívocos que hacen avanzar la película y sus posterior desarrollo desluzcan por su alta previsibilidad.

Pero el problema no está en que Sólo para dos se ajuste tan impersonalmente a los cánones conocidos, pues a estas alturas resulta casi imposible encontrar un producto de género que no sea ampliamente reconocible en virtud de sus referentes. El gran hándicap de la película estriba en que ni aún jugando con elementos de contrastada efectividad tanto en el apartado narrativo como también en la construcción de una competente puesta en escena, de inconfundible aire clásico aunque sin lograr evitar cierto deje televisivo, de sitcom con posibles, Roberto Santiago da en la diana de lo que ha de ser una comedia, en cualquiera de sus variantes: la risa. Sólo uno de los gags, si me apuran dos, pero no más, consigue su propósito. El resto se suceden por la pantalla altamente desangelados, aportando un puntito de ligereza a toda la función, lo que evita el tedio, pero sin lograr aportarle un mínimo de interés a una película que, en definitiva, se halla falta de verdadero punch, de auténtica chispa, de una más que necesaria garra corrosiva para impactar como debiera. Situaciones y chistes mal escritos o directamente alargados, lo que conlleva su correspondiente pérdida de efecto, por no hablar de algunos literalmente desfasados (el relativo a los tríos parece rescatado de una cinta de Mariano Ozores) y escenas mal estructuradas, con altibajos en el tempo del todo inadmisibles en una comedia, podrían ser las principales causas del desastre.

Del que, mal que nos pese, tampoco se libran unos intérpretes que no aciertan con el tono, ni en su propio trabajo con el texto ni con el de sus compañeros de reparto. Martina Gusmán tira de mohínes y tics varios para hacer gracia con su personaje de mujer en perpetua crisis sentimental, mientras su compatriota Nicolás Cabré opta por hacerlo todo 'a lo grande', recurriendo a aspavientos varios que pueden colar según el momento y más por su indiscutible encanto personal, el cual tampoco le ayuda a soliviantar la nula química que posee con Gusmán. La parte española del reparto tampoco sale bien parada, siendo una discreta Dafne Fernández la que menos vilipendio merece: Antonio Garrido y Santi Millán formarían un competente dúo cómico si no fuera porque ambos reinciden en la archiconocida y arquetípica representación de sus más conocidos registros y tipos. El desequilibrio interpretativo habrá que achacárselo, en última instancia, a un Santiago que aquí ha defraudado las expectativas que en el pasado hubiéramos podido tener sobre él como uno de los más funcionales y edificantes artesanos de la comedia española, en virtud del oficio del que Sólo para dos carece.

