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Estados Unidos Estados Unidos · Raccoon City
Críticas de Maldito Bastardo
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Críticas 2.181
Críticas ordenadas por utilidad
Justin Bieber: Nunca digas nunca
Concierto
Estados Unidos2011
1,7
1.963
Documental, Intervenciones de: Justin Bieber, Usher, Miley Cyrus, Ludacris ...
1
13 de abril de 2011
135 de 144 usuarios han encontrado esta crítica útil
Esta película, capaz de violar tu cerebro en menos de diez minutos (calculados por un notario que no me violó), se puede medir en las siguientes variables:

• No conocía a Justin Bieber hasta finales del 2010 cuando elaboré una lista con los peores discos del año para crítica y público. “My world 2.0” y “My world” ocupaban el cuarto y tercer puesto respectivamente. Fue la primera vez que violó mi cerebro penetrando por mis oídos.

• Su puntuación en imdb y Filmaffinity con decenas de miles de votos es un 1,2. ¡Mucho peor y más baja que “Dragonball Evolution”! Fue la segunda vez que violó mis sesos, con semejante humillación visual, penetrando por mis retinas.

• «Si dices que no tienes tiempo para nada y te metes esa mierda… y no cagándola… No me extraña que siempre estés hablando de mierdas y cagándola con tanta mierda…»
Declaración de una persona cercana al enterarse que un bastardo iba a ver “Justin Bieber: Never Say Never”.

Su vídeo en youtube competía con osos pandas asustadizos, bebés telepáticos, novias al remojo y gatos friquis. Obviamente ganó el talento: el sofá del vídeo que le catapultó conjuntaba perfectamente con la pared. Esta es la historia de un niñato beato pueblerino, encapuchado como un criminal, con una madre de que parece Nuria Bermudez y encima es ¡canadiense! El objetivo es conquistar el Madison Square Garden y las campanillas de millones de crías adictas a las redes sociales. ¡Comienza el terror!

Jon Chu ha hecho la que promete ser una de las mayores aberraciones jamás filmadas. Equiparable a la pena de muerte con tortura previa y al genocidio cerebral. Entre la humillación pública de la cámara oculta y un concierto filmado de Carmen de Mairena en San Quentin con sonidos escrotales de fondo y bukkake final. Sí, aquí los gritos son reales y son de terror.
Hay un montaje con vídeos recortados de sus admiradoras que me ha puesto los pelos como escarpias… pero como escarpias hacía dentro de la piel taladrando mis entrañas. ¡Qué dolor! Yo, he llorado un montón por mis orejas y ojos. ¿Será por sus continuadas violaciones a mi cerebro? ¿Un cum-shot encefálico y bieberiano?

‘Pienso en él 90% del tiempo’, ‘Un día le mandé más de 100 tweets’, ‘Su cabello es perfecto’, ‘Su garganta está afectada y necesita descansar’, dicen… y yo pienso: ¿Cuándo acabará la violación cerebral? ¿Cuándo dejaré de gritar? ¿Pero no era aquello de que sólo en el ESPACIO nadie puede oír tus gritos? Debe ser que este niño violador de cerebros viene de otro planeta. ¿Es Justin Bieber primo de “Mi amigo Mac” con un peluquín robado a Nicolas Cage?

‘Ser profesional te obliga a hacer sacrificios’. Con uno que se sacrifique yo creo que vale: NO sean profesionales y NO VEAN está película que violará sus cerebros. No digan Never Say Never. Pero Never-Never.
Maldito Bastardo
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8
6 de enero de 2013
156 de 187 usuarios han encontrado esta crítica útil
El último y nuevamente notable filme de Paul Thomas Anderson se difumina en una cadena de espectros, a modo de caleidoscopio, donde la multiplicación ha sido fragmentada sobre elipsis. La Naturaleza, el Amor… la Tierra, la Carne. La carnalidad y el pecado… pero el pecado como imposición por la religión… Cualquier tipo de religión. Aunque inicialmente el proyecto se enfocara extra-cinematográficamente sobre el padre de la Cienciología, el director de “Pozos de ambición” pretende hablarnos de la domesticación —e hipnosis— del individuo por parte de la religión en un momento concreto e histórico en plena conmoción y cambios del pueblo americano en los años 50 tras la Segunda Guerra Mundial. Nos ubica, eso sí, a través de una secta y su magnánimo líder y una errante alma, torturada por traumas de guerra y de amores imposibles que abren brechas y heridas sin aparente posibilidad de cicatrización… salvo para Dianética.

