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España España · Barcelona
Críticas de alex
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Críticas 408
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
10
23 de noviembre de 2006
31 de 53 usuarios han encontrado esta crítica útil
La Dolce Vita es de las pocas películas que tiene un puesto asegurado en mi disco duro. Porque soy capaz de disfrutarla una y otra vez (pongamos una vez al año) sin cansarme y sin dejar de asombrarme. Esta película es como un río caudaloso, cambiante, y misterioso. Un rio profundo a veces, pero siempre inagotable y lleno de episodios dramáticos, cómicos, surrealistas, banales... Estoy pensando también en el elemento acuático presente en toda la película: desde la estatua de Neptuno ante la que se detiene el coche conducido por Mastroiani por la noche, o la melancólica y poética escena final en una playa.

No sé. Siento una fascinación extraña por todo ese mundo romano de finales de los cincuenta en blanco y negro. Con sus decadentes ruinas, sus maravillosas texturas, sus coches, sus edificios, sus terrazas, su incipiente cosmopolitismo. Y los paparazzis siempre revoloteando alrededor de la ultima estrella de Hollywood recalada en los estudios de Cinecittá (icónica Anita Ekberg). Y en medio de todo ese torbellino tenemos al inolvidable y soberbio Marcello Mastroiani, trasunto del propio Fellini, moviéndose con simpática indolencia a través de una pléyade de situaciones y personajes de todo pelaje y condición. Situaciones de las emana, antes que nada, una suerte de hedonista regocijo –no exento de melancolía, incluso hastío en ocasiones– ante el hecho de tomarse la vida como un inmenso y laberíntico juego. Un juego interminable y circular (solo la muerte puede ponerle fin), lleno de sorpresas, decepciones, tragedias, pasiones, alegrías... Como la propia vida.

Y para acabar me gustaría dejar constancia de un dato absolutamente absurdo e inutil, pero que no deja de ser curioso. Fellini filmó la famosa secuencia de la Fontana de Trevi los días 1, 2, y 3 de abril de 1959, y resulta que ese mismo 1 de abril fue también el día que Franco inauguró el faraónico monumento del Valle de los caídos.
alex
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10
22 de noviembre de 2006
142 de 217 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hace ya algunos años, durante una visita a Londres, también yo tuve la oportunidad de subir las escaleras, para mí míticas, que desembocan, que siguen desembocando, en esa especie de planicie que se encuentra encima de un montículo en medio de Maryon Park. Iba tras la estela de David Hemmings, el actor que interpretando a Thomas, el fotógrafo protagonista de Blow up, subió esos mismos escalones en la primavera de 1966.

Me llamó la atención que la vegetación estuviera tan crecida y silvestre. En cuanto a la blanca valla de madera que, suponía yo, aun flanqueaba el ya no tan verde césped, constaté, no sin decepción, que había desaparecido excepto un diminuto tramo muy deteriorado. Luego me dirigí a la pista de tenis. Me coloqué exactamente en el lugar donde Thomas observa el fantasmagórico partido jugado por la troupe de clowns (incluso puse la mano en la misma zona de la valla de alambre). Y de pronto caí en la cuenta de que el joven y apolíneo Hemmings había muerto, gordo y casi olvidado, en 2003. También me acordé de Michelangelo Antonioni, todavía vivo en ese momento, aunque debía tener unos noventa años y hacía por lo menos veinte que estaba sin habla debido a un derrame cerebral.

Todo eso me hizo reflexionar sobre la fugacidad de esta vida inaprensible y misteriosa. Y pensé que como consuelo nos quedará siempre ese Dios al que no cesamos de reinventar. O Blow Up, interrogándonos hasta el fin de los tiempos sobre la verdadera naturaleza del mundo.
alex
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9
20 de noviembre de 2006
14 de 18 usuarios han encontrado esta crítica útil
En una época en que en España ni siquiera habían empezado todavía a hacerse las prehistoricas peliculas de reprimidos sexuales a lo Landa, tenemos al elegante y aristocrático Rohmer proponiendonos sutiles y civilizados juegos (filmados además en los alrededores de la liberal y hedonista Saint Tropez, un años antes del mítico "verano del amor" hippie de 1966), diríase que más apropiados para la humanidad que habría de venir diez, veinte o hasta treinta años más tarde. La pelicula me ha encantado. Siempre me sucede lo mismo con Rohmer: salgo de sus peliculas con una sensación de levedad en el cuerpo, de sutileza. Es como si después de que otros directores hubiesen acabado de bombardearnos con argumentos más convencionalmente dramáticos, llegara Rohmer dispuesto a destilar para nosotros el zumito restante: algo excelso y casi etereo. Un zumito en el que afloran los sofisticados problemas de un mundo postmoderno presidido por la civilización y el ocio de una juventud que tiene las necesidades básicas cubiertas. Un mundo sin grandes aspavientos, en el que los grandes dramas de la ficción de toda la vida han evolucionado hacia algo más cotidiano y humilde, pero también más sutil. Un mundo de gestos, de miradas, de sonrisas ambiguas. De pasiones civilizadas observadas siempre desde un prisma ligero, inteligente, y atento a los minimos detalles, casi en plan de minimalismo Zen.
alex
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