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Juanma
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7
10 de abril de 2013
5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
"¿Quieres que se haga justicia o demostrar que tienes razón?". Para cuando uno de los personajes secundarios de Tesis sobre un homicidio, de Hernán Goldfrid, le hace esta pregunta al protagonista, es ya bastante tarde para que uno, en primera persona, sea capaz de responder, mentalmente, a semejante cuestión de manera objetiva. Lo mismo le ocurre al personaje interpretado por Ricardo Darín, que en esas, decide responder con el silencio y una mirada incómoda, que delata el orgullo, el amor propio completamente atacado, herido. A nosotros, ahí, nos duele también el orgullo. Tal es la identificación que sentimos con ese abogado retirado, ahora prestigioso profesor de Derecho Penal, que obsesionado con un crimen ocurrido en la universidad, decide investigar por su cuenta, convencido que el asesino es uno de sus propios alumnos y que su motivación no es otra que ponerle a prueba. Tesis sobre un homicidio acierta de pleno al optar por contarnos la historia desde el sujestivo y muy subjetivo punto de vista de un personaje que, admitámoslo desde el principio, de no estar interpretado por quien lo está, no alcanzaría tremendo efecto en el espectador. Darín, sobrio, impecable, ínfinítamente matizado, proverbialmente expresivo, es el alma, el motor y la estructura base de Tesis sobre un homicidio. Sin la magistral capacidad de la estrella argentina para, tras los primeros minutos de metraje, haber desaparecido por completo dentro de su hermético personaje sin dejar en ningún momento de traspasar la pantalla, conectar con el espectador y que éste empatice hasta el paroxismo con su rol, toda la trama de la película parecería ridícula por su obviedad. Y no queremos decir con esto que estemos ante una película obvia, aunque hay que reconocer que su giro final no es nada espectacular, al modo habitual de otras cintas del mismo género venidas desde USA, algo que también, este humilde servidor agradece, por su manifiesta honestidad.
Así, nos inmiscuimos en Tesis sobre un homicidio llevados de la mano de un inconmensurable Darín y lo primero que nos llama la atención es una puesta en escena que rebosa sentido, lógica y no poca clase. A excepción de algún inserto algo videoclipero, donde literalmente nos metemos en la mente del protagonista, toda la película está planteada en lo formal de manera sobria, con algunas soluciones de cámara funcionales, sí, pero muy efectivas, y otras verdaderamente geniales (se me viene a la cabeza, la prodigiosa panorámica horizontal que establece un sugestivo juego con Darín, entrando y saliendo continuamente de campo mientras registra al completo toda su casa). Sobre esto, destaca la creación de un clima claramente oscuro, a pesar de la luminosidad de una fotografía convenientemente gélida, que enmarca toda la trama dentro de los márgenes del thriller psicológico, alejándolo del más que manido y facilón judicial o policíaco, dejándonos bien claro que cada detalle, cada nuevo descubrimiento, cada prueba incriminatoria hacia ese alumno aventajado al que da vida un correcto y verborreico Alberto Ammann (¿lo de su confusión de acentos es una marca dada por el director?), todo en la película, ocurre según el punto de vista de su protagonista, todo surge de su imaginación, de lo que él quiere ver o mirar o, en otras palabras, de lo que el director y su guionista quieren que veamos o miremos. Sólo dejándonos llevar por esta premisa, engatusados por Darín, causará Tesis sobre un homicidio el efecto deseado.

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SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Juanma
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7
22 de abril de 2009
10 de 16 usuarios han encontrado esta crítica útil
No va a ser la primera ni la última vez que se decida desentrañar las miserias de varios miembros de una familia y, menos aún, si esas miserias pueden ofrecerse ante el espectador en forma de espejos que proyecten sobre él la idea de que no hay edades ni momentos específicos para cada trauma, sino que éstos nos visitan cuando nuestra alma más lo necesita.
El director Carles Torras disecciona en su película "Trash" sentimientos como el miedo a la soledad, el abandono, el amor (roto, correspondido o no, encontrado) a traves de las vivencias en pocas horas (días) de tres miembros de una familia esencialmente femenina. A través de ellas, el director se pasea de manera impune por las necesidades del alma (no sólo femenina, sino humana), hincando el dedo en la llaga de esas heridas con no poca valentía y sí con mucha escasez de pudor. Para ello, se sirve de un efectivo realismo que incide a menudo en la truculencia debido a una cámara nerviosa (quizás el único pero del conjunto) y de una atención corrosiva a los rostros de sus actrices, todas ellas espléndidas, desde la que mayor protagonismo soporta, una Judit Uriach que es emoción a flor de piel (otra gran apuesta este año al Goya revelación), hasta la aparente simpleza, que no es más que dulce sencillez de Marta Solaz, pasando por la cercanía, delicadeza y aplastante fuerza que, en pocas secuencias, es capaz de desprender la mirada (y todo lo demás) de una Assumpta Serna gloriosamente recuperada para el cine español (favorita para este servidor al Goya a la mejor actriz secundaria el próximo año).
La parte masculina del reparto convence rotundamente también, aunque han de soportar la lectura más desagradable de la película: la de que los hombres son seres que hieren sin querer siempre y, casi siempre, llevados por la sinrazón de sus bajas pasiones (el personaje lésbico de Núria Prims -fantástica también- parece tener su razón de ser en la película como una especie de sentencia final e irremisible de esta idea).
En definitiva, una película con garra y fuerza, que va desarrollando una emoción soterrada desde el principio, que irá en 'crescendo' a lo largo de todo el metraje para, al final... quedar contenida casi de forma natural, invitando al espectador a una reflexión del todo gratificante sobre la condición humana y, más importante aún, la razón de ser de nuestras relaciones más íntimas.
Juanma
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3
9 de abril de 2014
9 de 14 usuarios han encontrado esta crítica útil
Mujer joven, madre preferiblemente y un tanto asustadiza también, se queda sola en una enorme casa habitada por sonidos fantasmales. Seguro que les suena. A tan típico esquema vuelve a hacer referencia Purgatorio, el debut en el largometraje del antes director de segunda unidad Pau Teixidor. La referencia a los grandes hitos del género se enriquece además con la inclusión en su argumento de un segundo personaje, un niño casi adolescente que servirá al director de elemento catalizador de la odisea pesadillesca a la que nuestra traumatizada heroína deberá verse abocada. La fórmula es bien conocida. Y a Teixidor se le nota a lo largo del visionado de su ópera prima que conoce a la perfección los mecanismos del género y que sabe y tiene la capacidad para manejarlos en beneficio de la muy buscada y necesitada intriga que ha de poblar cualquier producto que se precie de pertenecer al mismo. Y, de hecho, Purgatorio aguanta muy bien (incluso hasta en las comparaciones) a lo largo de sus primeros compases, cuando Teixidor hace gala de poseer un cuidado sentido de la planificación, optando por dar a una criatura de tan bajo presupuesto un empaque técnico de exquisita factura y sacando un partido excelente a la limitada localización, un edificio de viviendas prácticamente vacío en el extrarradio de una gran ciudad.