“The Master” establece el cerco sobre la religión y el hombre. El hombre privado de ese supuesto paraíso inicial —estilo playero-marítimo para Anderson del Edén— para ser dispuesto en la dura realidad: la muerte, el dolor, la vergüenza y el trabajo. El director de “Magnolia” no necesita acudir a las creencias cristianas sino a una peculiar congregación y tampoco escudarse en un hombre extraordinario para retratar su personal tour de force sino a un mortal ordinario, libidinoso y alcohólico. Lo que interesa precisamente es el sexo y el placer dibujados y acortados por el choque de ese otro mundo. Las religiones suelen marcan las distancias con la ciencia respecto a la teoría evolutiva: no somos animales ni inicialmente fuimos tales, nos cuentan. A Paul Thomas Anderson le interesa seguir el lado animal de ese ‘dragón’, cuya historia define perfectamente Lancaster Dood (Philip Seymour Hoffman), y los intentos de la secta y esa ‘Causa’ por domesticarle y que también sea su perro de presa. Con la ‘correa’ puesta y el conductismo como corrección del individuo, las paredes y cristales pierden la corporeidad. La irrealidad es posible y la curación parece viable… pero la naturaleza real del individuo queda amarrada a una mentira.

Existe un doble juego y lucha entre Freddie Quell, interpretado soberbiamente por Joaquin Phonenix, y la familia Dodd. Cada uno intentando llevar a su terreno y seducción personal al otro, como si fueran dos mitades de Test de Rorschach. La ambigüedad de la propuesta convierte a la propia cinta en un ejercicio de predistigitación de Paul Thomas Anderson, en pura hipnosis fílmica. Haciendo suya la propia palabra de Lancaster Dodd, “The Master” se convierte en un ‘Filme Uno’. En la nueva palabra y carne cinematográfica de Kubrick y en la que posiblemente sea una de las mejores películas que ha tratado la relación del hombre con la religión sin necesidad de hablar de Dios y ni siquiera de mencionarlo. Tal vez el secreto de Anderson sea precisamente ser coherente a su propia cinta: si nos quedamos sin Maestro la única solución es convertirse en uno.
Maldito Bastardo
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7
17 de febrero de 2012
186 de 248 usuarios han encontrado esta crítica útil
[Advertencia al espectador: esta es la típica película integrada en ese cine de autor de planos largos, miradas y diálogos profundos destinada a un público sesudo, cinéfilo, de gafas de pasta gruesa, de pose o no pose y, en definitiva, que huye del cine comercial. Si la ve porque salen desnudos y piensa que es plan “Instinto Básico” con el pitorro de Michael Fassbender en vez del potorro de Sharon Stone está equivocado. No vaya luego llorando en cada esquina diciendo que le han engañado, que es muy lenta, pretendidamente esnob y que se la han clavado… ¡y no Fassbender! Además, ¡los pajilleros también merecen cine de arte y ensayo!]


“Shame” se articula sobre una secuencia de montaje cuyo motor transcurre en el interior de un vagón de metro. Ambas secuencias se pliegan en su inicio y final, como un par de bolsas escrotales, ejerciendo una lectura de una adicción sexual dejando al espectador (y sociedad) la sanación (por electroshock-coital) del enfermo. Freud definiría ese metro como un gran falo penetrando un túnel-vagina con paradas durante una eternidad-cíclica-clitoriana y con Fassbender atrapado en el mismo… ¡No hay salida! O «Esto no es una salida» como (re)marcaba Patrick Bateman al final de “American Psycho”. Realmente entre Brandon y Patrick las conexiones son palpables en ese vacío existencial y su incapacidad de compromiso sentimental con las mujeres. También los tortuosos entresijos de la soledad y la incapacidad de comunicación y diálogo con el mundo parecen temas coppolianos que han causado dolor y orgasmos a partes iguales al respetable.

El filme de Steve McQueen funciona mediante un planteamiento de (de)construcción del individuo al ser sacudido por un fuerte cambio a modo de giro. En el caso de Brandon, su hermana inestable y problemática (el pene de Fassbender se ha convertido en protagonista secundario de “Shame” pero el potorro con rodal de Carey Mulligan hace méritos) llega a su mundo para desestabilizarlo… pero para generar también el único vínculo humano que le queda en su vida. El propio autor señala a las dos películas que ha parido desde su talento como bisagras sobre la libertad del individuo: en “Hunger” con la privación de la libertad se utilizaba el cuerpo como arma política para generarla, mientras que en “Shame” el individuo independiente, moderno y con plena libertad sexual crea en su propio cuerpo una prisión de la que no puede escapar.

Hay muy buen cine en “Shame” como en la secuencia que incluye la interpretación de Mulligan de New York, New York en largos planos, donde establece esa conexión directa con su hermano en la ficción. McQueen demuestra ser un director muy inteligente y no cae en el cliché: cualquier otro hubiera incluido el hit de Las Supremas de Móstoles, ‘Eres Un Enfermo’. Lo que no entiendo para nada es el título de la película… ¿Shame? ¿Vergüenza? ¿Vergüenza de qué? La vergüenza (y SHAME) sería tener un micro-pene y tener que hacer un desnudo frontal
Esa sí que sería LA VERGÜENZA.
Maldito Bastardo
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7
12 de mayo de 2006
212 de 301 usuarios han encontrado esta crítica útil
¿Hay algo que se pueda añadir a uno de los mejores thrillers de los noventa?
¿Se puede mejorar algo el magnífico guión de Ted Tally?

La justa recompensa y también sorpresa en la ceremonia de los oscars la catapultaron a formar parte de la historia del cine, pero también a convertirse en un producto de consumo. A formar parte de la habitual parrilla televisiva. A estar colocada en un videoclub junto con "Gladiator" o "Braveheart". A desprenderla de esa etiqueta de "cult movie" que tendría si los pronósticos se hubiesen cumplido.

¿Pero hay alguien que no la haya visto todavía?

Simplemente Jonatham Demme y Ted Tally desde sus títulos de crédito nos adelantan lo que vamos a ver: una mujer brillantísima que consigue todo a base de sacrificio, arrojo y esfuerzo. La soledad que le rodea y que le hace sentirse "diminuta" en un mundo de hombres. La ropa que luce en todo el filme, dos tallas más grande, así lo demuestra.

Lista como un demonio. Capaz de mimetizarse y lidiar con su jefe a modo de trepa, con un baboso con mucha pluma que intenta ligársela (no conozco a nadie que le caiga bien) y sobre todo con el asesino más sádico y caballero de la historia en un quid pro quo que ha creado escuela.
Sale por la puerta grande.
¡Con las dos orejas y el rabo!

Porque Clarise guarda un as en la manga. Un golpe de efecto que da título al filme y posiblemente la razón por la que una mujer tan fría y sádica como ella no se convirtió en lo que hay al otro lado del cristal o encerrado un sarcófago. La elección de los tres personajes principales: Clarice Starling, Hanibal Lecter y Buffalo Bill. Los tres con ojos azules, no es una mera coincidencia.

Cuentan que mucha gente abandonó la sala de cine en EEUU en la secuencia de la autopsia. Que fue uno de los filmes estrenados en salas comerciales más provocadores en su momento. Que ningún "final cut" o censor a golpe de tijeras evitó que la versión inicial no prevaleciese.

Por otro lado el tiempo pasa factura. Y en estos momentos resulta para nada repulsiva y mucho menos provocadora. Su estética ochentera tampoco ayuda mucho.
De ahí tal vez que no me parezca un filme con sabor a clásico. Con suficiente fuerza para perdurar dentro de cincuenta años. De conseguir las mismas y controvertidas emociones desde su estreno.