A lo largo de esos primeros minutos, Purgatorio despliega de forma eficaz su entramado de misterio, generando desde su estética de Instagram o de anuncio de IKEA que se desprende de sus imágenes un suspense ciertamente austero, que posee valor precisamente por no resultar impostado. Sin embargo, Teixidor tarda poco en tirar por la borda los buenos augurios conseguidos en su planteamiento, precisamente con la entrada en escena del segundo personaje importante y el desperdicio al que pronto se ve sometida la oscuridad y malicia que se palpa en dicho personaje. En él se haya la clave para apreciar lo que podría haber sido Purgatorio, si sus artífices hubieran poseído verdadero instinto creador, porque las alusiones sexuales que se dejan entrever en contados momentos, unidas a la extraña condición de infante retorcido que se vislumbra tras los primeros diálogos que el niño entabla con la protagonista dan una idea bastante acertada de las posibilidades enfermizas del argumento, que más pronto que tarde deriva hacia el melodrama redentor.

La prueba del escaso efectismo que al final obtiene Purgatorio para con sus intereses la hayamos en la vana inclusión de un elemento, suponemos clave, para la creación del misterio. En Al final de la escalera (The Changeling) (1980), de Peter Medak, el sonido de una simple pelota rodando escaleras abajo lograba estremecer como nunca antes otro elemento narrativo lo había hecho en el cine. El mérito estaba en que, a pesar de haber narrado toda la película de un modo academicista, Medak también había sabido disponer las pistas previas de manera efectiva hasta llegar a tremenda escena cumbre de su cinta. En Purgatorio, podemos encontrar un conato de aquella maestría en el uso simbólico que se la da al sonido de un trompo al dar vueltas sobre sí mismo en un momento también cumbre de la película. Pero los resultados distan mucho de los obtenidos en Al final de la escalera. Porque Purgatorio, a lo largo de todo su recorrido previo, no ha sabido o no ha querido abogar abiertamente por dar miedo, por resultar realmente hiriente y prefiere contar en tono un tanto alegórico el calvario sanador que efectuará esa madre para superar la muerte de su hijo. Y ahí radica el gran problema de la película. El que se haya optado por el thriller psicológico para abordar una historia que evidencia pronto unos pesarosos tintes tan melodramáticos, lo que lleva al guión a manejar situaciones de manual (el sonido del trompo), a la vez que una serie de trampas y trucos de guión, para acercar la historia a los parámetros de un género que, por dicha vía, le es hostil.