"El silencio de los corderos" se convirtió en todo un referente para numerosos filmes que intentaron repetir la fórmula sin asomarse de lejos al mismo resultado. Pero aunque en mi opinión envejezca mal, queda el esqueleto de un guión brillantísimo resuelto con elegancia por Demme y con dos pedazos de actores dispuestos a “comerse” el mundo.
Y los cuatro acertaron el 30 de marzo de 1992.
La favorita de ese año, "J.F.K.: caso abierto", pagó los platos rotos y fue devorada vivita y coleando. Como le gusta a Lecter.
Maldito Bastardo
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8
17 de enero de 2014
162 de 202 usuarios han encontrado esta crítica útil
El dinero es la mayor de las religiones de la era moderna pero pocas películas habían entablado el correcto diálogo entre la fe y la codicia, entre el sistema capitalista y la creencia en el poder de la riqueza. Martin Scorsese y Terence Winter se han vuelto a aliar para narrar la vida, obra y milagros de Jordan Belfort y “El lobo de Wall Street” podría dirigirnos directamente al Henry Hill de “Uno de los nuestros”, por ser una revisión estructural ambientada en Wall Street con otro tipo de tiburones que no necesitan una pistola sino cocaína para marcar más rápido los números de teléfono como afiladas balas. El nuevo crimen organizado parte de ese recital y discurso aleccionador del gurú que interpreta Matthew McConaughey, que servirá a Belfort de glorificada inspiración. Sobreviviendo que a la crisis bursátil del 87 y el nefasto ‘Lunes Negro’ se reinventó reclutando a vendedores de marihuana que actuarían como su Apóstoles, construyendo su propio imperio entre pensamientos, voces en off y siendo el dinero tratado como la fe de una nueva religión.

No existe nada gratuito en ese carrusel de citas y excesos donde la pantalla se hace transparente y la obscenidad toma el control desde su propia perspectiva. Tenemos delante a un personaje real que nos vende su propia versión de los hechos, una intersección más socarrona de Eric Packer y Patrick Bateman bajo el prisma de un libreto en el que Winter se encarga de evidenciar convirtiéndonos en cómplices de insaciable apetito de cocaína, sexo y dinero, la santísima trinidad y carne de Wall Street. Scorsese se empapa de la banalidad que rodea la obra y milagros de su antihéroe, se contamina con la misma droga y alcohol que consume, se sumerge en la lascivia de la avaricia y se impregna del olor a sexo. El exceso se convierte en película y la película en exceso, nos secuestran en largas secuencias que se alejan y se aproximan a la comedia de situación y la screwball y nos atan a ese tiovivo de hedonismo en la comedia más políticamente incorrecta, por coherencia y honestidad, que se ha engendrado en el Siglo XXI.

No todo es un caudal y recital de impudicia porque, al igual que sucedía en la ficción (“Glengarry Glen Ross”, “Wall Street”, “Margin Call”) o la realidad (“Enron, los tipos que estafaron a América”, “Inside Job”), habita un discurso crítico sobre esos tiburones sin escrúpulos que marcaron y gangrenaron el sistema. El sueño americano está al alcance de cualquiera (que no tenga moral) y Scorsese delimita el dinero y el compulsivo e inabarcable apetito de riqueza como una adicción mayor que la droga (y el exceso) que lo rodea. Belfort forma desde su púlpito una iglesia y legión de sectarios en ese universo de mentiras donde las acciones son polvo de hadas, un útil ‘fugazi’ con el que seducir a cualquier ser humano que desea hacerse rico. Y como en todo culto, habita el pecado. El de Belfort fue su coherencia sobre esa religión (fugazi y fraude) que él mismo predicaba y no inclinarse y redimirse a ese sistema permisivo con el engaño al precio de una millonaria comisión. Sabemos que ese depravado Robin Hood capitalista, rebelde y tremendista será domesticado y el criminal tratará de redimirse y dejar de ejercer de ese rol de villano de una de James Bond que se ha labrado. La comedia se torna en drama (que no tragedia) y el humor y la mueca se deforman lentamente. El sexo (y su carnalidad) ya no es erótico ni divertido, es incómodo y doloroso. Sabemos que el chiste no tendrá gracia, que el director de “Toro salvaje” soltará una terrible bofetada en su arrogante protagonista y sobre la propia audiencia, dando fin a una farsa que, en realidad, fue tan real como excesiva y espeluznante.

Al final la transparencia se impone en el discurso, como si el propio protagonista nos hubiera vendido su historia engendrada desde la codicia, una brutal y amoral simetría y una tal vez invisible redención. Una historia y cuento reproducido desde ese bolígrafo que ahora mismo nos cede para que se lo tratemos de vender como una parte de ese insignificante mundo en el que todo está en venta y en el que somos el trabajador del McDonalds, parte del (d)olor del sufrido y recto funcionario que tendrá que volver con sus bolsas escrotales sudadas en un deprimente metro dentro de un traje re(-re-y-re-)utilizado días atrás o aquellos seres cuya vida es una simple y anodina cerveza sin alcohol. Queramos o no, somos parte del público… Únete a la manada o espera ser devorado por los lobos, pues.
Maldito Bastardo
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