Para terminar de hilar el rizo de los desaciertos, los pretendidos desvíos a lo sobrenatural no se ensamblan con naturalidad en una narración que hasta ese momento había podido presumir de resultar realmente orgánica y la proliferación de un efectismo técnico meramente decorativo (algunos usos con la cámara, la omnipresencia de una banda sonora repleta de golpes de efecto, la ya manida oscuridad como hábitat del mal), termina por acercar el misterio y el terror que tanto busca Purgatorio a una previsible acumulación de tópicos. La raíz de los defectos parte de un guión que se descubre a la postre realmente plano, que busca rellenar sus carencias con fuegos de artificio y sobre el que el novel director trata de imponer un estilo de reconocida influencia en el thriller comercial, demostrando oficio y temple, sí, pero al final, ni el suspense pedía a gritos tanta impostura narrativa, ni el drama interno del personaje principal se merecía tremendo calvario nocturno. Un personaje al que, eso sí, interpreta sólidamente Oona Chaplin, que cumple con convicción priorizando el componente dramático de su personaje, de intenso e indescriptible dolor, sin dejarse llevar ni caer en la comodidad que siempre suponen los tics tantas veces transitados por otras actrices en papeles del mismo corte, desplegando en su interpretación una elegancia minuciosa digna de mejores causas.

http://actoressinverguenza.wordpress.com
Juanma
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6
22 de abril de 2009
9 de 14 usuarios han encontrado esta crítica útil
Daniela Fejerman no es ninguna recién llegada a esto de la comedia. Ya había demostrado sus dotes para "parir" buenos diálogos en sus anteriores trabajos junto a Inés París. Con "7 minutos" debuta en solitario ajustándose a las normas marcadas por ese tipo de subgénero que es la llamada "comedia madrileña", caracterizado por explorar los tejemanejes sentimentales de treintañeros (no siempre) confusos, desorientados, un tanto excéntricos a veces, con buenas o estimables posiciones sociales/económicas, lidiando siempre en el caos que suele reinar en las grandes urbes.
Bebiendo de lo que fue la primera etapa cinematográfica de Gómez Pereira y Martínez Lázaro (durante el visionado de "7 minutos" a uno se le vienen a la mente "Boca a boca", "Los peores años de nuestra vida", e incluso se homenajea directamente "Amo tu cama rica"), Fejerman mantiene el tipo anudando con tino las historias cruzadas de sus criaturas. La película no desfallece en ritmo, pero la intensidad cómica brilla por su ausencia: ni los diálogos vuelan a la altura incisiva que deberían para arrancar carcajadas, ni las situaciones poseen suficiente garra y originalidad como para hacer que el respetable se descacharre en su butaca.
Sí logra, por el contrario, tocar la fibra sentimental (sin caer en el sentimentalismo gratuito y facilón) gracias al apego emocional que el guión posee a esas dudas, miedos y excentricidades tan afines al ciudadano medio.
Como siempre, en este tipo de propuestas, el reparto suele ser uno de los principales reclamos y, en este caso, Fejerman apuesta por cómicos de talento contrastado, dentro de los cuales destaca una Toni Acosta sensible, sutil, espléndida (una nominación al Goya Revelación sería muy justa), un Luis Callejo cercano, tierno y emotivo; y una Pilar Castro que se pasea con pies de plomo insuflando verdad a un rol que vive de las apariencias. A pesar de ser una cómica contrastada (ahí está "Sin vergüenza" para confirmalo), Marta Etura no logra brillar a la misma altura que sus compañeros, quizás por protagonizar la historia menos interesante del conjunto.
En definitiva, una agradable comedia sentimental, que tiene más de lo segundo que de lo primero, pero que no decepcina, sino que reconforta.
Juanma
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